Anne Hathaway y las operaciones automáticas

Por Robert P. Murphy. (Publicado el 31 de marzo de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5166.  

 

Una historia financiera humorística que lleva dando vueltas por un tiempo se refiere a la aparente relación entre las menciones de los medios a la actriz Anne Hathaway y las subidas en el precio de las participaciones de del fondo Berkshire Hathaway, de Warren Buffett.

Los presuntos culpables son los programas algorítmicos de operaciones, lo que genera la pregunta: ¿Qué tiene que decir la economía austriaca acerca de ordenadores comprando y vendiendo participaciones de acciones?

El efecto Hathaway

Dan Mirvish empezó la historia en el Huffington Post, en un artículo ingeniosamente titulado: “El efecto Hathaway: De cómo Anne dio un aumento a Warren Buffett”. Mirvish documenta la correlación aparentemente irracional:

Sea lo que sea lo que piensen ustedes de cómo lo hicieron Anne Hathaway y su compañero James Franco como presentadores de los nuevos, jóvenes y molones Óscar, hay algo que parece seguro. Cuando Anne Hathaway aparece en titulares, sube el fondo Berkshire-Hathaway, de Warren Buffett. Piensen en las participaciones en Berkshire-Hathaway (BRK.A) como una versión realmente cara del StarMeter de IMDB (que realmente está diseñado para subir y bajar a medida que los actores aparecen en las noticias). ¿Pero como un miembro fundamental de la Bolsa de Nueva York? La evidencia indica que sí.

El viernes antes de los Óscar, las participaciones en Berkshire subieron un estupendo 2,02%. Y el lunes inmediatamente después de los Premios de la Academia, subieron de nuevo, esta vez un 2,94%. Pero no es solo un rebote de los Óscar o algo que pueda haber dicho Warren Buffett en el periódico, o incluso necesariamente algo que esté haciendo la propia compañía (por ejemplo, nuevos rumores de compra de Costco). Echemos la vista atrás a otras fechas importantes en la todavía joven carrera de Anne Hathaway:

3 de octubre de 2008 – Se estrena La boda de Rachel: BRK.A sube un 0,44%.

5 de enero de 2009 – Se estrena Guerra de novias: BRK.A sube un 2,61%.

8 de febrero de 2010 – Se estrena Historias de San Valentín: BRK.A sube un 1,01%.

5 de marzo de 2010 – Se estrena Alicia en el país de las maravillas: BRK.A sube un 0,74%.

24 de noviembre de 2010 – Se estrena Amor y otras drogas: BRK.A sube un 1,62%.

29 de noviembre de 2010 – Se anuncia que Anne presentará los Óscar: BRK.A sube un 0,25%.

Mi opinión es que esos programas automatizados y robotizados de operaciones eligen el mismo chismorreo en Internet sobre “Hathaway” que el StarMeter de IMDB y lo están aplicando al mercado bursátil.

Aunque siempre es arriesgado explicar cambios concretos en los precios de las acciones, el análisis de Mirvish parece razonable. Supuestamente hay programas informáticos que guían compras y ventas de acciones a la velocidad del rayo, que rastrean nuevas fuentes con el fin de realizar “transacciones al momento”. En otras palabras, si una acción concreta se está comentando en los medios de comunicación, entonces (si no intervienen otros factores) al menos algunos de esos programas comprarán acciones, porque está “al rojo” y probablemente continúe aumentando a medida que inversores más lentos oigan el zumbido y quieran su parte en el movimiento.

 Por supuesto, lo malo de los programas automáticos de operaciones bursátiles es que no tienen sentido común (lo que tampoco quiere decir que los operadores humanos lo tengan necesariamente). Con el fin de adelantarse a sus competidores, no pueden realizar un análisis cuidadoso de las noticias: simplemente buscan “Hathaway” y lo toman como una señal al alza para las participaciones preferentes de Berkshire Hathaway. (Me pregunto si Mirvish podría escribir otra historia sobre los resultados de Rand Capital Corporation, cuando se estrene la película La rebelión de Atlas).

¿Producen algún beneficio los programas de operación automática?

Después de historias como éstas (e indudablemente después del enorme colapso financiero de 2008) muchos cínicos rechazan compresiblemente todos los flamantes mercados de derivados y estrategias financieras como un casino para egomaníacos con habilidades matemáticas por encima de lo normal. Aun así corremos el peligro de tirar al niño con el agua sucia.

Es verdad que la economía (tal y como la conciben Ludwig von Mises y sus seguidores) es una ciencia lógicamente deductiva. Mises no creía que los economistas imitar a los físicos y desarrollar hipótesis empíricas que luego se “prueben” con datos. En su lugar, Mises creía que una introspección cuidadosa de la naturaleza de la acción humana podría generar una base de principios o leyes económicas. Era este marco el que permitía el economista interpretar después la masa de datos disponibles sobre precios de materias primas, tasas de desempleo y así sucesivamente.

Por ejemplo, Mises no “empezaría con una pizarra en blanco” y miraría a las estadísticas históricas para tratar de desarrollar teorías acerca del ciclo económico. En su lugar, primero reflexionaría sobre la operación de la estructura de capital en una economía de mercado, pensaría sobre las función de los precios de mercado y los tipos de interés y solo entonces podría empezar a explicar la conexión entre expansión del crédito y auges insostenibles. Mises no rechazaba los datos históricos (de hecho ayudó a Hayek a fundar un instituto para estudiar el ciclo económico), pero no cayó en la ilusión positivista de que uno podría  desarrollar teorías económicas “dejando que los hechos hablen por sí mismos”.

Habiendo dicho todo esto, la economía austriaca no prohíbe a los operadores en bolsa que usen esas técnicas en su búsqueda de beneficios. Por ejemplo, supongamos que un analista en un fondo de inversión empieza a realizar regresiones de datos seleccionados “al azar”. Descubre una asombrosa correlación entre las fases de la luna y el índice NADAQ. Lo muestra a otros analistas y éstos confirman los resultados. Como mucho, podrán ofrecer “explicaciones” ad hoc a su jefe, pero la relación sin embargo salta a la vista.

Supongamos que el fondo empieza a operar sobre la recién descubierta relación y gana dinero. Con el tiempo, al seguir funcionando la fórmula, el fondo confía cada vez más en ella y nunca les defrauda. En el bar los colegas de los analistas preguntan: “¿Por qué estáis un 84% por encima este trimestre?”, pero los analistas sonríen y dicen “Un antiguo secreto chino”.

La pregunta es: ¿son estos beneficios “reales” o ilusorios? ¿Está nuestro hipotético fondo de inversiones haciendo realmente algo útil?

La función social de los especuladores de bolsa es que aceleran los ajustes de precios. El objetivo del especulador es “comprar barato, vender caro” (o “alto a corto, bajo cubrirse” para una acción sobrevalorada). A este respecto, mientras la estrategia lunar del fondo de inversión sea rentable, esto es prima facie que está realizando un servicio a otros en la economía de mercado. En concreto, el fondo compra en el NASDAQ cuando su precio está a punto de subir y vende cuando el NASDAQ está a punto de bajar. En este sentido limitado aunque importante, la exitosa estrategia operadora es una máquina del tiempo, dando al resto del mundo anticipación en el acceso a la información futura.

En este sentido general, los resultados son lo que importa. El hecho de que el personal del fondo no pueda realmente explicar la correlación es irrelevante. Por la misma razón, los trabajadores en una empresa de servicios públicos no pueden realmente explicar las leyes de la física: solo saben que si repiten ciertas acciones todos los días, los consumidores podrán encender sus luces y hacer funcionar sus neveras. Como se sabe que apuntó David Hume, solo porque algo haya ocurrido en el pasado no significa que vaya a pasar en el futuro, pero en muchos contextos nos beneficiamos al realizar un salto inválido como éste.

¿Qué pasa con las burbujas?

Los argumentos anteriores podrían incomodar a algunos lectores. Después de todo, ¿no parecían los elegantes quants de Wall Street algo muy popular durante el auge inmobiliario… hasta que les estalló en la cara?

Sí, pero eso es completamente coherente con la postura que hemos explicado. Los economistas austriacos no adoptan ingenuamente las versiones de la postura de los “mercados eficientes” de la Escuela de Chicago. Los austriacos saben que los inversores pueden cometer errores colosales y que el actual precio de mercado podría ser terriblemente erróneo.

Si una estrategia de operación rinde beneficios durante unos años, pero acaba haciendo quebrar a la empresa cuando aparece un “cisne negro”, entonces es una estrategia no rentable (sin contar con los rescates públicos). Por esta misma razón, nuestro fondo hipotético haría mejor en tener cuidado con su extraña estrategia de operaciones lunares. No tiene ningún sentido que se sorprendan cuando la estrategia les salga por la culata y harían mejor en posicionarse de acuerdo con ello en lugar de echar un órdago en cada nueva operación.

Para evaluar correctamente el valor de cada aventura empresarial, necesitamos alguna idea de la incertidumbre subyacente afectada (adviertan que Mises hacía una distinción entre riesgo cuantificable e incertidumbre amorfa). Por dejar los mercados financieros por algo más concreto, supongamos que en enero un fabricante de camisetas invierte 1 millón de dólares en fabricar camisetas diciendo: “El milagro de VCU de 2011”. Después de que el equipo de baloncesto de la VCU llegara a la Final Four contra todo pronóstico, el fabricante fue capaz de recuperar su inversión así como un buen beneficio.

¿Cómo debería interpretar este acontecimiento un austriaco? ¿Veían los empresarios más allá que otros y asignaban los recursos más eficazmente para servir a los consumidores? ¿O se arriesgaron mucho pero “tuvieron suerte”? En este punto, la pregunta es más filosófica que económica, pero el escenario explica los programas de operación automatizados que rinden ganancias a corto plazo.

Conclusión

Ante resultados tan aparentemente sin sentido como el efecto Anne Hathaway, los programas de operación automatizados parecen tontos. Por otro lado, esto es verdad para cualquier tarea para la que los humanos usan ordenadores; esto no significa que los ordenadores sean inútiles.

El criterio definitivo sobre si la operación automatizada es socialmente útil es la prueba de pérdidas y ganancias.

Si las instituciones financieras que confían en estos programas funcionan a largo plazo, tendremos nuestra respuesta, con que solo el gobierno y la Fed se alejen de ello.

 

 

Robert Murphy es investigador adjunto del Instituto Mises, donde enseñará Anatomía de la Fed en la Mises Academy este invierno. Gestiona el blog Free Advice y es autor de The Politically Incorrect Guide to Capitalism, Study Guide to Man, Economy, and State with Power and Market, Human Action Study Guide, The Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal y su nuevo libro Lessons for the Young Economist.

Published Thu, Mar 31 2011 8:44 PM by euribe