La mala palabra

Por John T. Flynn. (Publicado el 11 de abril de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5162.

[Extraído de As We Go Marching (1944)]

 

El fascismo ha alcanzado la dignidad de una palabrota en Estados Unidos. Cuando estamos en desacuerdo con los argumentos sociales o políticos de una persona, si no podemos razonablemente llamarle comunista, le llamamos fascista. La propia palabra tiene poca más relación con su objeto original y preciso que la que tiene cierto improperio utilizado por los estadounidenses con el inofensivo animal doméstico que realmente describe. Pero el fascismo es algo más que una mala palabra. Si tenemos que tener un ojo puesto en el fascismo y los fascistas en este país, sería mejor que estuviéramos seguros de reconocer a un fascista cuando lo vemos. Por supuesto le reconoceremos al instante si lleva un uniforme bundista o o una camisa negra. Pero si no viste dicho uniforme, nunca aprendió a marchar al paso de la oca, no habla con acento alemán o con gestos italianos, sino en un excelente inglés de litoral y es, en realidad, miembro una sociedad patriótica estadounidense o sindicato y realmente odia a Hitler y Mussolini y los quiere atrapados, juzgados y ahorcados ¿cómo podemos detectarlo?

Hay una diferencia entre un quintacolumnista trabajando en Estados Unidos para Hitler, Mussolini o Stalin y un estadounidense que daría su vida por este país pero al que también le gustaría ver cambiar su vida social y económica en dirección hacia el patrón fascista. No conseguiremos que ese estadounidense admita que lo que cree es fascismo. Tiene otros nombres más agradables para eso. Le provocaríamos que nos golpeara si le llamáramos fascista a él. Es porque no sabe qué es el fascismo y comete el error de suponer que un fascista es el que esta al lado del Führer o el Duce. Dolfuss era un fascista y también lo fue Schuschnigg, pero ninguno de ambos esta visiblemente a la de Hitler y uno fue asesinado y el otro detenido y encarcelado por Hitler. Metaxas en Grecia era un fascista, pero estaba lejos de ser un defensor de su belicoso vecino que finalmente le echó de su dictadura fascista y su país.

Hay demasiados errores de concepto sobre el significado de esta explosiva palabra. Muchos suponen que el fascismo es solo un nombre comercial de la racionalizada dictadura moderna. Por ello ven pocas diferencias entre el fascista Hitler y el comunista Stalin. Ambos son dictadores. Sin embargo presiden sistemas muy distintos de sociedad. Son déspotas gobernando estados totalitarios, pero la estructura social de Rusia no se parece tanto a la estructura social de Alemania e Italia como el estado de Stalin se asemeja al estado de Nicolás II.

Como nuestra atención se fija en el elemento de la dictadura (que es solo un ingrediente de ese orden) consideramos a todo como meramente una forma de gangsterismo. Por tanto escuchamos vagas y sobrecalentadas definiciones como ésta: que es una “revuelta contra la cultura occidental” o “un ataque contra nuestra civilización”. Sin embargo, no es una revuelta contra la cultura occidental, sino un fruto (amargo y venenoso) de esa cultura.

Tomamos demasiada de nuestra información sobre el fascismo de los reportajes diarios de sus representaciones: sus marchas de camisas negras o pardas, sus legiones saludando, sus líderes gesticulando, sus técnicas violentas para obtener el poder, su persecución de los judíos, su supresión de la libre expresión y finalmente, sus inevitables aventuras en el oscuro campo del imperialismo. Son productos de regímenes que se construyen sobre la violencia, y la violencia es el arma esencial de cualquier tipo de dictadura, ya sea la real de Luis XIV o la proletaria de Josif Stalin. Son la violencia y la fuerza las que crean los incidentes y episodios que constituyen las noticias. Hay otras armas e instrumentos políticos en el arsenal del fascista aparte de la botella de aceite de ricino, la antorcha y la espada. Lo que debemos buscar son esos otros instrumentos que distinguen a la dictadura fascista de todas las demás dictaduras. Lo que debemos entender es que estos dictadores fascistas son dictadores populares, con lo que quiero decir dictadores que, aunque en modo alguno amados por el pueblo, sin embargo mantienen su poder a través de él. Son dictadores demagogos en contraste con los dictadores puramente militares. El régimen incluye una serie de ingredientes sociales y económicos sin los que las dictaduras nunca se habrían establecido y sin los que no podrían haber durado tanto tiempo.

Hay toda un biblioteca de panfletos, libros y discursos producidos para probar que el fascismo lo causó el Tratado de Versalles o la avaricia o estupidez de Gran Bretaña o Francia o por la creciente perversidad de los alemanes o la supina pomposidad de los italianos, por el antisemitismo o los traficantes de armas, por las conspiraciones de los magnates empresariales o el aumento del odio al mundo libre de los intelectuales.  Aún así el fascismo creció en Italia sin ningún impulso de antisemitismo y floreció allí antes que en Alemania, que se supone que fue la víctima concreta de Versalles. Hizo su aparición el Grecia y en los Balcanes eslavos así como en la “nórdica” Alemania y la latina Italia y en Portugal donde no había magnates del armamento para remover el caldo.

Podemos escuchar todos los días fuertes discusiones sobre el curso de los acontecimientos en Washington. Escucharemos a ardientes new dialers afirmar que el gobierno está creando un gran contrafuerte alrededor de los tambaleantes muros de la democracia. Otros no dirán, con la misma seguridad, que el orden que se esta diseñando aquí es evidentemente nacional socialista, mientras que otros más están igualmente seguros de que es comunista. Ciertamente no puede ser todas estas cosas. Me temo que es razonablemente cierto que la mayoría de quienes condenan el actual régimen de Washington como Rojo, y toman las revelaciones de Mr. Dies de la cifra de miembros del Partido Comunista y simpatizantes que se han infiltrado en la administración  como evidencia de que estamos camino del bolchevismo. Los miedos de estos críticos están muy vivos y crecen con virulencia. Aún así no podemos permitirnos tener dudas acerca del significado y dirección real de nuestras políticas.

Si tenemos alguna duda, por tanto, acerca de lo que es el fascismo, haríamos bien en resolverla. Y la mejor manera de hacerlo es examinarlo en la tierra en la que empezó. Si lo miramos en Italia, cómo comenzó, qué lo produjo y qué creo a su vez como un sistema de vida nacional, no es posible que tengamos duda de lo que es. Fue en Italia donde se estableció por primera vez, donde llego a su pleno florecimiento y tuvo su experiencia más larga. Si lo miramos allí podemos aislar sus elementos esenciales. Y cuando lo hagamos percibiremos que sus raíces son largas y profundas en la misma estructura de esa sociedad, que son raíces que no son indígenas de Italia, sino que se encuentran en todas las sociedades occidentales.

Por tanto lo que sigue no es una historia del fascismo o la historia del ascenso al poder de Mussolini, sino más bien una búsqueda de los elementos de este escandaloso crecimiento con el fin de hacer una lista de esos elementos que deben unirse para producirlo en Estados Unidos.

 

 

John Thomas Flynn (1882-1964) fue un famoso crítico de las decisiones políticas internas y externas de la administración Roosevelt, oponiéndose tanto al New Deal como a la Segunda Guerra Mundial. El miembro senior dela Instituto Mises Ralph Raico describió a Flynn es su prólogo a la edición del 50 aniversario de The Roosevelt Mith: “Hay pocas dudas de que el mejor informado y más tenaz de los miembros de la Vieja Derecha fue John T. Flynn”.

Este artículo esta extraído de As We Go Marching (1944).

Published Tue, Apr 12 2011 6:35 PM by euribe