La falacia de Diamond

Por Gene Callahan. (Publicado el 28 de marzo de 2005)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1774.

 

El libro de Jared Diamond Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años es una fascinante y bastante legible especulación sobre la relación entre geografía e historia. Ha reunido una cornucopia de hechos interesantes e ideas razonables respecto del discurrir de los acontecimientos durante los últimos 13.000 años. El resultado merece la pena leerse, a pesar del hecho de que pienso que la ambición de su tesis principal queda mucho más allá de su logro real. Esta discrepancia se debe, creo, a que Diamond entiende poco lo que es realmente la historia.

La crítica de la concepción de la historia de Diamond que ofrezco aquí se basa en l visión de la empresa histórica aportada por filósofos de la historia como R.G. Collingwood, Ludwig von Mises y Michael Oakeshott. Ellos comparten la opinión de que la historia consiste n un esfuerzo por identificar las particulares circunstancias pasadas que hacen inteligible la consiguiente ocurrencia de otros acontecimientos únicos. Cualquier intento de explicar el pasado humano con referencia a leyes o patrones generales es, en su opinión, una forma distintivamente diferente de comprender el pasada de la que ofrece la historia. Además, cualquier esfuerzo por descubrir dichas “leyes de la historia” afronta obstáculos inherentes que impiden alcanzar el tipo de éxito que tiene, por ejemplo, la física en describir las leyes universales de la materia y la energía.

La obra de Diamond cae dentro de la amplia clase de teorías que pretenden detectar leyes históricas universales y está por tanto sujeta a la misma crítica que Collingwood, Mises y Oakeshott dirigieron contra sus predecesores intelectuales. Su intento de descubrir patrones típicos en el pasado de la humanidad no es, por sí mismo, absurdo o está condenado al fracaso. El problema principal con su empresa es que aparentemente no es consciente de qué tipo de investigación crea el verdadero pasado histórico. Como consecuencia, propone sustituir en genuino pasado histórico por su propio “pasado geográfico”.

Aunque Armas, gérmenes y acero ofrece muchas sugerencias interesantes y razonables de cómo la geografía puede haber influido en la historia humana, su aparente ignorancia de la disciplina de la historia le lleva a proponer reemplazar la verdadera investigación histórica por una búsqueda “científica” de las “causas últimas” de los acontecimientos históricos. El error esencial de Diamond, aparte de ser de interés para los preocupados por el metodología histórica, también tiene implicaciones políticas más amplias, que resultan ser un tema secundario implícito a lo largo de Armas, gérmenes y acero y se hacen más explícitas en su libro reciente, Colapso. Me ocuparé del asunto de la política en la conclusión de este artículo.

La tesis de Diamond

La idea central de Diamond es que el curso de la historia, hablando en general, no está determinado por acciones individuales, factores culturales o diferencias raciales, sino por las circunstancias medioambientales en las que se mueven accidentalmente los distintos grupos de personas. Más en concreto, aquellos grupos que resultaron encontrarse en lugares que ofrecían una variedad de plantas y animales apropiados para la domesticación y que hacían relativamente fácil adquirir especies domesticadas y nuevas tecnología de otras sociedades, resultaban tener una ventaja decisiva sobre grupos ubicados en entornos  sin esas características. Como consecuencia, cuando las sociedades geográficamente avanzadas encontraban grupos no tan afortunados, el resultado era inevitablemente que los primeros conquistaban o absorbían a la cultura en desventaja. Así que es la geografía, afirma Diamond, y no la mayor inventiva, una cultura superior o las diferencias raciales la “explicación definitiva” de por qué, por ejemplo, lo europeos llegaron a gobernar América en lugar de ser los indios americanos los que gobernaran Europa.

Algunos de los críticos de Diamond le han acusado de excusar pasadas atrocidades, guerras de agresión, genocidios y otros crímenes. Creen que su tesis implica que los perpetradores de dichos actos quedan disculpados, ya que “la geografía les hizo hacerlo”. Al responder a esa acusación, Diamond distingue de forma bastante correcta entre comprender por qué se produjo un acontecimiento y justificar las acciones de la gente afectada. Como advierte: “los psicólogos tratan de entender las mentes de asesinos y violadores (…) los historiadores sociales tratan de entender los genocidios y (…) los médicos tratan de entender las causas de la enfermedad humana” (p. 17). Y aún así ninguno de ellos está tratando de justificar el asesinato, la violación, el genocidio o la enfermedad, en realidad su intento de entenderlos está a menudo motivado por el deseo de impedirlos.

Naturalmente, ningún investigador consciente hace una afirmación tan polémica y radical como atribuir a la geografía el papel causal primario de la historia sin presentar una buena cantidad de evidencias que la soporten. De hecho, la mayoría del libro de Diamond relata acontecimientos históricos para demostrar la solidez y el ámbito explicatorio de su afirmación.

Las evidencias de Diamond

Con el fin de hacer plausible su tesis, Diamond debe demostrar que hay diferencias geográficas crucialmente importantes entre las tierras de estas sociedades que actuaron como conquistadoras y las que resultaron ser derrotadas. Ha ejercitado un tremendo ingenio al intentar hacerlo. Creo que ha tenido éxito hasta cierto punto, aunque es mucho más limitado del que ambiciosamente afirma haber alcanzado.

El hecho histórico principal que busca explicar Diamond es el de que los descendientes de la gente que hace 13.000 años ocuparon Eurasia[1] llegaran a gobernar una porción tan grande del territorio habitable de la Tierra. ¿Por qué no fueron los indios americanos o los africanos subsaharianos los que colonizaron Europa en lugar de lo contrario?

Diamond afirma que fue la combinación de la tecnología superior euroasiática y de las varias enfermedades que contagiaron y que resultaron letales para mucha de la otra gente que acabaron encontrando lo que llevó a ese resultado. (De ahí la “armas, gérmenes y acero” en el título del libro). Califica a esos hechos como las “causas próximas” del actual dominio euroasiático del mundo. Pero, muy comprensiblemente, no queda satisfecho deteniendo la investigación en este punto. ¿Por qué, continúa preguntado, llegaron los euroasiáticos a poseer una mejor tecnología que los habitantes de otros continentes? ¿Y por qué los europeos portaban gérmenes tan mortales que los indios americanos y muchas naciones indias fueron eliminadas antes de cualquier contacto directo con europeos (a través la transmisión de enfermedades de tribus indias que sí tuvieron contacto directo con colonizadores) en lugar de que los europeos cayeran como moscas por enfermedades contraídas de los indios?

Para responder a la primera de las preguntas anteriores, Diamond empieza apuntando que el ritmo del desarrollo tecnológico en una sociedad depende mucho de su capacidad de crear un superávit de alimentos. Eso permite la aparición de productores que pueden especializarse en fabricar artesanías, porque una vez que una sociedad llega a una situación en la que el trabajo de una persona puede proporcionar más comida de la que necesita para mantenerse viva, algunos miembros del grupo no necesitan dedicarse a procurarse el sostenimiento. Y un superávit de alimento generalmente solo se produce cuando una sociedad aprende a producir deliberadamente su comida, en lugar de confiar en encontrarla producida naturalmente y luego cazándola, desenterrándola o tomándola.

Diamond hace un alegato convincente de que, pasando suficiente tiempo en un lugar, todos los humanos modernos (es decir los homo sapiens) tienden a saber cómo domesticar a cualquiera de las plantas y animales indígenas que sean apropiados para la agricultura. (Por ejemplo, hay nueva lugares bien separados en el globo – el Creciente Fértil, China, Mesoamérica, los Anades, el Sahel africano, el África Occidental tropical, Etiopía y Nueva Guinea – en que parece probable que la producción de alimentos haya aparecido independientemente). Sin embargo resulta que Eurasia disfrutaba de muchas más especies apropiadas para la domesticación que cualquier otro continente. De todos los productos agrícolas principales actuales, se han originado más allí que en cualquier otro sitio. De los cuarenta mamíferos de más de 100 libras que han domesticado los humanos, todos los “cinco grandes” (vacas, ovejas, cabras, cerdos y caballos) son euroasiáticos en origen. No es que los euroasiáticos fueran sencillamente más inteligentes que los residentes en otros continentes en aprender cómo domesticar la flora y fauna locales; a pesar del hecho de que acabaron ocupando todo continente habitable y a pesar de todos los avances en tecnología y la creciente comprensión de las técnicas de cría que han tenido lugar en siglos recientes, los colonos europeos no han domesticado ninguna especie nueva de gran importancia agrícola en ninguno de los demás territorios que han llegado a conquistar.

Diamond sostiene asimismo que el “eje este-oeste” de Eurasia, en oposición al “eje norte-sur de América y África, hizo una importante contribución al actual dominio global euroasiático. Como Eurasia se extiende principalmente de este a oeste, ofrece una enorme área de condiciones climáticas similares sobre las que multitud de sociedades podían compartir sus innovaciones agrícolas. El resultado fue una enorme área integrada de prácticas agrícolas y cosechas comunes que se extendía unos 9.000 kilómetros, desde Irlanda hasta Japón. Por el contrario, las cosechas y la economía agrícola desarrollados en el África Occidental tropical no podían extenderse hacia el sur en el clima mediterráneo de Sudáfrica o hacia el sur en el Sahel. Las especies domesticadas en Los Andes nunca llegaron al México central, ni al contrario, porque eran inútiles en los intervalos tropicales de América Central. Aunque el maíz mexicano acabó cultivándose en el este de Norteamérica, llevó milenios que se expandiera hasta allí a causa de los distintos climas de ambas regiones y los áridos espacios que las separan.

No es demasiado difícil imaginar que una ventaja en la producción de alimentos pueda hacer que, con el tiempo, se genere también una ventaja tecnológica. ¿Pero cómo puede Diamond explicar que las enfermedades que los europeos llevaron a costas distantes fueran mucho más letales para los locales que las enfermedades que tenían para los europeos?” Resulta hacerlo muy inteligentemente.

Empieza su explicación sugiriendo que las enfermedades epidémicas o “masivas”, como la gripe, el sarampión, la viruela o la peste bubónica no pueden sostenerse entre pequeñas bandas de cazadores-recolectores. Tenderán a acabar con toda la población, lo que, desafortunadamente desde el punto de vista del microbio que causa la enfermedad, acaba también con el microbio. Es solo entre grandes poblaciones humanas, en contacto cercano con otros grupos populosos cercanos cuando la enfermedades epidémicas tienen una posibilidad de persistir durante largos periodos de tiempo, tanto a causa de que sea mayor la probabilidad de que unos pocos individuos tengan una inmunidad natural a la enfermedad como porque el microbio puede moverse entre poblaciones vecinas, sobreviviendo en letargo en un grupo que acabe de crear inmunidad hasta que puede saltar a otra población cercana más susceptible a éste.

¿Pero de dónde vienen esos microbios? No pueden aparecer de la nada una vez que haya una población humana suficientemente densa. No, argumenta Diamond, vienen del único lugar del que es posible que vengan: son mutaciones de microbios que evolucionaron para sobrevivir en poblaciones densas de otras especies de mamíferos, en concreto, entre animales de manadas, varios de los cuales fueron domesticados por humanos y llegaron a vivir en lugares cercanos. Por tanto la ganadería ofreció las condiciones necesarias para la supervivencia de enfermedades epidémicas entre humanos y la domesticación de animales, especialmente mamíferos en manadas, ofreció la fuente de microbios capaces, a través de la mutación, de realizar ajustes relativamente pequeños de ser alojados en vacas o cerdos a serlo por humanos. Como consecuencia, cuando los europeos encontraron por primera vez indios americanos, fueron los europeos, y no los indios, los que llevaron las mortales enfermedades masivas.

Diamond ilustra los patrones que ha detectado con una serie de ejemplos históricos, incluyendo algunos poco conocidos como la expansión austrionesia, de Taiwán a las Filipinas, luego a Indonesia y Malasia y luego hacia el oeste a Madagascar y al este a través del Pacífico, acabando llegando a Hawai y la Isla de Pascua. A partir de lo que hemos examinado hasta ahora, la obra de Diamond sugiere lo siguiente, ideas muy sensatas:

  1. Cuando dos sociedades se encuentran por primera vez, la que está más avanzada tecnológicamente frecuentemente conquistará o absorberá a la menos avanzada;
  2. Los avances en tecnología dependen fuertemente de un superávit de alimentación y, por tanto de la agricultura;
  3. El grado en que la agricultura podría practicarse en cualquier ubicación, antes de la llegada del comercio mundial, dependía fuertemente de qué especies estaban disponibles localmente para la domesticación o podían adquirirse de culturas cercanas compartiendo un clima similar;
  4. La agricultura y la domesticación de animales de manada son asimismo prerrequisitos para la aparición de enfermedades epidémicas entre humanos y
  5. Por tanto, las sociedades agrícolas y ganaderas transportarían gérmenes más letales que los cazadores-recolectores o los pueblos que solo cultiven plantas.

Pero Diamond no está satisfecho con simplemente haber descubierto ciertos factores que han sido frecuentemente influyentes en el pasado de la humanidad. En su lugar, intenta transformar toda la disciplina de la historia en una ciencia natural que descubre explicaciones nomológico-deductivas,[2] que determina las “causas últimas” de los acontecimientos históricos, en lugar de las “causas próximas”, como las acciones de la gente o las ideas que tenían. Al adoptar ese grandioso proyecto, Diamond transforma lo que habría sido una esclarecedora y sólida exploración de algunos patrones históricos comunes en un intento lleno de defectos de reformar una materia que realmente no entiende.

Por ejemplo, en su intento de retorcer el curso de los acontecimientos reales dentro de su esquema conceptual y demostrar así sus “leyes”, Diamond pone a menudo tiene que poner una buena cantidad de parcialidad en los episodios históricos. Al tratar de explicar por qué los vikingos no colonizaron con éxito el Nuevo Mundo, mientras que los españoles y europeos que les siguieron sí lo hicieron, escribe “España, al contrario que Noruega, era suficientemente rica y populosa como para soportar la exploración y subvencionar las colonias” (p. 373). Pero esta declaración simplemente elimina el hecho de que Noruega sí exploró con éxito el Atlántico norte y colonizó con éxito las Islas Feroe e Islandia. Si Diamond tuviera razón en transformar la historia en una ciencia nomológico-deductiva, tendría que proceder a formular una ley cuantitativa  que indicara lo lejos que puede sobrevivir una colonia del país nodriza, dada cierta cantidad de riqueza y cierto número de resientes en el colonizador. Sin embargo indicar simplemente ese requisito es mostrar el intento colocar la historia humana en un marco deductivista como el absurdo que es.

Otro ejemplo de forzar los hechos para ajustarse a la teoría es la “ley de la historia” de Diamond que afirma que las sociedades agrícolas inevitablemente dominarán a sus vecinos no agrícolas. Ignora la multitud de ejemplos en que granjeros asentados fueron conquistados por jinetes nómadas: la conquista hitita de antiguo Oriente Medio, (posiblemente) la invasión de Grecia por los dorios, los sucesivos movimientos de los pueblos celtas y germanos en toda Europa, la migración aria en la India, la conquista turca de buena parte del mundo musulmán que empezó en el siglo XI y las enormes conquistas mongoles de los siglos XIII y XIV.

De hecho estos ejemplos llevaron tanto al teórico político Albert Jay Nock como al economista Murray Rothbard a sugerir un patrón histórico típico prácticamente opuesto al de Diamond. Su hipótesis era que el estado aparece cuando algunos pueblos nómadas que han estado continuamente atacando a una sociedad cercana de pacíficos granjeros durante un largo periodo, se dan cuenta de que es más rentable establecerse en la comunidad agrícola como gobernantes, lo que les permitía atacar continuamente a la población productiva en forma de impuestos. (ver Nock, 1935, y Rothbard, 1978).

No quiero entrar aquí en discusiones respecto de cómo se creó el estado o si el patrón apuntado por Diamond es más o menos común que el detectado por Nock y Rothbard. No sostengo que esos contraejemplos hagan que no tengan sentido las observaciones de Diamond, ni mucho menos que demuestren una “ley de la historia” como que “los jinetes nómadas siempre derrotarán a los granjeros establecidos”. Pero demuestran que la complejidad de la historia desafía a los intentos de deducir leyes universales de sus patrones complejos. Solo “eligiendo uno a uno” sus ejemplos puede Diamond defender su afirmación de que ha encontrado “causas últimas” en la historia.

Diamond también pasa por alto la divergencia entre su hipótesis de que un liderazgo en la producción de alimento y por consiguiente en otras tecnologías es la “causa última” de la dominación de una civilización sobre otra y el incómodo hecho de que la primera región en desarrollar la agricultura, la cría de animales y la escritura fue el Creciente Fértil, ubicado aproximadamente en lo que hoy son Iraq, Siria y Turquía. Ninguno de esos países son poderes dominantes en la escena geopolítica mundial. Intenta explicar esta anomalía apuntando a la degradación medioambiental de la ecología relativamente frágil del Cercano Oriente  debido a l extensiva explotación humana de los recursos naturales del área, como la casi completa deforestación de la región que se produjo cuando sus residentes cortaron los árboles para leña y despejar terreno para uso agrícola. Declara que, como consecuencia, “con la conquista griega de todas las sociedades avanzadas del este de Grecia a la India bajo Alejandro Magno a finales del siglo IV a de C., el poder hizo finalmente su primer cambio irrevocablemente hacia el oeste” (p. 410). Diamond no consigue explicar exactamente cómo, si este cambio de poder era “irrevocable” y era un resultado inevitable del daño humano a la ecología del Cercano Oriente, el poder, así como la vanguardia de la sabiduría, volvieron al Cercano Oriente durante los primeros seis o siete siglos tras la caída de Roma.

Después de todo, si el triunfo de Alejandro era simplemente una “causa próxima” del menguante dominio de la cultura del suroeste asiático, mientras que la “causa última” era medioambiental, entonces debería haber sido imposible que la región recuperara nunca su antigua gloria. Sin embargo muchos siglos después de que el “poder” s trasladara “irrevocablemente hacia el oeste”, el territorio gobernado por el califato musulmán excedía al de los mayores imperios del antiguo Cercano Oriente quizá geométricamente. Tampoco es evidente que el triunfo de Alejandro sobre el Imperio Persa tuviera nada que ver con el estado ecológico de las cosas en el Cercano Oriente – parece, por relatos verdaderamente históricos, haberse debido principalmente a la brillantez y tenacidad de Alejandro como general. (Ver Green, 1992, para más sobre este punto). Y parecería ridículo argumentar que la “causa última” de las conquistas de Alejandro fuer a alguna ventaja medioambiental que tenían los macedonios, un pueblo del mundo griego que se desarrolló tarde y era pobre en recursos.

Diamond no entiende el verdadero carácter de la historia

Creo que el deseo de Diamond de transformar la práctica de la historia deriva principalmente del hecho de que no entiende si la naturaleza del material que el historiador utiliza en sus investigaciones no de cuál es la tarea del historiador en relación con ese material. Diamond ha vuelto a la visión de la historia que sostenía los positivistas del siglo XIX, que creían que se presentaba al historiador una serie de “hechos históricos” y que su trabajo era descubrir las “leyes” o “fuerzas históricas” que explicaban esos hechos.

Por ejemplo, Diamond declara que como “todo el mundo moderno se ha moldeado por resultados desiguales [en luchas de diferentes culturas] (…) debe haber explicaciones inexorables, unas más básicas que meros detalles respecto de quién resultó vencedor de alguna batalla o desarrolló alguna invención en un momento hace unos pocos miles de años (p. 25). Aún así, ni refuta la idea de que la circunstancia histórica pueda ofrecer explicaciones adecuadas a este respecto, ni defiende su insistencia en las “explicaciones inexorables” del pasado humano.

Ahora, a pesar del reciente énfasis en la filosofía de la ciencia sobre cómo todos los hechos están “cargados de teoría”, hay un sentido en el que es cierto que el naturalista sí tiene lo hechos a explicar presentados como un punto de partida dado para sus investigaciones. Cierto polvo de estrellas produce un cierto patrón espectral. Puede haber desacuerdo en lo que significa el patrón o incluso en si es significativo, pero ahí está. Si algún astrónomo duda de su existencia, puede recrear por sí mismo el patrón. El componente A y el componente B producen una cierta cantidad de calor cuando se combinan. El químico escéptico del hecho informado puede combinarlos él mismo y hacer sus propias mediciones.

Pero no se da hechos similares al historiador. En su lugar dispone de ciertos artefactos que han sobrevivido al presente y que considera señales de acontecimientos pasados que no están presentes ante él, acontecimientos que nunca será posible recrear. Tampoco pueden tomarse tal cual las piezas sobrevivientes de las evidencias de hechos pasados. Un texto que pretende describir una batalla puede haber sido compuesto para glorificar al vencedor o excusar al perdedor. Unas memorias de un político pueden haberse escrito con vistas a hacerle bueno ante las generaciones futuras. La inscripción en una estatua puede haber sido reescrita a instancias de un gobernante celoso de lo logros de su ilustre predecesor. Al historiador siempre se le presenta una serie de evidencias inicialmente ambiguas y a menudo en sí mismas mutuamente contradictorias, basándose en las cuales intenta determinar cuáles fueron realmente los hechos. Los “hechos de la historia” no son el punto de partida de su investigación, sino más bien su producto final. Como apunta Collingwood, “El hecho de que en el siglo II las legiones empezaran a reclutarse completamente fuera de Italia no se aprecia de inmediato. Se llega por inferencia mediante un proceso de interpretación de datos de acuerdo con un complicado sistema de reglas y suposiciones” (1946, p. 133).

Denigrar la investigación histórica porque no reproduce a las ciencias naturales en intentar descubrir leyes universales es declarar que no tiene ningún valor simplemente determinar qué paso realmente en el pasado de la humanidad. Dejando aparte, de momento, la cuestión de si es al menos viable formular “leyes de la historia”, algo de lo que nos ocuparemos más adelante, sostengo que el trabajo de descubrir el pasado histórico merece la pena por sí mismo, incluso si hubiera otra disciplina que pudiera descubrir leyes históricas. Aprender lo que ocurrió realmente en el pasado es entender cómo llegamos a estar donde estamos hoy. El conocimiento obtenido a través de la investigación histórica nos permite ver cómo la multitud de decisiones y acciones de nuestros predecesores , la ideas que mantuvieron, los ideales a los que aspiraron, los dioses a los que adoraron y los demonios a los que temieron, todos combinados crearon el mundo en el que hoy nos encontramos.

Al no tener una compresión de en qué consiste la verdadera investigación histórica, Diamond acaba haciendo historia de “tijeras y pegamento”. Su aproximación le falla al menos en el ejemplo que explica con el que estoy más familiarizado: la historia de teclado QWERTY. Indica: “las pruebas realizadas en 1932 con un teclado organizado eficientemente demostraban que nos permitirían doblar nuestra velocidad de tecleo y reducir el esfuerzo de tecleo en un 95%” (p. 248). Si eso fuera realmente verdad, entonces resulta asombroso el hecho de que ninguna compañía que empleara a un gran número mecanógrafos y quisiera doblar su productividad haciendo al mismo tiempo sus trabajos muchos más sencillos (¡sin duda una acción rentable!) eligiera romper con las convenciones y cambiarse a esta eficiente disposición del teclado.

Pero podemos contener nuestro asombro. Resulta que el estudio que cita Diamond tiene importantes defectos, no mostrando ninguna evidencia de usar un grupo de control genuino o una muestra aleatoria para elegir a los participantes. Además, fue realizado nada menos que por August Dvorak, el inventor del teclado supuestamente más eficiente, quien, teniendo la patente de su diseño, tiene un enorme interés financiero en probar la superioridad de su modelo. Posteriormente, estudios independientes no confirmaron las descabelladas afirmaciones de Dvorak. (Ver Liebowitz and Margolis, 1996, o mi resumen de sus conclusiones).

También Diamond emplea cada cierto tiempo la hace tiempo desacreditada idea de que hay una división significativa entre la “historia humana” y un tiempo anterior, antes de la invención de la escritura, llamada “prehistoria”. Por el contrario, como dice Collingwood:

Un consecuencia del error con respecto la historia como un preparado contenido en sus fuentes es la distinción entre historia y prehistoria. Desde el punto de vista de este distinción, la historia es coincidente con las fuentes escritas y la prehistoria con la falta de dichas fuentes, Se piensa que una narrativa razonablemente completa y apropiada solo puede construirse donde poseemos documentos escritos con los que construirla y que donde no tenemos ninguno solo podemos juntar un vago ensamblaje de suposiciones vagas y poco fundamentadas. Esto es completamente falso: las fuentes escritas no tienen ese monopolio de la confianza o informatividad aquí implícita y hay muy pocos tipos de problemas que no puedan resolverse con la fuerza de las evidencias no escritas. (1946, p. 372).

Diamond abre su libro con una pregunta que le hizo Yali, un nativo de Nueva Guinea que conoció el autor cuando realizaba investigaciones biológicas en el isla: ¿Por qué los europeos tienen muchas más “cosas” que la gente de Nueva Guinea? Se lamente de que la mayoría de los historiadores profesionales “ya ni siquiera se hacen la pregunta” (p. 15). No parece que se le haya ocurrido que la razón para ello podría ser que no es una pregunta histórica. Si la historia consiste en mostrar cómo la ocurrencia de un acontecimiento único en el pasado se hace inteligible por las circunstancias particulares que lo originaron, entonces es categóricamente incapaz de ocuparse de preguntas como “¿Por qué los europeos son por lo general más ricos que la gente de Nueva Guinea?” Como dice Oakeshott:

“La supuesta tarea es discernir el “verdadero” carácter [de un acontecimiento histórico] llegando a entenderlo como un ejemplo de la operación de una “ley de la historia” o una “ley del cambio histórico”. Con el fin de realizar esta tarea [el historiador] debe equiparse con dicha “ley” o “leyes”. Y se le dice que haga esto en un proceso de examinar (y tal vez comparar) un serie de dichas ocurrencias y situaciones y llegar a percibirlas como estructuras compuestas de regularidades. Pero esto es asimismo claramente un error: no podría llegarse a esa conclusión a partir de un procedimiento así. Lo que necesita este “historiador” y debe entender por sí mismo es una colección de conceptos abstractos relacionados sistemáticamente (…) en términos de los cuales formular “leyes”. No necesitamos averiguar cómo puede llevar a cabo esta empresa (…) Pero lo que es cierto es que no pueden ser leyes de la “historia” o del “cambio histórico” porque no se relacionan ni pueden relacionarse con las situaciones circunstancialmente reportadas que pretende explicar, sino solo con situaciones modelo abstraídas de ellas en términos de estas “leyes”. En resumen, la distinción entre dicha situación modelo (explicada en términos de regularidades) y una situación reportada circunstancialmente no es una diferencia entre verdad y error, es una distinción categórica irresoluble. (1983, pp. 81-82).

Mises apunta en la misma línea: “La noción de una ley del cambio histórico es contradictoria. La historia es una secuencia de fenómenos que se caracterizan por su singularidad. Aquellas características que tiene en común un acontecimiento con otros no son históricas” (1957, p. 212).

Diamond no comprende la naturaleza de la investigación histórica, haciendo que su intento de reemplazar lo que no ha podido entender con su propia rama de “historia científica” algo completamente equivocado. Sin embargo creo que ha descrito muy útilmente una serie de patrones comunes en los asuntos humanos. El economista Tony Lawson califica a dichos patrones como “semi-regs”, con lo que quiere significar “una regularidad parcial en los acontecimientos que prima facie indica la actualización ocasional, pero en modo alguno universal, de un mecanismo o tendencia, sobre una región definida del espacio-tiempo” (1997, p. 204).

Pero Diamond no aprecia la naturaleza contingente de todas esas irregularidades en el mundo social. Como apunta Lawson:

en el ámbito social, de hecho, normalmente habrá potencialmente un gran número de factores compensadores [para cualquier causa concreta] actuando a la vez o esporádicamente en el tiempo, y posiblemente cada uno con una fuerza variable (…) [Y] los mecanismo o procesos que se identifiquen probablemente sean ellos mismos inestables en cierto grado en el tiempo y el espacio. (…) De hecho, dado el hecho de la dependencia de los mecanismos sociales de la acción humana inherentemente transformativa, en la que los seres humanos eligen sus cursos de acción (y por tanto podrían siempre haber actuado de otra manera), la constancia estricta parece una eventualidad bastante improbable” (1997, pp. 218-219).

Una de las principales motivaciones de Diamond para escribir el libro que estamos criticando parece haber sido desacreditar las explicaciones racistas del curso de la historia. Sin embargo, si hubiera comprendido el verdadero carácter de la explicación histórica, habría visto que está peleándose con una quimera. La raza no puede sustituir a una comprensión histórica genuina mas de que puede la geografía. Cómo podría explicar las particularidades concreta de la historia cuando el pasado nos presenta alemanes tan diferentes como Johann Goethe y Adolf Hitler, judíos tan distintos como Karl Marx y Ludwig von Mises, irlandeses tan distantes como James Joyce y Gerry Adams, cinos tan divergentes como Lao-Tsé y Mao-Tse-Tung, negros como George Washington Carver e Idi Amin y así sucesivamente.

Conclusión

Mises calificaba al tipo de historia que propone Diamond como “medioambientalismo” Decía de él: “La verdad que contiene el medioambientalismo es el reconocimiento de que cada individuo vive en una época definida en un espacio geográfico definido y actúa bajo las condiciones determinadas por su entorno”. Pero continúa señalando el defecto propio de todos los intentos de considerar al medio ambiente como la “causa última” de los acontecimientos históricos: “El entorno determina la situación, pero no la respuesta. Para la misma situación son concebibles y viables distintos modos de reaccionar. Lo que elija uno de los actores depende de su individualidad” (1957, p. 326).

Creo que Diamond ha descubierto algunas “semirregularidades” interesantes en el pasado humano. Pero no se ha dado cuenta de que, bastante aparte de la búsqueda de dichas semirregularidades, hay una disciplina distinta y bastante legítima llamada historia que se preocupa del descubrimiento de los antecedentes concretos de algunos hechos únicos que explican su ocurrencia, basándose en el análisis crítico de restos del pasado que han sobrevivido al presente del historiador.

Como mencioné en la introducción, el error de Diamond no es simplemente problema de los eruditos. La visión de que “enormes fuerzas impersonales” determinan en buena parte el curso de la historia, ya se consideren a tales como “las condiciones materiales de producción”, como en el marxismo, o circunstancias geográficas, como en Diamond, sugiere naturalmente que los individuos poco pueden hacer que afecta a su propio futuro. Como consecuencia lógica, con el fin de mejorar las vidas de quienes han recibido malas cartas de estas fuerzas, parece necesario contrarrestarlas con otra enorme fuerza impersonal, es decir, el Estado. Se recomiendan enormes programas internacionales que pretenden corregir los resultados arbitrarios producidos por las fuerzas históricas. Los casos de países prosperando con pocas ventajas geográficas, pero con economías relativamente libres, como Japón, y los de aquellas naciones bendecidas con recursos naturales, pero gobernadas por gobiernos fuertemente intervencionistas, por ejemplo, Brasil o Nigeria, quedándose atrás, son fácilmente rechazados como anomalías por los convencidos de que la acción humana desempeña un papel insignificante en la historia.

Aunque el libro de Diamond está lleno de ideas valiosas, no es, como le gustaría creer, el primer paso hacia una reforma de la historia siguiendo líneas más “científicas”, sino solo otro punto de vista interesante desde el que contemplar el pasado de la humanidad. Además, las implicaciones políticas de su extralimitación son un peligro tanto para el bienestar como para la libertad humana.

Referencias

Collingwood, R.G. (1946) The Idea of History, Oxford, Inglaterra: Oxford University Press.

Diamond, J. (1998) Guns, Germs and Steel: A Short History of Everybody for the Last 13,000 Years, Londres: Vintage. [Publicado en España como Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años, (Barcelona: Debate, 2004)].

Green, P. (1992) Alexander of Macedon 356-323 B.C.: A Historical Biography, Berkely, Los Angeles, Oxford: University of California Press.

Lawson, T. (1997) Economics and Reality, Londres y Nueva York: Routledge.

Liebowitz, S. y S.E. Margolis (1996) “Typing Errors?” Reason Magazine, Número de junio.

Mises, L. von (1957) Theory and History, Auburn, Alabama: Ludwig von Mises Institute. [Publicado en España como Teoría e Historia (Madrid: Unión Editorial, 2004)].

Nock, A.J. (1935) Our Enemy the State.

Oakeshott, M. ([1933] 1985) Experience and Its Modes, Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press.

— (1983) On History, Oxford, Inglaterra: Basil Blackwell Publisher Limited.

Rothbard, M. (1978) For a New Liberty: The Libertarian Manifesto.

 

 

Gene Callahan es investigador adjunto en el Instituto Ludwig von Mises y autor de Economics for Real People. Visite su sitio web.



[1] Diamond prefiere considerar a Europa y Asia, incluyendo en norte de África, como una sola gran región, una opción que parece bastante razonable cando consideramos un mapa del mundo así como las largas y significativas conexiones culturales entre las cultures europeas, asiáticas y norteafricanas.

[2] El modelo nomológico-deductivo de la ciencia afirma que una explicación genuinamente científica de un acontecimiento consiste en deducir el acaecimiento de un acontecimiento a partir de una serie de leyes y condiciones iniciales empíricas. También se le llama modelo de cobertura legal.

Published Thu, Apr 14 2011 6:23 PM by euribe