La “vieja dama” no tiene ni idea

Por Patrick Barron. (Publicado el 27 de abril de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5168.

 

Recientemente tuve la suerte de pasarme un día entero en Londres, probablemente mi cuidad favorita en todo el mundo. Bueno, tuve un día entero después de cumplir con los encaros de té de mi familia en Fortnum and Mason, además de comprar tazas y platos aprobados por William y Kate como recuerdo “oficial” de su próxima boda real. Así que ¿qué haría un economista estadounidense para rellenar el resto del día excepto darse una vuelta por el Banco de Inglaterra, también conocido como “la vieja dama de Threadneedle Street”.

Por desgracia no hay una visita guiada del propio banco, pero me dirigí al museo oficial del banco a la vuelta de la esquina. Después de emplear dos horas deliciosas e informativas allí, creo que una visita al propio edificio habría sido mucho menos interesante. Después de todo, es solo una mezcla de ladrillos y mortero, mientras que el museo es una explicación intelectual de la historia del banco y su papel en la historia inglesa y mundial. ¡Y menuda historia!

Primero, la buena noticia: la admisión al museo es gratuita, no se cobra ni siquiera por la audioguía que debes realmente usar para entender la fascinante historia del banco y especialmente cómo se ve a sí mismo. El museo está dispuesto de forma que casi la mitad consiste en interesantes exposiciones de objetos físicos, como planos de construcción, viejos billetes, viejos registros de fundadores, etc. y la otra mitad presenta una historia de la operación del banco y su papel en la vida inglesa.

A veces las dos partes se superponen. Por ejemplo, tras una vitrina había una reproducción de una cesta de alimentos de 1958. La cesta incluía dos grandes barras redondas de pan si cortar, una libra de beicon, una docena de huevos, una libra de mantequilla y un cuarto de leche. La cesta costaba poca más de doce chelines (aproximadamente 6 décimos de una libra) en 1958. Hoy una libra cuesta aproximadamente 1,61$, así que esta cesta bastante grande de sanos productos ingleses costaba alrededor de un dólar en 1958.

Podía ver que estábamos a punto de llegar al meollo de la cuestión, por decirlo así, así que examiné la misión del banco. Un panfleto titulado “Tu dinero: Lo que hace el banco” dice que los tres objetivos principales del banco son “billetes fiables, sistema financiero estable y baja inflación”. No hace falta decir que el banco ha fracasado miserablemente en los tres, como admite de muchas formas al relatar su propia historia.

El banco se vio forzado a suspender la redención en especie varias veces a través de su larga historia debido a su emisión fraudulenta (¡esto lo digo yo, no el banco!) de certificados en papel en exceso de sus existencias de oro. Cada una de estas suspensiones se explica como algo muy natural, como si un meteorito hubiera impactado en el banco, destruyendo su capacidad de redimir billetes en oro.

El Banco de Inglaterra financia las guerras de la Corona

La mayoría de estas suspensiones de redención en metálico se produjeron inmediatamente después de guerras, ilustrando la relación sedienta de sangre entre la corona y el banco. Es una relación simbiótica. La corona otorga al banco el monopolio de la producción de dinero, lo que significa que sus accionistas y funcionarios tienen la capacidad se quedarse con las cargas de señoreaje en exceso; este monopolio asimismo inmuniza al banco ante la ley mercantil al permitirle suspender la redención en metálico sin entregar sus activos a sus acreedores.

A cambio, el banco monetiza las deudas de la corona, permitiéndole confiscar más recursos de los que permitirían sus ciudadanos si la corona se viera obligada a imponerles impuestos directamente o pedirlos prestados honradamente en los mercados del crédito. En ese caso los ciudadanos podrían cuestionar la sensatez de las aventuras militares de la corona, obligándola a buscar soluciones más pacíficas y, por supuesto, menos costosas para sus aventuras internacionales.

La inflación simplemente se produce

La explicación del museo de la inflación (es decir, de los precios más altos) era muy divertida. Una miniexplicación grabada y un video pretendían explicar este misterioso fenómeno (misterioso para la vieja dama de Threadneedle Street, en todo caso). ¡Estaba muy nervioso! Sabía que iba a escuchar o bien una explicación autocrítica o, más probablemente, alguna tontería.

¡Ganó la tontería, sin duda! Mostrando vídeos de la vida hace unos cien años y contrastándolos con vídeos del moderno y agitado Londres actual, la lección del audio afirmaba que la demanda moderna de comodidades y el creciente coste de los bienes importados fueron la dos “causas” principales de la inflación. El mensaje explícito es que si queremos las comodidades de la vida moderna, entonces todo va a costar más. No hay nada que la vieja dama pueda hacer, ¿no lo ven?

Esta explicación completamente no austriaca, aunque típica, ignora el hecho de que todos los precios en general no pueden aumentar salvo que la cantidad de dinero aumente o disminuya la oferta de bienes. Los vídeos dejan claro que los británicos de los tiempos modernos viven tiempos maravillosamente más prósperos que sus ancestros, que gobernaban dos quintos de la superficie mundial hace unos cientos de años. Así que la explicación de la escasez de bienes de la inflación no se sostiene.

¿Qué pasa con los costes más altos de algunos bienes importados? Después de todo, Gran Bretaña es una nación comercial, dependiente de sus importaciones para el pan de cada día (por esa razón Churchill afirmaba que la Batalla del Atlántico fue la más crucial para la supervivencia de Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial). Pero este argumento es circular: lleva a la pregunta de por qué las importaciones cuestan más. En realidad el que un producto concreto de la vida moderna sea importado o no, no supone ninguna diferencia económica. Las fronteras políticas no se relacionan con la ley económica.

En una economía de moneda fuerte (es decir, en una en que la oferta monetaria se mantenga estable) un aumento en el precio de cualquier bien o servicio debe causar una disminución correspondiente en el precio otro(s) bien(es) o servicio(s). Las finanzas de una nación no son distintas de las de una familia. Digamos que el precio de algún bien esencial como la gasolina (¡ejem!) sube. La mayoría de nosotros encontraríamos difícil, al menos a corto plazo, recortar nuestra compra de gasolina lo suficiente como para no gastar más dólares en total en este bien respecto de antes de que subiera el precio.

A largo plazo, podemos ajustarnos conduciendo menos (lo que significa que el automóvil no es tan cómodo como lo era antes de que subiera el precio) o podemos tomar una decisión más drástica, como compartir el coche, andar a la parada del autobús, comprar un coche que gaste menos combustible, etc. Pero a corto plazo debemos recortar la compra de alguna otra cosa.

Esa “otra cosa” es el bien o servicio que caiga en la parte más baja de nuestra escala de utilidad personal. Para la mayoría, esto significa que podemos ahorrar menos hasta que ajustemos nuestro estilo de vida a una gasolina con un precio mayor. Luego podemos aplazar la fecha en la que comprar algún bien grande y caro o podemos dejar de hacer esta compra. Es el coste para la sociedad “que no se ve” de Frédéric Bastiat. Podemos ver más gente en el autobús o andando al trabajo, pero no podemos ver la vacación que no se tomaron o el nuevo comedor que ya no pueden permitirse.

Pero el Banco de Inglaterra no tiene ni idea. Los precios altos son solo parte de la vida moderna: si queremos más “cosas” (especialmente “cosas” fabricadas en el extranjero) tenemos que aceptar un nivel de precios más alto. No echemos la culpa a la vieja dama. ¿Qué puede hacer? Sin duda no esperaremos que una institución que puede fabricar dinero de la nada se comporte de otra manera, ¿verdad?

 

 

Patrick Barron es consultor privado en el sector bancario. Enseña en la Escuela de Grado de Banca en la Universidad de Wisconsin en Madison y economía austriaca en la Universidad de Iowa, en Iowa City, donde vive con su mujer de 40 años.

Published Wed, Apr 27 2011 6:53 PM by euribe