Por Jeffrey A. Tucker. (Publicado el 29 de agosto de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5592.
La vida discurre normalmente y de
repente, de la nada y sin previo aviso, te encuentras en el pasado, reducido al
nivel de una cazador-recolector, incapaz de disfrutar de las comodidades de la
civilización que por otro lado das por descontadas. En todo caso, es como te
sientes cuando la nevera deja repentinamente de funcionar.
Aquí tenemos una cosa que no era ni
siquiera un electrodoméstico común como lo conocemos hasta la década de 1950,
una cosa que solía llamarse la “fresquera” en los primeros años del siglo XX
que utilizaba como energía nada más que un bloque de hielo y ahora es esencial
para el modo en que vivimos tanto como los desagües interiores e Internet.
Miren todos los desperdicios una
vez que se produce el desastre. No hay huevos. No hay leche. La verdura se
marchita y muere. Las mermeladas y jaleas y condimentos ya no son de este
mundo. La carne debe ser devorada y también el pescado y el pollo. El pan
fresco elaborado sin conservantes está en estado terminal. La crema agria
estará pronto verde, la mayonesa se convertirá en veneno y la cerveza es
repentinamente imbebible. Ni siquiera el queso puede durar una semana.
¿Qué comer entonces? Bueno, hay
patatas, arroz, cuscús, pasta y otros productos secos, pero el hombre no puede
vivir solo de fécula. Los fideos
ramen tienen un historial brillante, pero solo los jóvenes quieren una
dieta constante de éstos.
Hay algunos productos enlatados, y
gracias a Dios por ellos. En su forma moderna, los productos enlatados se
inventaron en la década de 1880. Todo el proceso de enlatar en botes se remonta
al gran trabajo de confitero y cocinero francés Nicolás Appert, que
perfeccionó el proceso en 1810. Es esto lo que expandió radicalmente el rango
de la dieta humana en el siglo XIX, mucho antes de que apareciera la nevera.
El enlatado tiene una bonita
historia que está relacionada con el mercado capitalista que acaba
distribuyendo todas las cosas buenas a toda la humanidad, pero casi ninguno
estamos preparados para revivirla sin previo aviso.
La pregunta más enigmática es la
que reconcome a mucha gente estos días: ¿por qué nuestros electrodomésticos
duran hoy tan poco tiempo? Las neveras de mis padres duraban décadas y era
difícil hacer que dejaran de funcionar. ¡Esta nevera que acaba de estropearse
ha durado cuatro años! ¿Qué pasa con esto?
Bueno, consideremos los precios en
términos reales. Era posible en 1922 comprar una nevera por 714$, que es
aproximadamente lo que pagué por la mía. En términos reales, hoy serían 9.061$.
Podrías comprar con eso un modelo de gama increíblemente altísima. En 1980, la
nevera típica costaba alrededor de 500$, que hoy son 1.389$. Hoy puedes comprar
una nevera de gama alta por ese precio. Un modelo de gama altísima cuesta hoy
2.500$, que son 595$ de 1975, el precio de un modelo ligeramente mejor que el
medio.
Así que en general los precios han
caído. Hoy podemos comprar uno por 400$, si queremos, que serían solo 95$ en
1975. Esa opción simplemente no existía en aquel entonces. Con el tiempo, con
el desarrollo económico, el mercado ha creado lo que llamamos la gama baja.
Así que uno podría decir que si
hubiera gastado lo que gastaron mis padres, habría adquirido una nevera que me
habría durado 20 años o más. No lo hice. Por el contrario, elegí precio por
encima de calidad. ¿Por qué podrían elegir los consumidores productos menos
duraderos por encima de productos más duraderos? Cambios más que antes.
Queremos cosas estupendas en nuestra máquina, como dispensadores de agua y
hielo y valoramos estas cosas por encima de la durabilidad.
Podríamos incluso preferir gastar
menos y cambiar nuestros electrodomésticos más a menudo. Esto es indudablemente
cierto con las batidoras de mano. El modelo de mi madre, que compró cuando
estaba recién casada, sigue funcionando bien. Acabé comprando una nueva cada
unos pocos años. Pero mientras que la de mi madre fue una inversión seria, la
mía cuesta unos pocos dólares en Walmart.
Aún así, cuatro años es poco en mi
opinión. La mayoría de las neveras duran unos 12 años (lo que me parece
bastante menos de las hechas en la década de 1970). Idealmente, estaríamos
pagando menos por la misma o mejor durabilidad. Y eso genera una pregunta seria
acerca de las regulaciones del gobierno que obligan a que estas máquinas
funcionen cada vez más eficientemente.
Desde que se fundó la EPA en 1970,
ha entablado una guerra incansable contra las neveras. Prohibió los
clorofluocarbonos como refrigerantes por dudosas razones ecologistas. Reguló
cómo deshacerse de las máquinas viejas. Ha planificado centralizadamente cuánta
electricidad utilizan las neveras, de forma que hoy utilizan una cuarta parte
de la electricidad que empleaban hace 30 años.
Si el gobierno tiene éxito, todas
seguirán el ideal “Energy Star” y utilizarán un 40% menos de electricidad de la
que empleaban en 2001. Incluso de acuerdo con los propios datos del gobierno,
una máquina Energy Star ahorrará solo 71$ durante la vida media de 12 años de
una nevera. No parece un acuerdo que haga saltar de alegría a los consumidores
si significa perder funcionalidad o pagar un precio mucho mayor.
¡Y atentos! Lo que ha reemplazado
al CFC se conoce como tetrafluoretano. De la misma forma que los ecologistas
entablaron una campaña contra los CFC, ahora van contra el tetrafluoretano.
Está prohibido en los países de la Eurozona a partir de este año para todos los
coches nuevos. California cada vez lo restringe más. Mirando al futuro,
podríamos ver que los puritanos lo prohibirán también en las neveras.
¿Ha afectado a la calidad esta
fuerza regulatoria? Uno puede ver fácilmente como podría pasar esto. Si una
nevera solo puede utilizar tanta electricidad, tiene que asignarse a
características que gustan a los consumidores, como el no
frost y los cubitos de hielo en lugar de los componentes esenciales de la
máquina que hacen que la nevera haga lo que se supone que hace. ¿Recuerdan esas
fantásticas ráfagas de aire que salían de las neveras en los viejos tiempos?
Han desaparecido. Ahora parecen funcionar más como calculadoras solares y son
casi igual de silenciosas.
Si el mercado hubiera elegido esta
postura, no sería objetable. Pero las regulaciones públicas sobre el uso de la
energía distorsionan los equilibrios entre precio y calidad/durabilidad.
Ordenan cuáles deberían ser nuestros valores en lugar de permitirnos informar a
los fabricantes cuáles deberían ser.
Obama sostuvo que la regulación de
las neveras como ejemplo de cómo las regulaciones no tienen que comprometer la
calidad en el curso de hacer a nuestros productos más responsables socialmente.
Es dudoso. Si fuera posible usar menos energía y ahorrar en las facturas de los
consumidores sin aumentar el precio o reducir la calidad, ¿por qué no lo hacen
los mismos fabricantes? ¿Por qué hacer que se implique el gobierno con sus
campañas de intimidación, subvención y castigo?
La suposición de todas estas
regulaciones es inverosímil desde su raíz: la idea de que la empresa privada no
sirve al consumidor y no tiene incentivos para fabricar un producto que sea
mejor para la gente. Es sencillamente falso y la historia de las neveras lo
prueba.
El libre mercado es lo que nos hizo
posible mantener enormes cantidades de carne fresca, verduras, productos
lácteos y más cosas dentro de esta pequeña máquina en nuestros hogares que
también nos proporciona hielo y agua. Con todos los productos del mercado, uno
no la aprecia hasta que repentinamente se estropea. Y si el gobierno sigue adelante,
podríamos acabar encontrándonos viviendo de patatas, ramen y latas durante todo
el año.
Jeffrey Tucker es editor de Mises.org y autor de It's
a Jetsons World: Private Miracles and Public Crimes y Bourbon for Breakfast: Living Outside the Statist Quo