Por Hunter Lewis. (Publicado el 5
de septiembre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5616.
Un reciente artículo del conocido
economista keynesiano de Yale, Robert Schiller, comienza así:
Un (…) hecho (…) acerca de nuestra
situación económica actual (…) no puede negarse por más tiempo: nuestra
economía tiene una necesidad desesperada de estímulo público.
¿Ofrece el resto del artículo una
defensa del estímulo? No. Como la necesidad del estímulo es innegable, no hay
necesidad de defenderlo. Ninguna persona razonable estaría en desacuerdo.
¿Correcto?
No. Hay un problema. La gente
razonable sí está en desacuerdo, en un fuerte desacuerdo. Robert Barro, el
distinguido economista de Harvard, escribió un artículo casi al tiempo del de
Schiller explicando por qué no la lógica ni la evidencia apoyan los programas
públicos del estímulo. Barro está lejos de estar solo, tanto entre los
economistas como entre el público en general.
¿Realmente piensa Schiller que es
innegable porque él dice que es innegable? ¿Se supone sencillamente que
aceptamos esto como un acto de fe? ¿Somos unos bárbaros si no lo hacemos? ¿Es
Robert Barro un bárbaro?
Schiller no es el único keynesiano
que adopta esta postura. Ni Keynes ni ningún keynesiano posterior ha ofrecido
nunca un argumento bien desarrollado, no digamos una evidencia real, para
pensar que el estímulo funcionaría. Keynes dijo que por cada 1$ de estímulo,
obtendríamos hasta 12$ de crecimiento económico y como mínimo 3$. También dijo
que el estímulo se pagaría por los ingresos fiscales. Pero no se preocupó de
ofrecer ni la lógica ni la evidencia que apoyaran estas afirmaciones. Se
lanzaron como intuiciones, realmente nada más que “corazonadas” y han
permanecido como “corazonadas” desde entonces.
Los keynesianos como Schiller nos
solo dan por descontada la validez del estímulo: también son exasperantemente
vagos acerca de cómo implantarlo realmente. Cuando se la preguntó a principios
de 2009 cuánto estímulo se necesitaba, Schiller respondió: “debe hacerse a una
escala suficientemente grande”. De verdad que eso ayudó mucho. Cuando se le
preguntó durante cuánto tiempo se necesitaría, replicó “Por un largo tiempo en
el futuro” (Bloomberg, 16 de abril de
2009). No es en absoluto algo inusual. Cuando se le preguntó a Christina Romer,
destacada keynesiana y presidenta del consejo económico del presidente Obama,
durante cuando tiempo se necesitaría el estímulo, respondió en términos
igualmente vagos. Ni siquiera Paul Krugman ha precisado nada de esto.
En su artículo reciente, Schiller
continúa citando el argumento de Keynes de que las recesiones las causa un
derrumbamiento de la confianza y nada más. Este expone mal a Keynes. También
echa la culpa a los tipos de interés demasiado altos. Pero ese argumento es
difícil de corresponderse con tipos de interés por debajo de la tasa de
inflación, así que se ha abandonado convenientemente. Tampoco podemos asumir solo
que las recesiones sean un problema de confianza. El contraargumento es que las
recesiones reflejan desequilibrios en el sistema de precios y no ocuparse de
estos desequilibrios solo empeorará las cosas. Los defensores de esta opinión
sostienen que la impresión masiva de dinero, rebajar los tipos de interés por
debajo de la inflación, el gasto en estímulo y otras distorsiones del mercado
solo empeoran las cosas. De hecho estas intervenciones públicas masivas son las
que causan principalmente este seria recesión.
Schiller continúa sugiriendo que
los programas públicos de estímulo no tienen que realizarse con dinero
prestado. En su lugar, el gobierno puede subir los impuestos y gastar ese
dinero. Es un argumento curioso por varias razones. Primero, Schiller sabe bien
que todo estímulo tiene que pagarse en definitiva con impuestos, salvo que se
impague la deuda. Realmente solo sugiere que pongamos impuestos ahora en lugar
de luego, pero como es habitual no explica por qué es esto una mejora.
Tampoco apunta que Keynes no
sugirió ese programa. Keynes en varios pasajes advierte de los peligros de
gravar más a los empresarios cuando el desempleo es alto. Como habrán notado
correctamente los supply-siders,
no podemos suponer que aumentar los tipos impositivos en una recesión genere
realmente más ingresos por impuestos.
En un aspecto Schiller está
completamente de acuerdo con Keynes, Parece pensar que el gobierno invertirá
los supuestos nuevos ingresos fiscales más inteligentemente que empresas e
individuos. Keynes argumentó en 1932 que los funcionarios públicos, al
contrario que los empresarios con intereses propios, tendrán una “visión de
futuro” y mostrarán una “inteligencia colectiva”. Por desgracia no podemos
aceptar esta chispa de fantasía en 2011. El gobierno gasta para ser reelegido y
al hacerlo se ve altamente influido por los intereses especiales.
Este tipo de capitalismo
clientelista es precisamente el que nos ha metido en estos importantes problemas.
Más de esto es lo último que necesitamos. Antes de pedirnos que sigamos más en
esta dirección, Schiller debería de dejar de suponer y tomarse la molestia de
ofrecer algunos argumentos.
Hunter Lewis es cofundador de AgainstCronyCapitalism.org. Es ex
CEO de Cambridge Associates y autor de seis libros. Su libro más reciente es Where Keynes
Went Wrong. Ha trabajado en consejos y comités de 15 organizaciones sin
ánimo de lucro, incluyendo organizaciones medioambientales, de enseñanza, de
investigación y culturales, así como en el Banco Mundial.
Este artículo apareció
originalmente el 30 de agosto de 2011 en AgainstCronyCapitalism.org.