Por Isaac M. Morehouse. (Publicado el 7 de septiembre
de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5586.
A la
gente le gusta un entorno natural limpio, saludable y bello. El problema es que
no todos pueden permitírselo. Si estás perdido en el bosque al borde de morir
de hambre, es menos probable que veas una rana y digas: “Espero que esa especie
de rana sobreviva” que: “Me pregunto cuánta carne tiene esa rana”.
Si vives
en la miseria absoluta del tercer mundo, puedes querer un arroyo más limpio en
el pueblo, pero no puedes permitirte hacer nada mientras tus hijos estén mal
nutridos. Puedes querer un calentador de bajas emisiones para tu cabaña, pero
como no tienes ni dinero ni electricidad, de momento tendrás que arreglártelas
con el fuego. En un mundo de escasez, hay que buscar equilibrios. No puedes
permitirte gastar tiempo, energía y recursos en embellecer tu paisaje y
proteger “espacios verdes” si estás luchando contra el hambre y la enfermedad.
La
protección medioambiental es un bien de consumo. No solo eso, sino que está más
lejos en la jerarquía de las necesidades humanas que bienes como comida y
refugio que garantizan las supervivencia de tu familia. Si un bosque sufre un
incendio natural y saludable y un niño queda atrapado en él, no siquiera un
ecologista radical diría: “Dejémoslo quemarse: el bosque es mas importante que
la vida de mi hija”. Pocos estarían en desacuerdo en que esto es un orden
normal y necesario en las preferencias humanas.
Como
todos los bienes de consumo, no puedes comprar más protección medioambiental
hasta que la puedas pagar y no puedes pagarla sin crecimiento económico. El
crecimiento económico, no la legislación, es la clave para mejoras en la
calidad del medio ambiente. Hay una gran cantidad de mitos que sugieren que
aprobar leyes es la clave para una tierra sana. Igual que en el mito de que las
leyes acabaron con el trabajo infantil en Estados Unidos, se han invertido
causa y efecto. Trate de prohibir el trabajo infantil en el tercer mundo. No
solo morirá mucha gente, sino que la aplicación será casi imposible porque
mucha gente depende de ella para sobrevivir. Trate de tomar medidas contra la
contaminación en el tercer mundo y, de nuevo, habrá vidas en juego y su
aplicación no será realista. Solo cuando una gran mayoría de gente pueda
permitirse esas leyes y solo cuando sean suficientemente ricos como para gastar
tiempo pensando en el bienestar de otros o de la tierra se producirán esos
cambios.
Las
políticas que se añaden a la cola de tendencias que se están produciendo
naturalmente tienden habitualmente a llevarse el mérito del cambio. No nos
equivoquemos: es el crecimiento económico el que ha aumentado la conciencia
estadounidense acerca de la calidad del medio ambiente y los políticos en busca
de aprobación han saltado al vagón cuando les convenía hacerlo (es de cir,
cuando la mayoría de sus electores podía pagarlo).
El relato
anterior podría sugerir que mientras seas lo suficientemente rico como para
pagarlo, los esfuerzos del gobierno para proteger el medio ambiente están OK.
Esto es incorrecto por dos razones. La primera es que el proceso del propio
gobierno produce sistemáticamente favores a intereses especiales, búsqueda de
rentas, protecciones monopolísticas y todo tipo de otras políticas que
benefician los intereses de unos pocos a costa del resto. Los problemas de
información e incentivos en los cuerpos legislativos y burocráticos hacen que
fracasen constantemente en alcanzar sus propios fines declarados. (Ver la obra
de Mark Pennington para un excelente análisis sobre este tema, así como el
libro de Richard L. Stroup, Eco-nomics).
El
segundo problema de aprobar legislación medioambiental una vez puedes
permitírtelo es que mucha gente sigue sin poder hacerlo. Las medidas de
protección medioambiental (impuestos al petróleo, restricciones en el uso del
terreno, estándares de emisiones, subvenciones al etanol, etc.) afectan a más
gente que solo a los ricos que las defienden. Aumentan el precio de bienes de
primera necesidad (alimentos, agua, terrenos) en todo el globo. Los ricos
pueden soportar los precios más altos: de hecho, como hemos dicho, a muchos les
gustaría comprar una mejora medioambiental visible por unos pocos dólares en la
gasolinera. Los pobres no pueden. Muchos sufren y algunos mueren.
Los
ecologistas quieren proteger el entorno porque han llegado a un punto en su
jerarquía de necesidades en el que un bosque sano es el siguiente bien mejor
considerado. No hay ecologistas pobres. Esto es bueno hasta que intentan forzar
sus preferencias sobre otros mediante la legislación. En un mercado, los ricos
son libres de actuar de acuerdo con sus preferencias y comprar bienes que otros
no pueden pagar. También son libres de tratar de persuadir a la gente más pobre
de que deberían valorar más los bienes de lujo que los bienes básicos. ¿Pero
pueden imaginarse una ley que obligara a cada ciudadano a comprar un coche de
lujo? Si quienes valorasen la vista de carreteras llenas de coches bonitos
cabildearan para obligar a todos a conducir coches de lujo se consideraría una
absurda discriminación contra los pobres. ¿Por qué no se ve al activismo
ecológico de la misma manera?
(Merece
la pena mencionar que a algunos ecologistas les motiva menos una tierra limpia
por sí misma y más una obligación para las generaciones futuras. Esto no cambia
esencialmente la desliad de que la protección medioambiental es un bien de
consumo del que solo podemos ocuparnos después de atender necesidades más
básicas. ¿Quién considera la vida de las generaciones futuras más importante
que la vida de los niños que viven ahora mismo? No pensamos en las próximas
cinco generaciones hasta que la generación actual está suficientemente segura
como para pagarse el lujo).
Todos,
incluidos los ecologistas, tienen necesidades más básicas que un medio ambiente
prístino. No nos preocupa la tierra hasta que sea segura nuestra supervivencia.
Es un orden natural de necesidades. Aún así, los ecologistas, después de
cumplir con sus propias necesidades básicas, quieren obligar a los pobres a
invertir sus preferencias y poner a la tierra por delante de su propia
supervivencia. No creo que la mayoría de los ecologistas pretendan esto, pero
es la consecuencia inevitable de usar la fuerza del gobierno para aplicar
medidas proteccionistas. No es ni deseable ni eficaz a largo plazo.
Podemos
ser capaces de causar un gran daño a muchos de los pobres del mundo a cambio de
algún intento de mejora del medio ambiente por parte del gobierno
(probablemente generando un enriquecimiento de los intereses especiales), pero
a largo plazo es imposible convencer a la gente de someter su supervivencia a
las presuntas necesidades de su ecosistema. Lo verdaderamente prometedor para
la mejora medioambiental es el crecimiento económico. Hasta que la gente no sea
lo suficientemente rica como para considerar pagar el coste de un medio
ambiente más limpio, la lucha por forzar sus alternativas es inhumana y en
último término ineficaz.
Los
ecologistas deberían buscar la libertad que crea el crecimiento económico entre
los pobres de forma que puedan permitirse preocuparse por la tierra. Deberían
persuadir pacíficamente a quienes puede permitírselo, dar un valor superior al
medio ambiente en relación con otros bienes no esenciales. El crecimiento
económico y la persuasión, no la legislación, harán un mundo más verde.
Isaac Morehouse trabaja para el Institute for Humane
Studies donde ayuda a la búsqueda de colaboración para los programas del
instituto.