Por Llewellyn H. Rockwell Jr. (Publicado el 23 de diciembre
de 2005)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1990.
A Ludwig
von Mises no le gustaban las referencias al “milagro” del mercado o la “magia”
de la producción u otros términos que sugerían que los sistemas económicos
dependieran de alguna fuerza que estuviera más allá de la comprensión humana.
En su opinión, es mejor que lleguemos a una comprensión racional de por qué los
mercados son responsables de asombrosos niveles de productividad que pueden
soportar aumentos exponenciales en la población y niveles de vida cada vez más
altos.
No hubo
ningún milagro alemán tras la Segunda Guerra Mundial, solía decir: la gloriosa
recuperación fue el resultado de la lógica trabajando a través de las fuerzas
del mercado. Una vez que entendemos la relación entre derechos de propiedad,
precios de mercado, estructura temporal de la producción y división del
trabajo, el misterio se evapora y observamos a la ciencia de la acción humana
haciendo que ocurran grandes cosas.
Tiene
razón en que entender la economía no requiere fe, pero hay acciones tomadas por
los propios actores del mercado que requieren fe (y Mises no estaría en
desacuerdo con esto): una inmensa fe que mueve montañas y levanta
civilizaciones. Si aceptamos la interesante descripción de la fe de San Pablo
(“creer en lo que no vemos”) podemos entender el emprendimiento y la inversión
capitalista como actos de fe.
Todo el
que esté en los negocios entiende esto. Hacen falta miles de actos diarios de
ver el futuro que no vemos para estar en los negocios. La realidad del mercado
es que el público consumidor te puede hacer cerrar mañana. Todo lo que necesita
hacer es no acudir ni comprar.
Esto es
verdad para el negocio más pequeño como para el más grande. No hay certidumbre
en ningún negocio. Nada es seguro. Todo negocio en una economía de mercado esta
a solo un pequeño paso de la quiebra. Ningún negocio posee el poder de hacer
que la gente compre lo que no quiere. Todo éxito es potencialmente efímero.
El éxito
si rinde un beneficio, pero eso no da ninguna comodidad. Cada brizna de
beneficio que te llevas procede de lo que en otro caso podría ser una inversión
en el desarrollo del negocio. Pero ni siquiera esta inversión es segura. El
gran bombazo de hoy podría ser el tropezón de mañana. Lo que crees que es una
inversión sólida podría ser una locura a corto plazo. Lo que ves, basándote en
las ventas pasadas, como algo que podría atraer a las masas podría realmente
ser un segmento de mercado que se saturara rápidamente.
Los
emperadores pueden dormirse en sus laureles, pero los capitalistas nunca.
El
historial de ventas no ofrece más que una mirada hacia atrás. El futuro nunca
se ve con claridad sino solo a través de un cristal, oscuramente. El
rendimiento pasado no solo no es una garantía del éxito futuro: es ni más ni menos que una serie de datos
históricos que no pueden decirnos nada acerca del futuro. Si el futuro resulta
parecerse al pasado, las probabilidades siguen sin cambiar, no más que la
probabilidad de que en el próximo lanzamiento de moneda salga cara aumente
porque haya ocurrido antes cinco veces seguidas.
A pesar
de la completa ausencia de un mapa de carreteras, el emprendedor-inversor debe
actuar como si hubiera algún futuro en un mapa. Sigue teniendo que contratar
empleados y pagarles mucho antes de que los productos de su trabajo lleguen al
mercado e incluso más antes de que estos productos mercadeables se vendan y
conviertan en beneficio. El equipo debe comprarse, actualizarse, atenderse y
reemplazarse, lo que significa que el emprendedor debe pensar en los costes de
hoy y mañana y el día siguiente in
saecula saeculorum.
Especialmente
ahora, los costes pueden ser mareantes. Un vendedor debe considerar una
asombrosa cantidad de opciones respecto de proveedores y servicios web. Debe
haber medios de avisar al mundo de tu existencia y a pesar de un siglo de
intentos de emplear métodos científicos para descubrir qué mueve al consumidor,
la publicidad sigue siendo un arte, no una ciencia positiva. Pero también es un
arte muy caro. ¿Estás tirando dinero por el desagüe o realmente haciendo que se
envíe tu mensaje? No hay forma de saberlo por adelantado.
Lo malo
de todo esto es también que no causas verificables de éxito porque no hay forma
de controlar perfectamente todos los factores importantes. A veces, ni siquiera
los negocios de más éxito tienen idea de qué es, en concreto, lo que hace que
sus productos se vendan más comparados con la competencia. ¿Es el precio, la
calidad, el estatus, la geografía, la promoción, las asociaciones psicológicas
que hace la gente con el producto o qué?
Por
ejemplo, en la década de 1980, Coca Cola decidió cambiar su fórmula y
anunciarla como New Coke. El resultado fue una catástrofe pues los consumidores
la abandonaron, a pesar de que las pruebas de sabor decían que a la gente le gustaba
más la nueva que la vieja.
Si los
datos históricos son tan difíciles de interpretar, pensemos en lo mucho más
difícil que es discernir posibles resultados en el futuro. Podemos contratar
contables, agencias de mercadotecnia, magos de las finanzas y diseñadores. Son
todos técnicos, pero no existen los expertos fiables para superar la
incertidumbre. Una analogía podría ser un hombre en un cuarto oscuro que
contrate a gente para que le ayude a poner un pie delante de otro. Sus pasos
pueden ser continuos y seguros, pero ni él ni sus ayudantes pueden saber con
seguridad qué hay enfrente de él.
“Lo que
distingue al emprendedor de éxito de otra gente”, escribe Mises, “es
precisamente el hecho de que no permite que le guíe lo que fue y es, sino que
dispone de sus asuntos basándose en su opinión acerca del futuro. Ve el pasado
y el presente como otra gente, pero juzga el futuro de otra manera”.
Por esta
razón, no puede implantarse un hábito mental emprendedor mediante la formación o
la educación. Es algo que posee y cultiva un individuo. No hay comités
emprendedores, y mucho menos consejos planificadores emprendedores.
La
incapacidad de los gobiernos de dedicarse al acto de fe emprendedor es una de
las muchas razones por las que el socialismo no puede funcionar. Aunque un
burócrata pueda mirar la historia y afirmar que su agencia podría haber hecho
un coche, un muro de mampostería o un microchip, esa persona no sabe cómo
pueden tener lugar las innovaciones en el futuro. Su única guía es la
tecnología: puede especular acerca de qué podría funcionar mejor que los
actualmente disponibles. Pero eso no es el asunto económico: el asunto real se
refiere a cuáles son los mejores medios dados todos los usos alternativos de
recursos para satisfacer los deseos más urgentes de los consumidores a la luz
de una infinidad de posibles deseos.
Esto es imposible
para los gobiernos.
Hay miles
de razones por las que el emprendimiento nunca debería producirse pero solo una
buena para que lo haga: esos individuos tienen un juicio especulativo superior
y estás dispuestos a dar el salto de fe que se requiere para probar sus
especulaciones contra los hechos de un futuro incierto. Y aún así es este salto
de fe el que impulsa nuestros niveles de vida y mejora la vida de miles de
millones de personas. Nos rodea la fe. Las economías en crecimiento están
llenas de ella.
Mises me
perdonará: esto es un milagro.
Llewellyn H. Rockwell, Jr es Presidente del Instituto Ludwig
von Mises en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de The
Left, the Right, and the State.