Por Jeffrey A. Tucker. (Publicado el 14 de septiembre de
2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5650.
Michael S. Hart (8 de marzo de 1947
– 6 de septiembre de 2001) lo comprendía. Entendía. Veía lo que otros no. Y
estuvo casi solo en ese momento.
Después de que se le permitiera
acceder a una cuenta de Internet en la Universidad de Illinois ya en 1971, tuvo
una revelación alucinante. Se dio cuenta de que esta herramienta tenía el
potencial de universalizar todo el conocimiento. Podía liberar a las ideas de
su existencia estática en los medios físicos y ponerlas en una forma que
pudiera ser copiada, copiada, copiada y copiada hasta el infinito, no solo hoy
sino eternamente. Era el replicador de Star Trek. Asombroso.
¿Cómo es posible, se preguntaba,
que exista esta herramienta y se siga manteniendo en secreto, utilizada solo
para los propósitos más superficiales y solo por unos pocos?
Obtuvo una copia de la Declaración
de Independencia, la mecanografió y la publicó, a pesar de que se le advirtió
que no estaba permitido, que podía echar abajo el sistema, que sencillamente
era erróneo dejar que las ideas escaparan del pequeño grupo que las controlaba
y las ubicaba solo en cosas físicas.
Tonterías, dijo. Se dedicaría toda
su vida a la distribución universal todo lo que pudiera. Durante el resto de su
vida, acabó tecleando personalmente cientos de libros y distribuyéndolos.
Su medio se llamaba y se llama Proyecto Gutenberg, un nombre perfecto
para su plan y programa. Prácticamente solo, demostró que Internet era la
siguiente etapa. Toda la historia de la publicación tecnológica trataba sobre
llegar cada vez a más gente con conocimiento a costes cada vez menores. Ésta
fue la fuerza motora para publicar durante miles de años y la clave del
progreso.
Internet era la siguiente etapa,
incluso la última etapa, la culminación de los esfuerzos de todo escriba, todo
inventor, todo impresor, todo distribuidor, todo profesor, todo novelista,
poeta, intelectual, maestro, orador, investigador.
En 1995, el año en que el navegador
web se convirtió en parte de la vida y el año en que Internet empezó a adoptar
su aspecto actual, envió una llamada de clarín a todo el que la leyera:
Por primera vez en la historia de la
Tierra tenemos la capacidad para TODOS de obtener copias de TODO lo que pueda
digitalizarse y comunicarse a toda la gente de la Tierra a través de computadoras
[y los dispositivos que una persona podría necesitar para hacer una copia
FÍSICA en lugar de VIRTUAL de lo que sea] (…)
Piense por favor un momento en lo que
acaba de leer, TODO PARA TODOS (…)
Hart tuvo aquí una poderosa visión.
Entendió la magia y el significado del poder de la reproducibilidad infinita,
la importancia sísmica de lo que significa reducir los costes de replicación a
casi cero y hacerlo sin ninguna depreciación del propio contenido. La invención
de la imprenta fue un punto de inflexión de la historia: Internet contenía en
sí misma el poder de hacer el trabajo de millones de escribientes y millones de
imprentas a cada instante, para siempre y para todos. El conocimiento de una
persona podía llegar a 7 mil millones y esos 7 mil millones podían encontrarse
unos con otros.
Y así el Proyecto Gutenberg se
convirtió en su gran pasión, la forma en la que decidió dedicar toda su vida a
toda la humanidad. Empezó con texto plano, nada elegante. Pidió a la gente que
copiara estos textos y los publicara de cualquier forma posible. Hoy la empresa
ofrece 36.000 libros en línea gratis, en muchos formatos diferentes.
Fue pionero en nuevas formas de agrupar
a correctores de pruebas en origen. Inspiró a cientos de miles de voluntarios.
Anticipó el medio de los libros electrónicos con 40 años de adelanto, un medio
que solo este año se ha tomado en serio por parte de editores e instituciones.
Los escritos de Hart revelan un
hombre que estaba en constante estado de asombro ante todo lo que se encontraba
en el camino de su sueño. Se burlaba de instituciones como los derechos de
autor. Se mofaba de los billones que se gastaban en educación superior para
enseñar a pocos en un tiempo que poseemos los medios para escolarizar al mundo
entero. Pero hizo más que solo desdeñar lo que se interpusiera en su camino:
fue él mismo un ejemplo incansable de cómo actuar.
Los hijos institucionales de Hart
están hoy por todas partes: Google Books, Kindle, Nook, Audible, Creative
Commons, el proyecto OpenCourseWare del MIT, Khan Academy, Mises.org y miles de
otros sitios y no solo para libros electrónicos sino asimismo para pintura,
arquitectura, música, investigación médica y todos los demás campos del arte,
el comercio y la ciencia. La palabra “conocimiento” resume la experiencia humana;
Internet podría encarnar eso y anegar el mundo entero.
Cuando Gutenberg inventó su prensa,
a los consumidores les encantó. Un frenesí comprador recorrió el mundo
germanoparlante. ¡Salterios y biblias para todos! Pero los gremios de
fabricantes opusieron resistencia. Se quejaron de la creciente riqueza de
Gutenberg. Los escribanos temieron la pérdida de sus trabajos. Los críticos se
quejaron de cómo la gente se estaba obsesionando con leer en lugar de trabajar.
Hoy no es diferente, excepto en que
los gremios de productores y las preocupaciones culturales están aliadas con el
estado para detener la distribución universal del conocimiento. Muchos lamentan
el día en que el primer texto estuvo disponible a través de Internet y se
dedican a acabar con el frenesí global por descubrir y aprender. Nuestros
descendientes se reirán, igual que nosotros encontramos divertido que la gente
tratara de entorpecer la industria impresora.
La vida Hart demuestra la
diferencia que puede suponer en el aspecto del mundo una persona que piense.
Sin ese pensamiento, el mundo se detendría estruendosamente. Nunca pasaría nada
nuevo. Todos actuaríamos y pensaríamos ayer de la misma forma en que
pensaríamos mañana y pasado mañana y la historia no tendría ninguna dirección,
ni propósito que la guíe y la propia vida se reduciría a un tedio y a una
rotación interminable sin rumbo de horas, días, años y generaciones.
Pero con gente como Hart, la gente
no solo se imagina el cambio, sino que trabaja muy duramente para generarlo
ella misma, la humanidad se levanta y el mundo se alza cada vez más por encima
del estado de naturaleza.
Le gustaba citar a George Bernard
Shaw: “La gente razonable se adapta al mundo. La gente no razonable intenta
adaptar el mundo a sí misma. Por tanto, todo progreso depende de la gente no
razonable”.
Decir que Hart no era razonable
habría considerado por él como el mayor cumplido que podías hacerle.
Requiescat
in pace. Si no sabes que significa esta frase, de dónde viene, para qué se
usa, puedes averiguarlo en segundos. La visión de Hart lo hace posible. Sin
duda merece descansar en paz sabiendo su regalo a la raza humana.
Jeffrey Tucker es editor de Mises.org y autor de It's
a Jetsons World: Private Miracles and Public Crimes y Bourbon for Breakfast: Living Outside the Statist Quo