Por Walter Block. (Publicado el 22 de septiembre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/5587.
[Building
Blocks for Liberty (2006; 2010)]
Los expertos están
acostumbrados a utilizar el lenguaje de la guerra y el conflicto para describir
relaciones económicas. Esto es confuso, irracional y equívoco. Porque la ciencia
lúgubre se ocupa del beneficio mutuo o de los juegos de suma positiva. Todos
los participantes ganan siempre que se realiza un contrato, una venta, compra,
alquiler, contratación laboral, etc. necesariamente en el sentido ex ante y en la abrumadora mayoría de
los casos ex post.
Por ejemplo, si compro un periódico por 1$ es una verdad apodíctica
innegable que en ese momento valoro más alto el diario que el dinero que tuve
que pagar por él. ¿Por qué si no estaría dispuesto a realizar esta transacción
comercial si no fuera así? Yo preveía
que me beneficiaría de este intercambio. Incluso en el sentido ex post, desde la posición ventajosa del
futuro, en prácticamente todos los casos ganamos yo y todos los demás en esta
situación. Raro es el caso en que, yo o cualquier otro, lamenta la compra de un
diario porque después de todo no había en él buenas noticias y eso era lo que
estaba buscando y esperando el comprador.
Por tanto, consideremos así conceptos como “guerra de precios” o “compra
hostil”. Aquí parecería que no hay un beneficio mutuo produciéndose en el
mercado, sino más bien una relación antagónica. Nada más lejos de la realidad.
Ocupémonos primero del último. Esta acusación se alimenta mediante el
fantasma de asaltantes de empresas que se abaten sobre compañías indefensas,
realizan una “compra hostil”, venden todos sus activos y despiden a todos los
empleados. Hay varias mentiras aquí. Primero, el desempleo se crea aumentando
artificialmente los salarios por encima de la productividad de los trabajadores.
Si la ley de salarios mínimos o un sindicato insisten en que a un empelado
deben pagárseles 10$ por hora, pero solo vale 7$ en términos de productividad,
estará desempleado, punto. No tiene nada que ver con compras hostiles. Si, se
despide a la gente, pero el desempleo no es más alto en sectores que muestran
esas actividades que en ningún otro.
¿Pero los asaltantes de empresas no desmiembran a veces compañías por
sus activos? Realmente, sí. Sin embargo, solo obtienen un beneficio cuando
estos mismos activos valen realmente más en otras áreas de trabajo distintas de
en las que se instalaron primero. Esto significa que si se pierden empleos en
una empresa, se crearán en otras, para las plazas en las que los activos se
empleen ahora más productivamente, subiendo
así los salarios.
Otro efecto socialmente beneficioso del asaltante de empresas se refiere
a los salarios de los directivos. Muchos comentaristas se quejas de que los
salarios de los directores han llegado a la estratosfera y constituyen una
explotación excesiva del trabajador. Supongamos que el valor en capital de una
empresa haya sido de 100 millones de dólares si el salario del director general
fuera “moderado”, pero, a causa de un estupendo paquete de remuneración, ahora
valga solo 10 millones. Esa empresa estaría lista para recibir la visita del
asaltante de empresas. Compraría este negocio por, digamos, 11 millones,
despediría al director parásito, vería al valor de la empresa aumentar a sus
“apropiados” 100 millones de dólares y se embolsaría unos considerables 89
millones de beneficio. El asaltante de empresas es para los salarios exagerados
de los directivos lo que el canario para la seguridad de la mina de carbón,
solo que mejorando al pájaro: no solo advierte del problema, lo resuelve de un
plumazo. Aún así, el gobierno, al encarcelar a gente como Michael Milken, ha
eliminado este beneficioso mecanismo del mercado. Y ahora tienen la audacia de
quejarse de los sueldos descontrolados de los directivos.
Respecto de la “hostilidad”, no existe tal cosa entre el comprador y el
vendedor de una acción. La única persona “hostil” es el directivo que estaba
quebrando la empresa. Pero cuando decimos que en un mercado solo hay
colaboración pacífica, queremos decir por parte de quienes realizan una transacción
concreta, es decir, el comprador y vendedor del periódico. Por supuesto, los
terceros pueden siempre ser hostiles. Por ejemplo, un marxista podría alejar
sus narices de cualquier comercio. Es
“hostil” a todos ellos. ¿Y qué?
¿Qué pasa con el guerra de precios? También ésta es una contorsión
lingüística. Cuando, por ejemplo, tiendas o gasolineras bajan sus precios para
intentar atraer clientes, están muy lejos de tener una “guerra” con quienes les
compran. Es más bien lo contrario.
Respecto de la relación de estos vendedores entre sí, los supuestos
participantes en esta “guerra”, están en la misma situación que el directivo
demasiado bien pagado y el “asaltante” de empresas. Son terceros en todas estas
transacciones y, como tales, no tienen lugar en ninguna de ellas. No pueden
revelar ni demostrar (Rothbard 1997) su hostilidad. Es decir, cuando el cliente
A compra productos o gasolina a un vendedor a, podría no gustarle al vendedor
b, pero no es parte de esta transacción.
Walter
Block es investigador eminente Harold E. Wirth, catedrático de economía en la
Universidad de Loyola, investigador senior del Instituto Mises y columnista
habitual para LewRockwell.com.
Este
artículo está extraído del capítulo 23 de Building
Blocks for Liberty (2006; 2010).