HIGGS: Inmediatamente aprecié el realismo
de la economía austriaca, que contrasta marcadamente con los frecuentemente
nada realistas supuestos de la teoría económica neoclásica y con la pura
tontería de muchos de sus modelos e implicaciones. Con una base en el Axioma de la Acción y las implicaciones
que se derivan lógicamente de ese axioma, además de proposiciones auxiliares
bien fundamentadas, la economía austriaca proporciona una “lógica de la
elección” sólida, que no depende de resultados econométricos u otro tipo de
“pruebas empíricas”. Esta lógica de la elección puede luego ser aplicada en la interpretación de acciones complejas e
interrelaciones en el mundo empírico.
Por encima de todo, entender la economía
Austriaca revela que la economía convencional es exactamente lo opuesto de lo
que dice ser: no es ciencia, sino cientismo. Basándose en una cruda imitación
de la física del siglo XIX, implícita o explícitamente asume que las acciones
humanas pueden entenderse de la misma forma como los científicos naturales
entienden los movimientos e interacciones de partículas materiales, sustancias
químicas, y corrientes eléctricas. Desafortunadamente para la economía
convencional, los seres humanos –a diferencia de las partículas, las sustancias
químicas, y las corrientes- tienen propósitos, que ellos mismos eligen y que
pueden cambiar, además de una capacidad para la creatividad en su elección o
invención de los medios para la obtención de sus fines elegidos. Solo una
ciencia que reconoce la naturaleza esencial de los seres humanos, y cómo
difieren de las partículas materiales y las corrientes eléctricas, puede
conseguir una comprensión de la acción humana. La economía neoclásica esconde
su desnudez epistemológica detrás de una cubierta de masivas representaciones
simbólicas y manipulaciones matemáticas en modelos formales. Una vez que uno
llega a entender que lo que se está haciendo y presuponiendo es un juego de
niños, se llega a ver que casi nada de lo que se hace resistiría un examen crítico.
AM:
¿Ha evolucionado su pensamiento económico significativamente a lo largo de su
carrera académica?
HIGGS: Cuando obtuve mi doctorado, en
1968, era un economista neoclásico totalmente convencional; nada en mi
formación hasta ese momento había buscado hacer algo distinto. Sin embargo, ya
era escéptico del alto grado de formalismo matemático y artificialidad
conceptual en la teoría económica –una de las razones por las que decidí
especializarme en historia económica, un área que está necesariamente mucho más
cerca de la realidad– por lo que estaba predispuesto a examinar los modelos y
métodos convencionales desde el escepticismo. Fui haciendo esto cada vez de
forma más intensa a medida que avanzaba en mi propio trabajo como economista.
Conforme pasó el tiempo, mis puntos de
vista cambiaron sustancialmente, pero nunca de forma muy rápida, excepto en el
periodo inmediatamente posterior a mi lectura de La Acción Humana de Mises, lo que supuso un importante desafío a
muchas de las ideas que sostenía por esa época. No obstante, no abandoné de
manera instantánea la economía neoclásica para convertirme en un economista austriaco
completo; esa transición tomó muchos años, y quizá todavía no la haya
completado.
Además, a medida que aprendía más sobre
econometría –no solo en la teoría, sino también en la práctica real– llegué a
ser muy escéptico de cómo los economistas mainstream utilizan este conjunto de
técnicas estadísticas. Por un lado, pocos prestan alguna atención a la calidad
de los datos que emplean; la mayoría simplemente insertan datos tomados de
fuentes estándar, normalmente bases de datos generadas por el gobierno. Por
tanto, el resultado de sus ejercicios econométricos, independientemente de su
método tan sofisticado en apariencia, es con frecuencia basura. Asimismo,
aprendí que la econometría descansa en gran parte sobre supuestos falsos acerca
del conjunto de datos utilizados en la estimación econométrica. Normalmente, en
economía ninguna muestra se ha seleccionado genuinamente al azar en absoluto.
El analista simplemente toma datos históricos –los únicos datos que existen o
pueden existir sobre el tema en cuestión– y los trata como si fueran resultados
de un procedimiento de muestreo al azar. Por esta razón, prácticamente toda la
ceremonia asociada a los llamados contrastes
de significación estadística está fuera de lugar y no significa lo que
pretende significar. Mi vieja amiga Dierdre McCloskey ha estado instruyendo a
la profesión mainstream desde hace décadas sobre este asunto, pero la práctica
profesional en esta cuestión continúa igual que hace décadas.
Por supuesto, los anteriores recelos que
desarrollé sobre la economía convencional solo fueron intensificados gracias a
mi continuada auto-educación en la economía austriaca. El resultado ha sido que
a lo largo de los años, cada vez he hecho menos econometría, y más
interpretación conceptual y analítica, y críticas de creencias y prácticas ya
establecidas. Decir que ya no encajo bien dentro de la profesión mainstream
sería un gran eufemismo, aunque estoy contento de que algunos de mis viejos
amigos y colegas dentro de la línea convencional no se hayan olvidado de mí y
hayan prestado atención a mi trabajo. Los estudiantes del doctorado a quienes
enseñé en Washington han sido amigos de toda la vida completamente fieles, lo
que me satisface enormemente. Ninguno de ellos, sin embargo, ha llegado a
convertirse en austriaco.
AM:
¿Cuál fue su relación con el Premio Nobel de Economía de 1993 Douglass North, y
qué pudo aprender de él?
HIGGS: Él y yo fuimos colegas en la
Universidad de Washington desde 1968 hasta 1983, cuando ambos dejamos esa
universidad para tomar otros puestos. Una razón por la que acepté el trabajo en
Seattle en 1968 fue porque North ya estaba allí, y me entusiasmaba la idea de
aprender de él y quizás recibir también alguna guía. A lo largo de los años, me
ayudó de muchas importantes maneras, por lo cual siempre le estaré agradecido,
y seguimos siendo amigos hoy. (Doug escribió el prefacio a Government and the American Economy, el compendio publicado en mi
honor por la University of Chicago Press en 2007).
La influencia de North sobre mí tuvo más
que ver con estimular mi interés en determinados temas que con enseñarme
métodos específicos de análisis o conclusiones históricas. En la década de los
años 70, Doug estaba considerado quizás como el más grande experto sobre “el
gobierno y la economía” entre los historiadores económicos, y después de
trabajar con él durante alrededor de una década, llegué a estar interesado en
esa área también. Por supuesto, su interés en las instituciones y en la
creación de lo que llegó a conocerse más tarde como la “Nueva Economía
Institucional” también tuvo una gran influencia sobre mí, aunque el núcleo
teórico de este programa de investigación provino más de otros colegas en
Washington, como Yoram Barzel y Steven N. S. Cheung, además de otros
economistas en otras universidades, como Ronald Coase en Chicago y Armen
Alchian en UCLA.
AM:
¿Deberían los economistas austriacos prestar más atención a las ideas de North
y los otros neo-institucionalistas?
HIGGS: Sí, deberían. Tanto para un
economista neoclásico como para un economista Austriaco, hay mucho de valor en
este nuevo campo. En realidad, todo el comportamiento social es formado por el
ambiente institucional en el que los actores se sitúan. Durante mucho tiempo,
la economía neoclásica esencialmente ignoró el papel de las instituciones, y
como resultado, los economistas mainstream cometieron errores importantes en la
interpretación de una variedad de instituciones (por ejemplo, las empresas, las
agencias gubernamentales) y desarrollos (como el desempeño y resultados de la
planificación central en la URSS, China y otros países comunistas). Por supuesto,
ciertos aspectos de la nueva economía institucional no pueden aceptarse por los
austriacos porque colisionan con métodos o ideas austriacas básicas. No
obstante, cualquiera que busque entender la realidad empírica de complejas
instituciones y acontecimientos, puede obtener algo de valor a través de los
mejores trabajos en este campo.
Los estudiantes de doctorado a los que
formé –Robert McGuire, Lee Alston, John Wallis, Yuzo Murayama, Price Fishback y
Charlotte Twight– han llevado a cabo una investigación extraordinaria que
combina la elección pública (public choice), la historia económica, y la nueva
economía institucional en formas creativas y reveladoras. Han superado en mucho
a su profesor, y estoy tremendamente orgulloso de sus logros.
Mi propio trabajo en esta área ha incluido
una serie de estudios sobre los arriendos agrícolas y otros contratos
relacionados para el uso de tierra y trabajo agrícola; las relaciones de raza
en el Sur de los Estados Unidos; las leyes inmobiliarias contra los Japoneses
en los estados de la costa del Pacífico; la regulación pesquera en Washington y
Alaska; controles de precios suaves durante la administración Carter; el
complejo militar-industrial-congreso; las sanciones de Estados Unidos en el
comercio y las finanzas internacionales; la regulación de medicamentos y
dispositivos médicos de la FDA (Food and Drug Administration); y la gestión de
“externalidades” en la industria minera del metal en el Noroeste; entre otras
cosas. Mi trabajo en estas áreas ha tenido alguna influencia entre economistas
mainstream e historiadores económicos, pero permanece ampliamente desconocido (o
ignorado) por los austriacos.
AM:
Una de sus tesis más importantes es la idea del “efecto trinquete” (ratchet
effect), contenida en su libro Crisis and
Leviathan, donde trata de explicar el crecimiento del gobierno, primero
exponiendo el marco teórico y luego aplicándolo a diversos episodios
históricos. ¿En qué consiste el “efecto trinquete” y cómo explica el
excepcional avance del gobierno?
HIGGS: En mi trabajo, el efecto trinquete
(ratchet effect) describe la forma característica en la que el gobierno, bajo
las condiciones ideológicas modernas, crece durante una situación que se
percibe como una emergencia nacional. El tamaño, alcance y poder del gobierno
crece abruptamente cuando el gobierno actúa para “hacer algo” con el fin de
disipar la amenaza. Luego, a medida que la amenaza se elimina o reduce, el
gobierno se contrae, pero no hasta el nivel que se habría llegado sin la
crisis. Por tanto, cada crisis desplaza la trayectoria del crecimiento del
gobierno hacia un mayor tamaño, alcance y poder.
En mi formulación, las razones para el
efecto trinquete son varias: una es la inercia política y legal; otra es la
persistencia institucional generada por quienes operan o se benefician de las
agencias gubernamentales o la nueva autoridad desencadenada por la crisis; y
todavía hay una más –quizá la más importante- y es el cambio ideológico
asociado a que el público llega a acostumbrarse al ejercicio de los nuevos
poderes gubernamentales y a los
esfuerzos concurrentes del gobierno para justificar estos poderes. Otros
economistas e historiadores habían descrito el efecto trinquete, pero la
mayoría de ellos lo habían restringido al crecimiento fiscal. Ninguno de ellos
había desarrollado el componente ideológico con el mismo detalle de lo que he
hecho yo. El cambio ideológico, desencadenado por la superación aparentemente
exitosa de una crisis importante, predispone al gobierno a crear, y al público
a aceptar, un crecimiento todavía mayor del gobierno cuando tenga lugar la
crisis siguiente.
AM:
Un área donde ha realizado importantes contribuciones es el tópico de la Gran
Depresión, que trata extensamente en su libro Depression,
War and Cold War. Existen varios debates todavía vivos entre los
expertos, uno de ellos trata sobre los orígenes del crash de 1929 y la Gran
Contracción que va hasta 1933. La tesis más aceptada hasta la fecha es la que
sostienen Friedman y Schwartz según la cual la Gran Depresión se debió
principalmente a la mala gestión en la política monetaria de la Fed después de
1929. ¿Está de acuerdo con esta tesis?
HIGGS: Estoy en desacuerdo con Friedman y
Schwartz en que creo que las acciones de la Fed durante los años 20 causaron
malas inversiones generalizadas en proyectos de capital de más largo plazo,
como desarrollos inmobiliarios, viviendas residenciales, y grandes edificios de
oficinas, por lo que al final debía producirse inevitablemente algún tipo de
severa reestructuración, quizás a través de una recesión generalizada, con sus
quiebras asociadas. Friedman y Schwartz piensan que la Fed actuó bien durante
la década de 1920 y que sus grandes errores los cometió solamente después de
que la economía empezara a caer en 1929.
Sin embargo, sí estoy de acuerdo en que
una vez la economía empezó a contraerse rápidamente, la Fed debería haber hecho
más para evitar las cerca de 10.000 quiebras de bancos comerciales que
ocurrieron entre 1929 y 1934. Estas quiebras generaron efectos secundarios que
exacerbaron la contracción económica general, no solo vía mayor iliquidez y
caída del valor de los activos, sino también a través de una confianza
empresarial por los suelos y un elevado pesimismo de los consumidores que
incentivó una mayor demanda para mantener saldos en efectivo. Este último
efecto implicó que, aunque la Fed incrementara la base monetaria, los
multiplicadores monetarios cayeron tanto que la oferta monetaria (M2) se
contrajo en alrededor de un tercio en menos de cuatro años. La deflación
resultante fue demasiado rápida para adaptarse fácil o rápidamente a ella, y
por tanto muchas quiebras innecesarias y otras dificultades que ocurrieron
podrían haberse evitado.
No obstante, no culpo exclusivamente a la
Fed por la Gran Contracción, como casi llegan a hacer Friedman y Schwartz. La
respuesta del gobierno a la crisis –sostener artificialmente altos niveles de
salarios, incrementar los aranceles, rescatar a bancos privilegiados y
compañías de seguros, además de otras muchas acciones– junto a la timidez de la
Fed para tratar con la contracción, crearon una auténtica “tormenta perfecta”
que destrozó la economía privada y su sistema de precios. Las autoridades
erraron en casi todo lo que hicieron desde 1929 a 1933; no es casualidad por tanto
que ellos convirtieran una contracción en un desastre.
AM: Otro debate es el de por qué la Gran Depresión
se prolongó durante tiempo. Usted
elaboró una explicación complementaria en Regime
Uncertainty: Why the Great Depression Lasted So and Why Prosperity Resumed
After the War. ¿En qué consiste su explicación?
HIGGS: “Incertidumbre de régimen” es el nombre
que le doy a los temores extendidos de que se vea modificada la naturaleza del
orden económico. Esto tiene que ver principalmente con el temor de que los
derechos de propiedad privada sean alterados para peor debido a impuestos más
altos, regulaciones más gravosas, un tratamiento más hostil de los funcionarios
gubernamentales, y quizás, en el peor de los casos, una abierta confiscación de
la propiedad privada. Cuando los inversores sienten esta incertidumbre de
régimen, son reacios a realizar inversiones de largo plazo porque temen que no
serán capaces de recibir las rentas que esas inversiones generarán o incluso
podrían llegar a perder el mismo capital invertido. Entre 1935 y 1940, muchos
inversores norteamericanos temían que la economía de mercado iba a ser
transformada en un tipo de fascismo, socialismo, o algún otro sistema dominado
por el gobierno.
La inversión a largo plazo permaneció
deprimida a lo largo de toda la década de 1930, y ésta no recuperó los niveles
de finales de los años 20 hasta después de que terminó la guerra. En ese
momento, Roosevelt estaba muerto, el New Deal estaba en retirada, y los más
entusiastas defensores del New Deal ya no tenían influencia sobre el
presidente, Harry Truman, quien fue un New Dealer mucho menos agresivo de lo
que fue Franklin Roosevelt.
AM: Todavía hay al menos una cuestión
controvertida más entre los especialistas en la Gran Depresión en la que usted
ha tenido aportaciones interesantes. ¿Cuándo salió definitivamente la economía
norteamericana de la Gran Depresión? Quizás la opinión más extendida es que
fueron los efectos estimulantes del gasto público militar de la Segunda Guerra
Mundial los que terminaron con esta crisis. Sin embargo, usted ofrece una
perspectiva diferente en Wartime
Prosperity? A Reassessment of
the U.S. Economy in the 1940s.
HIGGS: Utilizando cualquier indicador
normal, con la excepción de la tasa de desempleo (que fue muy baja durante la
guerra porque aproximadamente el 20% de la fuerza laboral de pre-guerra entró
en las fuerzas armadas y aproximadamente el 20% estaba empleada en la
producción de municiones y bienes relacionados), la economía no prosperó
durante la guerra. Muchos bienes no eran ni siquiera producidos; otros
numerosos bienes eran sometidos a racionamiento; casi todos los bienes civiles
estaban sujetos a controles de precios, y por tanto muchos sufrían de escasez
de oferta crónica. Sí, es cierto que la población estaba ganando lo que
parecían ser altos salarios monetarios, pero no podían intercambiar estos
ingresos por los bienes de consumo que querían, y por tanto ahorraban a tasas
extraordinariamente altas (al 20-25% de su ingreso personal). La prosperidad
auténtica no volvió hasta que la guerra finalizó. En el año 1946 la tasa de
crecimiento de la producción privada fue la más alta de toda la historia de los
Estados Unidos –probablemente de algo más del 30%, si pudiera medirse con
precisión.
P. ¿Qué podría destacar de las reacciones
que su trabajo ha despertado sobre sus colegas del mainstream académico?
R. Buena parte de mi trabajo ha sido bien
recibido por los austriacos e incluso por numerosos historiadores económicos
convencionales. Mi trabajo sobre el crecimiento del gobierno es citado con
frecuencia entre analistas de la elección pública, politólogos, historiadores y
otros académicos.
Sin embargo, mi trabajo sobre la Gran
Depresión ha sido ignorado casi totalmente por los macroeconomistas mainstream,
sin duda a causa de su opinión de que “si no tienes un modelo formal, no tienes
nada”. En su mayoría también parecen incapaces de entender que las series de
datos macroeconómicos estándar sobre la producción real y el nivel de precios
durante la Segunda Guerra Mundial carecen de significado (incluso del poco
significado que estas series puedan tener en condiciones normales).
Alguien me llamó la atención recientemente
sobre un working paper del National
Bureau of Economic Research (NBER) de Robert J. Gordon y Robert Krenn sobre
el final de la Gran Depresión. Estos autores dedican varios párrafos a trabajar
sobre mi argumento de que la Segunda Guerra Mundial no acabó con la Depresión
(aunque en sus referencias bibliográficas no aparece ninguna de mis
publicaciones), concluyendo que mi argumento es completamente erróneo. Sin
embargo, debido a la naturaleza de sus comentarios sobre mi trabajo –en parte
atacando un hombre de paja de su cosecha propia y en parte desestimando mi
argumento sobre la base de datos que he mostrado que carecen de significado–
sospecho que no han leído realmente mi libro Depression, War, and Cold War (cuya edición en rústica de 2009
parece ser la referencia que tienen en mente en sus comentarios).
Sin embargo, en un artículo publicado en
Febrero de 2010 por la Dirección General para Asuntos Económicos y Financieros
de la Comisión Europea, el macroeconomista Paul van den Noord cita
respetuosamente mi argumento sobre la incertidumbre de régimen en la segunda
mitad de la década de 1930 como una aportación digna de mención a la
interpretación de los sucesos macroeconómicos de ese periodo.