Por Thorsten Polleit. (Publicado el
7 de agosto de 2008).
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3050.
Impidiendo que el libre mercado haga su trabajo
Hablando económicamente, la llamada
crisis del crédito es, ante todo, una reasignación
de derechos de propiedad.
Los apretados prestatarios dejan de
pagar sus deudas. Los prestamistas, que han tomado malas decisiones de créditos,
obtienen pérdidas si no recogen pagos de intereses y principal sobre los
créditos concedidos. Por suerte, todo esto no toca a la oferta física de bienes
económicos.
La reasignación de derechos de
propiedad normalmente viene acompañada de cambios en las valoraciones del
mercado. Los precios de los activos financieros como acciones, bonos y
derivados pueden decrecer, reflejando cambios en las preferencias de la gente.
Aunque esto es indudablemente desfavorable desde el punto de vista de los
tenedores de los activos financieros, es bienvenido por quienes buscan invertir
su dinero, ya que ahora están en disposición de comprar activos a precios más
bajos.
Al encontrar el mercado no
intervenido un nuevo equilibrio a través de cambios en los precios, deja al descubierto
las malas inversiones. Algunas de las inversiones realizadas y algunos de los
trabajos creados resultan no ser rentables. Es el proceso de alteración de los
precios del capital y el trabajo el que devuelve a la estructura de producción
de la economía a estar en línea con las preferencias de la gente. En ese
sentido, la llamada crisis, o declive, es realmente una corrección de malas
decisiones tomadas en el pasado: el término crisis
parece ser inapropiado.
De hecho, el término crisis debería
atribuirse al periodo de auge. Es ahí
donde los recursos escasos, sobre todo debido a los tipos de interés
artificialmente reducidos mediante la política monetaria, se canalizaron a
negocios no rentables. Mientras que el periodo de creación de malas inversiones
es normalmente alabado como un periodo de expansión económica, realmente es un
periodo de despilfarro.
Como dijo Ludwig von Mises en La acción humana:
Al auge se le califica como buenos
negocios, prosperidad y crecimiento. A su resultado inevitable, el reajuste de
la condiciones a los datos reales del mercado, se le llama crisis, caída, malos
negocios, depresión. La gente se revela contra la idea de que el elemento
perturbador haya que encontrarlo en las malas inversiones y el exceso de
consumo del periodo de auge y de que ese auge artificialmente inducido esté
condenado. Buscan la piedra filosofal para hacer que dure.
Mucha gente piensa que el
intervencionismo estatal puede (y tiene que) luchar contra la confusión del
mercado financiero y cualquier consecuencia que pueda tener para el crecimiento
de la producción y el empleo. Aunque ésta es indudablemente una creencia fatal,
una cosa parece cierta: los últimos acontecimientos sugieren que sin una
redistribución coactiva de las rentas de largo alcance a través de la acción
del estado, los patrones de papel moneda controlados por el gobierno se
hundirían inmediatamente.
Las complejidades de la banca de reserva fraccionaria
Para ver esto, debemos conocer el
hecho de que los sistemas de oferta de moneda controlados por el gobierno se
basan en la banca de reserva fraccionaria.
Los bancos crean dinero cuando conceden préstamos o compran activos a
no-bancos. Si, por ejemplo, un banco concede un préstamos por la cantidad de,
digamos, 10.000$, crea dinero en la misma cantidad. Si el prestatario devuelve
su préstamo, la existencia de dinero disminuye. Dicho esto, la existencia de
dinero es básicamente el resultado de la oferta y la demanda de crédito
bancario.
Es más, se obliga a los bancos a
tener solo una fracción de su pasivo en efectivo (reservas mínimas). Si la confianza en la solidez financiera de un
banco se erosionase y los clientes quisieran retirar sus depósitos, un banco no
podría cumplir completamente con su promesa de pago. La consiguiente corrida
bancaria podría extenderse a otros bancos, hasta el punto de que el sistema
bancario en su conjunto se convirtiera en insolvente.
Sin embargo, los bancos centrales
patrocinados por el gobierno tienen el poder de impedir cualquier impago
bancario de ese tipo. Si es necesario políticamente, un banco central puede, en
cualquier momento, ofrecer a los bancos cuanto dinero se necesite (prestamista de último recurso), de forma
que el riesgo de corridas bancarias se ha reducido considerablemente.
Pero aquí permanece otro punto
débil del sistema monetario patrocinado por el gobierno. Los vigilantes
financieros de los gobiernos animan a los bancos a mantener un porcentaje
pequeño de capital propio legal para
activos de riesgo, alrededor del 8%. Como consecuencia, pérdidas relativamente
pequeñas tienen el potencial de acabar con la base de capital de los bancos. En
ese caso, no solo los accionistas del banco sufrirían pérdidas, sino que lo
mismo les pasaría a depositantes y tenedores de pasivos bancarios.
Es este hecho el que puede tener
consecuencias de largo alcance para la oferta de crédito y de dinero de la
economía. Para ver lo que significan las pérdidas bancarias bajo la banca de
reserva fraccionaria respaldada por poco capital propio, veamos un ejemplo
sencillo. A continuación vemos un balance consolidado (simplificado) del sector
bancario (Figura 1). Registra activos bancarios en el lado izquierdo y pasivos
bancarios en el derecho.
Como puede verse, los bancos tienen
una fracción de reservas fraccionarias:
el dinero base (Base money), las
reservas mínimas, suman una pequeña parte de los depósitos a la vista y
depósitos a plazo de clientes (Demand
deposits y Time deposits). Es
más, el capital propio (legal) del sector bancario en relación con los activos
de riesgo (préstamos, bonos y otros activos) ha de ser del 10,1%.
La recapitalización bancaria reduce la existencia de dinero
Supongamos ahora que (como
consecuencia de un auge colapsado de especulación en préstamos y créditos)
tiene que liquidarse el 10,1% de los activos de riesgo de los bancos (el
equivalente a 1,17 billones de dólares). En nuestro ejemplo, la pérdida
resultante eliminaría el capital propio de todo el sistema bancario (Figura 2).
Los bancos estarían al borde de la quiebra.
Para seguir en el negocio, los
bancos necesitarían nuevo capital propio. Si inversores no bancarios compraran
nuevas acciones, el balance del sector bancario cambiaría de una forma
importante: los pasivos del banco (en forma de depósitos a la vista y a plazo y
títulos a largo plazo) caerían en la misma cantidad en que aumente el capital
propio de los bancos.
Si suponemos que los clientes del
banco intercambian depósitos a la vista y a plazo por nuevas acciones del
banco, el aumento en el capital propio de los bancos de, digamos, 1,051 billones
de dólares (que restauraría la relación entre capital propio respeto de los
activos de riesgo al 10,1%) reduciría la existencia de depósitos mantenidos en
bancos en un 15,3% (Figura 3).
Una caída brusca en las existencias
de depósitos bancarios sería deflacionista, llevando potencialmente a un
declive marcado en los precios de bienes y activos, incluso disparando una
caída severa en la producción y el empleo, agravando así las pérdidas por
préstamos bancarios. A la vista de un escenario así, el pánico puede extenderse
como la pólvora. Puede esperarse que la opinión pública reclame políticas del
gobierno que eviten esos acontecimientos.
Políticas para socializar pérdidas bancarias
El banco central podría intervenir
comprando los malos activos (a la par o incluso a precios elevados) o
concediendo préstamos a los bancos, con dinero del banco central recién
emitido. Esto reduciría las pérdidas bancarias y produciría capital propio para
préstamos adicionales y creación de dinero.
Sin embargo, una política como ésa
será inconfundiblemente inflacionista, generando el riesgo de destruir la
confianza en el papel moneda. Los tipos de interés del mercado podrían
aumentar, causando impagos en los prestatarios a mayor escala, llevando así a
la economía a la recesión, aumentando considerablemente las pérdidas contables
en los préstamos y por tanto las pérdidas de capital propio.
De hecho, una estrategia de abierta
inflación podría no ser racional desde el punto de vista de políticos en el
gobierno, banqueros centrales y grupos de interés influyentes: todos ellos
tendrían mucho que perder y puede esperarse que al menos los que mandan en la
imprenta y en los impuestos opten por estrategias que, desde su punto de vista,
parecerían causar el menor daño posible.
El banco central podría (realmente
antes de que se registre cualquier pérdida contable) quedarse con los activos
de riesgos de los bancos a cambio de bonos del gobierno. En nuestro ejemplo, el
banco central transfiere bonos del gobierno a bancos por la cantidad de 744.000
millones de dólares (Figura 4).
En nuestro ejemplo, la transacción
ha impedido una caída severa en el capital propio de los bancos. Está claro que
si la posesión de títulos es (mucho) menor que las pérdidas contables de los
bancos, el banco central no puede impedir que se erosione notablemente el
capital propio de los bancos. Sin embargo, hay otra manera de subvencionar a
los bancos vía movilizar el dinero de los contribuyentes.
Para ver cómo puede funcionar esto,
necesitamos echar un vistazo al año 1948, cuando se introdujo el Deutschmark en
Alemania Occidental. Debido a las diferencias en convertir activos y pasivos de
Reichsmarks a Deutschmarks, los bancos alemanes se encontraron con diferencias de revaluación en el lado
del activo de sus balances.
El sector público alemán vino en su
ayuda y ofreció a los bancos las llamadas Ausgleichsforderungen
(o reclamaciones de compensación).
Eran en realidad bonos del estado que tenían un plazo largo de madurez, un tipo
de interés bajo y se liquidaron con el tiempo. Estos activos financiados por
los contribuyentes ayudaron a apuntalar el capital propio del sector bancario.
De forma similar, los gobiernos, o
sus bancos centrales, podrían en la situación actual ofrecer a los bancos obligaciones
del gobierno (u obligaciones del banco central). Los bancos registrarían estos
activos en el lado izquierdo de sus balances y ayudarían a aumentar el capital
propio de los bancos.
Supongamos que el banco central
proporciona a los bancos, 1,051 billones de dólares (la cantidad que
restauraría la relación de capital propio de los bancos del 10,1%) de
obligaciones del banco central (Figura 4). Se restauraría la salud del sector
bancario en lo que se refiere a su base de capital, mientras que las
existencias de dinero no cambiarían.
Como en nuestro ejemplo, el capital
propio del banco central se eliminaría con pasivos adicionales en la cantidad
de 1,051 billones de dólares; el gobierno podría proporcional a su banco
central bonos públicos adicionales (con una madurez larga y un bajo tipo de
interés), de forma que la base propia del banco central permanezca inalterada.
¿Qué pasa con la opción de que el
gobierno provea fondos especiales que compren las carteras de créditos y
valores malos de los bancos? Aquí los bancos recibirían obligaciones (con
intereses) contra los fondos especiales patrocinados por el gobierno, mientras estos
últimos serían refinanciados emitiendo bonos con la garantía del estado.
Sin embargo, una transacción así
reduciría las existencias de dinero en la economía: el fondo especial del
gobierno pagaría los activos de los bancos con dinero de la banca comercial
(que habría adquirido mediante la emisión de bonos). En consecuencia, el
volumen del balance del sector bancario encogería y lo mismo harían las
existencias de dinero.
Finalmente, se podría dejar que los
depositantes y poseedores de pasivos del banco tomaran parte en las pérdidas de
los bancos. En este caso, los depositantes y acreedores de los bancos verían
sus reclamaciones convertidas en capital propio del banco: sería un swap de deuda bancaria por valores a
gran escala. ¿Pero habría una voluntad política de declarar quebrado el sector
bancario nacional?
Devolviendo el dinero al mercado libre
Sean cuales sean los tecnicismo
para apoyar los sistemas de papel moneda patrocinados por el gobierno, la
borrachera de deuda de una década probablemente acabe en inflación. Esto es
porque la “crisis” se percibe ampliamente como una calamidad, en lugar de cómo la necesaria corrección económica de
malas inversiones producidas por la manipulación de los tipos de interés por
los bancos centrales mediante la expansión del crédito y del dinero. Por encima
de esto, la gente teme a la deflación mucho más que a la inflación. Tipos de
interés más bajos y más crédito y dinero se ven como un remedio a la enfermedad
producida por la rebaja artificial del tipo de interés mediante expansión del
crédito por parte de los bancos centrales.
Ahora nos encontramos en una
situación contra la que nos advirtió Ludwig von Mises en La acción humana:
El auge produce empobrecimiento. Pero
sus estragos morales son aún más desastrosos. Hace que la gente quede abatida y
desanimada. Cuanto más optimista fuera bajo la ilusión de prosperidad del auge,
mayor es su desesperación y su sentimiento de frustración. El individuo siempre
está dispuesto a atribuir su buena suerte a su propia eficiencia y a
considerarla como una merecida recompensa por su talento, aplicación y
probidad. Pero siempre atribuye los reveses de la fortuna a otra gente, y sobre
al absurdo de las instituciones sociales y políticas. No echa la culpa a las
autoridades por haber alimentado el auge. Les maldice por el necesario colapso.
Para la opinión pública, más inflación y más expansión del crédito son los
únicos remedios contra los males que han generado la inflación y la expansión
del crédito.
No se puede escapar a los costes de
corregir el daño infligido por los patrones de papel moneda del gobierno. Sin
embargo, cuando busquemos propuestas de reforma monetaria, la obra de Mises
debería recibir la máxima atención pública: propuso acabar con el monopolio de
oferta monetaria del gobierno (al que identificaba como la raíz del problema) y
devolver el dinero al mercado libre. Solo de esta manera puede evitarse que los
costes del colapso monetario y económico final se conviertan en desastrosamente
altos. Mises escribía en La acción humana:
“Las alternativas son sólo si la crisis llegará antes como consecuencia del
abandono voluntario de una mayor expansión monetaria, o más tarde como una
catástrofe final total del sistema monetario afectado”.
Thorsten Polleit es Profesor
Honorario en la Escuela de Finanzas y Gestión de Frankfurt.