Por Henry Hazlitt. (Publicado el 28
de septiembre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5600.
[Man vs. The Welfare State, (1969; 2007)]
*Traducción de Miguel Castañeda - Castideas
A los consumidores a veces se les
solicita pagar demasiado por los productos. Esto ha sido cierto desde el principio
de los tiempos. Su gran protección contra el sobrecargo ha sido la competencia.
El comprador inteligente puede comparar precio y calidad, y dirigirse al
comerciante que ofrezca los mejores productos al precio más barato.
Los consumidores son a veces
engañados. Esto también ha sido cierto desde el principio de los tiempos. Han
sido a veces víctimas de prácticas engañosas; se les ha vendido productos de
pacotilla, o productos defectuosos, o productos que han sido tergiversados. Y
una vez más, la mejor protección siempre ha sido la competencia. Pueden cesar
de comprarle al comerciante poco honrado. Además, cuando el monto envuelto es
lo suficientemente alto, han sido capaces, bajo las leyes generales contra las
prácticas deshonestas, de recurrir a la ley o de llevar un caso a la corte.
Pero en años recientes,
particularmente en las administraciones de Kennedy y Johnson, ha crecido una siniestra
red de legislación, intentando regular calidad y cantidad hasta el más mínimo
detalle en una industria o comercio tras otro.
Una idea del alcance de ésta puede recogerse
de un simple mensaje del Presidente Johnson al Congreso el 17 de Febrero de
1967. Aquí van continuación algunas de sus peticiones:
Recomiendo el Acta de 1967 de
Veracidad en los Préstamos....
Recomiendo el Acta de 1967 de Divulgación
Completa de Ventas de Tierra Interestatales....
Recomiendo el Acta de 1967 de
Protección de Pensión y Bienestar....
Recomiendo el Acta de 1967 de
Seguridad de Dispositivos Médicos....
Recomiendo el Acta de 1967 de
Mejoramiento de Laboratorios Médicos....
Recomiendo el Acta de 1967 de Carne
Sana....
Recomiendo el Acta de 1967 de
Seguridad Contra incendios....
Recomiendo el Acta de 1967 de
Seguridad del Oleoducto de Gas Natural....
También recomendó que el Congreso
otorgue “cuidadosa consideración al informe y recomendaciones [en 346 páginas] de la Comisión de Valores e Intercambio” sobre
el control detallado de los fondos mutuales, y que éste promulgue nuevos
controles de la industria de energía eléctrica tan pronto como el informe de la
Comisión de Energía Federal sea completado.
Todo esto en un solo mensaje. Todo esto
a ser agilizado a lo largo de 1967.
Además,
éste mensaje llegaba cuando ya había sido promulgada la más detallada
regulación de industrias especiales. El 15 de marzo de 1962, el Presidente
Kennedy envió al Congreso un mensaje especial similar con recomendaciones similares.
Un resultado fue que el Congreso en aquel año pasó una ley de control de drogas
mucho más rigurosa. Previamente el gobierno tenía poder solamente de prevenir
el comercio de drogas inseguras. Una nueva droga podía comercializarse si el
gobierno no tomaba acciones dentro de 60 días después de que se presentara la
solicitud. La nueva ley anuló esto y dio poder burocrático de retener una
aprobación de una droga por un tiempo indefinido hasta que el fabricante pueda
probar a satisfacción del burócrata, que la droga no solamente era segura sino
que también era “eficaz”. Esto podía otorgar al burócrata poder de vida o
muerte sobre una compañía y sus productos. Es un muy dudoso principio legal el
que permite a cualquier burócrata mantener fuera del mercado algo que, aunque
inofensivo, es en su opinión “ineficaz”, y que además pone la carga de prueba
de efectividad en el fabricante. La nueva ley de drogas ha desalentado la
búsqueda y retrasado la introducción de nuevos medicamentos para prolongar la
vida.
Antes del
mensaje del Presidente Johnson de 1967 sobre protección al consumidor, se había
aprobado una ley de seguridad de automóviles, así como también una ley de
etiquetado y embalaje de alimentos. Probablemente los diseños de coches en el
futuro no serán especificados por los ingenieros, sino por abogados y
congresistas, quienes también tomarán más control sobre el etiquetado.
Hay una
muy repugnante consecuencia de ésta comezón por más y más control federal de
los negocios. Los congresistas y burócratas que la favorecen comienzan por una
enorme campaña de propaganda en contra de la industria o el comercio que
quieren controlar. Así, con el fin de obtener el Acta de Carne Sana, los
funcionarios gubernamentales acusaron de que se
estaba vendiendo carne inmunda e insegura en todas partes. Luego con el
fin de obtener un proyecto de ley sobre el control de aves de corral, la
Señorita Betty Furness, asesora de consumidores del Presidente Johnson, declaró:
“No hay un lugar en Estados Unidos (...) donde se pueda ordenar un sándwich de
pollo con la confianza de que uno no está poniendo en peligro su salud”. En 1968,
en una dramática condena, acusó a cada comerciante de ir “contra nuestras muelas”.
Un comité
del senado recientemente celebró audiencias para decidir si la industria de
reparación de automóviles, con sus decenas de miles de garajes y mecánicos
locales, debía ponerse bajo control federal directo. El comité escuchó
crédulamente a los testigos quienes dijeron que las posibilidades de que el
trabajo solicitado no sea realizado propiamente eran de 99 a 1, si es que acaso
se hacía del todo. La implicación era que la industria estaba conformada
principalmente por incompetentes y ladrones.
El grado
de detalles de ciertas nuevas regulaciones instadas por el Presidente Johnson
en su mensaje de 1967, puede juzgarse a partir de sus pasajes sobre el control
de servicios médicos. Los burócratas del Gobierno prescribieron “estándares”
para “alfileres de hueso, equipos de rayos X, y máquinas de diatermia”. Los
burócratas prescribieron qué tipo de clavos y tornillos debían utilizarse para
una buena reparación, y qué tipo de ojos artificiales se permitían.
Todo esto
es un siniestro recordatorio de despotismo medieval. Uno piensa en la ley de Enrique
VIII, que convirtió en un delito penal la venta de alfileres que no sean “de
dos cabezas, y su cabeza soldada rápidamente al mango, y bien alisado; y el
mango bien cepillado; y la punta bien afilada”.
La omnipresente
presunción en las administraciones Kennedy y Johnson era que cualquiera y todos
los problemas podían ser resueltos si se amontonaban suficientes leyes y
restricciones. Sin embargo puede ponerse en duda que los consumidores vayan a
ser ayudados mediante el acoso y difamación de los productores.
El
consumidor posee una gran protección contra los productores incompetentes o los
vendedores deshonestos. Ésta es su propia inteligencia y sus propias
decisiones. Sus puntos de vista son escuchados cada día en sus compras y
negativas a comprar. Con cada centavo que gasta, el individuo consumidor está
emitiendo su voto por un producto y en contra de otro. No necesita firmar
peticiones o marchar en las huelgas. Si patrocina un producto, la compañía que
lo produce prospera y crece; si él deja de comprar un producto, la compañía que
lo produce cierra. El consumidor es el jefe. El productor debe agradarle o
morir.
Pero ésta
es otra manera de decir que la gran protección del consumidor es la competencia
entre productores por su patrocinio. Ésta es otra manera de decir, como incluso
el Presidente Johnson admite en su mensaje de protección al consumidor, que: “La
mayoría de éstos problemas se resuelven en el mercado libre competitivo a
través de la energía de la empresa privada. Es notable lo bien que el sistema
de libre empresa hace su trabajo”. Estuvo bien de boquilla, pero las
recomendaciones detalladas del Sr. Johnson estaban basadas en suposiciones
opuestas.
Podrían
citarse miles de ejemplos sobre el milagroso efecto de la competencia del libre
mercado en servir al consumidor. Me contentaré con uno: la industria de
alimentos.
El
proyecto original de ley de empaquetado antes del 89º Congreso no solo buscó
proteger al consumidor contra etiquetados y empaquetados fraudulentos y
engañosos, sino que también buscó estandarizar tamaños, formas y proporciones
de paquetes y pesos netos y cantidades. Sin embargo, la industria mostró
mediante varios ejemplos, cómo esto habría desalentado la innovación y
restringido la elección del consumidor. “Si hoy en día hay 8.000 artículos
diferentes en el supermercado promedio comparado con los 2.000 de hace algunos
años”, testificaba Arthur E. Larkin, Jr., presidente de la General Foods
Corporation, “es porque el consumidor lo quiere de así. (...) Ninguno de los 8.000
artículos continuaría fabricándose ni a ocupando un espacio en las estanterías
si los clientes no los tomaran de los estantes para ponerlos en sus bolsas de
compras. (...) Cada producto debe ganarse su derecho a sobrevivir. Cada uno
debe venderse en la cantidad suficiente para ser rentable”.
En otras
palabras, una vez más, la manera de proteger al consumidor no es impidiendo ni
acosando, sino fomentando al productor.
Henry Hazlitt (1894-1993) fue un
famoso periodista que escribió sobre asuntos económicos en el New York Times,
el Wall Street Journal y Newsweek, entre otras muchas
publicaciones. Es tal vez más conocido como autor de La
economía en una lección (1946).