Por Jim Fedako. (Publicado el 28 de
septiembre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí http://mises.org/daily/5642.
Como antiguo competidor ciclista
(no confundir con ciclista de categoría mundial), tengo mis opiniones respecto
de otros ciclistas y del ciclismo en general. En concreto, tengo opiniones muy
sólidas sobre Lance Armstrong.
Es verdad que no soy un fan de
Armstrong, al contrario. Mis razones son personales, relacionadas con cómo creo
que Armstrong (a quien nunca he conocido) ha tratado a los que le rodean
(también gente que nunca he conocido). Son todas evidencias anecdóticas de
segunda mano, pero suficientes (al menos en mi opinión) para acusarle y
condenarle por mal comportamiento. No soy un fan de Armstrong y no voy a pedir
perdón por mi postura.
En un mundo libertario, soy libre
de tener una opinión sobre cualquiera, incluso si esa opinión no se basa en lo
que consideraríamos una evidencia sólida. Mi opinión es mía y solo mía. Usted
puede estar apasionadamente en desacuerdo conmigo, concluyendo que mi opinión
condena injustamente a otro. Sin embargo, podemos mantener pacíficamente
nuestras opiniones discrepantes y (si queremos hacerlo) interactuar, comerciar,
etc. Sobre esto, espero que podamos estar de acuerdo.
La investigación pública
del supuesto uso de sustancias dopantes por parte de Armstrong no tiene nada
que ver con reparar un daño. El robo y la agresión no están aquí presentes. En
relación con la acción del estado, ninguna parte está buscando reparaciones.
Los funcionarios públicos simplemente se la tienen jurada a Armstrong. Y están
utilizando los dólares de mis impuestos para hacerle sufrir. Tal y como lo veo
ahora (esta opinión también se basa en evidencias anecdóticas de segunda mano,
pero muy influidas por la experiencia), estos funcionarios del estado están
dejando que la envidia dirija su investigación. ¿Qué tiene esto de nuevo?
Al principio, mi lado envidioso
encontró cierto sentido de la justicia en el ataque del estado sobre Armstrong:
estaba llevándose el merecido que creía que merecía justamente. Sin embargo, el
estado está castigando a Armstrong sin condena, sin ningún delito probado, por
decirlo así. Como el estado es libre de gastar como le parezca, es razonable
suponer que Armstrong se ve obligado a gastar una cantidad similar en su
defensa. Así que la batalla no trata de hechos y realidades, la batalla es
(entre otras cosas) sobre a quién se la acaba antes el dinero, con la imprenta
del estado derrotando fácilmente a los recursos limitados de Armstring.Así que
un resultado necesario será la destrucción de mucha de su riqueza,
independientemente de que las acusaciones de dopaje sean verdaderas o no.
Helmut Schoek, en su excelente
libro Envy: A Theory of Social Behavior,
demuestra que el estado utiliza la envidia para fortalecer su posición y
avanzar en su programa. El caso contra Armstrong no es sino un ejemplo
reciente.
Si usted no cree que el estado
alimenta y se alimenta de envidia, considere mi reacción inicial o la de otros
cuando el estado va inicialmente contra alguien al que despreciamos.
Pero la envidia tiene muchos
sabores, así que no concluya que envidio el éxito o la riqueza de Armstrong.
Mis sentimientos se atribuirían más apropiadamente a la Schadenfreude, en la que a uno le produce placer las aflicciones y desgracias
de otro.
El que la investigación del posible
uso de Armstrong de sustancias dopantes parezca ser una vendetta de
funcionarios envidiosos del estado debería haber sido una indicación de que mis
sentimientos derivaban de la Schadenfreude
y no de algún sentimiento de que se estaba haciendo justicia.
Sin embargo, sucumbí inicialmente a
la tentación de disfrutar que Armstrong sufriera su destino a manos de
funcionarios del estado fervientes y vengativos. Así que les alabé
silenciosamente, como si la investigación y las molestias financieras y
personales que generaba fueran un justo castigo por el mal comportamiento que
llevó a mi anterior acusación y condena personal.
Admito mi error y de nuevo
reconozco la sutil acción del estado, en la que el estado se supone corrector
de los males, especialmente para males que no se basan en la agresión a la
propiedad. Además, reitero desdeñar el estado cuando actúa como caprichosa
fuerza de envidia.
Todos debemos continuar
esforzándonos por lo mismo. Nunca debemos buscar al estado como fuerza para
castigar a alguien por envidia. Y nunca debemos alabar las obras malvadas del
estado, ni pública ni privadamente. También sobre esto espero que todos podamos
estar de acuerdo.
Jim Fedako, analista de negocio y
padre que educa en su casa a sus siete hijos, vive aislado en los suburbios de
Columbus.