Por Daniel James Sanchez. (Publicado
el 21 de abril de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5158.
Introducción
Cuando el economista austriaco Thomas
DiLorenzo testificó recientemente ante el Subcomité de la Cámara sobre Política
Monetaria Interna, el congresista
William Lacy Clay trató de acusar a la Escuela Austriaca de economía de
falta de “rigor científico”, porque se basa en el “razonamiento deductivo”.
Hay algo distópico en un miembro
del gobierno diciendo a un intelectual disidente esencialmente: “¿No es cierto,
señor, que usted es parte de un grupo de pensadores que utiliza [poner la
música de tensión]… la lógica?” Ni
siquiera los obtusos inquisidores de Sócrates, Abelardo y Galileo habrían sido
tan audaces.
Se ha convertido en un truco
popular entre la gente incapaz de ocuparse de los argumentos intelectuales
reales de la Escuela Austriaca tratar de cortocircuitar el debate gruñendo,
como zombis “no científico” como dureza y familiaridad, fuera de lo que se les
enseñó en la universidad, incluso de los asuntos epistemológicos referidos a
las ciencias naturales, no digamos los asuntos aún más olvidados referidos a
los asuntos epistemológicos de las ciencias sociales.
Las burdas críticas metodológicas
como éstas contra la economía sensata son antiguas, anteriores a la propia
economía austriaca. Antes de que Carl Menger hubiera siquiera empezado la
Escuela Austriaca, los miembros de la Escuela
Histórica Alemana pensaban que podían desacreditar a los economistas
clásicos, no peleando realmente contra sus argumentos, sino rechazando
sencillamente toda la empresa de la economía teórica como “abstracciones sin
sentido”.
Ludwig von Mises destacaba que
cuando se enfrentaba a esos taques metodológicos potencialmente tendenciosos sobre
la validez de una economía sólida, podía parecer apropiado sencillamente “dejar
que ladren y no prestar atención a sus gruñidos” y recordar el dicho de Baruch
Spinoza de que “igual que la luz se define a sí misma y a la oscuridad, así la
verdad establece el patrón para sí misma y para la falsedad”.
Sin embargo, Mises rechazaba una
aproximación tan “por encima de todo” insistiendo:
Ningún científico tiene derecho a
suponer en principio que una desaprobación de sus teorías deba ser infundada
porque sus críticos estén afectados por pasión y parcialidad. Ha de replicar a
toda censura sin ninguna consideración a sus motivos subyacentes o su
trasfondo.
Consideraba que era esencial
explicar los pilares fundamentales de la economía. Por esta razón, Mises dedicó
una parte significativa de su atención científica a los problemas
epistemológicos y metodológicos.
En lo que sigue, me dedicaré a
explicar sistemáticamente la epistemología de Mises y sus implicaciones en la
economía, ocupándonos especialmente de sus tratados La
acción humana, Teoría
e historia y The
Ultimate Foundation of Economic Science..
“A priori” y “categorías”
Mises consideraba a la economía
como una ciencia a priori, Con esto quería decir que las leyes económicas son
anteriores e independientes de la experiencia económica y que no tiene sentido
tratar de probar leyes económicas con experimentos, observaciones, estadísticas
o cualquier otro tipo de datos empíricos.
Esta posición tiende a encender
inmediatamente las alarmas en personas a las que se ha inculcado una versión
simplista de los métodos utilizados por las ciencias naturales. Algunos llegan
a calumniar esta aproximación como “religiosa”, porque cualquier cosa que no
esté basada en un hecho empírico debe “basarse en la fe”. Uno se pregunta se
esos críticos consideran a la geometría como una religión, dado que los
teoremas geométricos son anteriores, y no están basados en la obtención de
datos topográficos. (Luego diré más sobre esa comparación).
Estos críticos no se dan cuenta de
que todo razonamiento (incluyendo el
de las ciencias naturales) tiene un aspecto a priori.
Negar esto sería pensar en la mente
de la forma que, como escribe Mises, “implica el famoso dicho de John Locke
según el cual la mente es una hoja de papel en blanco sobre la que el mundo
exterior escribe su propia historia”.
Por el contrario, la “mente humana
no es una tabula rasa en la que los
acontecimientos externos escriben su propia historia”.
Hay una doctrina empirista de que
no hay nada en el intelecto que no haya estado previamente en los sentidos.
Como apuntaba Mises, el filósofo Gottfried Leibniz añadió la condición
esencial: “excepto el propio intelecto”. Porque para que los acontecimientos
externos lleguen a convertirse siquiera en conocimientos tienen que ser
procesados por el intelecto/mente. Y para que la mente proceso con sentido los
acontecimientos, debe estar, como dice Mises, “equipada con una serie de
herramientas para entender la realidad”.
Mises atribuía a Immanuel Kant
expresar esta idea clave: “La experiencia, enseñaba [Kant], solo proporciona el
material en bruto del que la mente forma lo que se llama conocimiento”.
La “serie de herramientas para
entender la realidad” son ciertas concepciones innatas que la mente debe
aplicar a las sensaciones en bruto para que esas sensaciones se conviertan en
conocimiento real. Debemos tener estas concepciones, pues ninguna sensación
tendría sentido sin su aplicación. Y estas concepciones deben ser innatas, pues
no pueden aprenderse, ya que el aprendizaje es la adquisición de conocimiento
(en el sentido de interpretaciones de sensaciones externas e internas) y la
adquisición de conocimiento presupone la capacidad de aplicar estas
concepciones “para entender la realidad”.
Kant llamaba “categorías” (un
término que Mises usó muy frecuentemente) a estas concepciones innatas. Mises
se refería a estas “categorías” como características necesarias de la
“estructura lógica de la mente humana” y
como la proyección de la mente “en el mundo externo de la conversión y el
cambio”.
Todo conocimiento está condicionado
por las categorías que preceden a cualquier dato de la experiencia tanto en
tiempo como en lógica. Las categorías son a priori: son el equipamiento mental
del individuo que le permite pensar y (podemos añadir) actuar.
Un buen ejemplo de este
“equipamiento mental” son las propias leyes de la lógica. La aplicación de las
“relaciones lógicas fundamentales” (por ejemplo, la ley de la no contradicción)
es necesaria para todo razonamiento acerca de la verdad y la mentira, pero los
principios de la lógica en sí
no están sujetos a prueba o
refutación. Todo intento de probarlos debe presuponer su validez. Es imposible
explicarlos a alguien que no los tenga por sí mismo. Los esfuerzos por
definirlos de acuerdo con las reglas de la definición deben fracasar. Son
proposiciones primarias antecedentes a cualquier definición nominal o real. Son
categoría definitivas no analizables. La mente humana es completamente incapaz
de imaginar categorías lógicas distintas. No importa como puedan resultar a
seres sobrehumanos, son para el hombre inevitables y absolutamente necesarias.
Son el prerrequisito indispensable de la percepción, la apercepción y la
experiencia.
Las formas y categorías a priori del
pensamiento y razonamiento humanos no pueden remontarse a algo que aparecería
como la conclusión lógicamente necesaria. Es contradictorio esperar que la
lógica pueda servir para algo en demostrar la exactitud o validez de los
principios lógicos fundamentales. Todo lo que puede decirse de ellos es que
negar que sean correctos o válidos resulta para la mente humana algo sin
sentido y que el pensamiento, guiado por ellos, ha llevado con éxito a modos de
acción.
Causalidad
Incluso las ciencias naturales han
de recurrir a categorías a priori. El considerar como científicamente útiles
las experiencias observadas para descubrir leyes causales se basa en lo que
Mises llamaba una “suposición apriorística”.
La experiencia es necesaria para
eventos pasados. Puede recurrirse a ella para la predicción de eventos futuros
solo con la ayuda de la suposición de que prevalece una uniformidad invariable en
la concatenación y sucesión de los fenómenos naturales.
Solo con esta suposición
apriorística puede uno inferir “a partir de la regularidad observada en el
pasado la misma regularidad en los eventos futuros”.
Además, como apuntaba David Hume en
su famosa explicación del “problema de la inducción”, si dices que podemos
conocer que la regularidad previa predice la regularidad subsiguiente, porque
lo ha hecho constantemente en el pasado, entonces eso es sencillamente una
petición de principio (cometer la falacia lógica de suponer lo que ha de
probarse). Sería suponer una regularidad previa (“regularidad previa que
predice una regularidad posterior en el pasado”) predice una regularidad
posterior (“regularidad previa que predice una regularidad posterior en el
futuro”), lo que es exactamente lo que uno está tratando de probar en un
principio.
La “categoría de la causalidad” es
nuestra concepción innata de que la regularidad pasada predice la regularidad
futura. Esa concepción es un prerrequisito a todo razonamiento respecto de la
causa y el efecto en el mundo natural. Como escribió Mises, de acuerdo con
Hume, no hay prueba deductiva que la regularidad pasada prediga la regularidad
futura.
No hay demostración deductiva posible
del principio de causalidad y de la inferencia ampliativa de la inducción
imperfecta: solo puede recurrirse a la afirmación no menos indemostrable de que
hay una regularidad estricta en la conjunción de todos los fenómenos naturales.
Si no nos refiriéramos a esta uniformidad, todas las afirmaciones de las
ciencias naturales resultarían ser generalizaciones precipitadas.
Sin embargo, no hay otra forma
imaginable de dar sentido al mundo material sin asumir que la regularidad
pasada predice la regularidad futura. Sin recurrir a la teoría de la
causalidad, el universo físico que nos rodea sería una mezcla de sensaciones
sin sentido.
No solo las ciencias naturales,
sino la vida diaria seria imposible sin nuestra concepción innata de que la
regularidad pasada realmente sí predice la regularidad futura. Sin ella, nunca
habríamos desarrollado la agricultura, porque no tendríamos ninguna razón para
inferir de los ciclos estacionales pasados que podrían producirse ciclos
estacionales similares en el futuro. Sin ella, ni siquiera habríamos evitado el
contacto con el fuego, porque no tendríamos ninguna razón para inferir de
contactos pasados el dolor y daño en que podríamos incurrir con futuros
contactos.
En un mundo sin causalidad y
regularidad de fenómenos no habría espacio para el razonamiento humano y la
acción humana. Un mundo así sería un caos en el que el hombre no podría
encontrar ninguna orientación ni guía. El hombre no es ni siquiera capaz de
imaginar las condiciones de un universo así de caótico.
Teleología y acción
La más importante “equitación
mental” para pensar en la humanidad es la “categoría de la teleología/acción”:
nuestra concepción innata de intención y comportamiento intencionado. La acción
(comportamiento intencionado) es el uso de medios para buscar un fin (siendo el
“fin” siempre “la eliminación de una incomodidad percibida”).
Igual que el mundo sería una mezcla
de sensaciones sin sentido sin la categoría de la causalidad, el mundo social
que nos rodea (así como nuestra comprensión de nuestros propios estados
mentales) sería una mezcla de sensaciones sin sentido si no estuviéramos
equipados con la categoría de la teleología/acción El concepto de acción en
general es necesario antes del reconocimiento de cualquier acción concreta.
Gestos y palabras serían
movimientos y sonidos sin sentido salvo que la mente fuera capaz de aplicar a
ellos la concepción de “intención”. ¿Y cómo podríamos explicar la “intención” a
alguien que no tuviera ya una concepción innata de ella, cuando esa explicación
sería, para nuestro “alumno” movimientos y sonidos sin sentido?
Si sé algo, sé qué es la acción. Lo
vivo en cada frase que escribo con la intención
de comunicarme contigo, lector. Y tú también lo vives si estás viendo estas
palabras con la intención de
entenderlas. Si intentara negar la realidad de intención medios y fines, me
encontraría atrapado en el absurdo manifiesto de intentar negar la realidad de
intentar.
La voluntad
Según Mises, la voluntad del hombre
no es libre en sentido metafísico (es
decir, libre de causación):
El contenido de la acción humana, es
decir, los fines a los que se dirige y los medios elegidos y aplicados para
alcanzar dichos fines, está determinado por las cualidades personales de todo
hombre que actúe. El hombre individual es el producto de una larga historia de
evolución zoológica que ha moldeado su herencia fisiológica. Nació sucesor y
heredero de sus ancestros y los precipitados y sedimentos de todo lo que
experimentaron sus antecesores es su patrimonio biológico. Cuando nace, no
entra en el mundo en general como tal, sino en un entorno concreto. Las
cualidades biológicas innatas y heredadas y todo lo que ha hecho la vida con
él, hacen a un hombre lo que es en cada momento de su peregrinaje. Son su sino
y su destino. Su voluntad no es “libre” en el sentido metafísico de este
término. Está determinado por sus antecedentes y todas las influencias a las
que se vieron expuestos él y sus antecesores.
Además, el hombre no es un “dios”
completamente independiente fuera de la “maquinaria” del universo.
La libertad de la voluntad no
significa que las decisiones que guían la acción del hombre caigan, por decirlo
así, desde el exterior al tejido del universo y le añadan algo que no tenga
relación y sea independiente de los elementos que habían formado antes el
universo. Las acciones son dirigidas por ideas y las ideas son productos de la
mente humana, que es definitivamente una parte del universo y cuyo poder está
estrictamente determinado por toda la estructura del universo.
Sin embargo, según Mises, la
voluntad del hombre es libre en el sentido de que puede suprimir sus impulsos.
El hombre no es, como los animales, la obsequiosa marioneta de instintos e
impulsos sensibles. El hombre tiene el poder de suprimir los deseos
instintivos, tiene voluntad propia, elige entre fines incompatibles. En este
sentido, es una persona moral; en este sentido, es libre”.
Aún así, la noción de “voluntad” no
es más que una faceta de la noción de “acción”. “La acción es la voluntad
puesta en marcha”.
Así que, por todas las razones que
indican que la acción es una realidad necesaria para el hombre, también la
voluntad es una realidad necesaria. Se le califique de “libre” o no, el hombre
(en lo que concierne al hombre mismo) sí tiene una voluntad.
Algunos filósofos están listos para
explotar la idea de la voluntad del hombre como una ilusión y un autoengaño
porque el hombre debe comportarse inconscientemente de acuerdo con las leyes
inevitables de la causalidad. Pueden tener razón o no desde el punto de vista
del primum movens o de la misma
causa. Sin embargo, desde el punto de
vista humano la acción es lo definitivo. No afirmamos que el hombre sea “libre”
de elegir y actuar. Simplemente establecemos el hecho de que elige y actúa.
´Las últimas dos frases parecen
estar de acuerdo con la frase de Arthur Schopenhauer: “El hombre puede hacer su
voluntad, pero no puede tener la voluntad de elegir su voluntad”.
Praxeología
La acción, aunque sea una
concepción innata. No es una concepción tan simple como podríamos pensar a
primera vista- Hay unas pocas nociones subsidiarias que están “enredadas”
(implícitas) en la noción de acción. El “desenredo” de estas nociones (haciendo
explícito lo que está implícito en la acción) es aquello a lo que se refería
Mises como la ciencia de la praxeología (de la cual la ciencia de la economía
es una subdisciplina).
El ámbito de la praxeología es la
explicación de la categoría de la acción humana. Todo lo que hace falta para la
deducción de todos los teoremas praxeológicos en un conocimiento de la esencia
de la acción humana. Es un conocimiento que nos es propio pues somos hombres:
no le falta a ningún ser descendiente de humanos cuyas condiciones patológicas
no se reduzcan a una existencia meramente vegetativa. No se necesita ninguna
experiencia especial para entender estos teoremas y ninguna experiencia, por
rica que sea, podría enseñarlos a un ser que no conozca a priori qué es la
acción humana. La única vía par un conocimiento de estos teoremas es el
análisis lógico de nuestros conocimiento propio de la categoría de la acción.
Debemos pensar en nosotros mismos y reflexionar sobre la estructura de la
acción humana. Igual que la lógica y las matemáticas, el conocimiento
praxeológico está en nosotros, no viene de fuera.
Todos los conceptos y teoremas de la
praxeología están implícitos en la categoría de la acción humana. La primera
tarea es extraerlos y deducirlos, exponer sus implicaciones y definir las
condiciones universales del actuar como tal.
Uno puede desentrañar las nociones
subsidiarias contenidas dentro de la concepción de la acción simplemente
pensando en condiciones cuya ausencia haría que la existencia de la acción no
tuviera sentido. Por ejemplo, la noción de acción sin tiempo está claro que no
tiene sentido, así que el tiempo es una implicación necesaria de la acción.
Un aspecto potencialmente confuso
de los escritos de Mises que se refería a la implicaciones necesarias de las
acciones como “categorías de acción”. Así que ahora tenemos dos significados de
“categoría de acción”. Está la propia categoría general innata de acción (que
es el primer significado que hemos visto) y ahora están las nociones
subsidiarias que se agrupan en la
concepción de acción.
Estas nociones subsidiarias también
se califican como categorías, porque son también innatas y anteriores a la
experiencia. Así podemos también decir que el tiempo es una “categoría de acción”. La mejor forma de distinguir
entre los dos significados es tener en cuenta que “la categoría de acción” se refiere a la primera definición y “una categoría de acción” se refiere a la
segunda.
Otras categorías subsidiarias de la
acción incluyen:
- La existencia de un actor.
- La “incomodidad percibida” del actor.
- La anticipación del actor del posible éxito de la
acción.
- “Ideas tecnológicas” o “recetas”: planes para
disposiciones concretas de medios para alcanzar fines.
- Un entorno en que existan posibles medios (bienes)
para alcanzar los fines.
- Utilidad: la relevancia causal percibida de
distintos medios para aliviar la incomodidad percibida.
- Una escasez de medios en relación con los fines a
los que podrían potencialmente servir.
- Economización: la asignación de medios escasos a
distintos fines.
- Preferencia: clasificación de acciones alternativas
asignando medios escasos de acuerdo con las prioridades relativas de
distintos fines.
- Elección: realización de la acción más valorada por
la mayor prioridad de los fines a los que sirve.
- Coste de oportunidad: la segunda acción más
valorada que deja de realizarse cuando se elige la acción más valorada.
Es muy importante que la propia
categoría de la causalidad es una categoría de la acción humana, porque,
repetimos, como apuntó Mises, la acción sería impensable sin la suposición de
regularidad en el mundo natural.
Las anteriores son categorías
subsidiarias para toda acción. Pero
la praxeología no se limita a proposiciones tan generales como ésas, ya que si
fuera así, no sería tan útil como es realmente.
Habiendo demostrado qué condiciones
se requieren para cualquier acción, debemos ir más allá y definir (por
supuesto, en un sentido categórico y formal) las condiciones menos generales
requeridas para modos especiales de actuar.
Por ejemplo, uno puede pensar
acerca del modo especial de acción “intercambio indirecto” (intercambiar un
bien solo para intercambiarlo luego por otro bien distinto) y luego pensar
acerca de las condiciones que se requerirían para ese modo especial. Esas
condiciones incluirían la existencia de más de dos actores, la existencia de al
menos tres bienes, etc.
“Pero el fin de la ciencia es
conocer la realidad, añade Mises. “No es una gimnasia mental o un pasatiempo
lógico. Por tanto la praxeología restringe sus investigaciones al estudio de la
acción bajo aquellas condiciones y presupuestos que se dan en la realidad”.
Por ejemplo, Mies no considera a la
“desutilidad del trabajo” una categoría de acción.
Considera que la noción de trabajo no tiene ninguna utilidad por ser
completamente consistente con la noción de acción, Sin embargi, es un hecho
fácilmente observable que la desutilidad del trabajo impregna el mundo real.
Así que el praxeologista, para que sus estudios sean útiles en el mundo real,
debe suponer la desutilidad del trabajo en sus razonamientos. Mises destaca que
esto no hace de la praxeología una disciplina “empírica”.
Sin embargo, esta referencia a la
experiencia no impide el carácter apriorístico de la praxeología y la economía.
La experiencia sencillamente dirige nuestra curiosidad hacia ciertos problemas
y la desvía de otros. Nos dice qué deberíamos investigar, pero no nos dice cómo
podríamos proceder en nuestra búsqueda de conocimientos.
Economía
Por ejemplo, es una realidad que
vivimos en una sociedad en la que los actores que producen bienes son capaces
de utilizar precios que constituyen un medio casi universal y básicamente
comparable de intercambio (el dinero) para usar la aritmética para calculas
pérdidas y ganancias en su negocio en su conjunto y en distintas sucursales de
sus negocios.
Los precios en dinero y el cálculo
económico no son categorías de todas las acciones. Las familias autárquicas primitivas
(así como los estados socialistas) no recurren al cálculo monetario. Pero como
observamos que sí existen en nuestra sociedad, nuestra curiosidad se dirige
hacia problemas que les conciernen.
Así que para que nuestros estudios
nos sean útiles en el mundo real, restringimos muchos de nuestros razonamientos
praxeológicos a la subdisciplina de la praxeología conocida como economía o
“cataláctica”, que, como la definió Mises, es el estudio de la economía de
mercado, es decir, “el análisis de aquellas acciones que se realizan basándose
en el cálculo económico”.
Para dedicarnos a la ciencia económica debemos definir de nuevo las condiciones
requeridas para este “modo especial de actuar” (acción calculadora) y
desentrañar las implicaciones especiales que incluye la noción de una economía
de mercado.
El economista puede luego añadir
más suposiciones basadas en las condiciones de la vida real (aunque nunca
modelándolas perfectamente) para indagar en las implicaciones necesarias de
estas condiciones. Por ejemplo, no toda economía de mercado concebible está
gravada con controles de precios y restricciones a la producción. Por
desgracia, la nuestra lo está, así que asumiremos esas condiciones y
desentrañaremos las implicaciones en esa noción más complicada- Todas las leyes
de la economía son sencillamente esas implicaciones explicitadas.
Es fácil aceptar las leyes
económicas más generales como verdaderas, ya que parecen “verificarse”
constantemente en la vida, porque las condiciones afectadas son muy amplias.
Pero a medida que añadimos progresivamente suposiciones a nuestros experimentos
mentales para producir leyes económicas cada vez más concretas, aparece la
pregunta ¿no es posible que una proposición concreta se vea negada por los
acontecimientos? Pare entender por qué es espuria esta pregunta, es útil
considerar la analogía de la geometría.
Reflexionemos primero sobre la
metodología de la geometría. En tiempos preclásicos, la geometría era en buena
parte empírica. Por ejemplo, los antiguos agrimensores egipcios llamados
“transportadores de cuerdas” solían encontrar ángulos rectos extendiendo
cuerdas con nudos para hacer un triángulo 3-4-5 (un triángulo con lados con la
relación 3 a 4 a 5). El principio geométrico de que todos los triángulos 3-4-5
forman ángulos rectos podría haber sido descubierto por los egipcios a través
de la experiencia, advirtiendo sencillamente que dichos triángulos normalmente
tienen lados perpendiculares al ver múltiples ejemplos de éstos.
Sin embargo, los antiguos griegos
fueron los pioneros en el uso de largas cadenas de inferencias deductivas para
descubrir principios geométricos (por suerte no hubo ningún congresista Clay en
la antigua Grecia que se burlara de esta empresa científica deductiva). Y así
los griegos descubrieron el mismo principio (que todos los triángulos 3-4-5
formas ángulos rectos) por razonamiento
a partir del teorema
de Pitágoras. Y los griegos fueron capaces de utilizar la geometría
deductiva para descubrir muchos principios geométricos que habrían sido
demasiado sutiles como para descubrirse con métodos empíricos.
Actualmente el método deductivo de
la geometría es aceptado universalmente. Un buen profesor de geometría no
demostrará el teorema de Pitágoras con un metro y un montón de triángulos
rectángulos de plástico, salvo tal vez como ejercicio preliminar. Enseñará a
sus estudiantes a deducir el teorema de las premisas previas.
¿Qué pasa si, al medir los
triángulos de plástico, uno de los alumnos de geometría descubre algo que no se
ajusta al teorema de Pitágoras tal y como se lo ha enseñado el profesor? Hay
pocas explicaciones posibles a que ocurra esto.
Tal vez el maestro, extrañamente,
no conozca correctamente el propio teorema de Pitágoras o cómo deducirlo. Una
analogía económica sería el caso de un economista teórico que introduce
formulaciones viciadas (como hicieron los economistas clásicos con su teoría
del valor) y razonamientos inválidos (como hizo Keynes en mucha de su obra)
para construir un teorema económico falso.
Tal vez el estudiante midió
incorrectamente los triángulos rectángulos. Sería análogo a un estadístico de
economía recogiendo datos defectuosos.
Tal vez el estudiante para empezar
ni siquiera está usando triángulos rectángulos, así que el teorema de Pitágoras
no es aplicable. Esto sería análogo a un economista tratando de explicar un
aumento en el precio de un bien utilizando la teoría cuantitativa del dinero
cuando la cantidad de dinero en realidad no ha cambiado y en su lugar el precio
subió por un aumento en la demanda.
Si los datos económicos no parecen
demostrar el juego de cierto proceso de mercado descrito por la teoría
económica (suponiendo que la teoría es sólida y que los datos son correctos),
eso indicaría que las circunstancias deben haberse visto dominadas por otro
proceso del mercado (también descrito por la teoría económica pura), otra serie
de factores o la interacción de varios procesos/series de factores del mercado.
El historiador económico utiliza
los datos para determinar qué leyes económicas son más relevantes en cada
episodio concreto. Si, por ejemplo, el historiador económico descubre datos
fiables que demuestran que tras un aumento en la oferta de cierto bien aumentó
el precio de dicho bien en lugar de caer, eso no iría en contra de la ley de la
oferta. Más bien sería un indicador de que están operando otros factores
relevantes, como quizá una caída súbita en la oferta de otro bien del que el
primero puede servir como sustitutivo.
Sea cual sea la causa en
definitiva, ¿qué debería hacer el estudiante de geometría cuando se encuentra
con datos que no se corresponden con la teoría que está usando? ¿Debería
anunciar orgullosamente que ha refutado la “ortodoxia de Pitágoras” y publicar
un nuevo teorema basado en sus mediciones? ¿Debería obtener una muestra mayor
de triángulos de plástico y realizar un
análisis estadístico sobre los datos obtenidos?
Por supuesto que no. Debería
comprobar la solidez del razonamiento usado para derivar el teorema, verificar
sus mediciones y verificar la aplicabilidad del teorema a los datos.
Cuando el estudiante dedujo el
teorema de Pitágoras utilizando un razonamiento discursivo, era un geómetra. Pero cuando estaba usando la
geometría junto con las mediciones para estudiar triángulos de plástico, era un
topógrafo, no un geómetra. Aunque la
geometría es indispensable para la topografía, es completamente inválido tratar
de derivar leyes geométricas a partir de la topografía.
Esto es análogo a la distinción
esencial entre economía e historia económica. Cuando un
investigador deduce teoremas económicos utilizando el razonamiento discursivo,
es un economista. Pero cuando usa la
economía junto con la recogida de datos para estudiar eventos reales, es un historiador económico, no un economista. Aunque la economía es indispensable
para la historia económica, es completamente inválido tratar de derivar leyes
económicas a partir de la historia.
Esto no quiere decir que ni la
topografía ni la historia económica sean trabajos inútiles: muy al contrario,
ambas son increíblemente importantes.
Aún así, lo más que puede hacer la
historia para un economista es ofrecer o bien un ejemplo con el que ilustrar
(pero no probar) un teorema económico para ayudar a los estudiantes a entender
en concepto dándoles una manifestación concreta de éste, o bien una pista de
que tal vez haya realizado un razonamiento incorrecto al deducir teoremas
económicos con los que ha estado operando. Pero incluso en este último caso,
debe usar un razonamiento discursivo para entender el error y luego ajustar su
teoría de acuerdo con el razonamiento corregido.
Mises usó la fructífera comparación
con la geometría para refutar otra objeción popular a la economía teórica:
El razonamiento apriorístico es
puramente conceptual y deductivo. No puede producir nada más que tautologías y
juicios analíticos. Todas sus implicaciones derivan lógicamente de las premisas
y ya estaban contenidas en ellas. Por tanto, de acuerdo con una objeción popular,
no puede añadir nada a nuestro conocimiento.
Todos los teoremas geométricos ya
están implícitos en los axiomas. El concepto de un triángulo rectángulo ya
implica la teorema de Pitágoras. Este teorema es una tautología, cuya deducción
genera un juicio analítico. Sin embargo nadi pretendería que la geometría en
general y el teorema de Pitágoras en particular no engrandecen nuestro
conocimiento. El conocimiento a partir del razonamiento puramente deductivo es
asimismo creativo y abre a nuestra mente acceso a ámbitos previamente cerrados.
La tarea significativa del razonamiento apriorístico es por un lado poner de
relieve todo lo que está implícito en categorías, conceptos y premisas y, por
otro, mostrar lo que no está implícito. Su vocación es poner de manifiesto y
evidenciar lo que antes estaba oculto y era desconocido.
En el concepto de dinero ya están
implícitos todos los teoremas de la teoría monetaria. La teoría cuantitativa no
añade nada a nuestro conocimiento que no esté virtualmente contenido en el concepto
de dinero. Transforma, desarrolla y desentraña: solo analiza y es por tanto
tautológica como el teorema de Pitágoras en relación con el concepto de
triángulo rectángulo. Sin embargo, nadie negaría el valor cognitivo de la
teoría cuantitativa. Para una mente no acostumbrada al razonamiento económico
permanece como algo desconocido. Una larga serie de intentos abortados de
resolver los problemas relativos demuestra que realmente no fue fácil alcanzar
el actual estado de conocimiento.
No es un defecto del sistema de
ciencia apriorística el que no nos lleve a un conocimiento completo de la
realidad. Sus conceptos y teoremas son herramientas mentales que abren la
posibilidad de un entendimiento completo de la realidad: no son en sí mismos,
es verdad, ya la totalidad del conocimiento factual sobre todas las cosas. La
teoría y la comprensión de la realidad viva y cambiante no se oponen entre sí.
Sin la teoría, la ciencia general apriorística de la acción humana, no hay
comprensión de la realidad de la acción humana.
Otro error que cometen los críticos
en esta línea es que se confunden respecto del sentido en que los teoremas de
economía son tautologías. Cuando Mises dice que la teoría cuantitativa del
dinero, así como el teorema de Pitágoras, son una tautología, está utilizando
la definición técnica de “tautología” como se usa en el campo de la lógica:
“una afirmación que es verdadera por necesidad o en virtud de su forma lógica”.
No
está usando la definición corriente que se ha generado para el término: “decir
la misma cosa dos veces con palabras diferentes”, como en “los solteros son
hombres adultos no casados”. Este último tipo pleonástico de tautología es
realmente inválido (ver mi explicación del “axioma de la acción” en la nota
24), porque no dice a nadie nada que no supiera ya. Pero, como explicaba antes
Mises el primer tipo de tautología es increíblemente fructífero en expandir el
conocimiento de quien no conozca aún todas las implicaciones de la premisa.
La praxeología no es nada nuevo
Como “praxeología” es un neologismo
y como los escritos de Mises son característicos por su coherente calificación
de la economía como a priori, es fácil suponer que Mises estaba inventando
alguna nueva forma de mirar el mundo. Pero no es el caso.
Al afirmar el carácter a priori de la
praxeología no estamos elaborando un plan para una nueva ciencia futura
distinta de las ciencias tradicionales de la acción humana. No mantenemos que
la ciencia teórica de la acción humana deba ser apriorística, sino que lo es y
lo ha sido siempre. Todo intento de reflexionar sobre los problemas que genera
la acción humana está necesariamente ligado al razonamiento apriorístico.
En sus escritos metodológicos,
Mises no estaba tanto basando la economía en algunos nuevos fundamentos como
apuntando los fundamentos sobre los que se había basado siempre la buena
economía. Todo lo que es válido en la ley de Gresham, el mecanismo de flujo
precio-metálico de Hume, la ley de la ventaja comparativa de Ricardo y la ley
de los mercados de Say es válido porque
se basa en la buena comprensión apriorística
de la acción humana de su autor y en las suposiciones introducidas al formular
el teorema.
Además, todo el que piense
cuidadosamente acerca de asuntos humanos (no solo los economistas) solo puede
tener algún éxito en la medida en que recurra a un razonamiento apriorístico,
praxeológico.
Todo intento de reflexionar acerca de
los problemas generados por la acción humana está necesariamente unido a un
razonamiento apriorístico. No supone ninguna diferencia en este aspecto si los
hombres que discuten un problema son teóricos que buscan solo un conocimiento
puro o estadistas, políticos y ciudadanos normales ansiosos de entender los
cambios que se producen y de descubrir que tipo de política pública o conducta
privada se ajustará mejor a sus propios intereses. La gente puede empezar
discutiendo acerca de la significación de cualquier experiencia concreta, pero
el debate inevitablemente se desvía de las características accidentales y
ambientales del evento afectado a un análisis de los principios fundamentales y
abandona imperceptiblemente cualquier referencia a los hechos fácticos que
evocaba la discusión.
En realidad, toda la humanidad ha utilizado siempre
el razonamiento praxeológico. Mises solo dejó claras las distinciones entre la
parte siempre presente del razonamiento humano y otras partes. Solo después de
que se distinguió, pudo darse un nombre a esa parte del razonamiento humano. Si
el hombre no hubiera utilizado siempre el razonamiento praxeológico, habría sido
imposible la comprensión más rudimentaria de las acciones de sus congéneres.
Toda experiencia referida a la acción
humana está condicionada por las categorías praxeológicas y se hace posible
solo mediante su aplicación. Si no tuviéramos en nuestra mente los esquemas
ofrecidos por el razonamiento praxeológico, nunca deberíamos está en posición
de discernir y entender ninguna acción. Percibiríamos movimientos, pero ni
compraventas, ni precios, salarios, tipos de interés ni nada. Es solo a través
del esquema praxeológico como somos capaces de tener una experiencia relativa a
un acto de compraventa, por tanto independientemente del hecho de si nuestros
sentidos perciben o no a la vez cualquier movimiento de hombres y elementos no
humanos del mundo exterior. Sin la ayuda del conocimiento praxeológico nunca
habríamos aprendido nada acerca de los medios de intercambio. Si nos ocupáramos
de las monedas sin ese conocimiento preexistente, solo veríamos en ellas
pequeños círculos de metal, nada más. La experiencia relativa al dinero
requiere familiaridad con la categoría praxeológica del medio de intercambio.
La naturaleza y el ámbito humano
De los tres tipos de categorías
explicados antes, uno (las relaciones lógicas fundamentales) es fundamental en
todo razonamiento. Los otros dos (causalidad y teleología/acción) son
fundamentales en cualquier razonamiento acerca del cambio en el mundo.
Solo hay para el hombre dos
principios disponibles para entender la realidad, que son los de la teleología
y la causalidad. Lo que no pueda caer bajo alguna de estas categorías está
completamente oculto a la mente humana. Un evento no abierto a una
interpretación por uno de estos dos principios es para el hombre inconcebible y
misterioso. El cambio puede concebirse como el resultado o bien de la operación
de la causalidad mecánica o bien del comportamiento intencionado: para la mente
humana no hay una tercera forma posible.
Y repito que estas categorías son
anteriores a toda experiencia porque son un prerrequisito para que cualquier experiencia
tenga sentido. Para que las sensaciones tengan sentido, deben pasar por las dos
lentes cognitivas de la “causa” y el “propósito”.
Lo que diferencia el ámbito de las
ciencias naturales del de las ciencias de la acción humana es el sistema categórico
al que se recurre en cada una al interpretar fenómenos y construir teorías. Las
ciencias naturales no saben nada acerca de causas finales: la investigación y
teorización están completamente guiadas por la teoría de la causalidad.
La existencia de estas dos vías
alternativas de explicar el cambio (causalidad y teleología) en el mundo genera
preguntas: ¿Cómo sabemos cuál usar respecto de cualquier cambio concreto? ¿Cómo
podemos estar seguros de cuándo estamos hablando de naturaleza y cuándo del
ámbito de la acción humana?
Somos conscientes en cada momento
de reflexión de nuestra propia situación como ser que actúa ¿Pero qué pasa con
aquellos otros seres que se mueven alrededor que resultan parecerse y sonar
como nosotros? ¿Cómo podemos estar seguros sin ver de alguna forma sus mentes
que no son meros simulacros? Es evidentemente una pregunta extravagante. No hay
prueba praxeológica de la existencia de ningún alter ego concreto. Pero, como
escribe Mises:
Está fuera de duda que el principio
según el cual un ego se ocupa de cualquier ser humano como si el otro fuera un
ser que piensa y actúa igual que él es útil tanto en la vida mundana como en la
investigación científica. No puede negarse que funciona.
Y una vez que decidimos considerar
a los demás como seres que actúan, todos los teoremas generales de la
praxeología deben ser considerados aplicables a todos ellos.
La categoría de la teleología es
una característica tan importante en la mente humana que entes con relativa
inexperiencia a menudo pintan el mundo entero con colores teleológicos.
Tanto el hombre primitivo como el
niño, con una ingenua actitud antropomórfica, consideran bastante factible que
todo cambio y evento sea el resultado de un ser que actúa de la misma forma que
ellos. Creen que animales, plantas, montañas, ríos y fuentes, incluso piedras y
cuerpos celestes son, como ellos, seres que sienten, quieren y actúan.
Aquí Mises describía el animismo, una visión del universo en la
que se asigna inteligencia y voluntada a objetos que mentes más experimentadas
describen como inanimados.
A medida que evoluciona la cultura,
una sociedad a menudo pasa del animismo al deísmo, en el que los propios
objetos se consideran inanimados pero sus movimientos se determinan de acuerdo
con los propósitos de los dioses que actúan siguiendo su voluntad.
Si la gente no sabía cómo buscar la
relación de causa y efecto, buscaba una interpretación teleológica. Inventaba
deidades y demonios a cuya acción intencionada atribuían los fenómenos. Un dios
lanzaba rayos y truenos. Otro dios, enfadado por algunos actos de los hombres,
mataba a los transgresores lanzándoles flechas.
Sin embargo, no debería suponerse
que los pueblos primitivos solo recurrieran a la categoría de la teleología y
nunca a la de la causalidad.
Los hombres primitivos recurrían a
ambas categorías y a ellas recurren todos hoy en sus pensamientos y acciones
diarios. Las habilidades y técnicas más sencillas implican conocimiento
obtenido por una investigación rudimentaria de la causalidad.
Igual que, como en el ejemplo antes
mostrado en este artículo, un hombre falto de la categoría de causalidad nunca
podría aprender a evitar el fuego, un pueblo falto de la categoría de la
causalidad nunca podría aprender a hacer fuego. Nadie tendría nunca ninguna
razón par suponer que la fricción que generó una llama en el pasado pueda
hacerlo en el futuro.
A medida que progresan la cultura y
la tecnología, el ámbito de la causalidad tiende a expandirse a costa del
ámbito de la teleología. Así que las sociedades en progreso, como explica
Mises, tienden a sustituir con la causalidad la teleología animista: “Solo en
una etapa posterior de desarrollo cultural renuncia el hombre a estas ideas
animistas y las sustituye por la visión mecánica del mundo.
Y las sociedades acaban sustituyendo
también con la causalidad la teleología deística: “Lentamente la gente llega a
aprender que los fenómenos meteorológicos, las enfermedades y las plagas son
fenómenos naturales y que los pararrayos y agentes antisépticos ofrecen una
protección eficaz mientras que los ritos mágicos son inútiles”.
Esta transición en el pensamiento
se ejemplifica brillantemente en el antiguo doctor griego Hipócrates, al
escribir sobre la epilepsia, que antes de este momento se calificaba como la
“enfermedad sagrada”.
Es por tanto con relación a la
enfermedad llamada sagrada: no me parece de ningún modo más divina ni más
sagrada que otras enfermedades, sino que tiene una causa natural en su origen
como otras afecciones. Los hombres consideran su naturaleza y causa como divinas
por ignorancia y maravilla, porque no es en absoluto como otras enfermedades. Y
esta idea de su divinidad se mantiene por su incapacidad de comprenderla y la
simplicidad de modo por el que se cura, pues los hombres se ver liberados de
ella por purificaciones y encantamientos. Pero si se considera divina por ser
maravillosa, en lugar de una hay muchas enfermedades que serían sagradas, pues,
como demostraré, hay otras no menos maravillosas y prodigiosas, que nadie
imagina que sean sagradas.
El abandonar la teleología por la
causalidad tuvo resultados tan satisfactorios en asuntos prácticos que los
pensadores empezaron a hacer el mismo cambio incluso respecto de asuntos muy
alejados de la vida diaria y sobre los que no tenían ningún control.
Carl Sagan describía elocuentemente
este proceso en su libro Cosmos.
Durante miles de años, los humanos se
vieron oprimidos (como aún lo estamos algunos de nosotros) por la idea de que
el universo es una marioneta cuyas cuerdas maneja un dios o dioses, invisibles
e inescrutables. Luego, hace 2.500 años, hubo un glorioso despertar en Jonia:
en Samos y en otras colonias griegas cercanas que crecían entre las islas y
ensenadas del agitado este del Mar Egeo. De repente hubo gente que creía que
todo estaba hecho de átomos, que los seres humanos y otros animales derivaban
de formas más simples, que las enfermedades no las causaban demonios o dioses,
que la tierra solo era un planeta que giraba en torno al sol. Y que las
estrellas estaban muy lejos.
Esta revolución trajo el Cosmos a
partir de Caos. Los primeros griegos habían creído que el primer ser fue Caos,
lo que se corresponde con la frase del Génesis en el mismo contexto: “sin
forma”. Caos creó y luego se unió a una diosa llamada Noche y sus descendientes
acabaron produciendo todos los dioses y hombres. Un universo creado desde el
caos estaba en perfecta consonancia con la creencia griega en una naturaleza
impredecible dirigida por dioses caprichosos. Pero en el siglo VI a de C. en
Jonia, se desarrolló una nueva idea, una de las grandes ideas de la especie
humana. El universo es cognoscible, argumentaban los antiguos jonios, porque
muestra un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que permiten que
se descubran sus secretos. La naturaleza no es completamente impredecible: hay
reglas a las que hasta ella debe obedecer. A este carácter ordenado y admirable
del universo se le llamó Cosmos.
Y en la serie de televisión en la
que se basaba el libro Cosmos, Sagan
decía:
El primer científico jonio se llamaba
Tales. Había nacido allí, en la ciudad de Mileto, al otro lado de este pequeño
estrecho. Había viajado a Egipto y conocía el lenguaje babilonio. Igual que los
babilonios, creía que el mundo había sido una vez todo agua. Para explicar el
territorio seco, los babilonios añadieron que su dios Marduk había puesto a un
hombre ante las aguas y había acumulado barro sobre él. Tales tenía una opinión
parecida, pero dejaba fuera a Marduk. Sí, el mundo había sido alguna vez
principalmente agua, pero era un proceso natural que explicaba el territorio
seco. Tales pensaba que era similar a la acumulación de cieno que había
observado en el delta del Río Nilo.
El que las conclusiones de Tales
fueran correctas o no, no es tan importante como su aproximación. El mundo
estaba hecho por los dioses, sino que era el resultado de fuerzas materiales
interactuando en la naturaleza.
Esta aproximación acabó llevando a
la revolución científica de los tiempos modernos.
Antiteleología radical
Mises describía cómo el historial
del cambio de la teleología a la causalidad llevó a algunos pensadores a
suponer que era apropiada la completa abolición de la teleología de todo
pensamiento científico.
Los maravillosos logros de las
ciencias naturales experimentales llevaron a la aparición de una doctrina metafísica
materialista, el positivismo. El positivismo niega categóricamente que
cualquier campo de investigación esté abierto a la investigación teleológica.
Los métodos experimentales de las ciencias naturales son los únicos métodos
apropiados para cualquier tipo de investigación.
Los positivistas y otros
antiteleologistas radicales incluso rechazaban las investigaciones teleológicas
en las ciencias sociales. En un ejemplo de “cientifismo” (la proclividad de
imitar las ciencias físicas), estos críticos de las aproximaciones
tradicionales a los estudios de los asuntos humanos creen que todas las
ciencias teleológicas como el último refugio del animismo. B.F. Skinner, el
fundador del conductismo radical, explicaba esta actitud cuando escribía:
Durante dos mil quinientos años la
gente ha estado preocupada por los sentimientos y la vida mental, pero solo
recientemente se ha mostrado algún interés en un análisis más preciso del papel
del entorno. La ignorancia de ese papel lleva en primer lugar a ficciones
mentales y se ha visto perpetuada por las prácticas explicativas a las que
dieron lugar.
Los antiteleologistas radicales
califican a las palabras “intención”, “creer”, “desear” y “amor” como “mentalés” o “psicología
popular”. Muchos ni siquiera creen que estos conceptos puedan reducirse a
fenómenos materiales (una empresa que muchos consideran que se demostrado
inútil por la teoría de la intencionalidad de Franz Bentano). Pero en su lugar
consideran a estas nociones teleológicas como completas ficciones que deberían
descartarse, igual que el animismo y deísmo teleológico no se “reducen” sino
sencillamente se descartan.
Se dice que Sidney Morgenbesser
hizo una pregunta a B.F. Skinner que mostraba sucintamente lo ridículo de
adoptar esta aproximación a las ciencias sociales: “Déjeme ver si entiendo su
tesis. ¿Piensa que no deberíamos antropomorfizar a la gente?”
Aún así, algunos suponen que la
antiteleología radical es una consecuencia necesaria del monismo materialista y de
rechazar el dualismo cartesiano de mente y cuerpo. Piensa que cualquier cosa que no sea la
antiteleología radical sería, en cierta medida, aceptar la independencia del
alma como alguna especie de “fantasma en la concha”.
Mises lo negaba. Argumentaba que lo
que llamaba “dualismo metodológico” (aplicar la causalidad a la naturaleza y la
teleología a los asuntos humanos) no implica necesariamente un dualismo de
“fantasma en la concha”.
Además, el dualismo metodológico sigue
siendo necesario, incluso si aceptamos completamente el monismo materialista.
Podemos suponer o creer justamente
que son absolutamente dependientes y condicionados por sus causas. Pero como no
conocemos cómo los hechos externos (físicos y psicológicos) producen en la
mente humana pensamientos y voluntades definidos en actos concretos, tenemos
que afrontar un inevitable dualismo metodológico.
No se recurre al dualismo metodológico porque
no sepamos si las acciones están determinadas. Incluso si suponemos que los
comportamientos humanos están realmente determinados, mientras no sepamos qué factores causarán qué acciones, seguiremos debiendo
recurrir al dualismo metodológico.
No basta con saber que la actividad
de las neuronas lleva a los comportamientos. Para que un científico que estudie
el comportamiento humano practique el monismo metodológico, necesitaría saber qué circunstancias respecto de la
actividad de las neuronas llevarían a decidir los movimientos del cuerpo que
estos “estúpidos psicólogos populares” llaman “componer una sinfonía” y qué circunstancias respecto de la
actividad de las neuronas llevaría por el contrario a decidir los movimientos
del cuerpo que estos “estúpidos psicólogos populares” llaman “leer un libro”.
Mientras no podamos alcanzar un logro tan alucinante como éste, la única forma
que tiene sentido de estudiar los asuntos humanos es considerar a los humanos
como seres que actúan, con mente, voluntad e intenciones.
Hay quien afirma que el “dualismo
metodológico” es una etapa provisional, a la que se recurre solo porque aún no
tenemos la tecnología para explicar completamente la complejidad del cerebro
humano y que esta etapa puede acabar cuando alcancemos ese nivel tecnológico.
Sin embargo, por añadir un
argumento propio, complementario al de Mises, los humanos no son especiales
para la ciencia solo porque sean complejos. No están básicamente en el mismo
ámbito científico que los patrones climáticos. Son especiales para la ciencia porque
las mismas cuestiones a las que quieren responder son teleológicas por
naturaleza. La razón por la que estudiamos la acción humana en primer lugar es
que tenemos ciertas cuestiones que están inextricablemente ligadas con los
fines humanos que los antiteleologistas rechazan como ficciones mentalistas.
Por ejemplo, a la gente le interesa
vivamente la economía en buena medida para descubrir las condiciones legales e
institucionales por las que los humanos pueden prosperar. ¿Cómo puede uno
explicar “cómo pueden prosperar los humanos” cuando desde el principio se
rechaza la “ficción mental” teleológica de “prosperidad” como algo sin sentido?
Desafío a cualquier economista antiteleológico a siquiera definir (no digamos
explicar) “bienes”, “dinero”, “beneficio”, “pérdida” y “renta” sin usar el
lenguaje “mentalista” teleológico del que se burlan como “psicología popular”.
Las investigaciones de las causas y
naturaleza de la riqueza de las naciones son fundamentalmente diferentes de las
investigaciones de las causas y naturaleza de la humedad de los vientos
alisios. Si tuviéramos instrumentos suficientemente precios y computadoras
suficientes poderosas podríamos explicar cada detalle del patrón climático más
complejo. Pero no importa los precisos que sean los instrumentos, no importa lo
poderosas que sean las computadoras, todo lo que encontraremos en el cerebro
son patrones y procesos químicos, eléctricos, subatómicos y de otro carácter
físico. Nunca encontraremos preferencias, propósitos, costes o ganancias.
Esto no quiere decir que unos no
causen los otros. Es más bien que los términos en que nuestras mentes entienden
la causalidad y al teleología son fundamentalmente diferentes y sencillamente
no se traducen unos en otros.
Realmente los antiteleologistas más
concienzudos y radicales tienen razón en que, en el lenguaje de la causalidad, no existe la teleología. Por eso no
quieren explicar la teleología en términos de causalidad: en su lugar, quieren
abandonar completamente la teleología. Su postura es ridícula, porque supondría
el abandono de todas las cuestiones económicas, sociológicas, etnográficas e
históricas, pero al menos es más lógica que la de la gente que piensa que puede
responder a preguntas teleológicas con respuestas causales.
Tenemos muchas preguntas acerca de
nuestros cuerpos (incluyendo nuestros cerebros) relacionadas con la causalidad,
porque nuestros cuerpos nos son útiles. Pero también tenemos muchas preguntas
teleológicas acerca de elecciones, éxito, fracaso, prosperidad y pobreza. Una
vez abandonas el lenguaje teleológico, en
realidad has cambiado la pregunta. Así que, al seguir haciendo preguntas
teleológicas, necesitamos seguir ofreciendo respuestas teleológicas.
No hay nada malo en la
neurobiología y la neuroquímica; de hecho, esas ciencias están consiguiéndonos
maravillas. Pero las ciencias sociales no podrán nunca incluirse en esas
ciencias naturales, porque la mente humana no podrá nunca incluir la teleología
en la causalidad sin abandonar completamente la teleología y porque estudiar
los asuntos humanos sin considerar la acción intencionada no es en absoluto
estudiar los asuntos humanos.
Economía cientifista
La mayoría de los científicos
sociales que tratan de emular las ciencias naturales no llevan las cosas tan
lejos como para negar completamente la teleología. La mayoría consideran a los
humanos como seres que actúan. Sin embargo en sus afanes “cientifistas” acaban
viciando todos sus esfuerzos con aproximaciones erróneas. Un aspecto de las
ciencias naturales que tratan de emular es los métodos empíricos de ésta.
Complejidad
Sí, todos los datos, no importa lo
numerosos y cuidadosamente que se recojan, son siempre información acerca de
acontecimientos pasados. Y como escribía Mises:
La experiencia de la que tienen que
ocuparse las ciencias de la acción humana es siempre una experiencia de
fenómenos complejos. No pueden realizarse experimentos de laboratorio respecto
de la acción humana. Nunca estamos en una situación como para observar el
cambio en un solo elemento, permaneciendo invariables todas las demás
condiciones del evento. La experiencia histórica como experiencia de fenómenos
complejos no nos ofrece hechos en el sentido en que las ciencias naturales
emplean este término para referirse a eventos aislados probados en
experimentos. La información que conlleva la experiencia histórica no puede
utilizarse como material de construcción para crear teorías y predecir eventos
futuros. Toda experiencia histórica está abierta a distintas interpretaciones y
de hecho se interpreta de distintas maneras. (…)
Los fenómenos complejos en cuya
producción se entremezclan varias cadenas causales no pueden probar ninguna
teoría. Por el contrario, esos fenómenos se convierten en inteligibles solo a
través de una interpretación en términos de teorías previamente desarrolladas
desde otras fuentes. En el caso de los fenómenos naturales, la interpretación
de un evento no debe estar en contra de las teorías satisfactoriamente
verificadas por los experimentos. En el caso de los acontecimientos histórico
no existe esa restricción. Los comentaristas serían libres de recurrir a
explicaciones bastante arbitrarias. Donde haya algo que explicar, a la mente
humana nunca le han faltado invenciones ad hoc de teorías imaginarias, faltas
de cualquier justificación lógica.
Falta de regularidad
Además, la aproximación empírica a
las ciencias naturales solo es fructífera a causa de su regularidad y nuestra
capacidad de usar la categoría de la causalidad para inferir, utiliza la
regularidad cuidadosamente observada en el pasado para inferir dichas
regularidades en general (en todos lugares y momentos). Pero, como argumentaba
Mises, sencillamente no existe esa regularidad en el ámbito de la acción
humana:
Epistemológicamente, la señal
distintiva de lo que llamamos naturaleza es que se aprecia con una visible e
inevitable regularidad en la concatenación y secuencia de fenómenos. Por otro
lado, la señal distintiva de lo que llamamos la esfera o historia humana o,
mejor, el ámbito de la acción humana es la ausencia de esa regularidad que
prevalece universalmente. Bajo condiciones idénticas, las piedras siempre
reaccionan a los mismos estímulos de la misma manera: podemos aprender algo
acerca de estos patrones regulares de reacción y podemos hacer uso de este
conocimiento para dirigir nuestras acciones hacia fines concretos. Nuestra
clasificación de objetos naturales y nuestros nombres asignados a estas clases
son resultado de este conocimiento. Una piedra es una cosa que reacciones de
una forma concreta. Los hombres reaccionan de maneras diferentes ante los
mismos estímulos y el mismo hombre en diferentes momentos en el tiempo puede
reaccionar de formas distintas a su conducta previa o posterior. Es imposible
agrupar a los hombres en clases cuyos miembros siempre reaccionen de la misma
manera.
Economía matemática
La falta de regularidad en el
ámbito de la acción humana también hace inútil la otra forma en que muchos
economistas tratan de imitar a las ciencias físicas: su “cuantrofenia” (una
prisa irracional por introducir análisis matemáticos en su obra).
En primer lugar, las mediciones
requieren relaciones constantes. Así que, al contrario que en el ámbito
natural, la completa falta de relaciones constantes en el ámbito de la acción
humana impide cualquier medición útil.
En el ámbito de los eventos físicos y
químicos existen (o, al menos, se supone generalizadamente que existen)
relaciones constantes entre magnitudes y el hombre es capaz de descubrir estas
constantes con un grado razonable de precisión por medio de experimentos de
laboratorio. No existen esas relaciones constantes en el campo de la acción
humana fuera de la tecnología física y química y de la terapéutica. (…)
Aquellos economistas que quieren
sustituir con la “economía cuantitativa” lo que llaman “economía cualitativa”
están completamente equivocados. No hay en el campo de la economía relaciones
constantes y consiguientemente no es posible ninguna medición.
En segundo lugar, las ecuaciones también requieren relaciones constantes. Así que, de nuevo en contra del ámbito
natural, la completa falta de relaciones constantes en el ámbito de la acción
humana impide la formulación de cualquier ecuación con sentido.
En mecánica la ecuación puede
proporcionar servicios prácticos muy importantes. Como existen relaciones
constantes entre los distintos elementos mecánicos y como estas relaciones
pueden verificarse por experimentación, se hace posible utilizar ecuaciones
para la solución de problemas tecnológicos concretos. Nuestra civilización
industrial moderna es principalmente un logro de esta utilización de las
ecuaciones diferenciales de la física. Sin embargo, no existen esas relaciones
constantes entre elementos económicos. Las ecuaciones formuladas por la
economía matemática siguen siendo una pieza inútil de gimnasia mental y
seguirían siéndolo incluso si expresaran mucho más de lo que realmente
expresan.
Aparte de estos errores
epistemológicos más básicos, los economistas matemáticos también torturan
conceptos económicos como utilidad y equilibrio con formulaciones viciadas para
hacerlos matemáticamente manipulables, a costa de la verdad y la comprensión.
Como este artículo trata de epistemología y no de adecuación económica, no
explicaré todos los argumentos de Mises contra las mentiras de la economía
matemática, salvo solo dirigir al lector a mi guía
de estudio de la Teoría del dinero y
del crédito de Mises, capítulo 2 y La acción humana, capítulo 9, sección 5.
Conclusión
Ludwig von Mises hizo a las
ciencias sociales (y a la propia humanidad) un servicio inestimable no solo
usando su clarísima comprensión del verdadero carácter de las ciencias de la
acción humana, sino también explicando para la posteridad su verdadero
carácter.
Mises demostró de una vez por todas
que (y cómo) la economía es realmente una ciencia exacta, verdadera, a priori y
(sí) deductiva.
En estos tiempos oscuros, en los
que una metodología desatada ha llevado a una economía falsa, que a su vez ha
llevado a políticas desastrosas, las obras epistemológicas de Mises brillan
como un faro de esperanza: la esperanza de que algún día las ciencias sociales
se arreglen al nivel metodológico fundamental y por tanto están lo
suficientemente claras como para guiar a la humanidad de vuelta a la sensatez,
la paz y la prosperidad.
Daniel James Sanchez es el administrador de la Academia Mises y moderador principal de
los Foros de la Comunidad Mises.
Escribe en el blog
de Economía de Mises.org y mantiene su propio blog, Locus Anthropica.
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