La cobertura universal significa suprimir la elección humana

Por Eric M. Staib. (Publicado el 2 de septiembre de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3666.

 

Aunque por milagro el Obama Care fuera capaz de cumplir sus promesas, sigue sin estar claro que la cobertura universal sea un logro laudable. De hecho, es precisamente lo contrario.

Lo que es y lo que no es eficiencia

Para ocuparnos adecuadamente de los méritos de la cobertura universal, debemos establecer primero exactamente qué consideramos lo ideal como economistas. Cualquier alumno de primero de carrera puede citar fácilmente a la promoción de la “eficiencia” como el objetivo último de la economía, pero a los economistas políticos contemporáneos les falta profundamente una comprensión de lo que significa realmente para un mercado funcionar eficientemente.

Se dice que un mercado es “eficiente” cuando sus productores y consumidores actúan con eficacia en los costes; en otras palabras, cuando economizan sus recursos escasos. Se dice que los consumidores actúan eficientemente cuando eligen consumir solo aquellos bienes y servicios que más les gustan. Es fácil ver que las decisiones individuales de consumo son el único método por el que puede maximizarse el bienestar del consumidor.

Por desgracia, cuando hablan de “eficiencia”, los economistas mainstream no hacen sino ignorar los dos pilares de los procesos eficaces de mercado y el comportamiento óptimo del consumidor. Fuera de declaraciones teóricas acerca de “externalidades del mercado”, los economistas mainstream se contentan con medir lo que llaman eficiencia con análisis políticos de distintas estadísticas. Estas estadísticas van de los precios de ciertos bienes a la disponibilidad de ciertos servicios, midiendo esta última habitualmente en términos tan vagos como “suficiente cobertura del servicio de salud”.

Sin embargo, deducir una medida de eficiencia es a la vez teóricamente absurdo y prácticamente imposible, por que la sencilla realidad es que los economistas no conocen y en realidad no es posible que puedan conocer nunca qué cantidades, precios, procesos de producción y tipos de empleo son eficientes.

Los economistas pueden estimar ciertos parámetros, como las tendencias de precios de materias primas a corto plazo, con cierto grado de certidumbre. Pero realmente es imposible que los economistas predigan a priori que bienes se producirán, con qué métodos se producirán y a qué precios se venderán en un mercado eficiente (o en lo que Cordato llama un universo abierto). Es igual de imposible determinar, por tanto, si puede decirse que esté funcionado eficientemente cualquier mercado concreto.

Por tanto, podemos observar lo que elige un consumidor individual y conocer así sus preferencias. Aunque un grupo de consumidores pueda decir a un planificador que realmente prefieren seguro sanitario a los bienes que compran actualmente, sus compras reales revelan indudablemente sus verdaderas preferencias. Luego es fácil de ver que un mercado verdaderamente libre, que permita a cada consumidor una completa libertad de elección, es el mejor mecanismo para la maximización del bienestar del consumidor.

L'Homme Politique versus Homo Economicus

La planificación centralizada, ya sea en el seguro sanitario o en los productos agrícolas, no está pensada con una verdadera eficiencia económica en mente. Una economía de mercado operando eficientemente no se dirige hacia puntos de referencia políticos (en realidad, los aborrece).

Incluso en una economía regulada políticamente, los individuos tratarán de seguir sus deseos de consumo mientras los desincentivos legales no sean suficientemente fuertes (en otras palabras, mientras los individuos no crean que serán multados o encarcelados hasta el punto de hacer demasiado costoso el bien o servicio en cuestión). Por supuesto, ésta es la razón de la existencia de mercados negros en todos los países del planeta.

Las consecuencias de esto están claras: para aplicar las decisiones de los planificadores centrales respecto del comportamiento del consumidor, el cuerpo gobernante debe aplicar sanciones serias y estrictas. No sorprende que la propuesta sanitaria de los demócratas incluya esa sanción para los consumidores que rechacen participar en el plan. Esas multas pueden hacer más efectivos los planes políticos, pero no harán ni podrán hacer a la economía más eficiente. Por el contrario, hacen necesariamente a la economía menos eficiente porque crean deliberadamente elecciones subóptimas de consumo.

Hasta aquí, nuestra explicación de la eficiencia ha dejado claro que los políticos no deberían aumentar la eficiencia de la operación de la economía. Tal vez tendríamos que considerar qué debería hacer el gobierno para aumentar la eficiencia del mercado.

Como se explicó antes, del mismo hecho de su abstención en la compra de servicios sanitarios sabemos a posteriori que millones de personas en este país no desean seguros sanitarios más que otros bienes o servicios. De hecho, incluso con los menores precios de cobertura que prevalecerían en un mercado verdaderamente libre, hay muchas razones para esperar que millones no decidieran contratar un seguro.

Por tanto, las autoridades planificadoras tendrían que permitir el libre consumo y producción de todos los bienes y servicios. No es una recomendación de una política pasiva, sino más bien de una política activa de liberalización económica y abolición de todo tipo de prohibiciones.

La concesión de libertad económica debe extenderse a todo tipo de bien, sin que importe lo desagradable o inmoral que pueda parecer su uso al público en general. No puede negarse que algunos elegirían gastar su dinero en el casino más cercano que en comprar servicios sanitarios.

Deberíamos de jara de tratar a los consumidores como si fueran tan estúpidos o imprudentes como para atender a sus propios deseos. Hay sencillamente personas con alta tolerancia al riesgo y fuertes deseos de los atractivos psicológicos del juego. Para esos consumidores, por lo tanto, la aplicación forzosa de sanidad (y la regulación de la prohibición del juego) les deja inequívocamente peor. Aunque sus elecciones puedan afectar negativamente a las estadísticas nacionales de salud, la abolición de todas las prohibiciones sin duda aumentaría su felicidad.

Con estos consumidores en mente, podemos afirmar con seguridad que una obligación de un seguro sanitario debe, por definición praxeológica, disminuir el bienestar del consumidor y por tanto hacer a la economía menos eficiente.

Cualquier prescripción contraria a esta fórmula para la eficienciadebe criticarse por lo que es: un intento de imponer consumo no deseado a individuos para beneficio político de los políticos mojigatos y los llamados economistas públicos.

 

 

Eric Staib es especialista en economía en la Universidad de Oklahoma.

Published Sat, Oct 1 2011 7:26 PM by euribe