Por Llewellyn H. Rockwell Jr. (Publicado el 30 de septiembre
de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5693.
Hace unos
años, la policía entró en la oficina de un joven profesor en una universidad
reputada y le arresto por un delito en línea. Se llevaron al profesor, lo
ficharon y luego le ofrecieron un trato: admite tu culpabilidad y saldrás
fácilmente.
El
profesor dijo a la poca gente a la que se le permitía hablar que era una locura
porque era inocente.
Su
abogado le advirtió: pelea y podría salir bien; admite la culpabilidad y
obtendrás una sentencia suspendida. Aceptó el trato. Era un truco. Ahora
languidece en la cárcel, con su vida destrozada en el futuro hasta donde puede
ver.
¿Esto no
pasa en Estados Unidos, verdad? Sí pasa. No solo eso, es cada vez más la norma.
Quienes crecieron con una dieta constante de programas de televisión sobre
tribunales creen que son de verdad la forma en que se cumple con la justicia. Es
una enorme ingenuidad. Los juicios son raros en los casos criminales. Nueva de
cada diez casos se cierran con arreglos como el caso anterior. Solo el 3% de
los casos va a juicio. Entre los que van a juicio, el acusado solo gana en uno
de cada 212 casos.
Lo que
significa que no hay salida para los acusados. Los acusadores tienen todo el
poder. Ni siquiera el juez tiene discreción, porque los legisladores le han
quitado casi toda esa liberalidad en nombre de acabar con el delito. Esto ocurrió
a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 y la dictadura acusadora se ha
reforzado para convertirse en la norma desde 2001. Durante los últimos diez
años, la policía del estado ha tenido rienda suelta.
No fueron
los “progresistas” o los “conservadores” los que lo hicieron. Fueron ambas facciones
actuando con el apoyo másico de la opinión pública estadounidense, como tiranos
en el sector público que se relamen. Fue la consecuencia de una locura por la
seguridad y ni siquiera ahora le preocupa a alguien.
Hoy todo
ciudadano, no importa lo libre que se sienta en su vida diaria, es en realidad una
presa fácil. Se te puede hacer desaparecer. Esencialmente no hay forma de que
puedas escapar una vez que los federales entran en tu red. No hay justicia. Los
estados totalitarios del pasado solían simular tener condenas basadas en
juicios. Al estado totalitario actual no le preocupa siquiera eso. Solo te pone
un saco en la cabeza y se te lleva.
¿Qué pasa
luego? Tus seres queridos lloran. Tratan de ir donde estas encerrado,
normalmente a varios estados de distancia. Quiebran y se arruinan. ¿Y qué pasa
con tus compañeros, tus amigos, tu entorno social? Podrían querer ayudar.
Podrían sentirse mal por ti. Pero el hecho es que te declaras culpable y ni
siquiera tienes una posibilidad de contar tu versión de la historia. Respecto
de lo que todos conocen, tienes exactamente lo que te mereces. Así que hacen lo
único que pueden hacer: te olvidan.
Y allí
languideces hasta que el sistema decide que estás estorbando. Tal vez a los
diez años. Tal vez a los veinte. En algún punto, las puertas se abren de nuevo
y quedas libre. Pero estás arruinado: amargado, sin talento, trastornado
emocionalmente, debilitado físicamente y (si eres joven y delgado) violado por
las bandas. No hay manera de contactar con los amigos que te abandonaron. Los miembros
de tu familia se han mudado: también tienen sus vidas y tienen que vivirlas. En
términos de empleo eres un exconvicto inútil.
Estados
Unidos tiene la mayor población reclusa del mundo: 2,3 millones de personas. Es
casi 1 de cada 100 personas. Es más que la población de Letonia o Eslovenia. Es
casi la población total de Nevada. Es Wyoming, DC, Dakota del Norte y Vermont
juntos. Si la población reclusa tuviera representantes en el Congreso, tendría
cuatro escaños.
Esa gente
es política, social, cultural y económicamente invisible. ¿Cuántos son
realmente culpables? No podemos saberlo. ¿Cuántos podrían ser puesto hoy en
libertad para hacer una buena contribución a construir una sociedad productiva?
No lo sabemos. ¿Cuántos son completamente no violentos, ni siquiera culpables
bajo cualquier patrón legal normal y solo culpables de acuerdo con el código de
la dictadura actual? Tal vez una gran mayoría. En el Nuevo testamento, visitar
a los prisioneros se iguala, como virtud, a visitar a los enfermos. Y no
pensamos en los enfermos como culpables.
Aún así, raramente
se cuestiona el aumento en el fortalecimiento de la policía del estado en
Estados Unidos. La opinión pública se alegra en su mayor parte con ello. Nunca
puede haber demasiado poder para perseguir, demasiada policía, demasiadas
prisiones, sentencias demasiado largas. Nadie dice. “No deberíamos ser tan
duros”. Toda la actitud es precisamente la opuesta. Una historia extraña como
la reciente
del New York Times es demasiado poco como para despertar a
alguien.
¿Cómo
puede haber pasado esto en Estados Unidos? Bueno, mirando atrás, parece que
todo deriva de un solo defecto: la creencia en que la institución más esencial
en la sociedad es el estado que nos protege de la criminalidad y debe mantener
un monopolio sobre la justicia. Algunos de los más grandes defensores de la
libertad no les ha importado hacer esta concesión al estado. Y esta concesión
es ahora la mayor fuente de nuestra perdición como un pueblo libre.
Hay
reformas que podemos hacer. No más ofertas de negociación en casos federales. Restaurar
los derechos humanos básicos. Devolver a jueces y jurados su discreción para
evaluar cada caso y permitirles también decidir el mérito de la ley, siguiendo
la tradición del derecho común. Un impulso para volver a otorgar protecciones
constitucionales básicas será un buen primer paso.
Sin
embargo, al final, lo que realmente se necesita es una reevaluación fundamental
de la idea de que el estado debe monopolizar en lugar de los mercados privados
la provisión de justicia y seguridad. Es la fatal arrogancia. Nunca deja de abusarse
de ningún poder otorgado al estado. Este poder, de entre todos los poderes
posibles, podría ser el más importante a quitarle al estado.
Llewellyn H. Rockwell, Jr es
Presidente del Instituto Ludwig von Mises en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de The
Left, the Right, and the State