Por William L. Anderson. (Publicado
el 6 de octubre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5689.
En su mayoría, los austriacos han
estado entablando una batalla teórica con los keynesianos sobre las causas por
las que se produjo la depresión actual y por qué continúa. Aún así, aunque los
keynesianos están a la vez bajo ataque y
al ataque (leer a Paul Krugman y Brad DeLong y otros keynesianos), sin embargo
la Escuela de Chicago también se encuentra a la defensiva, y justamente.
El Wall Street Journal publicó recientemente un entrevista al premio
Nobel de 1995 Robert Lucas, famoso por sus “expectativas racionales”, realizada
por Holman W. Jenkins Jr. y si la entrevista revela lo que están pensando en
las torres de yedra de Hyde Park, parece que se ha mezclado “sal y agua dulce”
para crear un agua marina que no solo sabe mal sino que es directamente un
veneno económicamente hablando. Una cosa es segura: ni los economistas de “agua
salada” ni los de “agua dulce” entienden lo que está ocurriendo en la economía.
Tal vez sea el momento de que hablen los economistas a los que calificó
Rothbard como de “no agua”.
La entrevista a Lucas me asombra no
tanto por su inteligencia, sino más bien por la falta de comprensión del
economista de por qué esta depresión no solo continúa sino que realmente parece
estarse acelerando. Sin embargo, no es falso todo lo que dice, aunque no llega
a apreciar que debería haber continuidad y coherencia en sus opiniones, que
parecen enfrentarse entre sí.
Por ejemplo, apunta correctamente la
carga del estado de bienestar que soportan los europeos, diciendo a Jenkins “El
estado del bienestar es muy caro, sencillamente rompe el enlace entre el
esfuerzo laboral y lo que obtienes, tu nivel de vida. Y realmente les está
dañando”. Apuntamos un punto para Chicago y ponemos un signo negativo en la
columna keynesiana.
Además, Lucas no parece ver algunas
razones por la que los distintos estímulos keynesianos no vayan a rebajar el
paro o dar algún impulso a largo plazo a la economía. Jenkins escribe,
parafraseando a Lucas:
Nuestra baqueteada economía, insisten
[los keynesianos], se debe que el gobierno no pida prestado y gaste lo
suficiente como para absorber la capacidad ociosa cuando familias y negocios se
“desapalancan”. En un mundo keynesiano, cuando el gobierno cuando el gobierno
alimenta la demanda con un estallido del gasto en déficit, los monigotes se
supone que trabajan. Se supone que las empresas contratan e invierten más. Se
supone que los consumidores consumen más.
¿Pero qué pasa si los monigotes no
responden como predice el modelo? ¿Qué pasa si las empresas reaccionan a lo que
ven como una burbuja temporal y artificial en la demanda haciendo que trabajen
más sus trabajadores y equipos actuales, o aumentando los precios? ¿Qué pasa si
las empresas y consumidores responden a un aumento en las solicitudes de
crédito del sector público atemorizándose respecto de la estabilidad financiera
del propio gobierno? ¿Qué pasa si escapan y se unen al tea party, siendo el tea
party una manifestación del mundo real de consumidores y empresarios que no
se comportan en presencia del estímulo de la forma que deberían según dice el
modelo keynesiano?
No hay nada erróneo en lo que están
diciendo Jenkins y Lucas sobre esto. De hecho, los keynesianos ven la actividad
económica en términos tan pavlovianos que todo lo que hace falta para hacer que
funcione la economía es gastar a corto plazo, recortar los tipos fiscales
durante un año o dos, que no pueden siquiera imaginarse que los propietarios de
negocios y consumidores puedan pensar distinto de cómo los ven los propios
keynesianos. Así, para los keynesianos, todo lo que hace falta es un “estímulo”
suficientemente grande para hacer que los engranajes sigan girando y, de alguna
forma, después un tiempo la máquina automática conocida como “la economía” se
mueve por sí misma, y enfrentarse a esta opinión es colocarse en el punto de
mira académico, periodístico y político, con mucha gente dispuesta a
dispararte.
Sin embargo es importante apuntar
que Lucas olvida dos razones importantes por las que fracasan miserablemente
los planes de estímulo públicos/keynesianos y por qué los esfuerzos del Presidente
Obama y el presidente de la Fed, Ben Bernanke, no están haciendo sencillamente
que la economía funcione, sino realmente deprimiendo la actividad económica. La
primera es la presencia de malas
inversiones, algo que tiende a chocar con la visión de la teoría de las
expectativas racionales de Chicago y su “hipótesis de los mercados perfectos”.
La segunda es la “hipótesis
de la incertidumbre de régimen”, de la que se ha
ocupado Robert Higgs en una serie de artículos y posts. Aunque los
economistas de la Escuela de Chicago pueden estar más cómodos con esta
hipótesis, la falta de una teoría coherente del capital en Chicago sirve como
barrera para que los economistas de “agua dulce” entiendan completamente por
qué una escasez de inversión de capital impide el crecimiento económico.
La señal de que tal vez Lucas no
entienda del todo la situación actual se encuentra en este párrafo de Jenkins,
cuando escribe que Lucas no solo apoyó los rescates de Wall Street por el
gobierno, sino asimismo las políticas de la Reserva Federal:
Refrescante, e incluso estimulante,
es el escepticismo de Lucas acerca de la explicación del “despalancamiento”
como la suma de todos nuestros males económicos. “Si la gente empieza a
construir un montón de bloques de viviendas en Chicago o en cualquier otro
lugar y nadie compra los pisos, evidentemente hay que cerrar el sector de la construcción
por un tiempo. Si hemos contrito algo en exceso, no es el problema, es en
cierto modo la solución. Es bastante malo pero no es un asunto de hacer o
deshacer, la burbuja inmobiliaria”.
Por el contrario, la sacudida se
produjo a causa de los complejos títulos relacionados con las hipotecas
acuñados por Wall Street y “certificados como seguros” por las agencias de
calificación se habían convertido en “parte de la oferta efectiva de liquidez
del sistema”, dice. “De repente, todo un grupo de esto se convierte en basura.
Es el aspecto financiero que fue decisivo en el desplome de ’08. No pienso solo
en la vivienda, si no fuera por esos tramos y el papel que desempeñaron en el
sistema de liquidez” habría sido un golpe debilitador de la economía.
Lucas
cree que Ben Bernanke actuó correctamente para apuntalar el sistema. Ni
siquiera encuentra defectuoso el primer plan de estímulo de Obama. “Si
piensas que Bernanke hizo un gran trabajo aportando un billón de dólares, ¿por
qué es una mala idea que el ejecutivo aporte un billón de dólares? No es
inapropiado en una recesión echar dinero y tratar de impedir que el gasto
descienda demasiado, y eso hicimos”. (Cursiva añadida).
Por desgracia, esto cae en la
categoría “¿Qué dice?” Parte del problema es que las visiones de las
expectativas racionales que permean Chicago también obstaculizan cualquier
creencia en cómo y por qué se forma una burbuja financiera. (En
esta entrevista, Eugene Fama, de Chicago, cuestiona incluso la existencia
de la burbuja).
En su lugar, de acuerdo con esta
forma de pensar, la gente reacciona inmediatamente a las dislocaciones del
mercado que se producen en un auge, así que esas dislocaciones no crecen
demasiado y hay poco o ningún capital “mal invertido”, porque para empezar la
gente racional no crearía malas inversiones (y ciertamente no avanzarían sobre
el abismo). Para extender el punto de vista de Chicago en el bando
macroeconómico, la obra de Milton Friedman en teoría monetaria empleaba la teoría cuantitativa en la que realmente
no importa ni se discute realmente el mecanismo de transmisión del nuevo
dinero. Por el contrario, el nuevo dinero tiende a forzar los precios al alza
en porcentajes uniformes, por lo que los economistas de la Escuela de Chicago
nunca miran a la operativa interna de una economía golpeada por la inflación y
no ven los cambios en los precios
relativos que ayudan a alimentar las malas inversiones. (Pero si no hay malas inversiones, entonces no hay
nada que mirar y las teoría cuantitativa del dinero funciona correctamente).
Está claro que Lucas no ve las
acciones de la Fed, por no mencionar la Administración Bush y su infame rescate
TARP de 2008, como algo dañino por sí mismo y bajo ese punto de vista está
acompañado por la mayoría de los economistas académicos, tanto de “agua salada”
como de “agua dulce”. Eso tiene sentido en Chicago, porque no si no hay
creación sistemática de malas inversiones, entonces lo único que están haciendo
el gobierno y el banco central es asegurarse de que el sistema financiero de la
nación permanece a salvo.
Al rechazar la posibilidad de que
las inyecciones de nuevo dinero y la directiva del gobierno de hacer que sea
propietaria de viviendas tanta gente como sea posible crearan asimismo malas
inversiones, Lucas es incapaz de dar sentido a la debacle continua. Es verdad
que, como escribe Jenkins, Lucas puede ver cómo la políticas actuales están
creando incertidumbre, lo que al menos le da un tenue enlace con la tesis de
Higgs de la incertidumbre de régimen:
Pero es fue entonces. Al menos en
EEUU, se han ocupado desde hace tiempo de los problemas de liquidez que se
manifestaron en 2008. Repetir la maniobra con impuestos temporales y trampas en
el gasto es producir el efecto contrario al deseado en consumidores
propietarios de negocios, que ahora vuelven a mirar a un plazo más largo. Dice
Lucas: “El presidente sigue centrándose en cosas transitorias. Dice a
regañadientes: ‘Vale, mantendremos los recortes en impuestos de Bush unos
cuantos años’. Es precisamente lo que no hay que decir. ¿Qué me importa cuál
vaya a ser el tipo impositivo cuando mi proyecto empieza a dar frutos?”
Sin embargo, la incertidumbre
respecto del futuro, no importa lo racionales que sean las acciones, solo
explica por qué los inversores y empresarios no realizan inversiones a largo
plazo. No hay nada en la entrevista que explique por qué esta ahora mismo
moribunda la economía, lo que nos lleva al tema de las malas inversiones.
He oído a una serie de economistas
de las Escuela de Chicago y afiliados criticar la teoría austriaca del ciclo
económico (TACE) diciendo que los tipos de interés artificialmente bajos no debería engañar a empresarios e
inversores racionales, así que no hay forma de que la gente se vea “engañada”
para hacer malas inversiones masivas, por no mencionar la compra irracional de
activos durante las burbujas. Ese punto de vista es al tiempo miope y
desafortunado.
El comportamiento de burbuja puede verse como racional, incluso si
los participantes en el mercado saben
que están viendo una burbuja. Después de todo, siempre que pilles la burbuja
cuando sube, comprando bajo y vendiendo alto puedes hacer dinero. Además, las
burbujas estallan precisamente porque los inversores reconocen que los precios
de los activos en lo alto de la burbuja están en desacuerdo con los
fundamentales del mercado; es solo que estas cosas no ocurren con la precisión
y suavidad de los modelos matemáticos, así que muchos economistas académicos
simplemente no miran las cosas como realmente son.
Segundo, inversores y empresarios
por lo general no miran a la economía desde un punto de vista universal,
mirando por el contrario a sus
oportunidades particulares. Por ejemplo, durante la burbuja inmobiliaria se
crearon muchas nuevas empresas hipotecarias. Desde el punto de vista de la
TACE, era echar gasolina al fuego, pero para la gente que entraba en el mercado
parecía un forma buena y rápida de ganar mucho dinero. Además, había mucha
gente en los altavoces y otros lugares afirmando que el mercado inmobiliario
podría sostener mucho más dinero nuevo del que realmente podía.
En otras palabras, la gente,
incluso grandes grupos de gente, pueden estar equivocados. Sus decisiones equivocadas pueden interpretarse como
racionales o con sentido en ese momento, pero eso no significa que a largo
plazo fueran correctas. La teoría austriaca del ciclo económico, después de
todo, no dice que no puedan obtenerse beneficios a corto plazo por activos mal
invertidos, sino que declara en su lugar que con el tiempo las inversiones se
revelan como no sostenibles y está claro que eso ocurrió en la burbuja
inmobiliaria.
Sin teoría del capital y sin una
buena explicación de cómo puede invertirse mal el capital, a Lucas solo le
queda el punto de vista de la incertidumbre de régimen. No hay ningún problema
con esa opinión, pero no explica por sí solo la actual caída económica y por
qué las cosas probablemente empeorarán.
También Lucas está indefenso
teóricamente al explicar por qué los planes keynesianos están condenados al
fracaso. Cuando Krugman,
por ejemplo, declara que “se supone que [el estímulo] activaría recursos
que de otra forma no se pondrían a trabajar”, ¿puede Lucas explicar por qué
habitualmente no pasa eso y por qué un estímulo, incluso uno suficientemente
grande como para satisfacer a Krugman, no puede dar ni dará “impulso” a la
economía para que se mueva sola?
Además, ¿cómo explica Lucas un
editorial que apareció recientemente en el New York Times defendiendo los
enormes préstamos de la administración Obama a la quebrada empresa solar
Solyndra? ¿Puede explicar que ningún gobierno puede subvencionar a la economía
para que se recupere, a pesar de las afirmaciones del NYT de que puede y debería hacerlo? Además, ¿por qué es imposible
que el gobierno sea capaz de hacer eso?
Las teorías austriacas pueden
explicar todas estas cosas, incluso si las propias teorías son impopulares. Por
ejemplo, los austriacos quieren saber en primer lugar por qué los recursos no
se utilizan y además reconocen que la falta de demanda de dichos recursos no es
por causa de su ociosidad, sino más
bien un efecto de ella. La causa puede averiguarse examinando patrones de
recursos mal invertidos y cómo y por qué se invirtieron mal esos recursos en
primer lugar.
La economía académica moderna de la
corriente principal sencillamente no está dotada para realizar preguntas
relevantes ni sus practicantes están interesados en encontrar respuestas. Por
el contrario, los economistas afirman que la teoría austriaca del ciclo
económico “suspende el examen del mercado”, no porque no explique la cosas,
sino más bien porque las conclusiones que uno debe sacar de la TACE no incluyen
a economistas sacando mágicos conejos económicos de sus chisteras, ni siquiera
a economistas que hayan ganado el Nobel.
William Anderson es investigador
adjunto del Instituto Mises y enseña economía en la Universidad de Frostburg
State.