Por Jeffrey A. Tucker. (Publicado el 2 de septiembre de
2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5613.
*Traducción de Miguel Castañeda-Castideas
El día en que Steve Jobs dimitió en
Apple, estallaron (justamente) hosannas por el trabajo y logros de su vida
desde cada rincón del planeta (o de la blogosfera, en todo caso). Fue
universalmente aclamado como un genio. Fue alabado por cambiar y actualizar
nuestras vidas de tantas maneras. Fue tratado como un innovador dedicado al
bienestar de la sociedad, y consiguió milagros que ninguno de nosotros, meros
mortales, podríamos haber imaginado. Hizo más que soñar: actuó y creó una de
las grandes compañías del planeta, una compañía que nos ha permitido vivir
nuestros sueños.
Todo es cierto. Esta clase de
lenguaje no es solamente bienvenido: es magnífico. Lo mismo podría decirse de
millones de grandes emprendedores dentro o fuera de los sectores de hardware y
software. Cada vez que me deslizo en un par de zapatos, pienso en las
maravillas del emprendimiento y de la división del trabajo que hacen posible la
comodidad de mis pies. Tengo la misma sensación con aquéllos que hicieron mi refrigerador,
proveen lechuga a mi ensalada, crean sistemas de alarmas para mi casa y coche,
poseen y hacen funcionar cadenas de tiendas que venden de todo, desde comida
para mascotas hasta clips de papel, me venden seguros, construyen nuestras
casas y oficinas, y hacen posible el que pueda comprar un billeete de avión con
unos pocos clicks en la computadora--o digitando teclas en un smartphone.
Cada emprendedor en la sociedad
merece tal elogio, y es también correcto señalar a Steve Jobs, porque su
compañía parece haber empujado a la civilización un poco más hacia la vía del
progreso con productos de consumo alucinantes que nos permiten hacer todo,
desde tocar instrumentos musicales, hasta tener vídeo-conversaciones en tiempo
real con gente en todo el mundo. Apple ha mejorado dramáticamente nuestras
vidas -- de la misma manera que todos los emprendimientos capitalistas lo han
hecho, pero más visiblemente.
Sin embargo, hay algo extraño aquí.
Las compañías de comida rápida, cadenas de tiendas y zapatos son usualmente
sujeto de burla y odio cargado de envidia en una cultura que tiene poca
apreciación por el éxito empresarial. Sólo observen las asombrosas campañas de
ataque dirigidos contra Walmart por el delito de hacer que todas las grandes
cosas estén disponibles para todos a bajos precios. Y no hace falta mencionar
las avalanchas de ataques diarios contra la más amada y odiada de todas las
cadenas de hamburguesas.
¿Por qué Walmart es ridiculizado
por los literatos mientras que Steve Jobs queda exento de las sesiones de
lapidación anti-capitalistas que se difunden en el comentario político mundial?
Después de todo, es un milmillonario y un capitalista sin complejos que se dice
influenciado por Ayn Rand y cuya compañía nunca dio un centavo a esfuerzos filantrópicos
corporativos. Me encanta esto. Es maravilloso que haya sido tan celebrado. Pero
aún así es desconcertante.
Incontables veces he escuchado ataques
a los ricos de Microsoft porque la compañía ha sido también una agresiva
ejecutora de sus derechos de patentes que entorpecen a la competencia y
retardan el progreso tecnológico, pero raramente he escuchado lo mismo de Apple
a pesar de que pocas empresas han sido tan severas en la cuestión de “propiedad
intelectual”. Aún hoy, Apple está golpeando a su más cercano competidor con
terribles demandas pensadas para reforzar la posición de monopolio de Apple.
Por lamentable que sea, estoy de acuerdo en que no le quita los logros a Jobs:
no es él quien inventó el sistema de patentes que aprendió a manejar tan bien.
Aún así, ¿por qué se ataca a Microsoft como un terrible monopolista mientras
que Apple obtiene un pase libre?
¿Y por qué la adulación universal de
Jobs no puede extenderse al resto? Un artículo en The Economist apuntaba
estos extraños hechos, y ofrece una teoría. La teoría dice lo siguiente:
El Señor Jobs se hizo apestosamente
rico (...) añadiendo un toque de elegancia a las vidas de los consumidores
mediante la venta de dispositivos maravillosamente refinados por un extra. La
vida del estadounidense medio, como mínimo, no está llena de diseño elegante
con gracia, y en muchas formas nuestros patrones de vida no han mejorado respecto
de los de nuestros padres. Sin embargo, Apple bajo Jobs, ha ofrecido al mercado
masivo un progreso técnico deslumbrante con la clase de lujo de buen gusto
usualmente reservado al adinerado importante. Por esto, muchos de nosotros le
estamos agradecidos. Por otra parte, en un momento en que tantos sufren con
sentimientos de inseguridad económica e impotencia, tecnologías misteriosas
como el iPad le dan, a quienes pueden pagárselas, un sentido escapista de
eficacia versátil que no es menos poderoso por ser una fantasía. De hecho,
Apple ha comercializado el iPad en anuncios reverentes tipo culto como algo
"mágico"; alcanza lo maravilloso por medios inconcebibles, todo
dentro de un marco deslumbrante. Steve Jobs es un mago blanco sobre cables que
nos ofrece, a cambio de los frutos de pocos días y semanas de trabajo,
fascinantes portales hacia mundo encantado mejor, más hermoso y más bello donde
podemos satisfacer nuestros antojos con el movimiento de un dedo.
En otras palabras, los actos
capitalistas de Job son bendecidos en esta cultura porque hizo sus productos
elegantes e hizo nuestras vidas más bellas. Uno podría decir que democratizó la
belleza y por lo tanto se ganó para sí mismo y su compañía una especie de capa
de teflón del monstruo del ojo verde.
¿Suena a increíble esta teoría?
Quizás a primera vista.
Pero yo diría que hay algo en ella.
Y tenga en cuenta que el apego de Apple a la elegancia y la belleza no era
solamente una característica de una única línea de producto. Estaba generalizado
en toda la empresa. Uno sólo necesita comparar el cable de alimentación del
típico ordenador portable de Windows con el del ordenador portátil de Mac. El primero se ve industrial y torpe: una
verdadera monstruosidad. El segundo se ve inverosímil, precioso, como una
fuente de vida de ensueño. Éste mismo sentido estético se encuentra presente en
las cajas en las cuales se empaquetan los productos, en la manera en que funciona
el software, e incluso en los earbuds
¿(inventó esa palabra porque suena mejor que alatavoces de oídos?) que nos
permiten escuchar lo que pasa en el interior del iPhone.
Y así, gracias a Jobs, nuestras
vidas se hicieron no sólo más útiles y eficientes: se hicieron más hermosas. Este
elemento de producción resulta ser sumamente importante porque se refiere a la
principal crítica que se le ha hecho al capitalismo durante mucho tiempo.
Considere este escenario, en gran
parte mítico, de Oscar Wilde de cómo se mejoraron los muebles de los hogares
británicos en el curso del siglo XIX:
Las casas en las que vivía la gente, solo
eran aptas para gente ciega. Comenzaron a crearse cosas bellas, vinieron bellos
colores de la mano del tintorero, bellos patrones del cerebro del artista, y se
plantearon el valor e importancia y el uso de las cosas bellas. El público
estaba muy indignado. Perdieron la calma. Dijeron cosas tontas. A ninguno le
importó. Ninguno era, ni una pizca, el peor. Nadie aceptó la autoridad de la
opinión pública. Y ahora es casi imposible entrar en cualquier casa moderna sin
ver algún detalle de buen gusto, algún reconocimiento del valor de entornos
adorables, algún signo de apreciación de la belleza. De hecho, las casas de las
personas son, por regla general, bastante encantadoras en la actualidad. La
gente se ha civilizado en un alto grado. Es justo señalar, sin embargo, que el
extraordinario éxito de la revolución en la decoración de la casa y los muebles
y similares, en realidad no se debe a que la mayoría del público desarrollara
un gusto muy fino en la materia. Se debe mayormente al hecho de que los
artesanos de las cosas apreciaron tanto el placer de hacer lo que era bello, y
despertaron ante una consciencia viva de la fealdad y vulgaridad de lo que el
público había deseado previamente, que simplemente abrieron el apetito del
público. Sería imposible, hoy en día, amueblar una habitación como se amueblaban
hace unos años, sin tener que pasar por una subasta de muebles de segunda mano
de algún hogar de huéspedes de tercera clase. Las cosas ya no se fabrican.
Por lo tanto imaginaba que los
artistas habían triunfado sobre la opinión pública, imponiendo el buen gusto
sobre los obreros y campesinos, quienes, dejados libremente para fabricar sus
propios objetos, habrían languidecido sin rumbo para siempre. El comentario de
Wilde está en medio de su ensayo explicando que este enfoque de librar al mundo
de la fealdad se universalizaría bajo el socialismo. El mercado, dirigido por
la opinión pública, ya no decidiría. El artista prevalecería y se elevarían todas
las cosas de manera que la vida social sería como un arte perfecto.
En la visión de Wilde (y esto se
mantiene como un punto de vista común la única manera de que ocurra este tipo
de levantamiento cultural, es mediante la voluntad de alguien que dicte desde
arriba hacia abajo. En éste caso, imagina que de alguna manera “los artistas”
impusieron su voluntad sobre el resto.
Wilde nunca lo comprendió, pero los
artistas que mejoraron el mobiliario eran también capitalistas, capitalistas
como Steve Jobs. No se requiere del socialismo o de la imposición de arriba abajo
para alcanzar este resultado. Requiere un florecimiento más diversificado del
capitalismo, que incremente la riqueza y haga disponibles cosas cada vez más
bellas para más gente.
La música es un buen ejemplo. Hoy puedo
escuchar una infinita cantidad de Schubert, Mahler, Victoria y Peronin, mientras
el tipo en la oficina de al lado puede descargar de igual manera Lynyrd
Skynyrd, Van Halen, y Led Zeppelin. Sin juzgar cuál es hermoso o no, ambos
existirán siempre en el libre mercado. El deseo de un mundo de belleza estética
perfecta llevaría al predominio de las preferencias de algunas personas sobre
otras.
Un verdadero defensor del mercado
necesita estar dispuesto a halagar no solamente las cosas elegantes sino
también las cosas groseras: ambas son parte de la libertad. Hay un antiguo
valor que se debe volver a aprender: la tolerancia. Necesitamos también
aprender la lección que Leland Yeager repite a menudo: el
mercado no es un test de belleza y verdad. Buscamos al mercado para que nos
dé lo que necesitamos. No tenemos que mirar hacia el mercado para complacer a
nuestros más altos ideales, que se extienden más allá del universo material.
Ludwig von Mises, en su gran libro The
Anticapitalistic Mentality, atrae la atención sobre la crítica de que el
capitalismo no es bello. Es feo, dicen los cultos. Es temerario, de mal gusto,
materialista y abastece a la estética común. Es una crítica convencional
ofrecida por intelectuales y artistas.
Esto es lo que hizo a Jobs
diferente. Logró crear sistemas de computadora y software que no pudieran ser
tan criticados. Esto socavó lo que de hecho fue la principal crítica hecha al
capitalismo durante 150 años. Hizo que hacer dinero y encender el núcleo
materialista en todos nosotros fuera algo bello de contemplar. Esto ayudó a
calmar esta crítica particular, que es tan común en nuestro tiempo como lo ha
sido siempre.
Pero (y aquí está la clave) no hizo
esto socavando el mercado sino más bien utilizando al mercado. De esta manera, era
diferente sin duda, pero no de los mismos empresarios que embellecieron el
mobiliario de los hogares británicos.
Aquí hay una versión de Mises de
cómo mejoró el mobiliario de los hogares (que supone un buen contraste con la
versión de Wilde:
Compararon, por ejemplo, los muebles
antiguos preservados en castillos de las familias aristocráticas europeas y en
las colecciones de los museos, con las cosas baratas salidas de la producción a
gran escala. No se dieron cuenta de que estos artículos de colección estaban
hechos exclusivamente para los adinerados. Los cofres tallados y las mesas de
taracea no podían encontrarse en las miserables chozas de los estratos más
pobres. Esas reflexiones sobre los muebles baratos del trabajador
estadounidense deberían cruzar el Río Grande del Norte e inspeccionar los
domicilios de los peones mexicanos que carecen de mobiliario. Cuando la
industria moderna comenzó a proveer a las masas con la parafernalia de una
mejor vida, su principal preocupación era la de producir lo más barato posible
sin tomar en cuenta valores estéticos. Luego, cuando el progreso del
capitalismo aumentó el estándar de vida de las masas, se voltearon paso a paso
hacia la fabricación de cosas a las que no les faltara refinamiento y belleza.
Solo románticas predisposiciones pueden inducir al observador a ignorar el
hecho de que cada vez más ciudadanos de los países capitalistas viven en un
ambiente que no puede ser simplemente declarado como feo.
Mises está en lo cierto: la manera
de hacer al capitalismo más bello es haciendo al capitalismo aún más legal e
universal, para que podamos disfrutar en nuestras vidas de más productos de
genios. Aún así, la vida nunca será el nirvana que los socialistas imaginan que
pueden crear si les dan el poder. Un mundo de mal gusto pero libre es
preferible a un hermoso mundo de esclavitud. Después de todo, el mundo nunca ha
visto una tropa y un ballet más perfectos, que los que florecieron al mismo
tiempo y en el mismo país que el Gulag.
Lo que hizo grande a la ocupación
de Jobs en Apple, es que éste logró aunar ganancias y belleza estética. No todos los hombres de
negocios pueden o deben hacer esto. Aún los emprendedores que proveen a las
masas con cosas feas se merecen nuestra admiración y halagos, puesto que ellos
también hacen su parte para sacarnos de la pobreza y de la miseria que es el estado de la
naturaleza.
Y aparte de la hermosura de ciertos
productos o de la elegancia del smartphone, existe otra belleza que encontramos
en el mercado: una adorable, ordenada y productiva matriz global de intercambio
en cooperación que lleva a la prosperidad humana de todos, aun en la ausencia
de un dictador global. Es un sistema tan bello como cualquier producto que
Steve Jobs haya creado.
Jeffrey Tucker es editor
de Mises.org y autor de It's
a Jetsons World: Private Miracles and Public Crimes y Bourbon for Breakfast: Living Outside the Statist Quo.