El origen de los mercados y el dinero

Por Per Bylund. (Publicado el 13 de octubre de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5696.

 

Los economistas austriacos han destacado por desarrollar la teoría económica del dinero ya desde que Carl Menger escribiera un ensayo aclamado y aún leído en 1892 sobre cómo aparece el dinero: The Origins of Money (ver también el capítulo sobre el dinero en el excepcional tratado de Menger Principios de economía política, capítulo VIII).Wieser desarrolló posteriormente la teoría demostrando que el valor del dinero hoy depende de la valoración del dinero y los bienes ayer. Y Mises completó la teoría económica de la existencia y la función del dinero en la Teoría del dinero y del crédito.

Menger explica cómo el verdadero dinero aparece como consecuencia de que a los actores económicos les conviene más utilizar un medio de intercambio que dedicarse al trueque directo. En otras palabras, el criador de pollos no tiene que entregar mil huevos para comprarle un bote al fabricante de botes. (Y en todo caso, probablemente le sería difícil encontrar un fabricante de botes interesado en mil huevos frescos). Un medio de intercambio ampliamente aceptado facilita un comercio extenso y permite que la economía evolucione y crezca mediante divisiones intensificadas del trabajo.

El problema es que la teoría de Menger, que es al tiempo incuestionablemente rigurosa lógicamente y probablemente real históricamente, supone cierto grado de especialización. Mises demostró que la división del trabajo se hizo posible porque los individuos habían al tiempo entendido y cooperado en centrar y dividir sus tareas laborales, aumentando así la productividad. La división del trabajo y la especialización se producen porque tú y yo hablamos de ella y entendemos que ambos nos beneficiamos si nos centramos en fabricar redes de pesca para atrapar peces. Este acuerdo en mucho más productivo que si ambos producimos redes y actuamos como pescadores.

Hayek tenía una opinión distinta y consideraba que la división del trabajo fue algo que ocurrió “espontáneamente” y bastante inconscientemente. La humanidad llegó a adoptar una división intensiva del trabajo y estructuras complejas de producción como resultado de la casualidad: todos los grupos de individuos que no tuvieron la buena suerte de tropezar con métodos comparativamente productivos simplemente desaparecieron. Adam Smith tenía una opinión similar:

La división del trabajo, de la que se derivan tantas ventajas, no es originariamente el efecto de ninguna sabiduría humana, que prevé y busca esa opulencia general a la que da ocasión. Es la consecuencia necesaria, aunque muy lenta y gradual de una cierta propensión en la naturaleza humana que no tiene a la vista esa utilidad extensiva: la propensión al traslado, el trueque y el intercambio de una cosa por otra. (La riqueza de las naciones, capítulo 2).

¿Pero cómo se produce esta especialización, que facilita una división del trabajo y aumenta la productividad? La respuesta no es evidente si, como punto de partida, adoptamos algún tipo de estado de naturaleza. Si somos todos “nobles salvajes” como los de Rousseau no hay incentivos para especializarse. Es verdad que un salvaje o dos puede ser lo suficientemente afortunados como para de vez en cuando matar un alce o tropezarse con un área con montones de fruta madura, pero estas cosas no pueden ahorrarse y utilizarse como inversión para producir bienes que uno pueda ofrecer a otros a cambio. Podemos imaginarnos a ese afortunado por solitario cazador ambulante eliminando el hambre durante unos días, posiblemente consiguiendo descansar algo o incluso encontrando tiempo para hacer pequeñas reparaciones a su taparrabos o lanza primitiva. Pero no hay forma de dedicarse a la especialización o a una división del trabajo en este estado primitivo. Aún así, ambos son requisitos previos para que se produzca el comercio (no digamos ya el dinero).

Podemos identificar aquí un problema evidente en la teoría mengeriana y misesiana del dinero. Por supuesto, no existe ese problema si suponemos que Hayek y Smith tienen razón, pero entonces todas esas evoluciones se producen solo por casualidad. De ello se deduce que el dinero tal y como lo definió Mises y la estructura de nuestros mercados modernos no tienen importancia teórica, ya podríamos fácilmente haber caído en algo muy distinto. No habría ninguna forma de decir qué es mejor, excepto que lo que exista es los “mejor” (más supervivientes) que encontramos. Difícilmente es un argumento teóricamente viable.

Por tanto debemos adoptar la postura de Mises del actor racional consciente que entiende que le conviene cooperar con otros. Es un paso a dar intuitivo y bastante pequeño. Y el siguiente paso de la cooperación consciente y con un fin a la división formal del trabajo es igualmente pequeño. Los individuos que entiendan que les conviene la cooperación social pronto se darán cuenta de que les conviene aún más dividir las tareas necesarias entre ellos en lugar de hacer que todos hagan de todo.

Pero aceptar la postura de Mises tiene consecuencias sobre cómo debemos ver el mercado y la teoría económica. Ya no podemos suponer que “en el principio” hubo mercados con comercio entre individuos autosuficientes (como suponen, por ejemplo, Ronald Coase y Oliver Williamson). ¿De dónde proceden esos mercados? Es mucho más probable que George Stigler tuviera razón al teorizar que los mercados (de factores) derivan de procesos integrados de producción. En otras palabras, había, en un sentido muy simple, empresas y jerarquías antes de que hubiera mercados, y antes de que hubiera dinero.

Aunque esto difícilmente sería una conclusión revolucionaria desde el punto de vista de la evolución de la sociedad (especialmente considerando que la mayoría de nosotros probablemente tengamos un imagen del hombre de la Edad de Piedra viviendo en tribus en lugar de cómo salvajes solitarios vagando por los bosques), ofrece una perspectiva interesante para la teoría económica. El mercado ya no aparece como la situación original sino más bien como un fenómeno más moderno, y una solución más avanzada y eficiente para la cooperación social que la planificación y el control centrales ejercitados desde arriba.

En esencia, el mercado y el capitalismo aparecen como estructuras sociales o sociedades superiores y mucho más desarrolladas que el socialismo. No en el sentido de que el socialismo necesariamente degenera en la barbarie y la abolición de la civilización (lo que es sin embargo probable si se adopta en la sociedad moderna), sino en el sentido de que la organización socialista era una condición previa para una sociedad mejor, más productiva y próspera. El hombre moderno evolucionó desde el socialismo para convertirse en extraordinario, crear riqueza y prosperidad y fundar grandes civilizaciones.

Gracias a la cooperación en grupos, la gente podía darse cuenta de que era más productivo centrar su mano de obra en tareas individuales y luego intercambiar bienes y valores entre sí. Así, del socialismo de la Edad de Piedra deriva una forma superior de sociedad y prosperidad basada en los derechos de propiedad y la división del trabajo. Pues no es posible intercambiar bienes si no los posees antes, y no es posible dividir la producción en tareas distintas sin ser capaz antes de intercambiar propiedades con otros de una forma civilizada y respetuosa.

Por tanto parece que Marx tenía razón en cierto sentido, porque la sociedad ha evolucionado en cierta dirección (y esto está de acuerdo con la naturaleza y el genio creativo del hombre). Y esta tendencia conlleva una evolución constante hacia una sociedad con mayor acceso a bienes y una creciente satisfacción de los las necesidades y deseos de los individuos.

No es una evolución que lleve al socialismo universal, que requiere al abolición de la escasez (una imposibilidad física), sino más bien lo contrario: el hombre moderno salió de la miseria socialista, porque entendió los beneficios de los derechos de propiedad y el comercio.

Por tanto así se explica la explicación de Menger de cómo se originó el dinero: el dinero deriva de un pueblo que había inventado ya los derechos de propiedad y ya estaba dedicado al comercio y la especialización. El dinero es por tanto el “siguiente paso” en el proceso de civilización del hombre, llevando a costes de transacción reducidos en un mercado ya existente, aumentando así la prosperidad general. Es en este contexto donde la empresa, como se ha apuntado, desempeña un papel importante: contribuye al progreso de la sociedad creando “islas” de especialización en las que empresarios y trabajadores, en cooperación, pueden experimentar y desarrollar procesos de producción más rentables y llevar así al proceso del mercado a una productividad y prosperidad aún mayores.

 

 

Per Bylund es doctorando en economía en la Universidad de Missouri. Visite su sitio web.

Published Thu, Oct 13 2011 6:22 PM by euribe
Filed under: ,