En defensa del investigador en la sombra

Por Jonathan M. Finegold Catalan. (Publicado el 1 de agosto de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5486.

 

Si tienes las habilidades adecuadas, escribir ensayos en la sombra es uno de los trabajos mejor recompensados financieramente que puede tener un universitario. Estos investigadores en la sombra pueden escribir de todo, desde una tesina básica a una tesis doctoral. Si consigues una base suficiente de clientes, puedes ganar fácilmente 250$ por semana, sin trabajar más de dos o tres horas diarias. Es más que lo que se ganaría en un trabajo a tiempo parcial con el salario mínimo.

El trabajo es tan rentable que hay quien incluso lo convierte en trabajo a tiempo completo. Escritores profesionales que se dediquen a empresas de escritura pueden ganar muchísimo más. El trabajo disfruta de una gran seguridad (aparentemente a prueba de recesiones), porque nunca escasea la demanda.

En la universidad, la mayoría de los estudiantes ya han decidido qué les interesa y a la mayoría sencillamente no les gusta escribir (o son malos haciéndolo). La mejor solución para su problema de verse obligados a tomar parte en algo que les disgusta es pagar a otro para que lo haga por ellos. No es distinto de pagar a un mecánico por cambiarte el aceite o contratar a un fontanero para destacar las tuberías de la cocina: el coste de oportunidad es sencillamente demasiado alto como para hacerlo tú mismo.

Pero los “negros” que se dirigen a clientes universitarios son criticados constantemente como inmorales y también existe la etiqueta que recibe el estudiante que paga: tramposo o plagiario. Comprar y vender ensayos se parece mucho a un mercado negro y convertirse en parte de ese mercado conlleva una buena carga de riesgo. Presentar un ensayo escrito por otra persona puede ser causa de expulsión. Pero, como otras prohibiciones, la política universitaria respecto de la investigación en la sombra no ha tenido mucho éxito en contener el negocio en ciernes.

Sin embargo el problema no está en el estudiante. La draconiana política anti-“trampa”, al menos respecto de la investigación en la sombra,  aplicada por la mayoría de las universidades es una consecuencia de un problema más amplio y fundamental del actual sistema educativo: Sencillamente, muchos profesores y la mayoría de los administradores han olvidado el propósito de la universidad. Actualmente, nuestro sistema de educación superior es una especie de prisión voluntaria de baja seguridad, en la que una serie de burócratas deciden arbitrariamente qué es lo mejor para el estudiante. Pero éste no es el propósito verdadero y original de la universidad.

En economía, el concepto de “capital humano” se refiere a la productividad del individuo en el lugar de trabajo. Como los trabajos más productivos tienden a requerir más habilidades, adquirir estas habilidades mejora o aumenta nuestro capital humano.

Por ejemplo, aprender a soldar para encontrar empleo en industrias relevantes se considera mejorar el capital humano. Lo mismo pasa con la gente que va a la universidad. La razón por la que un individuo puede acudir a la universidad es adquirir habilidades intelectuales y trasfondo informativo para el fin de encontrar un trabajo de otra forma inalcanzable en el campo respectivo.

El sistema actual distorsiona completamente este propósito. La teoría que hay detrás de la educación pública es que una población más educada es una población más productiva. Las universidades son empresas subvencionadas por los contribuyentes para aumentar el capital humano. Como el gobierno aún no puede realmente obligarnos  a ir a la universidad, , encuentra lagunas legales, como subvencionar fuertemente tanto a los instituciones como a los estudiantes. En otras palabras, el gobierno ha monopolizado en la práctica el sector y rebajado artificialmente el precio de sus servicios (cubriendo la diferencia entre precio actual y precio del mercado) como medio de aumentar la cantidad demandada.

Esto ha llevado no solo a un exceso de oferta de personas con título universitario, sino asimismo a una constante espiral descendente en la calidad del servicio. El estudiante tiene ahora una fracción de las opciones que tuvo, porque los servicios que recibe no están influidos por sus preferencias y valoraciones. Los programas, muy a menudo, los deciden consejos y grupos administrativos que simplemente dictan lo que se va a enseñar. Así que las habilidades que alguien puede adquirir como estudiante universitario están determinadas, no realmente por el individuo, sino más bien por algún otro que no tiene ni idea de los objetivos de ese individuo.

Por supuesto, la planificación centralizada de los programas es solo uno de los muchos problemas que estropean el sistema educativo.  Los administradores y personal universitario y los políticos se han alejado tanto de la realidad que el objetivo ya no es aumentar el capital humano. La mayoría de esta gente ni siquiera sabe qué es el capital humano. La burocracia es tan grande que ya no hay un propósito evidente y claro.

Como consecuencia, se ha resentido la calidad de la educación. Hemos llegado a un punto en que el nuevo objetivo es graduar a tanta gente como sea posible. Rebajando los requisitos. Esta idea es evidentemente contradictoria; simplemente significa que a estos estudiantes se les enseña menos solo para que consigan un pedazo de papel. Esencialmente, ese pedazo de papel afirma que el propietario tiene ciertos talentos, conocimientos y habilidades que realmente no se han enseñado.

Los alumnos graduados en la universidad a veces tienen los mismos conocimientos (o la misma ignorancia) que cuando entramos  y demasiado a menudo se ven obligados a ir a escuelas de posgrado para aprender habilidades aplicables. Es común que se gradúen en la universidad, vayan a una escuela técnica y luego obtengan un trabajo en un sector que no tenga nada que ver con el campo original de estudio. ¿Qué otra posibilidad te queda realmente cuando te gradúas en “clásicos” o “ciencia política”? Quienes hayan destacado en estos campos lo hacen solo porque invierten su propio tiempo en enseñarse. Incluso así, la demanda de la mayoría de estas habilidades especiales es generalmente menor que la oferta.

El problema que acucia al sistema educativo superior deriva de los burócratas que ponen el carro delante de los bueyes. Ven una correlación entre mayor productividad y un creciente grado de capital humano. Lo que no llegan a entender es la causalidad de la relación. Un mayor capital humano no crea más empleos productivos. Puedes formar a tantos ingenieros como quieras, pero si formas a 1.000 ingenieros para 500 puestos de trabajo, tendrás un exceso de ingenieros y ese exceso tendrá que hacer otra cosa para ganarse la vida.

Los programas actuales están pensados para proporcionar a los estudiantes la educación que los planificadores centrales piensan que es mejor para el individuo y la sociedad como un todo. El mundo no funciona así. No puedes esperar un resultado positivo cuando formas a la gente para trabajos que no existen. Solo puedes esperar haber desperdiciado cuatro o cinco años (y a veces más) de las vidas de esos individuos.

Si hacen buen uso de su educación es solo debido a su espíritu emprendedor y su propia creatividad, pero siguen perdiendo lo que podrían haber alcanzado en otro caso si hubieran sido capaces de escoger las habilidades que les hubieran sido más pertinentes.

¿Cómo se relaciona todo esto con el investigador en la sombra? El mercado negro de “negros” es una parte del orden espontáneo que ha aparecido por la necesidad de evitar las ineficiencias del sistema de educación pública. Las universidades obligan a sus estudiantes a atender una serie de clases de lengua y escritura con la vana esperanza de darles las herramientas necesarias para convertirse en mejores escritores (y este es asimismo el propósito de escribir en otras clases más especializadas). Es como si esperaran que todos los politólogos, o incluso los terapeutas, fueran a escribir papeles de investigación algún día.

¿Cuántos políticos escriben sus discursos? Probablemente, casi ninguno. Indudablemente no lo ha hecho ningún presidente moderno.

La gente no se va a convertir en mejores escritores porque lo quiera algún burócrata. La gente hace lo que les produce mayor satisfacción. Para la mayoría, escribir no es particularmente satisfactorio. Cuando una institución obliga a la gente a hacer cosas que no quieren hacer, estas personas van a encontrar métodos para eludir la molestia. Para ello, los estudiantes pagan a otros para escribir ensayos en su nombre. La investigación en la sombra, en este sentido, no es más que un servicio ofrecido a estudiantes que buscan reducir las ineficiencias de su educación dictada por el estado.

El futuro de una persona no debería estar en manos de un grupo de chupatintas. Tal y como son hoy las cosas, los cuatro o más años que emplea un estudiante en una institución de educación superior normalmente se desperdician. Esto pasa porque la capacidad del estudiante de elegir lo que es mejor para él se ha recortado en la práctica.

Por el contrario, se le ha elegido básicamente su educación, dejando al individuo alternativas preempaquetadas conocidas como “majors”. Hay pocos incentivos para aprender “fuera del marco”, tomando clases en otros majors que pueden ser más relevantes para ti (como economía para una licenciatura en ciencias políticas) porque el pedazo de papel que obtienes, tu grado, no refelja nada fuera de los programas de aprendizaje preempaquetados.

En un mercado libre, las universidades, como cualquier otro servicio, atenderían al consumidor. El consumidor (es decir, el estudiante) obligaría a la universidad a dar forma a sus productos de acuerdo con sus preferencias. En otras palabras, las universidades se adaptarían al cliente, en lugar de forzar al cliente a adaptarse a la universidad.

La investigación en la sombra no es inmoral. Si algo es inmoral, es nuestro sistema educativo. No es el estudiante o el escritor el que debe ser expulsado de la universidad, sino el administrador que están tan inclinado a desperdiciar el tiempo del estudiante con tareas que no tienen valor para ese estudiante. El estudiante solo está utilizando las herramientas a su disposición para centrar sus energías en alcanzar las habilidades que para él son más relevantes.

En lugar de prohibir tan ansiosamente los “negros”, los burócratas deberían estar más dispuestos a encontrar la raíz del problema. Repito: ¿cuánta gente está dispuesta a admitir que son ellos mismos el problema?

 

 

Jonathan Finegold Catalán vive en San Diego  y estudia economía y ciencias políticas.

Published Sun, Oct 16 2011 4:56 PM by euribe