Por
Murray N. Rothbard. (Publicado el 17 de mayo de 2007)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2589.
[Este ensayo se publicó en Essays on Liberty, VIII
(Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1961), pp.255-261,
y en The Freeman, Junio de 1961, pp. 40-44.Fue reimpreso en The
Logic of Action Two (Edward Elgar, 1997, pp. 180-184).Rothbard había desarrollado
un argumento similar en “The Politics of Political Economists: Comment”, Quarterly
Journal of Economics, 74, 4 (Noviembre de 1960), pp. 659-665, una crítica de
algunas tesis avanzadas por el economista George Stigler]
La nuestra es verdaderamente un Era
de la Estadística. En un país y una época que adora los datos estadísticos como
super “científicos”, como que con ofrecen las claves de todo el conocimiento,
se nos presenta una enorme oferta de datos de todas las formas y tamaños. En su
mayor parte, los aporta el gobierno.
Aunque agencias privadas y
asociaciones comerciales recogen y publican algunas estadísticas, están
limitadas a deseos concretos de sectores concretos. El grueso de las
estadísticas las recoge y distribuye el gobierno. Las estadísticas generales de
la economía, el popular “producto interior bruto” que permite a todos los
economistas ser augures de las condiciones empresariales, procede del gobierno.
Además, muchas estadísticas son
subproductos de otras actividades del gobierno: de Hacienda proceden los datos
fiscales, de los departamentos del seguro de desempleo las estimaciones del
paro, de las oficinas de aduanas los datos de comercio exterior, de la Reserva
Federal derivan las estadísticas bancarias y así sucesivamente. Y al desarrollarse
nuevas técnicas estadísticas, se crean nuevas divisiones del gobierno para
refinarlas y usarlas.
El florecimiento de las
estadísticas públicas ofrece varios males evidentes para el libertario. En
primer lugar, está claro que se están canalizando demasiados recursos a la
recogida y producción de estadísticas. En un mercado completamente libre, la
cantidad de trabajo, tierra y recursos de capital dedicada a la estadística
disminuiría hasta una pequeña fracción del total actual. Se ha estimado que solo
el gobierno federal gasta más de 48.000.000$ en estadística y que el trabajo
estadístico utiliza los servicios de más de 10.000 funcionarios públicos a
tiempo completo.
Los costes ocultos de los informes
En segundo lugar, la gran mayoría
de las estadísticas se obtienen por coacción del gobierno. Esto no solo
significa que sean producto de actividades desagradables, también significa que
el verdadero coste de estas estadísticas es mucho mayor que la mera cantidad de
dinero procedente de impuestos gastado por las agencias públicas. La industria
privada y el consumidor privado deben soportar la carga de los costes de
mantener los registros, rellenar los formularios y cosas similares que demandan
estas estadísticas. No es solo eso: estos costes fijos imponen una carga
relativamente grande a pequeñas empresas, que están mal equipadas para manejar
las montañas de papeleo. Por tanto, estas aparentemente inocentes estadísticas
afectan a la pequeña empresa y contribuyen a hacer más rígido el sistema
empresarial estadounidense. Por ejemplo, un grupo de trabajo de la Comisión
Hoover descubrió que:
Nadie sabe cuánto cuesta a la
industria estadounidense compilar las estadísticas que reclama el gobierno. El
sector químico informa que cada año gasta 8.850.000$ por sí solo en
proporcionar informes estadísticos reclamados por tres departamentos del
Gobierno. El sector de servicio público gasta 32.000.000$ al año en preparar
informes para las agencias públicas (…)
Todo usuario industrial de cacahuete
debía informar de su consumo al Departamento de Agricultura (…) Tras la
intervención del Grupo de Trabajo, el Departamento de Agricultura acordó que a
partir de entonces solo los que consumieran más de diez mil libras al año
tenían que informar (…)
Si se hicieran pequeños cambios en
dos informes, el Grupo de Trabajo dice que en solo una industria pueden
ahorrarse 800.000$ anuales en informes estadísticos.
Muchos empleados del sector privado
se ocupan de la recopilación de estadísticas del Gobierno. Esto es
especialmente gravoso para las pequeñas empresas. Un pequeño propietario de un
ferretería en Ohio estimaba que el 29% de su tiempo lo absorbe rellenar dichos
informes. No es raro que la gente que trata con el Gobierno tenga que mantener
varios libros para cumplir con los diversos y diferentes requisitos de las
agencias federales.
Otras objeciones
Pero hay otras razones importantes,
y no tan evidentes, para que el libertario considere a las estadísticas
públicas con consternación. La recopilación y producción de estadísticas no solo
va más allá de la función gubernamental de la defensa de personas y
propiedades; no solo se desperdician y se asignan incorrectamente recursos
económicos y se grava a contribuyentes, industria, pequeñas empresas y
consumidores. Además, las estadísticas son, un sentido esencial, críticas para
todas las actividades intervencionistas y socialistas del gobierno.
El consumidor individual, en sus
actividades diarias, tiene poca necesidad de estadísticas: a través de la
publicidad, de la información de amigos y de su propia experiencia descubre lo
que pasa en los mercados que le rodean. Lo mismos pasa con las empresas. El
empresario debe asimismo evaluar su mercado concreto, determinar los precios
que tiene que pagar por lo que compra y cobrar por lo que vende, dedicarse a la
contabilidad de costes y así sucesivamente. Pero ninguna de estas actividades
es realmente dependiente del la recogida universal de hechos estadísticos de la
economía ingeridos por el gobierno federal. El empresario, como el consumidor,
conoce y aprende acerca de su mercado concreto a través de su experiencia
diaria.
Un sustitutivo para los datos del mercado
Los burócratas, así como los
reformistas estatistas, están sin embargo en una situación completamente
distinta. Por tanto, para ponerse “en” la situación que tratan de planificar y
reformar, deben obtener un conocimiento que no es una experiencia personal y
diaria, la única forma, conocimiento que solo puede la forma de estadística.
Las estadísticas son los ojos y
oídos del burócrata, del político, del reformador socialista. Solo por
estadística pueden saber, o al menos tener alguna idea de lo que pasa en la
economía.
Sólo por estadística pueden
descubrir cuánta gente mayor tiene raquitismo o cuánta gente joven tiene caries
o cuántos esquimales tienen pieles de foca defectuosas, y por tanto solo por
estadística pueden descubrir estos intervencionistas quién “necesita” qué en
toda la economía y cuánto de ese dinero federal debería canalizarse en qué
direcciones.
El plan maestro
Indudablemente, solo por
estadística puede el gobierno federal puede hacer siquiera un intento irregular
de planificar, regular, controlar o reformar diversas industrias, o imponer la
planificación centralizada o la socialización a todo el sistema económico. Si
el gobierno no recibiera ninguna estadística sobre ferrocarriles, por ejemplo,
¿cómo se le ocurre que podría siquiera empezar a regular las tarifas, finanzas y
otros asuntos ferroviarios? ¿Cómo podría el gobierno imponer controles de
precios si ni siquiera sabe qué bienes se han vendido en el mercado y qué
precios prevalecen? Repito que las estadísticas son los ojos y oídos de los
intervencionistas: del reformador intelectual, el político y el burócrata del
gobierno. Eliminemos esos ojos y oídos, destruyamos esas indicaciones cruciales
de conocimiento y toda la amenaza de intervención del gobierno queda casi
completamente eliminada.
Por supuesto, es cierto que incluso
privado de todo conocimiento estadístico de los asuntos de la nación, el
gobierno podría aún así tratar de intervenir, gravar y subvencionar, regular y
controlar. Podría tratar de subvencionar a los mayores incluso sin tener la más
mínima idea de cuántos son y dónde están; podría tratar de regular una
industria sin saber siquiera cuántas empresas hay o cualquier otro dato básico
de ésta; podría tratar de regular el ciclo económico sin siquiera saber si los
precios o la actividad económica suben o bajan. Podría intentarlo, pero no
llegaría muy lejos. El completo caos sería demasiado patente y evidente incluso
para la burocracia e indudablemente para los ciudadanos.
Y esto es especialmente cierto pues
una de las principales razones que se aportan para la intervención del gobierno
es que “corrige” el mercado y hace al mercado y la economía más racionales.
Evidentemente, si el gobierno se viera privado de todo conocimiento de los
asuntos económicos, no podría haber una pretensión de racionalidad en la
intervención pública.
Sin duda la ausencia de
estadísticas desbarataría absoluta e
inmediatamente cualquier intento de planificación socialista. Es difícil ver cómo
podrían arreglárselas, por ejemplo, los planificadores centrales de Kremlin,
para planificar las vidas de los ciudadanos soviéticos si se les privara de
toda la información, de todos los datos estadísticos, acerca de estos
ciudadanos. El gobierno ni siquiera sabría
a quién dar órdenes, mucho menos cómo tratar de planificar una economía
intrincada.
Así que, de todas las posibles
medidas que se han propuesto durante años para controlar y limitar el gobierno
o abolir sus intervenciones, la simple y nada espectacular abolición de las
estadísticas públicas probablemente fuera la más perfecta y eficaz. Las
estadísticas, tan vitales para el estatismo, su homónimo, son asimismo, el
talón de Aquiles del estado.
Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela
Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político
libertario.
Sobre las deficiencias de la estadística en
comparación con el conocimiento personal de todos los participantes utilizados
en el libre mercado, ver la ejemplar explicación en F.A. Hayek, Individualism
and the Economic Order (Chicago: University Press, 1948), Capítulo 4. Ver también
Geoffrey Dobbs, On Planning the Earth
(Liverpool: K.R.P. Pubs., 1951), pp. 77-86.