Por Patrick Barron. (Publicado el 25 de octubre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5751.
Kevin D. Williamson no sabe bien
qué hacer con el Dr. Ron Paul. Williamson es editor adjunto de dirección de la
revista National Review y un notable
columnista en ésta. Además, es el autor de The
Politically Incorrect Guide to Socialism, que hace con el socialismo lo
que los romanos hicieron con Cartago. En su reciente artículo de portada de NR, “La última cruzada de Ron Paul”,
Williamson escribe: “Dudo que haya nadie en National
Review más cercano políticamente a Ron Paul que yo”. Sin embargo, encuentra
muchas cosas que le preocupan acerca de los partidario de Ron Paul en incluso
del mismo Ron, lo que “la ronidad de Ron”.
Creo que la preocupación de
Williamson respecto del trasfondo y fervor de algunos de los partidario del Dr.
Paul pueden dejarse de lado por no ser responsabilidad o preocupados de éste.
¿Qué político puede desdeñar el apoyo de quienes están de acuerdo con él en
asuntos importantes de campaña porque tienen opiniones algo fuera de lo
común o incluso odiosas acerca de temas
que no son propios de la campaña? El Dr. Paul acepta encantado el apoyo de la
John Birch Society, por ejemplo, pero eso en modo alguno le obliga a aceptar
sus teorías de la conspiración acerca de tramas para reemplazar la soberanía
estadounidense por un único gobierno mundial. He escuchado esta preocupación a
mucha gente que nunca ha oído hablar de la John Birch Society y me sorprendería
que Williamson no haya escuchado lo mismo. No cabe duda de que muchos de los
trabajadores de campaña del Dr. Paul son jóvenes, idealistas y tal vez
dogmáticos (como suele pasar con los jóvenes). Por ejemplo, Williamson relata
una conversación con una “joven elocuente” que no encajaba demasiado bien su
pregunta de por qué las ideas del Dr. Paul no eran demasiado populares. ¿Es
esto realmente algo por lo que debería criticarse al Dr. Paul? Creo que no.
¿Qué pasa con “la ronidad de Ron”?
Williamson admira muchas de las características de la compaña personal del Dr.
Paul; por ejemplo, que el Dr. Paul casi nunca hable de sí mismo o utilice a su
familia como trampolín. La queja principal es que el Dr. Paul de vueltas en
torno a las maldades de la moneda fiduciaria y el insostenible imperio militar
estadounidense, del que está convencido que será la muerte de nuestra libertad,
si no de la propia nación. ¿Pero cuál es el problema? Francamente, lo veo como
una acusación a nuestras compañas modernas centradas en las personas de la
apariencia por encima de la sustancia. La política estadounidense se ha visto plagada
por este fenómeno desde 1928, cuando el nuevo invento de la radio hizo que el
electorado rechazara el acento del Bronx de gobernador de Nueva York y
candidato demócrata Al Smith. Luego se consagró como palabra de Dios tras los
primeros debates presidenciales, cuando la sombra de barba de Richard Nixon y
el aspecto de Hollywood de JFK podrían haber llevado al triunfo de JFK en 1960.
Por el contrario, el Dr. Paul evoca
los días de las campañas en los porches de finales del siglo XIX y y principios
del XX e incluso antes al Abraham Lincoln sin campaña en 1860. Las campañas en
los porches se iniciaron en 1880 cuando el candidato y posterior presidente
James Garfield se sentaba en su porche y respondía a las preguntas de los
periodistas. La última de dichas campañas la realizó el candidato y posterior
presidente Warren Harding en 1920. Abraham Lincoln no llegó siquiera a eso.
Rechazó todas las solicitudes de entrevista durante la peligrosa campaña de
1860 por miedo a decir algo que no fuera lo que deseaba y que pudiera usarse
contra él. Aconsejaba a todos los que le pedían entrevistas que estudiaran sus
muchos discursos y escritos de posicionamiento publicados sobre todos los temas
importantes de campaña. El Dr. Paul ha creado un documento de campaña con su
libro recientemente publicado Liberty Defined:
Fifty Essential Issues That Affect Our Freedom. Uno podría decidir
votar o no al Dr. Paul sencillamente leyendo este libro. Todo tema que uno
pueda imaginarse está allí, en un lenguaje sencillo, claro y no ambiguo, pero
sutil. El propio Dr. Paul explica que hay décadas de pensamiento en este libro.
¿Necesitamos realmente algo más? ¿Realmente, qué importante es el aspecto,
estilo oratorio, ingenio o encanto del candidato para los grandes temas que ha
de afrontar? Creo que no importan en absoluto.
Toda entrevista con el Dr. Paul
acaba concluyendo con un ataque a nuestro sistema monetario por la sencilla
razón de que es lo que puede destruir nuestras libertades y posiblemente a la
misma nación, no Al-Qaeda ni los iraníes no los coreanos del norte. El Dr. Paul
es un economista austriaco muy respetado y publicado. Ha advertido a la nación
acerca de los peligros de la moneda fiduciaria y la banca de reserva
fraccionaria desde que entró en política después de que Nixon desligara a la
nación de los últimos tenues enlaces con el patrón oro. Su campaña presidencial
es una campaña de ideas. Es una verdadera cruzada intelectual, no porque
calculara que así podría ser elegido sino porque una campaña intelectual es el
único tipo de campaña que puede salvarnos.
Es también una campaña honrada. Al
contrario que el típico político que adapta cuidadosamente sus discursos para
ajustarse a los prejuicios o intereses de su audiencia, el mensaje del Dr. Paul
es siempre el mismo: la banca de reserva fraccionaria y la moneda fiduciaria
son violaciones de los principios legales históricos. Su fraude inherente se
revela en los frecuentes ciclos económicos de auge y declive, que destruyen los
honrados ahorros de la gente. En lugar de perseguir esas prácticas como un
fraude, el gobierno permitió a banqueros y empresarios a conspirar para crear
una institución que les protegiera de
las consecuencias de su fraude. Esa institución es el banco central; aquí en
Estados Unidos se llama el Banco de la Reserva Federal. Aunque el banco central
puede proteger a los banqueros y a sus empresarios conectados políticamente
convirtiéndose en prestamista de último recurso, la banca central no puede
detener la operativa de la ley económica, que demanda que alguien en algún
lugar soporte la pérdida de sus efectos de la redistribución de la riqueza y de
la destrucción del capital. Esa pérdida recae sobre el resto de nosotros.
El Dr. Paul es como un pasajero en
el Titanic que entiende que ir a toda máquina a través de aguas infestadas de
icebergs es algo peligroso, mientras el capitán y la tripulación se dedican a
cotillear con los pasajeros acerca de las galas del barco y prometer que forman
parte de un viaje transatlántico de récord. Todo va bien. El barco progresa muy
bien. Es el mejor producto de la ingeniería moderna. ¡No puede hundirse! Espera
¿qué es esa cosa blanca y grande que hay ahí adelante? Demasiado tarde.
Demasiado tarde.
Patrick Barron es consultor privado en el sector bancario.
Enseña en la Escuela de Grado de Banca en la Universidad de Wisconsin en
Madison y economía austriaca en la Universidad de Iowa, en Iowa City, donde
vive con su mujer de 40 años.