Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 11 de agosto de
2006)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2225.
Introducción
La teoría
estándar ve al gobierno como funcional: aparece una necesidad social y el
gobierno, casi automáticamente, acuda a cubrir esa necesidad. La analogía se
basa en la economía de mercado: la demanda genera la oferta (por ejemplo, una
demanda de crema de queso generará una oferta de crema de queso en el mercado).
Pero sin duda es forzado decir que, de la misma forma, una demanda de servicios
postales dará paso a un monopolio público de Correos, prohibiendo su
competencia y dándonos un servicio cada vez más pobres a precios cada vez más
altos.
De hecho,
si falla la analogía incluso cuando se esta proporcionando un servicio genuino
(por ejemplo, el envío de correo o la construcción de carreteras), imaginémonos
lo mucho peor que es dicha analogía cuando el gobierno no proporciona ningún
bien o servicio en absoluto, sino redistribuyendo coactivamente la renta y la
riqueza.
En
resumen, cuando el gobierno toma dinero a punta de pistola de A y se lo da a B,
¿quién demanda esto? El productor de crema de queso en el mercado está usando sus
recursos para atender una demanda genuina de crema de queso, no se dedica a la
redistribución coactiva. ¿Pero qué pasa con el gobierno que quita a A y da el
dinero a B? ¿Quiénes son los demandantes y quiénes los ofertantes? Uno puede
decir que los subsidiados, los “donatarios” están “demandando” esta
redistribución; sin embargo, indudablemente, sería abusar de nuestra credulidad
afirmar que A, el esquilmado, también está “demandando” esta actividad. A, en
realidad, es el reticente ofertante, el donante coaccionado; B gana a costa de
A. Pero el papel realmente interesante aquí es el que desempeña G, el gobierno.
Pues aparte del improbable caso en que G sea un altruista sin sueldo, que
realiza su acción como un Robin Hood sin recompensa, G se lleva una tajada, un
cargo por tratamiento, una tasa de descubrimiento, por decirlo así, en esta
pequeña transacción. G, el gobierno, en otras palabras. Realiza su acto de
“redistribución” esquilmando a A para beneficio de B y de sí mismo.
Una vez
que nos centramos en este aspecto de la transacción, empezamos a darnos cuenta
de que G, el gobierno, podría no ser solo un receptor pasivo de la necesidad
sentida y la demanda económica de B, como indicaría la teoría estándar; por el
contrario, el propio G podría ser un demandante activo y como un Robin Hood
pagado a tiempo completo, podría incluso haber estimulado desde el principio la
demanda de B, para entrar en el acuerdo. Así que la necesidad sentida podría
estar en la parte del propio Robin Hood gubernamental.
¿Por qué el estado del bienestar?
¿Por qué
ha crecido tanto el gobierno durante este siglo?
En
concreto, ¿por qué ha aparecido, crecido y se ha convertido en cada vez más
grande y poderoso el estado del bienestar? ¿Cuál fue la necesidad funcional
aquí sentida? Una respuesta es que el desarrollo de la pobreza en el siglo
pasado dio lugar al bienestar y la redistribución. Pero esto tiene poco
sentido, ya que es evidente que en nival de vida medio de las personas ha
crecido considerablemente en el último siglo y medio y la pobreza ha disminuido
mucho.
¿Pero tal
vez la desigualdad se ha agravado y las masas, a pesar de mejorar, están
preocupadas por el aumento en la diferencia de rentas entre ellas y los ricos?
Traducción al español: las masas pueden estar locas de envidia y se quejan
furiosamente ante una creciente disparidad de rentas. Pero también debería
resultar evidente echando un vistazo al Tercer Mundo que la disparidad de
rentas y riqueza entre el rico y las masas es mucho mayor allí que en los
países capitalistas occidentales. Entonces, ¿cuál es el problema?
Otra
respuesta estándar afirma más convincentemente que la industrialización y la
urbanización de finales del siglo XIX privó a las masas, desarraigadas de la
tierra o del pueblo pequeño, de su sentimiento de comunidad, pertenencia y
ayuda mutua.
Alienados y desarraigados en la ciudad y en la fábrica, las masas buscaron que
el estado del bienestar ocupara el lugar de su antigua comunidad.
Indudablemente
es cierto que el estado del bienestar apareció durante el mismo periodo que la
industrialización y la urbanización pero la coincidencia no establece la
causalidad.
Un
defecto grave en esta teoría de la urbanización es que ignora la naturaleza
real de la ciudad, al menos como ésta había sido antes de ser efectivamente
destruida en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La ciudad no
era una aglomeración monolítica, sino una serie de barrios locales, cada uno
con su carácter distintivo, su red de clubes, asociaciones de fraternidad y
reuniones en las esquinas. La memorable descripción de Jane Jacobs del barrio
urbano en su Death and Life of Great
American Cities fue un retrato encantador y ajustado de la unidad en la
diversidad de cada barrio, del papel benigno del “vigilante de la calle” y del
vendedor local. La vida en la gran ciudad en Estados Unidos en 1900 era casi
exclusivamente católica y étnica y tanto la vida política como la social de los
varones católicos en cada barrio giraban, y todavía giran, en cierto grado,
alrededor del bar del barrio. Allí se retiraban los hombres del barrio cada
tarde al bar, donde podían beber una cervezas, socializar y discutir de
política. Normalmente recibirían instrucción política del dueño del bar local,
que era también generalmente el activista demócrata del distrito. Las mujeres
hacían vida social separada y en casa. La querida comunidad seguía aún viva y
sana en la América urbana.
Además,
en una investigación histórica más profunda, esta aparentemente razonable
explicación del industrialismo desbarata, no solo en el problema familiar del
excepcionalismo estadounidense, sino también el hecho de que Estados Unidos, a
pesar de industrializarse más rápidamente, se retrasara ante los países
europeos en el desarrollo del estado del bienestar. Por ejemplo,
investigaciones detalladas de una serie de países industrializados, no
encuentra relación alguna entre el grado de industrialización y la adopción de
programas de seguro social entre la década de 1880 y la de 1920 o la de 1960.
Más sorprendente
es que las mismas conclusiones resultan verdad dentro de Estados Unidos, donde el excepcionalismo americano no
puede desempeñar ningún papel. El primer programa masivo de bienestar en
Estados Unidos fue la dispensa de pensiones tras la Guerra de Secesión a los
veteranos del Ejército de la Unión y a quienes dependían de ellos. Aún así, las
pensiones tras la Guerra de Secesión probablemente ayudaron más a granjeros y
gentes de pueblos pequeños que a residentes en grandes ciudades industriales.
Los estudios de las pensiones tras la Guerra de Secesión a nivel de condado en
Ohio a finales de la década de 1880, los años de mayores pagos de estas
pensiones, demuestran una correlación negativa entre el grado de urbanismo o el
porcentaje de gente viviendo en casas en lugar de en granjas y las tasas de
recepción de pensiones. El autor del estudio concluye que “generalmente, las
pensiones se distribuyeron en la áreas predominantemente rurales y
anglosajonas”, mientras la gran ciudad de Cleveland tuvo el nivel más bajo por
cabeza de recepción de pensiones.
Además, los pioneros en el seguro de desempleo y otra legislación social fueron
a menudo los estados menos industrializados y más rurales, como Wisconsin,
Minnesota, Oklahoma y Washington.
Otra
visión estándar, la liberal de izquierda o “modelo socialdemócrata”, como la
llaman sus practicantes, sostiene que el estado de bienestar aparece no por el
funcionamiento casi automático de la industrialización, sino más bien por
movimientos concienciados de las masas desde la base, movimientos generados por
las demandas de los presuntos beneficiarios del estado del bienestar: los
pobres, las masas o la oprimida clase trabajadora. Esta tesis ha sido resumida
audazmente por uno de sus defensores.
En todas
partes, dice, el estado del bienestar ha sido el producto de un movimiento
sindical altamente centralizado, con una base de miembros de varias clases en
coordinación cercana con un partido reformista-socialista unificado que,
principalmente basándose en un apoyo masivo de la clase obrera, es capaz de alcanzar un estatus hegemónico en el sistema
de partidos.
Indudablemente,
mucho de esta tesis es exagerado incluso para Europa, donde mucho del estado
del bienestar lo trajeron lo burócratas conservadores y liberales, en lugar de
los sindicatos o los partidos socialistas. Pero dejando eso aparte y
concentrándonos en Estados Unidos, para empezar, no ha habido un partido
socialista con apoyo masivo, no digamos ya que haya conseguido un “estatus
hegemónico”.
Así que
nos quedan los sindicatos como el único posible apoyo para el modelo
socialdemócrata en Estados Unidos. Pero aquí los historiadores, casi
uniformemente arrobados partidarios de los sindicatos, han exagerado
enormemente la importancia de éstos en la historia estadounidense. Cuando se
habla de románticas historias de huelgas y conflictos industriales (en los que
el papel del sindicato inevitablemente se blanquea, cuando no se glorifica), no
siquiera a los mejores historiadores económicos les preocupa informar al lector
del mínimo papel o importancia cuantitativa de los sindicatos en la economía
estadounidense. De hecho, hasta el New Deal, y con la excepción de breves
periodos en los que la sindicalización se imponía coactivamente por parte del
gobierno federal (durante la Primera Guerra Mundial y en los ferrocarriles
durante la década de 1920), el porcentaje de los miembros de los sindicatos
entre la mano de obra normalmente varía de un minúsculo 1% al 2% durante las
recesiones hasta el 5% o 6% durante los auges inflacionistas, cayendo
luego a la cifra ridícula en la
siguiente recesión.
Además,
en auges y declives, los sindicatos, en el entorno del libre mercado, serían
solo capaces de asentarse en trabajos y áreas de la economía concretos. En
concreto, los sindicatos solo podrían florecer como sindicatos de trabajadores
especializados (a) que puedan controlar la oferta de trabajo en la
profesión causa del pequeño número de
trabajadores afectados; (b) donde este número limitado constituyera una pequeña
fracción de la plantilla y (c) donde, a causa de factores tecnológicos, el
sector en cuestión no fuera muy competitivo activamente a través de regiones
geográficas. Una forma de resumir estos factores es decir, en jerga de
economistas, que es inelástica la proyección de demanda de los empresarios para
este tipo de trabajo, es decir, que una pequeña restricción en la oferta de
dicho trabajo podría dar lugar a un gran aumento salarial para los restantes
trabajadores. Los sindicatos podrían florecer, además, en industrias geográficamente
no competitivas como el carbón de antracita, que solo se encuentra en una
pequeña área del nordeste de Pennsylvania y los distintos trabajos de la
construcción (carpinteros, albañiles, electricistas, etc.), ya que la
construcción de edificios, por ejemplo, en Nueva York es solo remotamente
competitiva con una construcción similar en Chicago o Duluth. Por el contrario,
a pesar de un esfuerzo determinado, a los sindicatos les fue imposible
prosperar en sectores como el carbón bituminoso, que se encuentra en grandes
áreas de Estados Unidos, o la fabricación de ropa, en la que la fábricas pueden
trasladarse a voluntad a otras áreas no sindicalizadas.
Fue una
sagaz comprensión de estos principios lo que permitió que prosperaran Samuel
Gompers y los sindicatos de artesanos en su American Federation of Labor,
mientras que otros sindicatos más radicales y socialistas, como The Noble Order
of the Knights of Labor, se derrumbaron rápidamente o desaparecieron de la
escena.
Debería
por tanto ser evidente que la aparición y crecimiento del estado del bienestar
en Estados Unidos tuvo poco o nada que ver con el crecimiento del movimiento
obrero. Por el contrario, el crecimiento del sindicalismo en Estados Unidos
(durante la Primera Guerra Mundial y durante la década de 1930, sus dos grandes
brotes de actividad) se produjo por coacción gubernamental superior. Los
sindicatos, por tanto, fueron más bien un efecto que una causa del estado del
bienestar, al menos en Estados Unidos.
El pietismo postmilenarista yanqui
Si no
fueron el industrialismo ni los movimientos de masas de la clase trabajadora
los que trajeron en estado del bienestar a Estados Unidos, ¿qué fue? ¿Dónde
tenemos que buscar las fuerzas causales? En primer lugar, debemos darnos cuenta
de que las dos motivaciones más poderosas en la historia humana han sido
siempre la ideología (incluyendo las doctrinas religiosas) y el interés
económico y que una unión de estas dos motivaciones puede ser directamente
irresistible. Fueron estas dos fuerzas las que se unieron poderosamente para
traer el estado de bienestar.
La
ideología se vio impulsada por una doctrina religiosa intensamente sostenida
que se extendió y controló prácticamente todas las iglesias protestantes,
especialmente en áreas “yanquis” del norte, desde 1830 en adelante. Igualmente,
una creciente ideología corolario de estatismo y socialismo corporativo se
extendió entre intelectuales y ministros al final del siglo XIX. Entre los
intereses económicos promovidos por el floreciente estado del bienestar había
dos en particular. Uno era la creciente legión de intelectuales, tecnócratas y
“profesiones auxiliares” educados (y a menudo sobreeducados), que buscaban
poder, prestigio, subvenciones,
contratos, trabajos cómodos del estado del bienestar y restricciones de entrada
en su campo mediante licencias. El segundo eran los grupos de empresarios, que,
después de fracasar en alcanzar un poder monopolístico en el libre mercado, se
dirigían al gobierno (local, estatal y federal) para que se lo concedieran. El
gobierno aportaría subvenciones, contratos y, particularmente, una
cartelización forzosa. Después de 1900, se fusionaron estos dos grupos,
combinando dos elementos cruciales: riqueza y poder de moldear la opinión
pública, éste último ya no dificultado por el resistencia de un Partido
Demócrata comprometido con la ideología del laissez faire. La nueva coalición
se unió para crear y acelerar un estado del bienestar en Estados Unidos. Esto
no solo era cierto en 1900: hoy sigue siendo cierto.
Quizá el
más funesto de los acontecimientos que dieron lugar y moldearon el estado de
bienestar fue la transformación de protestantismo estadounidense que tuvo lugar
en un periodo notablemente breve a finales de la década de 1820. Siguiendo una
oleada europea, alimentada por un emotivismo intenso a menudo generado por
reuniones de avivamiento, este Segundo Gran Despertar conquistó y remoldeó las
iglesias protestantes, dejando atrás formas más antiguas como el calvinismo. El
nuevo protestantismo estaba encabezado por el emotivismo de las reuniones de avivamiento
que realizaba por todo el país el Rev. Charles Grandison Finney. Este nuevo
protestantismo era pietista, desdeñando la liturgia por papista o formalista, y
desdeñaba igualmente los formalismos del credo o la organización de la iglesia
calvinista. Por tanto, el denominacionalismo, la ley de Dios y la organización
de la iglesia ya no eran importantes. Lo que importaba era que cada persona
alcanzara la salvación por su propio libre albedrío, al “renacer” o ser
“bautizado en el Espíritu Santo”. Un protestantismo emotivo, vagamente definido
como pietista, sin credo y ecuménico iba a reemplazar las estrictas categorías
de credos o liturgias.
El nuevo
pietismo adoptó distintas formas en diversas regiones del país. En el sur, se
convirtió en personalista o salvacional: el énfasis se ponía en que cada
persona alcanzara su renacimiento de salvación por sí misma, en lugar de a
través de la acción social o política. En el norte, especialmente en las áreas
yanquis, la forma del nuevo protestantismo fue muy diferente. Era agresivamente
evangélico y postmilenarista, es decir, la tarea sagrada de cada creyente era
dedicar sus energías a tratar de establecer un Reino de Dios en la Tierra,
establecer la sociedad perfecta en Estados Unidos y posteriormente en el mundo,
eliminar el pecado y “hacer santo Estados Unidos”, como preparación esencial
para la posterior Segunda Llegada de Jesucristo. Las tareas de todo creyente
iban mucho más allá del mero apoyo a la actividad misionera, puede una parte esencial de la nueva doctrina sostenía que quien no
hiciera todo lo posible por maximizar la salvación de otros no sería salvado.
Después de solo unos pocos años de activismo, estaba claro para estos nuevos
protestantes que el Reino de Dios en la Tierra solo podría establecerlo el
gobierno, al que se le pedía que facilitara la salvación de los individuos
eliminando las ocasiones para el pecado. Aunque la lista de pecados era
inusualmente extensa, los pietistas postmilenaristas destacaban en particular
la supresión de Demonio del Ron, que nubla las mentes de los hombres
impidiéndoles alcanzar la salvación; cualquier actividad en sábado excepto
rezar o leer la Biblia y cualquier actividad del anticristo en el Vaticano, el
Papa de Roma y sus agentes concienciados y dedicados que constituían la Iglesia
Católica.
Los
yanquis que abrazaron en concreto esta opinión eran un grupo étnico cultural
descendiente de los puritanos originales de Massachussets, quienes, desde la
Nueva Inglaterra rural se mudaron hacia el oeste y se establecieron en el norte
del estado de Nueva York (“el Burned-Over District”), el norte de Ohio, el
norte de Indiana, el norte de Illinois y zonas cercanas. Ya en los tiempos de
los puritanos, los yanquis estaban dispuestos a coaccionarse a sí mismos y a
sus vecinos: las primeras escuelas públicas estadounidenses se establecieron en
Nueva Inglaterra para inculcar obediencia y virtud cívica a sus alumnos.
La
concentración de los nuevos estatistas en áreas yanquis no fue nada remarcable.
Desde el Rev. Finney a virtualmente todos los intelectuales progresistas que
marcaron el rumbo a Estados Unidos en los años posteriores a 1900, casi todos
nacieron en áreas yanquis: la Nueva Inglaterra rural y sus descendientes
emigrados en el norte y el oeste de Nueva York, el nordeste de Ohio (la
“reserva occidental”, originalmente propiedad de Connecticut y colonizada
pronto por los yanquis de Connecticut) y las cuencas al norte de Indiana e
Illinois. Casi todos nacieron en familias sabatarias muy estrictas y a menudo su padre era un predicador y su
madre la hija de un predicador.
Es muy probable que la propensión de los yanquis, en particular, a adoptar tan
rápidamente el aspecto coactivo y de cruzada del nuevo pietismo protestante
fuera un herencia de los valores, costumbres y visión del mundo de sus
antecesores puritanos y de la comunidad que habían establecido en Nueva
Inglaterra. De hecho, se nos han recordado sorprendentemente en años recientes
los tres grupos muy diferentes y en conflicto, todos protestantes, que vinieron
de distintas regiones de Gran retaña y se establecieron en distintas regiones
de Norteamérica; los coactivos y orientados a la comunidad puritanos de West
Anglia que colonizaron Nueva Inglaterra; os caballeros anglicanos orientados a
las heredades y plantaciones, que venían de Essex y se establecieron en las orillas del sur y
los batalladores e individualistas presbiterianos de la frontera que llegaron
del país fronterizo entre el norte de Inglaterra y el sur de Escocia y se
establecieron en el sur y oeste del país.
El Rev.
Charles Grandison Finney, que lanzó esencialmente la oleada pietista, era un
yanqui prácticamente paradigmático. Había nacido en Connecticut; muy joven, su
padre se unión a la emigración llevando a su familia a una granja del oeste de
Nueva York, en la frontera con Ontario. En 1812, 2/3 de las 200.000 personas
que vivían en el oeste de Nueva York habían nacido en Nueva Inglaterra. Aunque
nominalmente presbiteriano, en 1821, con 29 años, Finney se convirtió al nuevo
pietismo, experimentando su segundo bautismo, su “bautismo del Espíritu Santo”,
viéndose muy ayudado en su conversión por el hecho de que era autodidacta en
religión y no tenía ninguna formación religiosa. Dejando aparte la tradición
calvinista de enseñar la Biblia, Finney fue capaz de forjar su nueva religión y
ordenarse a su nueva versión de la fe. Lanzó su notablemente exitoso movimiento
de avivamiento en 1826 cuando era abogado en el nordeste de Ohio y su nuevo
pietismo arrasó las áreas yanquis del este y medio oeste. Finney acabó en el
Oberlin College, en el área de la reserva occidental de Ohio, donde se
convirtió en presidente y transformó Oberlin en el principal centro nacional
para la educación y divulgación del pietismo postmilenarista.
Los
pietistas pronto se acostumbraron al paternalismo estatista a nivel local y
estatal: a tratar de eliminar el Demonio del Ron, la actividad en sábado, el
baile, el juego y otras formas de diversión, así como a tratar de perseguir las
escuelas parroquiales católicas y a expandir las escuelas públicas como
dispositivo para hacer protestantes a los niños católicos o, en frase común de
finales del siglo XIX, para “cristianizar a los católicos”. Pero la utilización
del gobierno nacional llegó también pronto: trataron de restringir la
inmigración católica, en respuesta a la influencia católica irlandesa de
finales de la década de 1840; de restringir o abolir la esclavitud; de eliminar
el pecado de llevar correo el domingo. Por tanto le fue fácil a los nuevos
pietistas expandir su conciencia para favorecer el paternalismo en asuntos
económicos nacionales, utilizando el gran gobierno para crear una economía
perfecta que pareciera emplear ese gobierno para eliminar el pecado y crear una
sociedad perfecta, Pronto, los postmilenaristas empezaron a defender la
intervención del gobierno para ayudar a los intereses de los negocios y
proteger a la industria estadounidense de la competencia de las importaciones
extranjeras. Además, tendían de defender las obras públicas y la creación por el
gobierno de un poder adquisitivo masivo mediante papel moneda y banca central.
Por tanto, los postmilenaristas pronto se acercaron al Partido Whig y luego al
vehementemente anticatólico Partido de América, culminando finalmente con un
apoyo completo al Partido Republicano, el “partido de las grandes ideas
morales”.
Por otro
lado, todos los grupos religiosos que no querían someterse a la teocracia
postmilenarista (católicos, luteranos alemanes de la Alta Iglesia o litúrgicos,
calvinistas de la vieja escuela,
secularistas y salvacionistas personales del sur) se aproximaban
naturalmente al partido político del laissez faire, los demócratas. Empezando a
conocerse como el “partido de la libertad personal”. Los demócratas defendían
el gobierno pequeño y el laissez faire también a nivel económico nacional,
incluyendo la separación de gobierno y negocios, el libre comercio y la moneda
fuerte, lo que incluía la separación del gobierno del sistema bancario.
El
Partido Demócrata fue el defensor del laissez faire, el gobierno mínimo y la
descentralización hasta su absorción por la fuerzas ultra-pietistas de O’Bryan
en 1896. Después de 1830, la postura
demócrata de laissez faire se vio muy fortalecida por un influjo de grupos
religiosos apuestos a la teocracia yanqui.
Si el
protestantismo postmilenarista ofreció un impulso crucial hacia el dictado del
Estado sobre la sociedad y la economía, otra fuerza vital en nombre de la
asociación entre gobierno e industria fue el celo de empresarios e industriales
ansiosos por subirse al carro de los privilegios del estado. Por tanto, fueron
vitales para la coalición republicana los grandes ferrocarriles, dependientes
de la subvención pública y fuertemente endeudados y la industria del hierro y
el acero de Pennsylvania, casi crónicamente ineficiente y en perpetua necesidad
de altos aranceles para protegerse de la competencia de las importaciones.
Cuando los industriales, como era a menudo el caso, eran al mismo tiempo
pietistas postmilenaristas yanquis buscando imponer una sociedad perfecta y
asimismo industriales buscando ayuda del gobierno, la fusión de doctrina
económica e interés económico se convertía en una fuerza poderosa que guiaba
sus acciones.
Las mujeres yanquis: La fuerza motriz
De todos
los activistas yanquis a favor de la “reforma” estatista, tal vez la fuerza más
formidable fue la legión de mujeres yanquis, en particular las de origen en
clases medias y altas y especialmente solteras cuyas inclinaciones de cotillas
no se cumplían con las responsabilidades de casa y corazón. Una de las reformas
favoritas de los postmilenaristas fue conseguir el sufragio femenino, que se
consiguió en varios estados y localidades mucho antes de que una enmienda
constitucional lo impusiera en todo el país. Una razón importante: era obvio para
todos que, ante la posibilidad de votar, la mayoría de las mujeres yanquis
acudirían rápidamente a las urnas, mientras que las mujeres católicas creían
que su lugar estaba en casa y con la familia y no les preocuparían las
consideraciones políticas. Por tanto, el sufragio femenino era una forma de
aumentar el voto total hacia los postmilenaristas y alejarlo de los católicos y
los luteranos de la Alta Iglesia.
El
impacto de la transformación del avivamiento del protestantismo en las décadas
de 1820 y 1830 en el activismo femenino está bien descrito por la historiadora
feminista Carroll Smith-Rosenberg:
Los
movimientos religiosos de mujeres se multiplicaron. Las convertidas al
avivamiento formaban Bandas Sagradas para ayudar al evangelista en sus obras de
avivamiento. Se reunían con él al amanecer para ayudar a planear sus
estrategias diarias de avivamiento. Ponían carteles en lugares públicos
solicitando la asistencia a reuniones de avivamiento, presionaban a los
comerciantes para que cerraran sus tiendas y acudieran a los servicios de
oración y obligaban a contestar a los pecadores y rezaban con ellos. Aunque
“simples mujeres”, lideraban las vigilias de oración en sus casas que se
extendían hasta muy tarde por las noches. Estas mujeres estaban en su mayor parte
casadas, eran miembros respetados de de comunidades respetables. Aún así,
transformadas por el celo milenarista, ignoraban casi cualquier restricción en
el comportamiento femenino. Dirigían farisaicamente su propio espacio sagrado.
Llevaban audazmente el mensaje de Cristo a las calles, incluso en los nuevo
barrios urbanos pobres.
Las
primeras líderes sufragistas empezaron como ardientes prohibicionistas, la
mayor preocupación política de los protestantes postmilenaristas. Eran todas
yanquis, centrando sus primeras actividades en el corazón del territorio yanqui
del norte del estado de Nueva York. Así, Susan Brownell Anthony, nacida en
Massachussets, fue la fundadora la primera liga de la templanza
(prohibicionista) de mujeres, en el norte del estado de Nueva York en 1852. La
colíder de Susan B. Anthony en generar actividades sufragistas y
prohibicionistas para mujeres, Elizabeth Cady Stanton, provenía de Johnston,
Nueva York, en el corazón del distrito over-burned de Nueva York. El
prohibicionismo organizado empezó a florecer en el invierno de 1873-74, cuando
surgieron “Cruzadas de Mujeres” espontáneas en las calles, dedicadas a la
acción directa para cerrar los bares. Iniciadas en Ohio, miles de mujeres
tomaron parte en esas acciones durante ese invierno. Después de que se apagara la violencia
espontánea, las mujeres organizaron la Woman's Christian Temperance Union
[Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza] (WCTU) en Fredonia (cerca de Buffalo), Nueva
York, en el verano de 1874. Extendiéndose como un incendio, la WCTU se
convirtió durante décadas en la principal fuerza a favor de la prohibición del
alcohol.
Lo que es
menos conocido es que la WCTU no era una organización de una sola causa. En la
década de 1880, la WCTU estaba impulsando, en estados y localidades, un
completo programa estatista para la intervención del gobierno y el bienestar
social. Estas medidas incluían la prohibición de burdeles con licencia y
distritos de prostitución, imponiendo una jornada laboral de un máximo de 8
horas, el establecimiento de instalaciones públicas para niños abandonados y
dependientes, guarderías públicas para hijos de madres trabajadores,
instalaciones públicas de recreo para los pobres en la ciudades, ayuda federal
a la educación, , educación pública para mujeres y formación vocacional pública
para mujeres. Además, la WCTU impulsaba el nuevo “movimiento de guarderías”,
que pretendía rebajar la edad en la que los niños empezaran a entrar en el
ámbito de maestros y otros profesionales de la educación.
Los progresistas y la secularización gradual del pietismo postmilenarista:
Ely, Dewey y Commons
Una parte
crítica, pero en buena parte no narrada de la historia política estadounidense
es la gradual pero inexorable secularización del pietismo postmilenarista
protestante a lo largo de las décadas de mediados y finales del siglo XIX.
El énfasis, casi desde el principio, se puso en utilizar el gobierno para
acabar con el pecado y crear una sociedad perfecta, para traer el Reino de Dios
en la Tierra. Durante décadas, el énfasis cambió lenta pero seguramente: cada
vez más alejado de Cristo y la religión, que se hicieron cada vez más vagos e
imprecisos y cada vez más hacia un evangelio social, con el gobierno
corrigiendo, organizando y finalmente planificando la sociedad perfecta. A
partir de su función como remendador paternalista de los problemas sociales, el
gobierno se divinizó cada vez más, se vio cada vez más como el líder y
moldeador del todo social orgánico. En resumen, whigs, el Partido de América y
los republicanos se fueron convirtiendo cada vez más en progresistas, que iban
a dominar la política y la cultura después de 1900; unos pocos de los
pensadores más radicales eran abiertamente socialistas, contentándose el resto
con ser estatistas orgánicos y colectivistas. Y al hacerse el marxismo cada vez
más popular en Europa tras la década de 1880, los progresistas se enorgullecían
de ser estatistas orgánicos intermedios entre el individualismo agresivo del
laissez faire por un lado y el socialismo proletario por el otro. En su lugar,
el progresista proporcionaría a la sociedad una tercera vía en la que el gran
gobierno al servicio de las verdades unidas de la ciencia y la religión,
armonizaría todas las clases en un todo orgánico.
En la
década de 1880, el centro del esfuerzo cristiano postmilenarista empezó a
cambiar del Oberlin College a la “Nueva Teología” liberal en el Seminario
Teológico de Andover, en Massachussets.
Los
liberales de Andover, como apunta Jean Quandt, destacaban “la presencia de Dios
en la naturaleza y la sociedad, un concepto derivado en parte de la doctrina de
la evolución”. Además, “la conversión cristiana (…) significaba cada vez más la
mejora moral gradual del individuo”. Así, dice Quandt, “la identificación de
Andover de Dios con todas las fuerzas regeneradoras y civilizadoras en la
sociedad, junto con su énfasis arminianista en los logros morales del hombre,
apuntaba a una versión crecientemente secular de la transfiguración de Estados
Unidos”. El
Profesor Quandt resume el cambio gradual pero fatídico como un cambio que se
sumó a “una secularización de la visión escatológica”. Como escribe Quandt:
Las
derivaciones del Espíritu Santo que iban a traer el reino en la década de 1850
fueron reemplazadas, en la Edad Dorada y la Era Progresista, por avances en el
conocimiento, la cultura y la ética cristiana. Mientras que el protestantismo
evangélico había insistido en que el reino llegaría por la gracia de Dios
actuando en la historia y no por ningún proceso natural, la versión posterior
sustituía habitualmente a la gracia redentora por el don providencial de la
ciencia. Estos cambios hacia una visión más naturalista del progreso del mundo
eran paralelos a una actitud cambiante hacia las agencias de redención. Las
iglesias y las sociedades benevolentes conectadas con ellas seguían siendo
consideradas con instrumentos importantes para el reino venidero, pero se
atribuyó entonces gran importancia a agencias mesiánicas impersonales como las
ciencias naturales y sociales. El espíritu de amor y hermandad (…) se consideró
(entonces) a menudo como un logro de la evolución humana con solo tenues
enlaces con una deidad trascendente.
Los
intelectuales progresistas y los líderes sociales y políticos llegaron a su
apogeo en una brillante cohorte que, curiosamente, habían nacido todos en el
año 1860, o alrededor de éste.
Richard
T. Ely había nacido en una granja del oeste de Nueva York, cerca de Fredonia,
en el área de Buffalo.
Su padre, Ezra, un descendiente de refugiados puritanos de la Inglaterra de la
Restauración provenía de una larga línea del clero congregacionalista y
presbiteriano. Ezra, que había venido del Connecticut rural, era un granjero
cuyas pobres tierras solo eran apropiadas para cultivar cebada; aún así, como
ferviente prohibicionista, rechazaba aprobar la cebada, ya que su principal
producto de consumo era la cerveza. Muy religioso, Ezra era un sabatario
extremo que prohibía juego o libros (excepto la Biblia) en sábado y odiaba el
tabaco tanto como el alcohol.
Richard
era muy religioso, pero no tan centrado como su padre; creció mortificado por
no haber tenido una experiencia de conversión. Aprendió pronto a conseguir
benefactores ricos, obteniendo prestada una cantidad sustancial de dinero de su
rico compañero de clase, Edwin R.A. Seligman, de la familia de banca de
inversiones de Nueva York. Graduado en Columbia en 1876, en un país en el que
no había todavía programas de doctorado, Ely imitó a la mayoría de economistas,
historiadores, filósofos y sociólogos de su generación viajando a Alemania, la
tierra de los doctores, para obtener su doctorado. Como en el caso de sus
compañeros, a Ely le encantó la tercera vía o estatismo orgánico que él y otros
creyeron encontrar en Hegel y la doctrina social alemana. Para su fortuna, Ely,
en su vuelta de Alemania con un doctorado a la temprana edad de 28 años, se
convirtió en el primer profesor de economía política en la primera universidad
de grado de Estados Unidos, Johns Hopkins. Allí Ely enseñó y descubrió
discípulos en un brillante grupo de economistas estatistas, sociólogos e
historiadores en ciernes, algunos de los cuales apenas eran mayores que él,
como el sociólogo y economista de Chicago Albion W. Small (n. 1854), el
economista de Chicago Edward W. Bemis, el economista y sociólogo Edward
Alsworth Ross, el presidente del City College de Nueva York John H. Finlay, el
historiador de Wisconsin Frederick Jackson Turner y el futuro presidente
Woodrow Wilson.
Durante
la década de 1880, Ely, notablemente enérgico como tantos pietistas
postmilenaristas, fundó la American Economic Association y la dirigió con mano
de hierro durante muchos años; también fundó y se convirtió en primer
presidente del Institute for Christian Sociology, que prometía “presentar (…)
el reino [de Dios] como el completo ideal de sociedad humana a alcanzar en la
tierra”. Ely también se apropió prácticamente de todo el movimiento evangélico Chautauqua
de verano y su libro de texto, Introduction
to Political Economy, al ser un superventas, se distribuyó ampliamente por
éste y se convirtió en lectura obligatoria para el Círculo Literaria y
Científico Chautauqua, durante literalmente medio siglo. En 1891, Ely funda la
Unión Social Cristiana de la Iglesia Episcopal Protestante, junto con el
declarado socialista Rev. William Dwight Porter Bliss, que fue el fundador de
la Sociedad de Socialistas Cristianos. Ely también etuvo prendado de la
socialista One Big Union Knights of Labor, que alabó como “verdaderamente
científica” y loó en su libro The Labor
Movement (1886); sin embargo, los Knights desaparecieron de golpe después
de 1887.
Desanimado
por no obtener una plaza de profesor titular en Hopkins, Ely, a través de su
antiguo alumno Frederick Jackson Turner, que estaba enseñando en Wisconsin, se
las arregló no solo para conseguir una plaza de profesor en esa universidad en
1892 sino asimismo para convertirse en director, con el salario más alto del
campus, de un nuevo instituto, una Escuela de Economía, Ciencias Sociales e
Historia. Dotado para la construcción de un imperio académico, se las arregló para
conseguir financiación para un profesor asistente, un becario y una gran
biblioteca en su instituto.
Ely trajo
a sus antiguos alumnos favoritos a Wisconsin y Ely y sus antiguos y nuevos
alumnos se convirtieron en los asesores clave de la administración de Robert M.
La Follette (n. 1855), que se convirtió en el gobernador progresista de
Wisconsin en 1900. A través de La Follette, Ely y los demás fueron pioneros en
programas de bienestar a nivel de un estado. Significativamente, La Follette se
había iniciado en la política de Wisconsin como un ferviente prohibicionista.
La clave
del pensamiento de Ely fue que prácticamente divinizó al Estado. “Dios”,
declaraba, “trabaja a través del Estado en llevar a cabo Sus propósitos más
universalmente que cualquier otra institución”.
De nuevo el Profesor Quandt resume mejor a Ely:
A los ojos
de Ely, el gobierno era el instrumento dado por Dios a través del cual tenemos
que trabajar. Su preeminencia como instrumento divino se basaba en la abolición
post-reformista entre lo sagrado y lo secular y en el poder del Estado para
implantar soluciones éticas a problemas públicos. La misma identificación de lo
sagrado y lo secular (…) permitía a Ely al tiempo divinizar el estado y
socializar el cristianismo: pensaba en el gobierno como el principal
instrumento de redención de Dios.
No debe
pensarse que la visión de Ely era totalmente secular.
Por el
contrario, el Reino nunca estuvo lejos en sus pensamientos. La tarea de las
ciencias sociales era “enseñar las complejidades de la tarea cristiana de la
hermandad”. A través de instrumentos como la revolución industrial, las
universidades y las iglesias, a través de la fusión de la religión y la ciencia
social, llegará, creía Ely, “la Nueva Jerusalén” “que estamos todos esperando
ansiosamente”. Y luego “la tierra [se convertirá en] una nueva tierra y todas
sus ciudades en ciudades de Dios”. Y ese Reino, según Ely, se aproximaba
rápidamente.
Un
sorprendente ejemplo de la secularización de un líder progresista
postmilenarista es el del conocido fundador de la filosofía pragmática y la
educación progresiva, el profeta de la democracia superior atea, el filósofo John
Dewey (n. 1859). Es poco conocido que en una etapa temprana de su aparentemente
inacabable carrera, Dewey fue un ferviente predicador del postmilenarismo y la
llegada del Reino. En un discurso en la Asociación Cristiana de Estudiantes en
Michigan, Dewey argumentaba que la noción bíblica del Reino de Dios llegado a
la tierra era una valiosa verdad que se había perdido para el mundo, pero
ahora, el crecimiento de la ciencia moderna y la comunicación del conocimiento
había dejado al mundo maduro para la realización temporal del “Reino de Dios
(…) la Vida encarnada común, el propósito (…) que anima a todos los hombres y
les mantiene unidos en un todo armonioso de simpatía”. La ciencia y la
democracia, clamaba Dewey, marchando juntas, reconstruyen la verdad religiosa,
y con esta nueva verdad, la religión puede ayudar a traer “la unificación
espiritual de la humanidad, la realización de la hermandad del hombre, todo lo
que Cristo llamó el Reino de Dios (…) en la tierra”.
Para
Dewey, la democracia era “un hecho espiritual”. De hecho, es el “medio por el
que se produce la revelación de la verdad”. Solo en democracia, afirma Dewey,
“la comunidad de ideas en intereses mediante la comunidad de acción, la de la
encarnación de Dios en el hombre (el hombre, por decirlo así, como un órgano de
la verdad universal) se convierte en una cosa viva y presente”.
Dewey
concluye con una llamada a la acción: “¿Puede alguien pedir un trabajo mejor o
más inspirador? Sin duda, fusionar en uno el motivo social y el religioso,
romper las barreras del fariseísmo y la autoafirmación que aíslan pensamiento y
conducta religiosos de la vida común del hombre, para entender al estado como
una comunidad de verdad, sin duda es una causa por la que Mercer combatir”.
Así que para Dewey la secularización final está al alcance de la mano: la
verdad de Jesucristo era la verdad
desarrollada que trajo al hombre la ciencia y la democracia modernas. Está
calor que solo era un pequeño paso para que John Dewey, igual que otros
progresistas de posiciones similares, abandonara a Cristo y mantuviera su fe
ferviente en el gobierno, la ciencia y la democracia para traer un Reino ateo
de Dios en la Tierra.
Si
Richard Ely fue el líder postmilenarista y progresista en economía y ciencias
sociales, el principal activista progresista fue su infatigable y querido
número 2, el profesor John Rogers Commons (n. 1862). Commons fue alumno de Ely
en las universidad Johns Hopkins, pero a pesar de suspender en ésta, continuó
por siempre como mano derecha de Ely y perpetuo activista, convirtiéndose en
profesor de economía en la Universidad de Wisconsin. Commons tuvo una fuerza
importante en la Federación Cívica Nacional, que era la principal organización
progresista que reclamaba el estatismo en la economía. La Federación Cívica
Nacional era un disfraz financiado por las grandes empresas que redactaba y
hacía campaña para realizar legislación a nivel estatal y federal favoreciendo
en seguro estatal de desempleo, la regulación federal del comercio y la
regulación de los servicios públicos. Además, fue la fuerza dominante en pro de
la políticas progresistas desde 1900 hasta la entrada de EEUU en la Primera Guerra
Mundial. No solo eso, Commons fue el fundador y el principal impulsor en la más
explícitamente izquierdista American Association for Labor Legislation (AALL),
poderosa desde 1907 en adelante en reclamar obras públicas, salarios mínimos,
horarios máximos y legislación a favor de los sindicatos. La AALL, financiada
por los industriales Rockefeller y Morgan, fue muy influyente en las décadas de
1920 y 1930. El secretario ejecutivo de la AALL fue durante muchas décadas John
B. Andrews, que empezó como becario de Commons en la Universidad de Wisconsin.
John R.
Commons era descendiente del famoso mártir puritano John Rogers. Sus padres ser
mudaron del Vermont rural a la sección altamente yanqui y rabiosamente
postmilenarista de la Reserva Occidental del nordeste de Ohio. Su padre era
granjero, su extremadamente enérgica madre era maestra y se graduó en los
cuarteles generales virtuales de los postmilenaristas, el Oberlin College. La
familia se mudó al nordeste de Indiana. La madre de Commons, el sostén financiero
de la familia, era una presbiteriana pietista muy religiosa y una ferviente
republicana y prohibicionista durante toda su vida. Mamá Commons deseaba
ansiosamente que su hizo se convirtiera en ministro y cuando Commons ingresó en Oberlin en 1882,
su madre fue con él, fundando y editando madre e hijo una revista
prohibicionista en Oberlin. Aunque republicano, Commons voto a los
prohibicionistas en las elecciones nacionales de 1884. Commons se sentía
afortunado por estar en Oberlin y por estar en los inicios de la Liga
Anti-Saloon, el grupo de presión de un solo objetivo que iba a convertirse en
la principal fuerza para traer la Ley Seca a Estados Unidos. El organizador
nacional de la liga era Howard W. Russell, entonces estudiante de teología en
Oberlin.
En
Oberlin, Commons encontró a su querido mentor James Monroe, profesor de
ciencias políticas e historia, que se las arregló para conseguir dos avalistas
de Oberlin para financiar los estudios universitarios de Commons en Johns
Hopkins. El propio Monroe era un postmilenarista, un proteccionista y un
prohibicionista profundamente religioso y durante 30 años había sido
congresista republicano por la Reserva Occidental. Commons se graduó en Oberlin
en 1888 y se trasladó a Johns Hopkins.
Antes de ir a Wisconsin, Commons enseñó en varias universidades, incluyendo
Oberlin, la Universidad de Indiana y Syracuse y ayudó a fundar el American
Institute for Christian Sociology, favorable al socialismo cristiano.
Commons
no solo fue a Wisconsin para convertirse en el principal inspirador y activista
de la “Idea de Wisconsin”, ayudando a establecer el estado del bienestar y
regulatorio en esa región, varios de sus alumnos de doctorado en Wisconsin iban
a convertirse en muy influyentes en el New Deal de Roosevelt. Selig Perlman,
que fue nombrado para la Cátedra Commons en Wisconsin, fue, siguiendo a su
mentor, el principal teórico de las políticas y prácticas de la querida American
Federation of Labor de Commons. Y dos de lo demás alumnos de Commons de
Wisconsin, Arthur J. Altemeyer y Edwin E. Witte, fueron ambos altos cargos en
la Comisión Industrial de Wisconsin, fundada por Commons para administrar la
legislación prosindical del estado. Ambos, Altemeyer y Witte pasaría desde aquí
a ser fundadores principales de la legislación de Seguridad Social de Franklin
Roosevelt.
Mujeres progresistas yanquis
Los Ely,
Commons y Dewey podrían haber sido los más notables, pero las mujeres
progresistas yanquis proporcionaron las fuerzas de choque del movimiento
progresista y por tanto del floreciente estado de bienestar. Igual que los
varones, se estableció una secularización gradual pero inexorable a lo largo de
décadas. Los grupos abolicionistas y ligeramente posteriores eran fanáticamente
cristianos postmilenaristas, pero los posteriores grupos progresistas, nacidos,
como hemos visto, alrededor de 1860, no eran menos fanáticos pero sí más
seculares y menos orientados hacia el reino cristiano. La progresión fue
prácticamente inevitable; después de todo, si tu activismo como evangelista
cristiano no tuviera prácticamente nada que ver con el credo o la liturgia
cristiana o incluso la reforma personal, sino que estuviera centrado
exclusivamente en utilizar la fuerza del gobierno para moldear a todos,
eliminar el pecado y traer una sociedad perfecta, si el gobierno es realmente
el principal instrumento de Dios para la salvación, entonces el papel del
cristianismo en tu actividad empieza en la práctica a desvanecerse en el
ambiente. El cristianismo de va por descontado, es un zumbido al fondo: la
actividad en la práctica se piensa para utilizar el gobierno para eliminar el
alcohol, la pobreza o lo que se defina como pecado e imponer a la sociedad los
valores y principios propios.
No solo
eso, sino que a finales del siglo XIX, cuando se hace mayor la generación de
1860, aparecen oportunidades mayores y más concretas para el activismo femenino
a favor del estatismo y la intervención pública. Los grupos de mayores, las
Cruzadas de Mujeres, eran actividad de corto plazo y por tanto podían basarse en
cortos estallidos de energía de las mujeres casadas. Sin embargo, a medida que
el activismo femenino se profesionalizaba y se profesionalizaba en obras
sociales y casas de comunidad, quedaba poco espacio para cualquier mujer,
excepto para solteras de clases altas y medias, que acudían en tropel a las
llamadas. Las casas de comunidad, debe destacarse, no eran simplemente centros
de ayuda privada para ayudar a los pobres, eran, muy conscientemente, las
puntas de lanza del cambio social y la intervención y la reforma públicas.
La más
prominente de las trabajadoras sociales progresistas yanquis, y emblemática de
todo el movimiento, fue Jane Addams (n. 1860). Su padre, John H. Addams, fue un
cuáquero pietista que se estableció en el norte de Illinois, construyó un
aserradero, invirtió en ferrocarriles y bancos y se convirtió en uno de los
hombres más ricos de esa zona. John H. Addams fue toda su vida un republicano,
que estuvo presente en la reunión de fundación del Partido Republicano en
Ripon, Wisconsin, en 1854 y fue senador republicano del estado durante 16 años.
Graduada
en una de las primeras universidades solo para mujeres, el Rockford Female
Seminary, en 1881, Jane Addams afrontó la muerte de su querido padre.
Inteligente, de clase alta y enérgica, afrontó el dilema de qué hacer con su
vida. No le interesaban los hombres, así que casarse no entraba en sus planes;
de hecho, en su vida parece haber tenido varias intensas relaciones lesbianas.
Después
de ocho años de indecisión, Jane Addams decidió dedicarse al trabajo social y
fundó la famosa casa de comunidad, Hull House, en los barrios bajos de Chicago
en 1889. Jane se inspiró en la lectura del muy influyente crítico inglés de
arte John Ruskin, que era profesor en Oxford, socialista cristiano y ácido
crítico del capitalismo de laissez faire. Ruskin era el líder carismático del
socialismo cristiano en Inglaterra, que influyó en la filas del clero
anglicano. Uno de sus discípulos fue el historiador Arnold Toynbee, en cuyo
honor el canónigo Samuel A. Barnett, otro seguidor de Ruskin, fundó la casa de comunidad
de Toynbee Hall en Londres en 1884. En 1888, Jane Addams viajó a Londres para
ver Toynbee Hall y allí se encontró son el canónigo W.H. Freemantle, amigo
íntimo y mentor de Barnett y esa visita le decidió, inspirándole a volver a
Chicago y fundar Hull House, junto con su antigua compañera de clase e íntima
amiga lesbiana Ellen Gates Starr. La principal diferencia entre Toynbee Hall y
su equivalente estadounidense es que la primera empleaba a trabajadores sociales
varones que permanecían allí unos pocos años y luego se dedicaban a sus
carreras, mientras que las casas de comunidad estadounidenses constituían casi
todas carreras para toda la vida para señoras solteras.
Jane
Addams fue capaz de utilizar sus conexiones de clase alta para conseguir
fervientes apoyos, muchos de ellos mujeres que se convirtieron en amigas
íntimas de Addams y probablemente lesbianas. Un importante apoyo financiero fue
Mrs. Louise de Koven Bowen (n. 1859), cuyo padre, John de Koven, un banquero de
Chicago había amasado una gran fortuna. Bowen se convirtió en íntima amiga de Jane
Addams; también se convirtió en la tesorera e incluso construyó una casa para
la institución. Otras mujeres colaboradoras de la sociedad de Hull House
incluían a Mary Rozet Smith, que tuvo una relación lésbica con Jane Addams, y Mrs.
Russell Wright, madre del futuro renombrado arquitecto Frank Lloyd Wright. Mary
Rozet Smith, de hecho, fue capaz de reemplazar a Ellen Starr en el afecto
lésbico de Jane Addams. Lo hizo de dos maneras: siendo totalmente sumisa y
autocrítica ante la militante Addams y proporcionando un copioso apoyo
financiero a Hull House. Mary y Jane se declaraban “casadas”.
Una de
las colegas cercanas de Jane Addams, y posible amente lesbiana, en Hull House
fue la dura y truculenta Julia Clifford Lathrop (n. 1858), cuyo padre, William,
había emigrado del norte del estado de Nueva York a Rockford, en el norte de
Illinois. William
Lathrop, un abogado, descendía del eminente inconformista inglés y ministro
yanqui, el Reverendo John Lathrop. William se convirtió en miembro del consejo
del Rockford Female Seminary y fue elegido senador republicano por Illinois. Su
hija Julia se graduó en Rockford antes que Addams y luego acudió al Vassar
College. Julia Lathrop se mudó a Hull House en 1890 y a partir de allí
desarrolló una carrera de trabajo social y servicio al gobierno durante toda su
vida. Julia fundó el primer Tribunal de Menores en el país, en Chicago en 1899
y luego continuó para convertirse en la primera mujer miembro del Consejo
Estatal de Caridad de Illinois y en presidente de la Conferencia Nacional del
Trabajo Social. En 1912, Lathrop fue nombrada por el Presidente Taft como
presidenta de la primera Oficina del Niño de EEUU.
Instalada
en el gobierno federal, la Oficina del Niño se convirtió en un baluarte del
estado del bienestar y el trabajo social dedicándose a actividades que recuerda
inquietante y desagradablemente a la era moderna. Así, la Oficina del Niño fue
un incansable centro de propaganda y defensa de las subvenciones, programas y
propaganda federales a favor de las madres e hijos de la nación, una especie de
anticipo espeluznante de los “valores familiares” y las preocupaciones de Hillary
Rodham Clinton por “los niños” y el Fondo de Defensa de los Niños. Así, la
Oficina del Niño proclamó la “Semana del Bebé” en marzo de 1916 y de nuevo en
1917 y designó a todo el año 1918 como “El Año del Niño”.
Después
de la Primera Guerra Mundial, Lathrop y la Oficina del Niño cabildearon e
impulsaron en el Congreso a finales de 1921 la Sheppard-Towner Maternity and
Infancy Protection Act, que otorgaba fondos federales a los estados que crearan
oficinas de higiene y bienestar infantil, así como instrucción pública en
cuidados maternales e infantiles por parte de enfermeras y médicos. Aquí
tenemos los inicios de la medicina socializada, así como de la familia
socializada. La instrucción pública se proporcionaba en conferencias locales y
centros de salud y a profesionales de la atención sanitaria en cada área.
También se disponía escalofriantemente que estos estados, ante la zanahoria de
la subvención federal, sacaran a los niños de las casas de padres que
ofrecieran una “inadecuada atención en el hogar”, siendo determinado el patrón
de adecuación, por supuesto, por el gobierno y sus supuestos profesionales.
También iba a haber un registro obligatorio de nacimiento de todos los bebés y
ayuda federal a la maternidad y la infancia.
Julia
Lathrop fue esencial para persuadir a Sheppard-Towner a cambiar la propuesta
original de una medida de bienestar para aquéllos incapaces de pagar a una
propuesta pensada para abarcar a todos. Como dijo Lathrop: “La propuesta está
pensada para recalcar la responsabilidad pública en la protección de la vida
igual que ya reconocemos mediante las escuelas públicas la responsabilidad
pública en la educación de los niños”. La lógica del gobierno acumulativo era
irresistible; es una desgracia que nadie diera la vuelta a la lógica e
institucionalizara una vía para la abolición de las escuelas públicas.
Si
ninguno de los oponentes de Sheppard-Towner llegó a pedir la abolición de las
escuelas públicas, James A. Reed (Demócrata de Missouri), el senador defensor
del laissez faire, lo hizo bastante bien. Cáusticamente, el senador Reed
declaró que “Ahora se nos propone otorgar el control de la madres del país a
unas pocas mujeres solteras que tienen cargos públicos en Washington (…). Sería
mejor dar la vuelta a la propuesta y crear un comité de madres que se encargara
de las viejas doncellas y les enseñara cómo conseguir un marido y tener bebés
propios”. Tal vez
el senador Reed diseccionara así el motivo de las progresistas yanquis.
Aproximadamente
al mismo tiempo que Jan Addams y sus amigas estaban fundando Hull House, se
estaban empezando a fundar casas de comunidad en Nueva York y Boston, también
por mujeres yanquis solteras y bajo la inspiración de Toynbee Hall. En
realidad, el fundador de la primera y efímera casa en Nueva York fue el varón
Stanton Coit (n. 1857), natural del norte de Ohio, hijo de un próspero
comerciante y descendiente del yanqui puritano de Massachussets, John Coit.
Coit se doctoró en la Universidad de Berlín, trabajó en Toynbee Hall y luego
estableció la Neighborhood Guild, de corta vida, en Nueva York en 1886; ésta
quebró al año siguiente. Sin embargo, inspiradas por este ejemplo, tres
lesbianas yanquis le siguieron fundando la College Settlement Association en
1887, que estableció College Settlements en Nueva York in 1889 y en Boston y
Philadelphia varios años después. La principal fundadora femenina fue Vida
Dutton Scudder (n. 1861), una rica bostoniana e hija de un misionero
congregacionista en la India. Después de graduarse en el Smith College en 1884,
Vida estudió literatura en Oxford y se convirtió en discípula de Ruskin y en
una socialista cristiana, acabando enseñando en el Wellesley College durante
más de 40 años. Vida Scudder se convirtió en episcopaliana, una abierta
socialista y en miembro de la Women's Trade Union League. Las otras fundadoras
de los College Settlements fueron Katharine Coman (n. 1857) y su por mucho
tiempo amante lesbiana Katharine Lee Bates. Katharine Coman había nacido en el
norte de Ohio de un padre que había sido un ferviente abolicionista y maestro
en el norte del estado de Nueva York y que se mudó a una granja en Ohio como
consecuencia de las heridas sufridas en la Guerra de Secesión. Tras graduarse
en la Universidad de Michigan, Coman enseñó historia y economía política en Wellesley
y fue más tarde presidenta del departamento de economía de Wellesley. Coman y
Bates viajaron a Europa para estudiar y promover el seguro social en Estados
Unidos. Katharine Bates fue profesora de inglés en Wellesley. Coman se
convirtió en una líder de la Liga de Consumidores Nacionales y de la Women's
Trade Union League.
La
fundadora del concepto de la Oficina del Niño, Florence Kelley, que cabildeó
tanto por la Oficina del Niño como por la Sheppard-Towner, fue una de las pocas
activistas femeninas que era de alguna manera única y no paradigmática. En
muchos aspectos, compartía los rasgos de otras damas progresistas. Nació en
1859, su padre fue un rico congresista siempre republicano de Philadelphia, William
D. Kelley, cuya devoción por los aranceles proteccionistas, especialmente por
la industria del hierro de Pennsylvania, era tan intensa como para ganarse el
sobrenombre de “lingote de hierro” Kelley. Irlandés protestante, era un
abolicionista y una republicano radical.
Florence
Kelley se distinguía de sus colegas en dos cosas: (1) era la única que era
abiertamente marxista y (2) estaba casada y no era lesbiana. Sin embargo, a la
larga, estas diferencias no importaron mucho. Porque le abierto marxismo de
Kelley no era, en la práctica, muy distinto, en sus conclusiones políticas, al
menos sistemático socialismo Fabiano o progresismo de su hermandad. Con tal,
fue capaz de ocupar su lugar al final del espectro que realmente no estaba muy
lejos de la generalidad de las damas no marxistas. Respecto del segundo punto, Florence
Kelley se la arregló para deshacerse pronto de su marido y encasquetar la cría
de sus tres hijos a buenas amigas. Así que el hogar y el corazón no resultaron
ningún obstáculo para la militancia de Florence Kelley.
Graduada
en Cornell, Florence viajó para estudiar en la Universidad de Zurich. Allí se convirtió
pronto en marxista y tradujo al inglés La
situación de la clase obrera en Inglaterra, de Engels. En Zurich, Florence
conoció y se casó con un judío ruso marxista estudiante de medicina, Lazare
Wischnewetsky, en 1884, mudándose con su marido a Nueva York y teniendo tres
hijos para 1887. En Nueva York, Florence pronto formó la Liga de Consumidores
de Nueva York e hizo que se aprobara una ley para la inspección de mujeres en
fábricas. En 1891, Florence abandonó a su marido con sus hijos y se fue a Chicago
por razones desconocidas para sus biógrafos. En Chicago, se aproximó
inevitablemente a Hull House, donde permaneció durante una década. Durante este
tiempo, la grande, volcánica y temperamental Florence Kelley ayudó a
radicalizar a Jane Addams. Kelley cabildeó con éxito en Illinois a favor de una
ley que creara una jornada laboral máxima de ocho horas diarias para las
mujeres. Luego se convirtió en primera inspectora jefe en el estado de
Illinois, incorporando con ella un personal completamente socialista.
El marido
de Florence Kelley, el Dr. Wischnewetsky, ha desaparecido de las páginas de la
historia. ¿Pero qué pasó con sus hijos? Mientras Florence se dedicaba a la
tarea de socializar Illinois, fue capaz de pasar la crianza de sus hijos a sus
amigos Henry Demarest Lloyd, famoso periodista de izquierdas del Chicago Tribune, y su esposa, la hija de
uno de los propietarios del Tribune.
En 1899, Florence
Kelley regresó a Nueva York, donde residiría el siguiente cuarto de siglo en lo
que era entonces la casa de comunidad más importante en la ciudad de Nueva
York, la Henry Street Settlement en el Lower East Side. Allí fundó Kelley la
Liga de Consumidores Nacionales y fue la principal cabildeera para la Oficina
federal del Niño y la Sheppard-Towner. Luchó por leyes de salario mínimo y
horarios máximos para mujeres, por una enmienda de igualdad de derechos en la
Constitución y fue miembro fundador de la NAACP. Cuando se le acusó de ser una
bochevique en la década de 1920, Florence Kelley apunto hipócritamente a su
herencia de sangre azul de Philadelphia, ¿cómo podría alguien de una familia
así ser marxista?
Otra
importante y muy rica mujer yanqui en la ciudad de Nueva York fue Mary Melinda
Kingsbury Simkhovitch (n. 1867). Nacida en Chestnut Hill, Massachusetts, Mary
Melinda era la hija de Isaac Kingsbury, un importante congregacionista y
comerciante republicano. Era sobrina de un ejecutivo de la Pennsylvania
Railroad y prima del jefe de la Standard Oil de California. Graduada en la
Universidad de Boston, Mary Melinda viajó por Europa con su madre, estudió en
Alemania y se vio muy influida por el socialismo y el marxismo. Prometida con Vladimir
Simkhovitch, un intelectual ruso, se reunió con él en Nueva York cuando
adquirió un puesto en Columbia. Antes de casarse con Simkhovitch, Mary Melinda
se convirtió en residente jefe en el College Settlement en Nueva York, estudió
más el socialismo y aprendió yiddish para ser capaz de comunicarse mejor con
sus vecinos del Lower East Side. Incluso después de casarse con Simkhovitch y
tener dos hijos, Mary Melinda fundó su propia casa de comunidad en Greenwich
House, se unió a la Liga de Consumidores de Nueva York y a la Women's Trade
Union League y luchó por pensiones públicas para los mayores y viviendas
públicas.
Particularmente
importante para el estatismo de Nueva York fue la familia Dreier, rica y
prominente socialmente, de la que salieron varias hijas activas. Los Dreier
eran germano-estadounidenses, pero bien podrían haber sido yanquis, ya que eran
fervientes (si no fanáticos) pietistas evangélicos alemanes. Su padre, Theodore
Dreier, fue un inmigrante de Bremen que había llegado a ser un comerciante de
éxito; durante la Guerra de Secesión, volvió a Bremen y se casó con su joven
prima, Dorothy Dreier, hija de un pastor evangélico. Cada mañana, las cuatro
hijas de Dreier y su hermano, Edward (n. 1872) se dedicaban a la lectura de la
Biblia y el canto de himnos.
En 1898
murió Drier padre, dejando varios millones de dólares a su familia. La mayor de
las hijas, Margaret (n. 1875) fue capaz de dominar a sus hermanos para
dedicarse a actividades radicales y filantrópicas a su entera disposición.
Para manifestar su altruismo y supuesto “sacrificio”, Margaret Dreier vestía
ropa de mala calidad. Activa en la Liga de Consumidores, Margaret se unió y
financió fuertemente la nueva Women's Trade Union League a finales de 1904,
uniéndosele su hermana Mary. Pronto Margaret fue la presidenta de la WTUL de
Nueva York y tesorera de la WTUL nacional. De hecho, Margaret Dreier presidió
la WTUL de 1907 a 1922.
En la
primavera de 1905, Margaret Dreier conoció y se casó con el aventurero
progresista residente en Chicago, Raymond Robins (n. 1874). Se conocieron, muy
apropiadamente, cuando Robins dio una conferencia sobre el evangelio social en
una iglesia evangélica en Nueva York. Los Robins se convirtieron en la
principal pareja progresista del país; las actividades de Margaret apenas
disminuyeron, ya que Chicago era un centro como mínimo tan activo como Nueva
York para los reformistas del bienestar.
Raymond
Robins tenía una accidentada carrera como vagabundo y nómada. Nacido en
Florida, abandonado por su padre y en ausencia de su madre, Robins vagó por el
país y se las arregló para licenciarse en derecho en California, donde se
convirtió en un progresista sindical. Buscando oro en Alaska, tuvo una visión
de una cruz en llamas en territorio salvaje y se convirtió en pastor dedicado
al evangelio social. Tras trasladarse a Chicago en 1901, Robins se convirtió en
un destacado trabajador en casas de comunidad, asociado, por supuesto, a la
Hull House y a “Santa Jane” Addams.
Dos años
después del matrimonio Robins-Dreier, la hermana Mary Dreier se dirigió a
Robins y le confesó su desbocado amor. Robins convenció a Mary para que
convirtiera su vergonzosa pasión secreta en el altar de la reforma social
izquierdista y los dos se dedicaron a una correspondencia secreta que duró toda
la vida basada en su “Orden de la cruz llameante”, de dos personas.
Tal vez
la función más importante de Margaret Dreier para la causa fue su éxito en
obtener el apoyo financiero y político de las mujeres más ricas a sus programas
izquierdistas y de estado del bienestar de la Women's Trade Union League. Entre
las seguidoras de la WTUL estaban Anne Morgan, hija de J. Pierpont Morgan; Abby
Aldrich Rockefeller, hija de John D. Rockefeller, Jr.; Dorothy Whitney
Straight, heredera de la familia Whitney, ligada a los Rockefeller; Mary Eliza
McDowell (n. 1854), exalumna de la Hull House cuyo padre poseía una acería en
Chicago y la riquísima Anita McCormick Blaine, hija de Cyrus McCormick,
inventor de la cosechadora mecánica, que ya había sido reclutada para el
movimiento por Jane Addams.
No
deberíamos abandonar la escena de Chicago sin apuntar a una activista y
académica crucial de transición a la siguiente generación. Sophinisba
Breckenridge (n. 1866) fue una importante académica rica y soltera, que
provenía de una importante familia de Kentucky y era la biznieta de un senador
de EEUU. Tampoco era una yaqui pero está bastante claro que era lesbiana.
Infeliz como abogada en Kentucky, Sophinisba fue a la escuela de grado de la
Universidad de Chicago y se convirtió en la primera mujer doctora en ciencias
políticas en 1901. Continuó enseñando ciencias sociales y trabajo social en la
Universidad de Chicago el resto de su carrera, convirtiéndose en mentora y
probablemente por mucho tiempo compañera lesbiana de Edith Abbott (n. 1876). Edith
Abbot, nacida en Nebraska, había sido secretario de la Boston Trade Union
League y había estudiado en la London School of Economics, donde se vio
fuertemente influida por los Webb, líderes del socialismo fabiano. Vivió y
trabajo presuntamente en una casa de comunidad de Londres. Luego Edith estudió
para su doctorado en economía en la Universidad de Chicago, cosa que consiguió
en 1905. Al convertirse en instructora en Wellesley, Edith pronto se reunió con
su hermana algo más joven Grace en Hull House en 1908, donde las dos hermanas
vivieron durante los siguientes doce años, Edith como directora de
investigación de la Hull House. A principios de la década de 1920, Edith Abbott
se convirtió en decana de la Escuela de Administración del Servicio Social de
la Universidad de Chicago o coeditara de la Social
Service Review de la escuela, con su amiga y mentora, Sophinisba Breckenridge.
Grace
Abbott, dos años más joven que Edith, siguió más de una vía de activismo. La
madre de las hermanas Abbott provenía del norte del estado de Nueva York y se
graduó en el Rockford Female Seminary; su padre era un abogado de Illinois que
fue vicegobernador de Nebraska. Grace Abbot, que también vivió en Hull House y
fue amiga íntima de Jane Addams, se convirtió en ayudante de Julia Clifford
Lathrop en la Oficina federal del Niño en 1917 y en 1921 sucedió a su mentora
Lathrop como jefea de dicha oficina.
Si las
activistas femeninas de la reforma social fueron casi todas yanquis, a finales
del siglo XIX las mujeres judías empezaron a aportar su granito de arena. Del
grupo esencial de la década de 1860, la judía más importante fue Lillian D.
Wald (n. 1867). Nacida en una familia judía alemana y polaca de clase media
alta en Cincinnati, Lillian y su familia se mudaron pronto a Rochester, donde
se convirtió en enfermera. Luego organizó, en el Lower East Side of New York,
la Comunidad de Enfermeras, que pronto se convertiría en el famoso Henry Street
Settlement. Fue Lillian Wald la primera en sugerir una Oficina federal de Niño
al Presidente Theodore Roosevelt en 1905 y quiene lideró la agitación a favor
de una enmienda constitucional que prohibiera el trabajo infantil. Aunque no
era yanqui, Lillian Wald seguía la tradición dominante de ser lesbiana,
teniendo la larga relación lésbica con su socia Lavina Dock. Wald, aunque no
era rica, tenía una extraña habilidad para obtener financiación para Henry
Street, incluyendo a los grandes financieros judíos como Jacob Schiff y Mrs.
Solomon Loeb, de la empresa de banca de inversión de Wall Street, Kuhn-Loeb, y
Julius Rosenwald, entonces jefe de Sears Roebuck. También fue importante en la
financiación de Henry Street el Milbank Fund, de la familia relacionada con
Rockefeller dueña de la Borden Milk Company.
Redondeando
el importante contingente de judías activistas socialistas estaban las cuatro
hermanas Goldmark, Helen, Pauline, Josephine y Alice. Su padre había nacido en
Polonia, se convirtió en médico en Viena y fue miembro del Parlamento
Austriaco. Huyó a Estados Unidos tras la fallida revolución de 1848 y se
convirtió en médico y químico, se hizo rico inventando cápsulas fulminantes y
ayudó a organizar el Partido republicano en la década de 1850. Los Goldmark se
establecieron en Indiana.
El Dr.
Goldmark murió en 1881, dejando a su hija mayor Helen como cabeza de la
familia. Helen se casó con el eminente Felix Adler, filósofo y fundador de la Society
for Ethical Culture en Nueva York, una especie de unitarismo judío. Alice se
casó con el eminente jurista judío de Boston, Louis Dembitz Brandeis,
contribuyendo a radicalizar a Brandeis, que pasó de ser un liberal clásico
moderado a ser un progresista socialista. Pauline (n. 1874), después de
graduarse en Bryn Mawr en 1896, permaneció soltera, hizo labores de grado en
Columbia y Barnard en botánica, zoología y sociología y luego se convirtió en
secretaria asistente de la Liga de Consumidores de Nueva York. Aún ás exitosa
como activista fue Josephine Clara Goldmark (n. 1877), que se graduó en Bryn
Mawr en 1898, hizo labores de grado en Barnard y se convirtió en secretaria de
publicidad de la Liga Nacional de Consumidores y en autora de los manuales
anuales de la Liga. En 1908, Josephine se convirtió en presidente del nuevo
Comité de Legislación de la Liga y nutro con Paulina y Florence Kelley (y
Alice) convenció a Brandeis para que escribiera su famoso escrito Brandeis en
el caso Muller vs. Oregon (1908),
afirmando que la ley de jornada máxima para mujeres de Oregon era
constitucional. En 1919, Josephine Goldmark continuó su ascenso convirtiéndose
en secretaria del Comité para el Estadio de la Educación de Enfermería de la
Fundación Rockefeller. Josephine Goldmark culminó su carrera escribiendo la
primera biografía hagiográfica de su íntima amiga y mentora en el activismo
socialista, Florence Kelley.
El New Deal
No pasó
mucho tiempo antes de que los progresistas y reformistas sociales ejercieran un
impacto en la política nacional estadounidense. El Partido Progresista se fundó
en 1912 por los Morgan (el partido estaba encabezado por el socio de Morgan,
George W. Perkins) en un intento con éxito de nominar a Theodore Roosevelt y
así destruir al Presidente William Howard Taft, que había acabado con las
políticas pro-Morgan de su predecesor Roosevelt. El Partido Progresista incluía
a todas las puntas de lanza de la coalición estatista: progresistas académicos,
hombre de negocios de Morgan, pastores protestantes del evangelio social y por
supuesto, nuestros amigos, los principales trabajadores sociales progresistas.
Así, los
delegados en la convención nacional progresista de 1912 en la ciudad de Nueva
York incluían a Jane Addams, Raymond Robins y Lillian D. Wald, así como a Henry
Moskowitz, de la New York Society of Ethical Culture y Mary Kingsbury
Simkhovitch de la New York's Greenwich House. Fiel a su postura feminista, el
Partido Progresista fue asimismo el primero, excepto el Partido de la
Prohibición, en incluir mujeres delegadas en la convención y el primero en
nombra electora a una mujer, Helen J. Scott, de Wisconsin. Después del éxito
del Partido Progresista en las elecciones de 1912, los trabajadores y
científicos sociales que habían afluido al partido estaban convencidos de que
estaban aportando los valores (o más bien, los no valores) prístinos de la
“ciencia” a los asuntos políticos. Sus propuestas
estatistas eran “científicas” y cualquier resistencia a dichas medidas era, por
tanto, cicatera y opuesta al espíritu de la ciencia y el bienstar social.
En su
organización permanente de 1913, el Partido Progresista adoptó “Un plan de
trabajo” propuesto por Jane Addams, justo después de las elecciones. Su
división más importante era la de Ciencia Progresista, encabezada por la trabajadora
social, abogada y socióloga de Nueva York, Frances A. Kellor. Ayudando a Frances
A. Kellor como director de la Oficina de Referencia Legislativa, un
departamento de la división de Ciencia Progresista, estaba el abogado sindical
de Chicago Donald Richberg, que posteriormente sería importante en la Ley del
Trabajo Ferroviario de la década de 1920 y en el New Deal. En la importante
Oficina de Educación del partido estaba nada menos que John Dewey. Pero
particularmente importante era el Departamento de Justicia Social e Industrial
del partido, encabezado por Jane Addams. Por debajo de ella, Henry Moskowitz
encabezaba el comité de Trabajo Masculino y la filántropa de clase alta Mary E.
McDowell encabezaba el de Trabajo Femenino. El comité de Seguridad Social
estaba encabezado por Paul Kellogg, editor de la principal revista de trabajo
social, Survey, mientras que Lillian
Wald desempeñaba un papel preeminente en el comité de Bienestar Infantil.
Mas
importante que los pocos años de borrachera del Partido Progresista fue sin
embargo la acumulación acelerada de influencia y poder en el gobierno estatal y
federal. En particular, el movimiento de las damas de las casas de comunidad
ejerció una enorme influencia en configurar el New Deal, una influencia que por
lo general se ha infravalorado. Tomemos por ejemplo a Mary H. Wilmarth, hija de
un fabricante de instalaciones de gas y uno de miembros más conocidos de la
alta sociedad de Chicago que habían entrado en el grupo de patrocinadores ricos
de la Hull House. Pronto, Mary Wilmarth iba a convertirse en uno de los
principales apoyos económicos de la radical Women's Trade Union League. La
hermana de Mary, Anne Wilmarth, se casó con un abogado progresista de Chicago,
el gruñón Harold L. Ickes, que pronto se convirtió en consejero legal de la
WTUL. Durante el New Deal, Ickes iba a convertirse en el importante Secretario
del Interior de Franklin Roosevelt.
Al otro
extremo del espectro social y étnico de las hermanas Wilmarth, estaba la baja,
fiera y agresivamente soltera judía polaco-estadounidense, Rose Schneiderman (n.
1882). Una de las figuras más francamente izquierdistas de entre las agitadoras
femeninas, Schneiderman emigró a Nueva York en 1890 con su familia, y a los 21
años se convirtió en la organizadora del primer local para mujeres del
Sindicato Socialista Judío Unido de Fabricantes de Ropa, Sombreros y Gorras.
Rose fue importante en la WTUL y desempeñó un papel clave en organizar el
Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras del Vestido, formando parte del
Comité Ejecutivo del sindicato. Rose Schneiderman fue nombrada para el Consejo
Asesor Laboral durante el New Deal.
De la
Liga Nacional de Consumidores de Florence Kelley, llegó al New Deal Molly
Dewson, que se convirtió el miembro del Consejo de Seguridad Social de Franklin
Roosevelt, y Josephine Roche, que se convirtió en Secretaria Ayudante del
Tesoro en el New Deal.
Pero hubo
peces significativamente más gordos que estas pocas figuras menores. Tal vez la
mayor fuerza emergente del movimiento femenino estatista y de bienestar social
fue nada menos que Eleanor Roosevelt (b. 1884), tal vez nuestra primera Primera
Dama bisexual. Eleanor cayó bajo la influencia de la apasionadamente radical
directora de la escuela preparatoria de Londres, Madame Marie Souvestre, que
aparentemente indicó a Eleanor el curso de toda su vida.
De vuelta
en Nueva York, Eleanor se unió a la Liga Nacional de Consumidores de Florence
Kelley y se convirtió en una reformista para toda la vida. Durante la década de
1920, Eleanor también fue activa en trabajar y apoyar financieramente el Henry
Street Settlement de Lillian Wald y la Greenwich House de Mary Simhkovitch. A
principios de la década de 1920, Eleanor se unió a la WTUL y ayudó a financiar
esa organización radical, reclamando leyes de jornada máxima y salario mínimo
para las mujeres. Eleanor se convirtió en íntima amiga de Molly Dewson, que
posteriormente se unió al Comité de Seguridad Social,, y de Rose Schneiderman.
Eleanor también incluyó a su amiga, la esposa de Thomas W. Lamont, socio del
entonces muy poderoso Morgan, en su círculo de agitadoras por la reforma
social.
La mujer
que llegó al rango más alto durante el New Deal y fue enormemente influyente en
su legislación social, fue Frances Perkins (n. 1880), Secretaria de Trabajo y
primer miembro femenino en un gabinete en la historia de EEUU. Frances Perkins
había nacido en Boston; ambos padres, que provenían de Maine, eran
congregacionalistas activos y su padre, Fred era un rico empresario. Frances
fue a Mt. Holyoke en 1898, en donde fue elegida presidenta de clase. En Mt.
Holyoke, Frances se vio arrastrada por el intenso pietismo religioso que había
en esa universidad; todas las noches de sábado, todas las clases realizaban una
reunión de oración.
La líder
de lo que podría llamarse la “izquierda religiosa” en el campus era la
profesora de historia americana Annabelle May Soule, que organizó el capítulo
de Mt. Holyoke de la Liga Nacional de Consumidores, reclamando la abolición del
trabajo infantil y de los talleres con bajos salario, otra importante causa
estatista. Fue una charla en Mt. Holyoke de la carismática marxista y líder
nacional de la LNC, Florence Kelley, lo que cambió la vida de Frances Perkins y
le puso en la vía de la reforma del estado de bienestar durante toda su vida.
En 1913,
Frances Perkins se caso en secreto con el economista Paul C. Wilson. Wilson era
un rico y alegre, pero enfermizo reformador social, que le permitió a Frances
entrar en los círculos reformistas municipales. Aunque el matrimonio se supuso
que era por amor, es dudoso lo que significaba el matrimonio para la dura
Perkins. Su amiga, la soltera activista del bienestar Pauline Goldmark,
lamentaba que Frances se hubiera casado, pero añadía que “lo hizo para
quitárselo de la cabeza”. En un gesto de temprano feminismo, Frances rechazó
tomar el apellido de su marido. Cuando fue nombrada Secretaria de Trabajo por
Franklin Roosevelt, alquiló una casa con una amiga íntima, la poderosa y
extraordinariamente rica Mary Harriman Rumsey, hija del gran magnate E.H.
Harriman. La familia Harriman fue extremadamente poderosa en el New Deal, una
influencia que ha sido olvidada a menudo por los historiadores. Mary Harriman
Rumsey, que había enviudado en 1922, era la presidenta de la Administración del
Centro de Maternidad en Nueva York, y bajo el New Deal fue presidente del
Comité Asesor de Consumo y de la Administración de la Recuperación Nacional.
La
relación cercana entre trabajo social, activismo feminista y financieros
extremadamente ricos se ve en la carrera del amigo íntimo de Frances Perkins,
Henry Bruere (n. 1882), que había sido el mejor amigo de Wilson. Bruere era
hijo de un médico en St. Charles, Missouri, fue a la Universidad de Chicago,
asistió a varias escuelas de derecho y luego se hizo trabajos de grado en
ciencias políticas en Columbia. Después de la escuela de grado, Bruere residió
en el College Settlement y luego en el University Settlement, y después se
convirtió en Director de Personal de la International Harvester Corporation, de
Morgan.
A partir
de aquí, la vida de Bruere fue un carrusel, yendo de agencias sociales a
empresas privadas y vuelta. Así, después de Harvester, Bruere fundó la Oficina
de Investigación Municipal en Nueva York y se convirtió en presidente del
Consejo de Bienestar Social de la Ciudad de Nueva York. De ahí pasó a ser
Vicepresidente de Metropolitan Life y CEO del Bowery Savings Bank, que se
convirtió en su base operativa desde el final de la década de 1920 al principio
de la de 1950.
Pero
Henry Bruere aún tenía bastante tiempo para buenas obras. A finales de la
década de 1920 y principios de la de 1930, Bruere era miembro del Comité
Ejecutivo del Consejo de Bienestar de la Ciudad de Nueva York, dirigiendo la
marcha hacia el prestación pública de desempleo. Bruere fue nombrado por
Perkins en 1930como presidente del Comité del Estado de Nueva York para la
Estabilización de la Industria, que presagiaba la idea de la Administración de
la Recuperación Nacional de una cartelización coactiva de la industria por el
gobierno. Durante el New Deal, Bruere se convirtió también en consejero de la
federal Home Owners Loan Corporation, Federal Credit Association, para el
seguro de desempleo y de ancianos y fue asesor de la Reconstruction Finance
Corporation. Bruere también se convirtió en asistente ejecutivo de William
Woodin, primer Secretario del Tesoro de Roosevelt.
Sin
embargo, entretanto, y esto debe subrayarse, además de los altos cargos
federales y los trabajos del bienestar social, Bruere también se codeaba con
los grandes financieros, convirtiéndose en director del Union Pacific Railroad,
de Harriman, y en tesorero del liberal de izquierdas Twentieth-Century Fund, de
Edward A. Filene. Filene era el millonario vendedor que fue el principal
patrocinador de actividades delgales de su amigo y a menudo consejero, Louis D.
Brandeis.
Como
podemos ver por el caso de Henry Bruere, después de que la mujeres yanquis
fueran pioneras en las organizaciones de bienestar y trabajo social, los
hombres empezaron a seguirlas. Así, estuveron muy influidos por sus estancias
en la Hull House el eminente periodista Francis Hackett; el distinguido
historiador y politólogo Charles A. Beard, que también estuvo en la Toynbee
House en Londres; el hombre que se convertiría en uno de los más preeminentes
cartelistas de estado de la industria estadounidense, Gerard Swope, jefe de la General
Electric Company, de Morgan, y el hombre que se convertiría en uno de los
principales activistas sociales y laborales para John D. Rockefeller y acabaría
siendo el hombre de los Rockefeller como primer ministro liberal de Canadá
durante muchos años, William Lyon Mackenzie King.
Pero tal
vez el más importante de los trabajadores sociales masculinos que se convirtió
en importante en el New Deal fue el hombre que se convirtió en el experto de
Roosevelt, Secretario de Comercio y acabó siendo el virtual (aunque no oficial)
Secretario de Estado en la sombra, Harry Lloyd Hopkins (n. 1890). Hopkins,
junto con Eleanor Roosevelt, podría considerarse como el principal trabajador
social y activista estatista del grupo de la década de 1880, la generación que
siguió a los fundadores de la década de 1860.
Hopkins
había nacido en Iowa, hijo de un fabricante de arneses, que posteriormente tuvo
un bazar. Siguiendo el molde del evangelio social pietista yanqui, la madre
canadiense de Hopkins, era profesora de religión y se había convertido en
presidenta de la Sociedad de la Casa de Misión Metodista de Iowa. Hopkins se
graduó en ciencias sociales en el Grinnell College de Iowa en 1912.Al
trasladarse a Nueva York, Hopkins se casó enseguida con la primera de tres
esposas, la heredera judía Ethel Gross. Hopkins entró en movimiento de las
casas de comunidad, convirtiéndose en residente de la Christodora House en Nueva
York antes de su matrimonio. Luego pasó a trabajar para la Asociación para la
Mejora de las Condiciones de los Pobres (AMCP) y se convirtió en protegido del
director general de la AMCP, John Adams Kingsbury (n. 1887). Kingsbury, sin
relación con la acaudalada Mary Kingsbury Simkhovitch, había nacido en la
Kansas rural de un padre que se convirtió en director socialista de instituto
en Seattle. Kingsbury, tras graduarse en el Teachers College, Columbia, en
1909, se dedicó al trabajo social profesional.
Durante
la administración reformista del alcalde de Nueva York, John Purroy Mitchell,
Kingsbury se convirtió en Comisionado de Atención Pública en Nueva York y
Hopkins fue secretario ejecutivo del Consejo de Bienestar Infantil, trabajando
en dicho consejo junto a nacientes luminarias de la reforma social como Henry
Bruere, Molly Dewson y Frances Perkins.
Desde
1917 a 1922, Hopkins administró la Cruz Roja en el sur, volviendo a Nueva York
para convertirse en director adjunto de la AMCP, mientras Kingsbury se
convertía en la CEO del muy influyente fondo Milbank, que financió muchos
proyectos médicos y de salud y estaba en la órbita de los Rockefeller. Kingsbury
financió un gran proyecto para la Asociación de Tuberculosis de Nueva York
después de que Hopkins se convirtiera en su director en 1924. Kingsbury se fue
haciendo cada vez más abiertamente radical, alabando enormemente los supuestos
logros médicos de la Unión Soviética y reclamando un seguro sanitario
obligatorio en Estados Unidos. Kingsbury se convirtió en un agotador tan
significado contra la American Medical Association, que la AMA amenazó con
boicotear la leche de Borden (el principal negocio de la familia Milbank) y
consiguió que Kingsbury fuera despedido en 1935. Pero no hay que preocuparse:
Harry Hopkins pronto hizo a su viejo amigo Kingsbury consultor para el
funcionamiento de la Administración del progreso de los Trabajos.
¿Cómo
ascendió Harry Hopkins de ser un trabajador en una casa de comunidad a una de
las personas más poderosas en el New Deal? Parte de la respuesta fue su íntima
amistad con W. Averill Harriman, miembro de la familia Harriman; su amistad con
John Hertz, socio de la poderosa empresa de banca de inversión Lehman Brothers
y su asociación con el ascendente líder político de la poderosa familia
Rockefeller, Nelson Aldrich Rockefeller. De hecho, cuando Hopkins se convirtió
en Secretario de Comercio durante el New Deal, ofreció el puesto de Secretario
Adjunto a Nelson Rockefeller, que lo rechazó.
Los Rockefeller y la seguridad social
Los
Rockefeller y su séquito intelectual y tecnocrático fueron, en realidad,
esenciales para el New Deal. De hecho, en el fondo, el propio New Deal
constituía un desplazamiento radical de los Morgan, que habían dominado la
política financiera y económica de la década de 1920, en favor de una coalición
encabezada por los Rockefeller, los Harriman, y las empresas de banca de inversión Kuhn Loeb y Lehman
Brothers. El
Comité Asesor de Negocios del Departamento de Comercio, por ejemplo, que fue
muy influyente en dictar medidas del New Deal, estaba dominada por el miembro
de la familia Harriman, W. Averill Harriman, y sátrapas de los Rockefeller como
Walter Teagle, jefe de Standard Oil de Nueva Jersey. Aquí solo tenemos espacio
para tratar de la influencia de los Rockefeller, aliados con los progresistas
de Wisconsin y los graduados de las casas de comunidad, en crear e imponer en
Estados Unidos el Sistema de Seguridad Social. Éste fue también el producto de
un proceso lento pero seguro de secularización del ideal mesiánico de los
pietistas postmilenarista. Tal vez fuera lo que correspondiera a un movimiento
que empezó con las viejas brujas yanquis psotmilenaristas saliendo a las calles
y tratando de destruir bares, que concluyera con los científicos sociales de
Wisconsin, los tecnócratas y los expertos dirigidos por los Rockefeller
manipulando los resortes del poder político para producir una revolución de
arriba abajo en forma de estado de bienestar.
La
Seguridad Social empezó en 1934, cuando el Presidente Franklin Roosevelt
comisionó una triada de sus cargos principales para seleccionar los miembros de
un Comité de Seguridad Económica (CSE), que redactaría la legislación para el
sistema de Seguridad Social. Los tres cargos eran la Secretaria de Trabajo, Frances
Perkins, el director de la Administración Federal de Ayuda en Emergencias,
Harry Hopkins, y el Secretario de Agricultura, Henry A. Wallace. La más
importante de esta triada era Perkins, cuyo departamento estaba más cercano a
la jurisdicción sobre seguridad social y presentó los puntos de vista de la
Administración en las audiencias del Congreso. Perkins y los demás decidieron
confiar todas las tareas importantes a Arthur Altmeyer, un discípulo de Commons
en Wisconsin que había sido secretario de la Comisión Industrial de Wisconsin y
había administrado el sistema de ayuda al desempleo de Wisconsin. Cuando
Roosevelt impuso la colectivista y corporativa Administración para la
Recuperación Nacional (ARN) en 1933, Altmeyer fue nombrado director de la
División de Cumplimiento Laboral de la ARN. Los empresarios corporativistas
aprobaron efusivamente la labor de Altmeyer en el cargo, notablemente Marion
Folsom, jefe de Eastman Kodak, y uno de los miembros principales del Consejo
Asesor Empresarial (CAE).
La
primera elección de Altmeyer para convertirse en presidente del CSE fue nada
menos que el Dr. Bryce Stewart, director de investigación para el Industrial
Relations Councilors (IRC). El IRC había sido creado a principios de la década
de 1920 por los Rockefeller, en concreto por John D. Jr., a cargo de la
ideología y la filantropía del imperio Rockefeller. El IRC era el disfraz
intelectual y activista enseña para promover una nueva forma de trabajo
corporativista: la cooperación en la gestión, así como para promover las
políticas a favor de los sindicatos y el estado del bienestar en la industria y
el gobierno. El IRC también creó influyentes departamento de relaciones
industriales en las universidades de la Ivy League, principalmente en
Princeton.
Sin
embargo, Bryce Stewart era reticente a ocuparse abiertamente del trabajo de la
Seguridad Social en nombre del IRC y los Rockefeller. Prefería quedarse entre
bambalinas, hacer consultoría asesorando al CSE y codirigir un estudio sobre
seguro de desempleo para el Consejo.
Rechazado
por Stewart, Altmeyer se dirigió a su sucesor como secretario de la Comisión
Industrial de Iowa, el discípulo de Commons, Edwin E. Witte. Witte se convirtió
en Secretario Ejecutivo del CSE, con la tarea de nombrar a los demás miembros.
Ante la sugerencia de FDR, Altmeyer consultó con miembros poderosos del CAE, a
saber, Swope, Teagle y John Raskob de DuPont y General Motors, acerca de la
composición y políticas del CSE.
Altmeyer
y Witte también prepararon nombres para que FDR seleccionara un Consejo Asesor
del CSE, consistente en miembros empresarios, sindicalistas y “ciudadanos”.
Además de Swope, Folsom y Teagle, el Consejo asesor incluyó dos poderosos
empresarios corporativistas más. El primero, Morris Leeds, era presidente de
Leeds & Northrup y miembro de la corporativa, pro-sindical y pro-estado de
bienestar American Association for Labor Legislation. El segundo, Sam Lewisohn,
era vicepresidente de la Miami Copper Company y antiguo presidente de la AALL. Se
seleccionó para encabezar el Consejo Asesor a un hombre de paja académico, el
muy querido liberal sureño, Frank Graham, presidente de la Universidad de
Carolina del Norte.
Altmeyer
y Witte nombraron como miembros del clave Consejo Técnico del CSE a tres
distinguidos expertos Murray Webb Latimer, J. Douglas Brown y Barbara Nachtried
Armstrong, que fue la primera mujer profesora de derecho en la Universidad de
California en Berkeley. Los tres eran afiliados del IRC y Latimer y Brown eran,
en realidad, miembros importantes de la red Rockefeller-IRC. Latimer,
presidente del Consejo de Jubilaciones Ferroviarias era empleado desde hacía
mucho tiempo del IRC y había realizado el estudio del IRC de las pensiones
industriales, así como los detalles de la Ley de Jubilaciones Ferroviarias.
Latimer era miembro de la AALL, y ayudaba en la administración de seguros y
planes de pensiones a la Standard Oil de Nueva Jersey, la Standard Oil de Ohio
y la Standard Oil de California.
J.
Douglas Brown era el jefe del Departamento de Relaciones Industriales de
Princeton, creado por el IRC, y fue el hombre clave en el CSE para el diseño
del plan de pensiones para los jubilados en la Seguridad Social.
Brown,
junto con los miembros de las grandes empresas del Consejo asesor, era
especialmente firme en que ningún empresario escapara a las cotizaciones y los
planes de pensiones para los jubilados. Brown estaba francamente preocupado por
que los pequeños negocios no escaparan a las consecuencias de los aumentos de
costes de estas obligaciones de cotización de la seguridad social. De esta
forma, las grandes empresas, que ya estaban ofreciendo voluntariamente costosas
pensiones de jubilación a sus empleados, podían usar al gobierno federal para
obligar a las pequeñas empresas que les hacían la competencia a pagar costosos
programas similares. Así, explicaba Brown en su testimonio ante el Comité
Financiero del Senado en 1935, la gran ventaja de la “contribución” del
empresario a las pensiones de jubilación es que se hace uniforme en toda la
industria un coste mínimo para proveer seguridad de jubilación y protege al
empresario más liberal que ahora ofrece pensiones ante la competencia del que
por el contrario despide sin pensión a la persona anciana cuando se hace mayor.
Nivela el coste de la protección de los jubilados entre el empresario
progresista y el no progresista.
En otras
palabras, la legislación penaliza deliberadamente al empresario de bajo coste
“no progresista” y le ataca aumentando artificialmente sus costes en
comparación con el gran empresario. Por supuesto, también se daña a los
consumidores y los contribuyentes que se ven obligados a pagar esta
generosidad.
Por
tanto, no sorprende que las grandes empresas respaldaran casi unánime e
incondicionalmente el plan de la Seguridad Social, mientras que éste era
atacado por las pequeñas empresas como la National Metal Trades Association, la
Illinois Manufacturing Association y la National Association of Manufacturers.
En 1939, solo el 17% de las empresas estadounidenses estaban a favor de la
abolición de la Ley de Seguridad Social, mientras que ninguna de las grandes
empresas apoyaba la abolición.
De hecho,
las grandes empresas colaboraron entusiastamente con la seguridad social.
Cuando el Consejo de la Seguridad Social afrontó la formidable tarea de crear
26 millones de cuentas para individuos, consultó con el CAE y Marion Folsom
ayudo a planificar la creación de centros regionales del SSB. El CAE hizo que
el Consejo contratara al director de la Oficina Industrial de la Cámara de
Comercio de Philadelphia como registrador jefe y a J. Douglas Brown se le
recompensó por sus servicios convirtiéndose en presidente del nuevo y expandido
Consejo Asesor de la Administración de la Seguridad Social.
La AALL
fue particularmente importante en desarrollar el sistema de la Seguridad
Social. La organización izquierdista de bienestar social fundada por Commons y
encabezada durante décadas por su alumno John B. Andrews, estaba financiada por
Rockefeller, Morgan y otros acomodados intereses financieros e industriales
liberales corporativistas. La AALL fue la principal desarrolladora de
propuestas sobre invalidez y seguros sanitarios durante la década de 1920, y
luego el la década de 1930 se dedicó a dar forma a propuestas estatales de
seguros de desempleo. En 1932, Wisconsin adoptó el plan de la AALL y, bajo la
fuerza del cabildeo de la AALL, el Partido Demócrata lo incorporó a su
programa. Al desarrollar la Seguridad Social, los puestos clave de los consejos
Técnico y Asesor del CSE estaban ocupados por miembro de la AALL. No solo eso,
sino que a principios de 1934, la Secretaria Perkins pidió nada menos que a Paul
Rauschenbush, el cabildero de la AALL en Washington, que redactara una
propuesta de ley de Seguridad Social que se convertiría en la base para las
posteriores discusiones en el CSE. La AALL estaba asimismo relacionada muy de
cerca con la Liga Nacional de Consumidores de Florence Kelley.
El propio
Paul Rauschenbush tenía un fascinante pedigrí. Paul era hijo del principal
pastor baptista del evangelio social, Walter Rauschenbush. Paul estudió con
John R. Commons y fue el principal autor de la ley del seguro de desempleo de
Wisconsin. Había aún más casta progresista en Rauschenbush, pues se casó nada
menos que con Elizabeth Brandeis, hija del famoso jurista progresista.
Elizabeth
también estudió con Commons y recibió un doctorado por Wisonsin. Es más, fue
asimismo íntima amiga de la marxista Florence Kelley y ayudó a editar la
afectuosa biografía de Kelley de su tía Josephine Goldmark. Elizabeth también
ayudó a escribir la ley de prestaciones de desempleo de Wisconsin. Enseñó
economía en Wisconsin, llegando al puesto de profesora titular.
Podemos
concluir apuntando, con el historiador Irwin Yellowitz, que todas estas
organizaciones de reforma estaban dominadas y financiadas por “un pequeño grupo
de ricos patricios, profesionales y trabajadores sociales. Las mujeres ricas,
incluyendo algunas de la alta sociedad de Nueva York, fueron indispensables
para su financiación y dotación de personas”.
Murray
N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista,
historiador de la economía y filósofo político libertario.
Este artículo se presentó originalmente por el autor en la
conferencia “Evils of the Welfare State” del Instituto Mises en Lake Bluff,
Illinois, del 30 de abril al 2 de mayo de 1993.