Por Ralph Reiland. (Publicado el 1 de noviembre
de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5770.
La cosecha actual de planificadores
centrales y políticas de grandes gastos podría aprender una o dos cosas acerca
de la economía del superventas clásico de Henry Hazlitt, La
economía en una lección, publicado en 1946. El sentido común no tiene
fecha de caducidad.
“No existe en el mundo actual
creencia más arraigada y contagiosa que la provocada por las inversiones
estatales”, escribía Hazlitt.
Surge por doquier, como la panacea de
nuestras congojas económicas. ¿Se halla parcialmente estancada la industria
privada? Todo puede normalizarse mediante la inversión estatal. ¿Existe paro?
Sin duda alguna ha sido provocado por el “insuficiente poder adquisitivo de los
particulares”. E1 remedio es fácil. Basta que el Gobierno gaste lo necesario
para superar la “deficiencia”.
Con las “obras públicas”
consideradas principalmente como medio de “proveer empleo”, explicaba Hazlitt,
se “inventaría” una inacabable lista de proyectos por parte del gobierno. La
“utilidad” del producto final o la probabilidad de éxito de un proyecto, ya sea
un puente a ninguna parte o una empresa quebrada de paneles solares “pasa a ser
una cuestión secundaria”.
De hecho, una vez que se considera
la creación de empleo como el fin primordial del gasto público, decía Hazlitt,
un proyecto con más derroche y más ineficiencia en su realización y menos
productividad laboral, se considerará superior a un proyecto menos derrochador.
Cuanto “más derrochador sea la obra, más costosa la mano de obra”, explicaba,
“mejor es para el propósito de proporcionar más empleo”.
Una mentira clave en este
pensamiento, explicaba Hazlitt, es que ignora las rentas, la riqueza y los
trabajos que “son destruidos por los gravámenes impuestos para pagar ese
gasto”. Lo que se ve es la nueva escuela o carretera, pero lo que no se ve son
las cosas perdidas por los impuestos más altos, las casas no construidas y los
coches no fabricados que no existen a causa del dinero que se redistribuyó de
quienes lo ganaron para pagar ineficientes proyectos para crear empleo. Lo que
no se ve son las tiendas no abiertas y las fábricas no construidas, los fondos
no invertidos y las nuevas empresas que se habrían creado.
Y así acabamos con políticos
cortando cintas de nuevos túneles a 500 millones de dólares la milla, actuando
como si hubieran creado algo. Nadie en la inauguración ve lo que es invisible,
lo que se ha destruido. Nadie ve cómo la financiación del túnel y los impuestos
crearon desincentivos en la toma de riesgos e inversión empresariales. Nadie ve
al túnel como un obstáculo para el crecimiento económico, un asesino de
empleos.
Por ejemplo, al representante
republicano por Alaska, Don Young, le gusta la idea de que el resto paguemos
315 millones de dólares para construir un puente inútil y costoso en la Alaska
rural a una isla con solo 50 residentes, una isla que ya está suficientemente
accesible mediante un ferry que tarda siete minutos en pasar.
Dar gratis un yate de 2 millones de
dólares a cada hombre, mujer y niño en la isla habría sido 215 millones más
barato que el puente, pero el republicano Young era presidente del Comité de Transporte
e Infraestructuras de la Cámara, no el propietario de una compañía de yates.
Por muy económicamente absurdo que
fuera, el Departamento de Transporte de EEUU aprobó el inútil proyecto de
puente en Alaska en 2004. La financiación se canceló posteriormente, pero el
puente, como incontenible Jason de Viernes
13, recibió de nuevo financiación en la ley de transporte federal de 2011.
Young es actualmente el republicano más veterano en el Comité de Transporte e
Infraestructuras de la Cámara.
“Podemos ver a los hombres
empleados en el puente”, escribía Hazlitt, explicando los beneficios visibles y
los costes ocultos.
Podemos verles trabajar. El argumento
del empleo de los gastadores del gobierno se hace vívido y probablemente para la
mayoría de la gente convincente. Pero hay otras cosas que no vemos, porque, de
todas formas, nunca se permitió que llegaran a existir.
Ralph Reiland es profesor asociado de economía en la
Universidad Robert Morris en Pittsburgh.