Por Eugen-Maria Schulak y Herbert Unterköfler. (Publicado el 12 de abril
de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5114.
[Extraído de The
Austrian School of Economics (2011)]
Se establecieron repúblicas consejo
en Hungría y Baviera de acuerdo con el modelo soviético ruso poco después de la
Primera Guerra Mundial. Se produjeron violentas revueltas en muchos lugares de
Alemania. Viena también estaba dominada por esta atmósfera revolucionaria, que
los círculos de clase media abrazaron con calculado oportunismo. Ludwig von
Mises, que en ese momento era funcionario en la cámara de comercio de la Baja
Austria, recordaba lo siguiente:
La gente estaba tan convencida de la
inevitabilidad del bolchevismo que su preocupación principal era asegurarse un
lugar favorable para sí misma en el nuevo orden. (…) Los directores de bancos e
industriales esperaban llevar una buena vida como gestores bajo los
bolcheviques. (Mises 1978/2009, pp. 14-15)
Otto Bauer era en este momento el
secretario de estado en el departamento de exteriores, el principal marxista
austriaco y posteriormente fue el presidente de la comisión de nacionalización.
Mises le conocía muy bien: habían acudido juntos al seminario de economía de
Böhm-Bawerk. “En ese momento”, escribió Mises sobre el invierno de 1918-19, en
sus memorias:
Conseguí convencer a los Bauer de que
el derrumbamiento del experimento bolchevique en Austria sería inevitable en
muy poco tiempo, tal vez en días. (…) Sabía qué estaba en juego. Los
bolcheviques llevarían a Viena al hambre y el terror en pocos días. Hordas de
saqueadores tomarían las calles y un segundo baño de sangre destruiría lo que
quedara de la cultura vienesa. Después de discutir estos problemas con los
Bauer durante muchas tardes, fui finalmente capaz de convencerles de mi
postura. (Ibíd.)
En enero de 1919, Bauer finalmente
hizo el anuncio en el Arbeiter-Zeitung de
que quería llevar a cabo expropiaciones, con indemnizaciones, en la industria
pesada y la propiedad de tierras a gran escala. Se iban a tomar medidas
organizativas como preparación para la “nacionalización” también en otros
sectores (cf. Bauer 1919).
El convencimiento que logró Mises
en esas memorables discusiones nocturnas se dirigía hacía las intenciones
políticas socialistas que podían poner aún más en peligro la corta e inestable
existencia de suministros disponibles para los vieneses. De toda la voluminosa
literatura que circuló durante el consiguiente debate sobre la socialización
(Schumpeter apuntó que incluso los más capaces estaban escribiendo sobre las
cosas más banales – cf. Schumpeter 1922-1923, p. 307), Mises fue uno de los
pocos que continuó centrándose en las posibles consecuencias de la intervención
pública con sobriedad y sentido de la realidad. La “economía de guerra y transición”
lanzada por el gobierno había ofrecido numerosos ejemplos del inevitable
fracaso de la planificación económica centralizada y también había demostrado
la “menor productividad económica” de las empresas públicas (Mises
1919/1983/2000, pp. 220-221). Además, Mises se dio cuenta pronto de que los
intereses de la Sozialisierungskommission
(“Comisión de Nacionalización”) vienesa no eran en modo alguno idénticos a los
de los estados federales (Mises 1920b).
En todo caso, estas charlas
nocturnas pusieron tanta tensión en su relación con Bauer que Mises tendía a
creer que Bauer había intentado destituirle como personal docente en la
Universidad de Viena (cf. Mises 1978/2009, p. 15). De hecho, se dejó de
considerar a Mises para el puesto de profesor titular en Viena cuando quedó vacante en 1919. En su lugar, se
concedió a Othmar Spann (1878-1950), antiguo colega de Bauer en el Wissenschaftliche Komitee für
Kriegswirtschaft (“Comité Académico para la Economía de Guerra”) en el Ministerio de Guerra real-imperial.
Durante el curso del debate de la
nacionalización de 1919, Mises defendió la propiedad privada y la economía de
mercado con el argumento de la eficiencia económica de la oferta. Pero tuvo que
argumentar su postura casi en solitario, ya que muchos miembros de la Escuela
Austriaca habían sido nombrados par altos cargos en las oficinas centrales de
la “economía de guerra y transición”, uniéndose así al bando estatista. Casi
parecería como si (en el transcurso de sus carreras) hubieran olvidado
completamente que la disputa académica con el marxismo no había sido tan
profunda y productiva en ninguna universidad como en Viena.
Cuando había empezado a tomar forma
la teoría subjetiva del valor en la década de 1880, otras teorías que competían
con las de la Escuela Austriaca también habían pasado al primer plano, por
ejemplo, la teoría del valor trabajo. En Capital
and Interest: A Critical History of Economical Theory (1884), Eugen von
Böhm-Bawerk dedicaba una sección completa a las ideas socialistas (“La teoría
de la explotación”) y la sometía a una crítica meticulosa y detallada. En 1885,
Gustav Gross escribió uno de los primeros perfiles biográficos de Karl Marx. El
mismo año escribió una biografía independiente: Karl Marx: Eine Studie (“Karl Marx: Un estudio”). Poco después
revisó el segundo volumen de Das Kapital
(El capital). La primera publicación
investigadora de Hermann von Schullern zu Schrattenhofen fue Die Lehre von den Produktionsfaktoren in den
sozialistischen Theorien (1885) (“Estudio de los Factores de Producción en
las Teorías Socialistas”).
La disputa con los socialistas se
iba a convertir pronto en una característica permanente de la Escuela
Austriaca. Es una paradoja de la historia que esta escuela de pensamiento la
primera que introdujo la discusión académica sobre el socialismo en aulas y
bibliotecas de las facultades de economía establecidas. La crítica se dirigía
principalmente a la teoría del valor trabajo, cuyas contradicciones y defectos
se pensaba que se habían superado de una vez por todas con la teoría subjetiva
del valor. La teoría socialista no representaba ningún progreso, sino más bien
una regresión (cf. Zuckerkandl 1889, p. 296). La fiera controversia entre
Böhm-Bawerk (1890 y 1892a), Dietzel (1890 y 1891) e incluso Zuckerkandl (1890),
entre otros, llevó a un enfrentamiento entre las dos doctrinas. Dietzel
defendía la teoría del valor trabajo y sostuvo enseguida que la visión del
principio de la utilidad marginal no era, en el fondo, más que la vieja ley de
la oferta y la demanda (Dietzel 1890, p. 570).
Las disputas con el socialismo
pronto fueron más allá de la teoría del valor trabajo y pusieron en cuestión el
“estado socialista” en muchos aspectos. Por ejemplo, Böhm-Bawerk consideraba al
interés como una categoría económica completamente independiente del sistema
social; el interés existiría incluso si existiera el “estado socialista”
(Böhm-Bawerk 1891/1930, pp. 365-371). Wieser criticaba a los escritores
socialistas por su inadecuada enseñanza del papel del valor en el estado
socialista. Llegaba a la conclusión de que “ni por un día podría administrarse
el estado económico [socialista] del futuro de acuerdo con cualquier lectura
así del valor”. Para Wieser, “en la teoría socialista del valor, casi todo está
equivocado” (cf. Wieser 1889/1893, pp. 64-66). Johann von Komorzynski extendía
el análisis a la ciencia política: distinguía entre una “verdad”, el
“socialismo filantrópico” y un “socialismo ilusorio” dirigido puramente a los
intereses de clase (Komorzynski 1893).
Después de la edición póstuma del
tercer volumen de Das Kapital (1895),
dos profundas contribuciones de la Escuela Austriaca marcaron el cese temporal
de su crítica del marxismo. En un perspicaz ensayo, Komorzynski trató de probar
que las teorías marxistas estaban “lo más opuestas posible a los procesos
económicos reales”. La contradicción derivaba “del principio básico, no del
pensamiento utópico” (Komorzynski 1897, p. 243). En su famoso Zum Abschluß des Marxschen Systems
(1896) (La conclusión del sistema
marxiano), Böhm-Bawerk resumía sus críticas previas y llegaba a la
conclusión (basada en las conocidas contradicciones entre los dos primeros y el
tercer volumen de Das Kapital) de que
la teoría marxista final “contiene tantos errores fundamentales como puntos en
sus argumentos (…) Muestran trazas evidentes de haber sido una ocurrencia sutil
y artificial pensada para hacer que una opinión preconcebida parezca el
resultado natural de una investigación prolongada” (Böhm-Bawerk 1896/1949, p.
69). “El sistema marxista”, según Böhm-Bawerk:
tiene un pasado y un presente, pero
no un futuro duradero. (…) Una dialéctica inteligente puede producir una
impresión temporal en la mente humana, pero no puede hacer que sea duradera. A
largo plazo, los hechos y la segura concatenación de causas y defectos acaban
imponiéndose.
Böhm-Bawerk preveía que la
“creencia en una autoridad, que se ha enraizado durante treinta años” en la
apologética marxista “forma un baluarte contra la incursión del conocimiento
crítico” que “se desmoronará lenta pero inexorablemente”. E incluso así, “el
socialismo sin duda nunca será eliminado del sistema marxista, ni el socialismo
práctico ni el teórico” (ibíd., p. 117).
A finales de la década de 1880, la
facultad de derecho de la Universidad de Viena se convirtió en un centro de
investigación del socialismo. En su sensacional obra Das Recht auf den vollen Arbeitsertrag in geschichtlicher Darstellung
(1886) (“El dercho al producto íntegro del trabajo”), Anton Menger (1841-1906),
uno de los hermanos de Carl Menger, profesor de derecho procesal civil y primer
socialista de la monarquía profesor titular, defendía la nacionalización de los
medios de producción. Carl Grünberg (1861-1940), un “marxista científico”,
enseñó allí economía desde 1892 y fue uno de los muchos profesores de Mises. En
1924 fue asignado a Frankfurt, donde fundó el Institut für Sozialforschung (“Instituto para la Investigación
Social”) y editó las obras de Marx.
Anton Menger, Carl Grünberg y más
tarde incluso Böhm-Bawerk llegaron a atraer a la joven élite socialista: Max y
Friedrich Adler, Otto Bauer, Karl Renner, Julius Tandler, Emil Lederer, Robert
Danneberg, Julius Deutsch y Rudolf Hilferding. De la pluma de Hilferding llegó
la primera contracrítica marxista dirigida a Böhm-Bawerk (cf. Rosner 1994). Y
su Das Finanzkapital (1910) (Capital
financiero) fue un resultado notable de la cultura del seminario. En el
comenta el papel de los bancos y su simbiosis con el estado, aparentemente
anticipando la teoría monetaria y del ciclo económico, ante las que era escéptico
(cf. Streissler 2000b). En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el continuo
intercambio de ideas entre estos jóvenes con talento alimentó en Böhm-Bawerk la
creencia de que la teoría del valor trabajo había “perdido terreno en los
círculos teóricos en todos los países (…) en tiempos recientes” (Böhm-Bawerk
1890/1959, p. 249n.21).
Los argumentos teóricos que habían
evolucionado con los años no desempeñaron en principio ningún papel importante
en el debate de postguerra sobre la nacionalización. De hecho, prevalecían las
ideas sobre la organización de la economía y la política económica. Pero pronto
se manifestó que las ideas de los funcionarios de la nacionalización habían
sido abiertamente inadecuadas. Muchos establecimientos empresariales nacionalizados
cayeron ante los duros tiempos económicos (cf. Weissel 1976, pp. 299-320). Los
empresarios se resistieron a invertir cuando se anunciaron las expropiaciones
y, aunque parezca asombroso, Otto Bauer pareció sorprenderse ante esta reacción
(cf. Bauer 1923, pp. 163, 173). En los estados federales, las reclamaciones del
estado hicieron que el proceso de nacionalización se detuviera o fracasara
completamente. Pero lo más notable fue la amenaza del hambre en Viena: en 1919,
150.000 de los 186.000 niños escolarizados estaban desnutridos o gravemente
desnutridos. Fue una consecuencia indirecta de una economía de guerra
controlada que había llevado a cuadruplicar el territorio en barbecho (cf.
Bauer 1923, pp. 118-119). Schumpeter, que en 1919 había dimitido como ministro
de finanzas por el asunto de la nacionalización, hizo balance dos años después:
Aunque tenga atractivo político, la
nacionalización acompañada por un nivel confortable de vida y simultáneamente
una provisión abundante de bienes (y el ideal infantil de echarse a dormir en la opulencia existente) es algo que
no tiene sentido. La nacionalización que no tenga sentido es hoy posible
políticamente, pero solo si nadie la intenta seriamente. (Schumpeter 1922-1923,
p. 308)
Justo cuando las políticas de la
nacionalización estaban empezando a perder fuerza, Mises obtuvo reconocimiento
por su espectacular ensayo Die
Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwesen (1920a) (El cálculo económico en la sociedad
socialista). Lo expandió sustancialmente dos años después y lo publicó como
libro, Die Gemeinwirtschaft:
Untersuchungen über den Sozialismus (1922) (El socialismo: Análisis económico y sociológico). Mises apuntaba
que la gestión económica “racional”, es decir la producción y distribución de
bienes conservando los recursos, que tiene en cuenta las preferencias de los
consumidores, solo puede garantizarse con un sistema de precios libres (el
libre intercambio de bienes y la libertad de implantar todos los usos posibles
de los bienes) y que con planificación central estos objetivos nunca pueden
alcanzarse. Si los medios de producción no son de propiedad privada, no puede
asegurarse el liderazgo empresarial eficiente ni consecuentemente la
satisfacción de los intereses del consumidor.
El problema esencial, según Mises,
es que
en la comunidad socialista el cálculo
económico sería imposible. En cualquier gran empresa, las personas o
departamentos son parcialmente independientes en sus cuentas. Pueden calcular
los costes de materiales y mano de obra y es posible en cualquier momento (…)
sumar con cifras los resultados de sus actividades. De esta forma es posible
saber con qué éxito ha operado cada rama separada y por tanto tomar decisiones
relativas a la reorganización, limitaciones o extensión de las ramas existentes
del establecimiento a otras nuevas. (…) Parece natural por tanto preguntar por
qué (…) una comunidad socialista no debería llevar cuentas separadas de la
misma forma. Pero esto es imposible. Las cuentas separadas para una sola rama
de una y la misma empresa son solo posibles cuando los precios de todos los
bienes servicios se establecen en el mercado y proporcionan una base para el
cálculo. Donde no hay mercado no hay sistema de precios y donde no hay sistema
de precios no puede haber cálculo económico. (Mises 1922/1936/1951, p. 131)
Por tanto, el socialismo no es
capaz de calcular. Ésta es la principal afirmación del argumento de Mises,
conocido también por el “problema del cálculo”. No habría “ni beneficios
discernibles ni pérdidas discernibles (…); el éxito y el fracaso permanecerían
desconocidos en la oscuridad. (…) Una gestión socialista sería como un hombre
forzado a pasar su vida con los ojos vendados” (Mises 1944/1983, p. 31).
Mises no aceptaba el argumento de
muchos economistas “burgueses” de que el socialismo no podría llevarse a cabo
porque los humanos están aún demasiado subdesarrollados en un sentido moral.
Según Mises, el socialismo estará condenado al fracaso, no por causas morales
“sino porque los problemas que un orden socialista tendría que resolver,
presentan dificultades intelectuales insuperables. La impractibilidad del
socialismo es el resultado de una incapacidad intelectual, no moral” (Mises
1922/1936/1951, p. 451).
El brillante y poderosísimo
análisis lógico de Mises no era nuevo. Sus características esenciales ya eran
parte de un inventario propio de los primeros teóricos de la utilidad marginal,
pero esto es poco conocido. Hermann Heinrich Gossen (1810–1858) ya había
establecido que solo en una sociedad basada en la propiedad privada podía la
economía gestionar “adecuadamente” y “de la forma más eficaz”: “La agencia central
asignada por los comunistas para asignar los distintos trabajos, decía Gossen, “descubriría
pronto que tenía una tarea cuya solución estaba más allá de la capacidad de los
individuos humanos” (Gossen 1854/1987, p. 231).
En términos de la primera Escuela Austriaca,
Friedrich von Wieser ya había destacado la necesidad del cálculo económico (cf.
Wieser 1884, pp. 166-167, 178). Fue uno de los primeros economistas en
reconocer la relevancia de la naturaleza informativa del “valor” en una
economía: “El valor”, dijo Wieser, “es la forma en que se calcula la utilidad (Wieser
1889/1893, p. 34) y “así que el valor viene a ser el poder controlador de la
vida económica” (ibíd., p. 36).
Aparte de unas pocas contribuciones
esporádicas in la literatura extranjera (cf. Schneider 1992, p. 112), el
problema del cálculo económico en el socialismo apenas se consideró hasta 1919,
ni siquiera por los economistas socialistas. Erwin Weissel (1930-2005), el
economista vienés e historiador del debate austro-marxista sobre la
socialización incluso afirmaba que “uno quería ignorar el problema” (Weissel
1976, p. 235). En medio del debate de la socialización en la primavera de 1919,
el alumno de Menger y abogado mercantil Markus Ettinger advertía que “solo el
precio de mercado (…) [podría ser] un regulador fiable de la demanda” y para el
“capital y trabajo de entrada y salida de un área de producción a otra” (Ettinger
1919, p. 10).
Resulta interesante que Max Weber
(1864-1920), que estuvo en contacto cercano con Mises durante su estancia en
Viena en 1919, también calificara al “cálculo monetario” en un libro manuscrito
inédito al morir, como un “dispositivo concreto de la economía de obtención de
propósito racional” (Weber 1921/1972, p. 45).
La crítica fundamental de Mises
recibió reconocimiento internacional en la década de 1920. La idea de que la
planificación centralizada sin un sistema de precios sería automáticamente ineficiente
apenas fue negada. Pero a principios de la década de 1930, los economistas de
habla inglesa empezaron a responder con modelos de cálculo socialista (en
respuesta a Mises) que incluían la idea del “socialismo competitivo”. Ésta
prevaleció y sobrevivió en círculos socialistas hasta la década de 1980 (cf.
Socher 1986, pp. 180–94). La idea era que los planificadores podían simular
adecuadamente la evolución del mercado con “rondas de prueba y error” entre
periodos planificadores individuales; así podían hacer los cálculos
consiguientes.
Tanto Mises como Hayek respondieron
con detalle y Hayek presentó un conciso resumen del debate completo en 1935
(Hayek 1935). Primero y antes de todo se centró en la idea arrogante de ser
capaces de planificar completamente los sistemas económico y social: el
socialismo en todas sus variedades de derecha e izquierda era “una ideología
nacida del deseo de alcanzar un control completo del orden social y de la
creencia de que podemos determinarlo deliberadamente de cualquier manera que
queramos todos los aspectos de este orden social” (Hayek 1973/1976/1979, vol.
2, p. 53). Al contrario que Mises, Hayek destacaba indispensable función de la
información de los precios inducidos por el mercado: “el que un sistema de
mercado tenga un mejor conocimiento de los hechos que cualquier individuo o
incluso organización es la razón decisiva por la que la economía de mercado
funciona mejor que cualquier otro sistema económico” (Hayek 1969a, p. 11). En
medio de un acalorado debate, los austriacos apenas fueron conscientes del
hecho de Hayek y Mises buscaban dos paradigmas en definitiva distintos (cf.
Salerno 1993, pp. 116-117).
El ataque masivo de Mises a la
utopía de un socialismo económicamente eficiente no indicaba muy bien el camino
hacia una contrarreacción directa (cf. Mises 1923). Como los instigadores de la
nacionalización buscaban solo una socialización parcial, eran capaces de “salir
del apuro” (Weissel 1976, p. 234) apuntando a aspectos organizativos. El
contraataque solo llegó después de dos años, cuando Helene Bauer (1871–1942)
diagnosticó la “quiebra de la teoría marginal del valor” en el órgano del
Partido Socialista (Bankerott der Grenzwerttheorie, 1924). Utilizando una
retórica revolucionaria y un lenguaje bélico, insinuaba que la teoría de la
utilidad marginal servía a una burguesía atemorizada como baluarte y se usaba
como teoría predominante para actuar contra el marxismo en la universidad (Bauer
1924, pp. 106-107). Pero Bauer tocaba el talón de Aquiles de las teorías de la
utilidad marginal en un punto: calificaba de inadecuada a su teoría de la
imputación (ibíd., p. 112). La intención de la denuncia de mostrar a la teoría
de la utilidad marginal como una ideología de la clase propietaria “burguesa” era
particularmente evidente en La teoría
económica de la clase acomodada (1919) del economista teórico y filósofo
ruso Nicolai Ivanovich Bujarin (1888-1938). Los ataques personales de Bujarin a
Böhm-Bawerk generaron una fría contracrítica (Köppel 1930).
Ludwig von Mises era un objetivo
especialmente sencillo para este tipo de evaluación por parte de los autores
socialistas. Mises tenía la convicción de que el liberalismo era la única idea
que podía oponerse efectivamente al socialismo (cf. Mises 1927/1962/1985, p.
50). El liberalismo, decía Mises, es “economía aplicada” (ibíd., p. 195); en
otra obra del año anterior incluso había dicho que “el liberalismo fue
victorioso en la economía y más allá” (Mises 1926, p. 269 y Mises 1929/1977, p.
22).
Sin embargo la teoría de la
utilidad marginal encontró algún apoyo en Alemania en la década de 1920,
incluso en escritores socialistas y otros con inclinaciones socialistas ((cf.
Kurz 1994, p. 56). Mientras se preparaba la convención de Dresde de la Verein für Socialpolitik en 1932, Mises
repitió su confluencia de economía y liberalismo modernos (cf. Mises 1931, p.
283) y fue rápidamente criticado, incluso por defensores de la teoría subjetiva
del valor (Weiss 1933/1993, pp. 51-52). A pesar de la polarización, un joven
participante en la convención de Dresde, el graduado postdoctoral, abogado y
politólogo Hans Zeisl (1905-1992; En Estados Unidos se hacía llamar Hans
Zeisel), corresponsal de deportes del socialista Arbeiter-Zeitung y hasta 1938 contribuidor en el ahora clásico Marienthal-Studie,
intentó la primera síntesis en Marxismus und subjektive Theorie (1931) (“El
marxismo y la teoría subjetiva del valor”).
Según Zeisl, la idea de valor se
había desarrollado en un concepto de “acción electiva humana”. El “concepto de
bienes” había “dado paso” al “concepto relacional de usos posibles” (Zeisl
1931/1993, pp. 180-181). La llamadas leyes de la teoría subjetiva del valor
eran de “naturaleza estadística” y recibían su valor cognitivo “cuando se
aplicaban s sistemas de demanda empíricamente discernibles” (ibíd., p. 191). Si
uno reemplazara los sistemas de demanda por “demanda con poder adquisitivo”, inmediatamente
reconocería que la demanda se asigna “de acuerdo con la clase”. La “crucial
línea de pensamiento marxista (de que los niveles de salarios y tipos de
interés, etc., son dependientes de la ‘estructura de clase’) podría articularse
con precisión en la teoría subjetivista del valor” (ibíd., pp. 192-193).
Los posteriores cambios en la arena
política hicieron imposible cualquier evolución continuada de esta interesante
síntesis de pensamiento praxeológico y teoría marxista de la distribución.
Eugen Maria Schulak es filósofo y
consultor de negocio en Viena, Austria- Es coautor de The
Austrian School of Economics: A History of Its Ideas, Ambassadors, and
Institutions. Vea su
sitio web.
Herbert Unterköfler es consultor de contratación en Viena, Austria-
Es coautor de The Austrian School of Economics: A
History of Its Ideas, Ambassadors, and Institutions.
Este artículo se ha extraído del capítulo 14 de The
Austrian School of Economics: A History of Its Ideas, Ambassadors, and
Institutions (2011).