Cómo aprendí a amar al estado

Por Justin Hayes. (Publicado el 7 de noviembre de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5787.

 

Mientras fuimos estudiantes del aparato educativo del estado, ¿cuántos tuvimos que escribir trabajos de investigación en los que se nos pedía que “cambiáramos el mundo”?

Estoy seguro de que todos podemos recordar un tema de redacción similar a este: “Si pudiera cambiar una cosa en el mundo, sería…” o “Cómo puedo hacer del mundo un lugar mejor”.

Habitualmente estos temas de redacción se nos dan cuando no somos suficientemente viejos como para pensar sobre conceptos abstractos, como la guerra y la política.

¿Nos enseñaban estas tareas a pensar críticamente? En algunos casos, es posible. Sin embargo, en su mayor parte, estos temas de redacción nos enseñaban a hacer una cosa: convertirnos en planificadores centrales. Nos enseñaban que era posible concebir que los problemas sociales complejos los resolviera una persona (o unos pocos burócratas) en una habitación desarrollando políticas para toda la nación.

Con que diéramos 1.000$ a cada persona pobre, no tendríamos más pobreza, pensábamos. El profesor nunca preguntó: “¿De dónde vendría este dinero?” No importaba porque al menos pensábamos en los demás. Estábamos pensando en los necesitados. Estábamos pensando en “soluciones” y siendo “proactivos”.

Creo que podríamos salvar el medio ambiente si pudiéramos hacer que todos plantaran un árbol, concluíamos. El profesor nunca preguntó: “¿Cómo podrían hacer todos esto? ¿Se haría por fuerza o por persuasión?” No importaba. Estábamos empezando a darnos cuenta de la importancia que tenían los políticos en moldear nuestro mundo.

No se nos pedía que viéramos las consecuencias no deseadas que aparecerían con estas originales ideas. ¿De dónde obtendríamos 1.000$ para cada pobre? ¿Bajo qué patrones determinaríamos los pobres? ¿Cómo nos aseguraríamos de que los 1.000$ se gastarían para sacar a la persona de la pobreza?

Por supuesto, nunca se preguntó si era ético robar dinero a unos para dárselo a otros. No importaba. Solo jugábamos a ser el estado, eso no hace ningún daño.

Ninguna idea era mala. A estos profesor se les enseñó a respetar la diversidad de ideas. Su credo dicta que todas las ideas tienen distintos valores y ninguna es necesariamente mejor que las demás.

¿Pero cómo podemos esperar que los niños experimenten una evolución cognitiva adecuada cuando no podemos decirles la diferencia entre lo bueno y lo malo por miedo a ofender sus sensibilidades?

¿Qué pasa si un niño propone una sociedad (vagamente) basada en el principio de no agresión? ¿Qué pasa si un niño pregunta al profesor, “Para empezar, ¿por qué tenemos un gobierno?”?

Esto iría indudablemente contra el amor del profesor por la planificación centralizada. La respuesta a la pregunta de este niño se simplificaría en una palabra: el caos. Para la mayoría de los profesores, una sociedad anárquica es y no puede ser más que caos y destrucción. Después de esto, el niño no pensaría de nuevo en ello durante años, si es que vuelve a hacerlo alguna vez.

¿Por qué no estaría el profesor abierto a esta idea? ¿Por qué argumentaría el profesor contra esta propuesta del gobierno? La idea sería rechazada por la misma razón de que un canal de noticias propiedad de un fabricante de bombillas nunca realizaría un informe especial acerca de sus bombillas defectuosas. La mayoría de los profesores de la escuela pública indudablemente no aceptarían la idea de que el gobierno sea inmoral.

Las escuela públicas son esencialmente máquinas de propaganda del gobierno, pero no hay un ministro de propaganda o un programa proveniente del Departamento de Educación que promueva dicha propaganda.

Las escuelas públicas, por su misma naturaleza, están pensadas para promocionar al gobierno. Enseñan a los niños a aceptar que el gobierno está exento del código ético que impide a alguien robar las propiedades del vecino; sin el robo del gobierno, no existirían sus escuelas.

Enseñan a los niños que los mayores problemas del momento solo pueden resolverse mediante planificadores centrales. Mediante esos ejercicios, los niños aprenden que los humanos son tan simples que una política puede resolver un problema importante con miles de variables.

Enseña a los chicos que todo ocurre en un vacío. La idea de que cada hombre es un individuo único y librepensador que afronta alternativas únicas se reemplaza con la visión de que todos los hombres son parte de una manada, que puede ser fácilmente manipulada y coaccionada.

Cuando piden a los niños que piensen qué cambiarían en el mundo, realmente están preguntando: ¿qué obligarías a los demás a hacer?

 

 

Justin Hayes es editor de opinión en el Independent Florida Alligator. Actualmente estudia una maestría en comunicación política en la Universidad de Florida.

Published Wed, Nov 9 2011 8:34 AM by euribe
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