Por Robert P. Murphy. (Publicado el 16 de noviembre de
2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5664.
[Study Guide to
Human Action (2008)]
1.
Guerra total
La
economía de mercado implica una cooperación pacífica. La división del trabajo
no puede funcionar efectivamente en medio de una guerra. La guerra entre tribus
primitivas no tenía este inconveniente porque las partes en conflicto no se
dedicaban al comercio antes de las hostilidades. Así que se dedicaban a la
guerra total.
Las cosas
eran muy distintas en Europa (antes de la Revolución Francesa), cuando las
circunstancias militares, financieras y políticas producían una guerra
limitada. Las guerras generalmente las libraban pequeños ejércitos de soldados
profesionales, que generalmente no afectaban a no combatientes o su propiedad. En
este contexto, los filósofos concluían que, como los ciudadanos solo sufrían
por la guerra, la forma de eliminar la guerra era destronar a los déspotas. La
extensión de la democracia, pensaban muchos, coincidiría con una paz eterna.
Lo que
olvidaban estos pensadores era que solo el liberalismo
democrático garantiza la paz. En tiempos modernos, los estados lanzan guerras
totales contra otros porque el intervencionismo y la planificación centralizada
llevan a un verdadero conflicto entre ciudadanos de estados rivales. Bajo el
liberalismo clásico, las fronteras políticas son irrelevantes; el libre
comercio y la libre movilidad de la mano de obra significan que el patrón de
vida de uno no se ve afectado por la expansión territorial. Aún así, bajo el
nacionalsocialismo (y el intervencionismo de sus vecinos), los ciudadanos de la
Alemania nazi realmente estaban preparados para conseguir ganancias materiales
por la conquista.
En último
término, los tratados y las organizaciones internacionales no pueden garantizar
la paz mundial. Solo una adopción extendida de políticas liberales acabará con
la guerra.
2.
Guerra y economía de mercado
Es un
mito extendido que la economía de mercado puede tolerarse en tiempo de paz,
pero en situaciones de emergencia (como una guerra) el gobierno debe apropiarse
del control de la producción. Durante la guerra, los recursos que normalmente
van a los bienes de consumo deben desviarse a productos para el ejército: el
consumo privado debe caer.
Los
empresarios pueden efectuar este cambio más eficientemente si se les permite obtener
beneficios y atender a la nueva demanda que emana del gobierno al gastar fondos
en productos militares. Si el gobierno aumenta sus ingresos con impuestos más
altos, pidiendo más prestado o incluso mediante inflación, al final los
ciudadanos tendrán menos poder adquisitivo y su consumo reducido libera los
recursos reales para producir productos para el esfuerzo de guerra.
En
Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, este proceso cortocircuitó
porque el gobierno se aferró a la doctrina sindical de que al sueldo real que
llevan a casa los trabajadores no debería permitírsele caer, ni siquiera en
tiempo de guerra. Por consiguiente, el gobierno fue reticente a gravar con
impuestos más altos e impuso controles de precios para impedir “beneficios de
la guerra”. Dadas estas realidades, la única solución era intervenir aún más en
el mercado, imponiendo planes de racionamiento y otros controles, pensados para
garantizar el flujo adecuado de recursos a las industrias bélicas.
Las
guerras modernas se ganan con material. Los países capitalistas derrotan a sus
rivales socialistas porque los empresarios privados son más eficientes en la
fabricación de productos, ya sea bienes de consumo en tiempo de paz o armas
para sus gobiernos. Aún así, al final la guerra y el libre mercado son
incompatibles, ya que el mercado se basa en la cooperación pacífica.
3.
Guerra y autarquía
Si un
sastre y un panadero van a una guerra el uno contra el otro, es importante que
el panadero puede esperar más por un nuevo traje de lo que el sastre puede
estar sin pan. De forma similar, Alemania perdió ambas guerras mundiales porque
no pudo bloquear Gran Bretaña ni mantener sus propias líneas marítimas de
abastecimiento.
Los
militares alemanes eran conscientes de su vulnerabilidad y por tanto destacaban
la necesidad de una autarquía planificada centralizadamente. Ponían sus
esperanzas en el Ersatz, el
sustitutivo, un reemplazo que era de calidad inferior, coste más alto o ambas
cosas, comparado con lo que habría importado del exterior el mercado no
intervenido. Aún así, la inferioridad de los ersatz no es un vestigio de la
mente capitalista. Los soldados mal equipados actuarán peor contra ejércitos
que utilicen los materiales más ventajosos y costes de producción más altos
significan que pueden producirse menos productos acabados a partir de los
recursos dados.
4.
La inutilidad de la guerra
El
intervencionismo genera nacionalismo económico, que a su vez genera
belicosidad. Esta tendencia es coherente internamente; solo las políticas de
laissez faire son coherentes con una paz duradera.
Por qué importa esto
En este
breve capítulo, Mises despliega su habilidad no solo como economista sino
también como historiador militar. Contra la creencia popular, los controles del
gobierno no fortalecen las proezas militares de un país. Los empresarios son
mucho más eficientes que los planificadores centrales en la producción de
tanques, así como en la producción de televisores.
Sin
embargo, a largo plazo, la economía de mercado se basa en la división del
trabajo, que requiere una cooperación pacífica. El auge de la guerra total en
la era moderna se debe al auge de la “estatolatría” y el intervencionismo.
Robert Murphy es investigador adjunto del Instituto Mises,
donde enseña en la Mises
Academy. Gestiona el blog Free
Advice y es autor de The
Politically Incorrect Guide to Capitalism, Study
Guide to Man, Economy, and State with Power and Market, Human
Action Study Guide, The
Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal y su nuevo libro Lessons
for the Young Economist.
Este artículo se ha extraído
del capítulo 34 de Study Guide to
Human Action, (2008).