Por Stephen Mauzy. (Publicado el 27 de octubre de 2011)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/5758.
* Traducción de Sebastián Fernández
¿Que clase de persona obtiene ganancias – monetarias o
psicológicas – de un cargo público? En gran medida, la misma que me esfuerzo
por evitar: el vecino escandaloso presto para hacer comentarios sobre las
salidas de nuestra hija, el erudito universitario molesto por la resistencia
del mundo en acoger su brillantez, el conservador sentimental que cree que los
tiempos pasados siempre fueron mejores que el presente, el apasionado director
comunitario cuyas afirmaciones están demasiado cargadas de “nosotros” y “debemos”.
Estoy seguro que aquéllos que están en la carrera por
conseguir un cargo público piensan de otra manera, particularmente quienes van
por cargos menores – los cargos donde la ganancia es principalmente
psicológica. Tal vez estos servidores públicos principiantes piensen de sí
mismos como si fuesen ambiciosos. Después de todo, estas burocracias
intermedias pueden ser el primer paso de un viaje hacia algo más glorioso,
hacia el llamado de una mayor remuneración: el congreso de los EEUU, el senado
de los EEUU, y si se es un maestro exquisito en eufemismos, la presidencia.
Estos altos cargos confieren una importante riqueza al más obtuso entre los
obtusos. Y si le faltan las agallas para progresar hacia el nivel nacional, una
remuneración excesiva como empleado de baja responsabilidad lo espera en muchas
oficinas públicas menores.
Se les da mucho dinero y atención a los políticos; tanto que
aún permaneciendo al margen se puede generar una expansión en la riqueza y en
la atención. Rush Limbaugh y sus numerosos discípulos conservadores han tallado
carreras lucrativas perpetuando
el mito de que si votamos por los candidatos correctos (literalmente, en el
caso de Limbaugh) el mundo se colocará apropiadamente sobre sus ejes y el
status de amo del universo de Estados Unidos crecerá aún más.
Por supuesto, para los liberales de izquierda, la persona
correcta está en la izquierda. Para cualquiera de los dos lados, la persona
correcta es un mito – un fraude, realmente. No existe la persona correcta, de
izquierda o de derecha, porque la persona correcta desde la perspectiva de uno
será siempre la persona incorrecta desde cualquier otra perspectiva.
Lisa y llanamente, la política no es más que un ejercicio
terriblemente caro de autoengrandecimiento y frustración. Una vez que dejamos
atrás la etapa de pavoneo y demagogia, todo gobierno democrático es un gobierno
fabiano. El gobierno democrático siempre crece. Que Limbaugh persuada
consistentemente a sus 20 millones de oyentes diarios que los republicanos son
los campeones del mercado libre y del gobierno reducido es un tributo a su
oratoria carismática. Los republicanos están tan cerca de ser pro-gobierno como
lo están los demócratas. La gran revolución republicana se extendió desde 1995
hasta el 2008. Durante este período, el gasto federal total creció de 1.515
billones de dólares a 2.982 billones, un
5,3% de crecimiento en promedio por año.
El gasto del gobierno federal como porcentaje del PIB cayó
un 18% en los primeros años de la revolución, pero una vez que los republicanos
se acostumbraron a repartir el botín entre sus miembros, la buena fe del
gobierno pequeño se desvaneció con la economía. Cuando se apagó la revolución,
en el 2008, el gasto del gobierno federal como porcentaje del PIB, ahora que el
GOP [Partido Republicano] había perdido la mayoría, era más alto que cuando la
había ganado, creciendo hasta un 22% del PIB hacia el final del gobierno.
Republicano o demócrata, nada cambia. El movimiento del
tea-party, el Green Party, el Modern Whig Party no pueden cambiar nada. Tampoco
pueden hacerlo el Partido Libertario o su hijo republicano favorito, Ron Paul.
Las instituciones gubernamentales finalmente se imponen y corrompen al político
de principios.
Estas instituciones constituyen un obstáculo insoluble para
el progreso humano porque demandan conciliación. La conciliación socava las
ideas más brillantes y eleva las más triviales. Lo que la ideología deja es un
espeso engrudo que no satisface a ninguno. Lo absurdo de todo esto es que, al
igual que Oliver Twist, muchos de nosotros pedimos más, aún cuando no tengamos
que hacerlo.
Somos todos diferentes, nuestra combinación de necesidades y
deseos nos confiere individualidad. Esta singularidad única hace posible la división
del trabajo y los mercados libres. Nuestras diferencias, nuestra
individualidad, significan que valoramos los recursos escasos en forma
diferente (prefiero llamar al término recursos restringidos: ningún gran
almacén minorista provoca pensamientos de escasez) y gracias a Dios por eso. De
otro modo, todo se reduciría a un pastiche. La vida sería como una bandada de
gaviotas convergiendo sobre el mismo buque pesquero para alimentarse de los
mismos peces.
La política y el gobierno trastocan las contundentes
ventajas de nuestros deseos y habilidades únicas llevándolas al conflicto. En
lugar de que cada uno de nosotros emprenda su propio camino para satisfacer sus
necesidades y se gane su sustento satisfaciendo las necesidades de sus
semejantes de modo tal que cada uno encuentre el modo mas apropiado, somos
forzados a elegir entre opciones subóptimas impuestas por las instituciones. La
política destila las opciones hacia sus elementos más ascéticos cuando deberían
prevalecer una abundante variedad de ellos.
Digamos, ¿evolución o diseño inteligente? Si la junta
escolar electa elige uno sobre otro, un interés minoritario será el que
prevalezca y la amargura y frustración crecerán entre la mayoría que disiente.
¿Por qué evolución o diseño inteligente, por qué no evolución para los
evolucionistas y diseño inteligente para los creacionistas? Y más importante
aún, ¿por qué no alguna otra cosa para aquellos de nosotros que creemos que
ambas son explicaciones precarias?
Este sistema perverso de coaccionar inciviliza a las
personas para que acepten opciones limitadas. El dilema entre Ford o Chevrolet
provoca discordia entre los fanáticos de las carreras NASCAR, el resto de
nosotros elige Ford, Chevrolet o cualquier otra marca que mejor se adapta a
nuestro gusto.
La política lo decanta todo hacia un dilema similar al del
fanatismo Ford-Chevrolet. ¿Alguien se pregunta si la política provoca
encono y crispación? Los medios son apóstatas del conflicto político: el
repugnante Keith Olbermann y la hosca Ann Coulter son las dos caras de una
misma moneda. Lo que ponen en juego es forzar a las personas a optar por el
menos malo de dos males, cuando ninguno debería prevalecer. ¿Acaso alguno de
nosotros piensa o siquiera le importa el matrimonio homosexual? ¿Alguien piensa
que la política resolverá el debate del aborto?
Cuando la política no está incivilizando a la sociedad está
acelerando sus preferencias temporales. Los problemas deben resolverse
inmediatamente, en caso contrario el mundo se detendría. La inmediatez
esteriliza la lógica y la razón. ¿Quién sino un político podría creer que los pantalones
holgados (sagging pants) favorecen el aumento de la delincuencia juvenil?
Muchos lo creen, y cuando estos pensamientos ad hoc invaden las conciencias de
los políticos, estas teorías deben ser legisladas tan rápido sea posible.
Cuando la política no está fomentando el conflicto, aumentando
las preferencias temporales e idiotizando a la gente, entonces está atenuando
el progreso. Contrariamente a la incesante verborragia sobre la necesidad del
“cambio”, todos los políticos rechazan el cambio. El cambio (el progreso humano
real, el cambio Schumpeteriano) erosiona el poder político y menoscaba a los
regímenes. La política en forma miope se focaliza sobre lo conocido, lo cual
explica por qué los políticos se esfuerzan sin reparos en mantener el status
quo.
El estancamiento es el factor de enlace en el poder
político. La educación se imparte en enormes edificios estériles, siete clases
de cincuenta minutos cada una, programadas para ubicar a los antiguos
agricultores. Las regulaciones se expanden para acompañar a la última crisis,
asegurando la próxima. Los militares nos venden enormes territorios enemigos, lo
que posibilita que bandas de mercenarios por cuenta propia de países
insignificantes causen estragos en las ciudades más grandes del país.
Colocarse al margen es la única solución. Al gobierno se lo
margina cuando se lo ignora, cuando los individuos evitan el proceso político.
Por lo tanto, hágase a usted mismo y al resto de nosotros un
favor: si está considerando embarcarse para un cargo público, no lo haga. Si
usted quiere un gobierno pequeño será incapaz de que el gobierno crezca de todos
modos. Si usted es de aquéllos que prefieren un gobierno grande, es incapaz de
hacer crecer el gobierno según su preferencia. Una vez en el sistema, será
marginalizado. Hará más enemigos que amigos, sin ninguna duda. Cómo se atreve a
forzarme a elegir cuando yo prefiero no hacerlo.
Evitar el gobierno también lo aísla a usted de su perversa
influencia. Mire detenidamente: los políticos son ejemplos de las
características que nos disgustan en otros: codicia, cobardía, equivocación,
incompetencia y charlatanería. Si usted es elegido, adoptará esas
características. Su personalidad pasará del instigador de reformas al
anquilosado buscador de reelección. El servicio público es la vocación más
innoble.
El voto desperdicia el tiempo escaso y los
recursos. El debate político (el último ejercicio en inutilidad) es del mismo
modo un desperdicio. Si puede educar a sus hijos fuera de las escuelas
publicas, hágalo.
Cuanto más nos alejamos de las instituciones del gobierno,
más débil se vuelve. El ostracismo funciona. Las instituciones más fuertes, si se
ignoran y niegan el tiempo suficiente, finalmente se derrumban. La oficina
postal se está literalmente derrumbando ante nuestros ojos. Otras instituciones
gubernamentales aparentemente impenetrables padecerían el mismo destino si
quitamos sus pilares dejando de participar en el proceso político.
El mismo efecto derrumbe les ocurriría a aquellas personas
comprometidas a mantener las instituciones del gobierno y el status quo. Sustrayéndonos
de la política se marginaliza a los Barack Obama, las Hillary Clinton, los
Charles Grassley, los Barney Frank, los Harry Reid, los Mitt Romney y a todo el
resto. Dando discursos en auditorios vacíos, negándoles apretones de manos y
dándoles la espalda, se debilitará la confianza en la validez de la misión
política.
¿Pero entonces no nos atropellarían
los socialistas? No, porque ellos son una minoría pequeña, y las minorías
pequeñas pueden únicamente imponer sus deseos cuando la mayoría participa en un
proceso que les permite imponer su voluntad.
Hay un efecto saludable en
ocuparse de lo propio: cuanto más se sustrae uno de la política, más cuenta se
da de cuán insignificante es realmente, mientras al tiempo advertimos en qué
grado la cooperación y la libertad proveen las mejores soluciones al mayor
número de problemas.
Stephen Mauzy es analista financiero colegiado, escritor
financiero y director de S.P. Mauzy & Associates.