Por Stephen P. Halbrook. (Publicado el 27 de octubre de
2003)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1360.
La idea de las externalidades es
altamente intuitiva: tiene sentido que
las acciones de uno afecten a la felicidad de otros. Una externalidad positiva
se produce cuando las acciones de uno benefician a personas que están
implicadas directamente en el intercambio. Pensemos en el beneficio que obtiene
un hombre cuando pasa una mujer bonita por la acera.
Por otro lado, una externalidad
negativa impone un coste a terceros. Una fábrica que contamina tu suministro de
aire o aguaen un ejemplo típico. Muchos economistas utilizan la idea de las
externalidades como base para recomendaciones de políticas públicas: un
impuesto o subsidio para “maquillar” los costes externos. De hecho, la mayoría
de las funciones en un momento u otro han sido justificadas basándose en las
externalidades. ¿Pero tienen realmente las externalidades un papel
significativo en economía?
Un tratamiento tradicional
austriaco de las externalidades es defender la aplicación de los derechos de
propiedad. En la solución de los derechos de propiedad para corregir externalidades,
uno solo ha de pagar el daño físico realizado en la propiedad de otro. Por
supuesto, esto solo se aplica a externalidades cuando los derechos de propiedad
de uno hayan sido infringidos. Mises explica cómo el
sistema de derechos de propiedad eliminó las externalidades por el uso de los
bienes comunes (anteriores). Además argumenta que las externalidades
consiguientes “podrían eliminarse mediante una reforma de las leyes respecto de
la responsabilidad por los daños infligidos y eliminando las barreras
institucionales impidiendo la completa operación de la propiedad privada”.
Sin embargo, para que las demandas
de responsabilidad corrijan las externalidades, debe estar claro que el coste
de restitución dictado es igual a la cantidad de la externalidad. Pero incluso
si conociéramos el precio correcto a pagar por la propiedad llamada, ¿qué hay
del valor del daño psíquico? Aquí Mises comete un error similar al de Coase
cuando afirmaba que la decisión de responsabilidad de un tribunal no afectará a
la asignación de recursos (con unos costes de transacción cero). Si, por
ejemplo, la contaminación de destruye un objeto de alto valor sentimental pero
bajo valor de mercado, el propietario podría no tener los medios para obligar
al propietario de la fábrica a dejar de contaminar. En este caso, el Teorema de
Coase, no se sostiene.
Igualmente, si una decisión de responsabilidad solo toma en cuenta el valor de
mercado de la propiedad destruida, la externalidad no será “corregida” para
objetos con algún valor sentimental.
Una aproximación austriaca más
moderna a las externalidades es demostrar que son imposibles de calcular en una
escala con sentido. Rothbard
demostraba que la economía tradicional de bienestar era defectuosa porque
es imposible realizar una comparación interpersonal de la utilidad. En otras
palabras, la felicidad no puede medirse en una escala cuantitativa igual que el
voltaje. Esto significa que es imposible calcular racionalmente la utilidad
ganada o perdida a través de la intervención pública.
Como el impuesto o subvención
propuestos para corregir una externalidad debe conseguirse mediante algún tipo
de coacción del gobierno, está claro que no todos esperarán beneficiarse de la
política. ¿Cómo vamos entonces a decidir si los resultados de la política suman
a la utilidad social o no? No puede calcularse ninguna cifra, ni siquiera en
teoría, para proporcionar el beneficio neto de una intervención, o al menos
para decir si el beneficio neto es positivo o negativo. Uno solo puede esperar
un aumento en el beneficio neto a través de las acciones voluntarias de la
gente: un acto indica una preferencia por esa acción elegida por delante de
todas las demás opciones disponibles. El resultado es que la declaración de una
externalidad es puramente arbitraria.
El análisis anterior sobre la
naturaleza de la utilidad es satisfactorio para desacreditar la idea de
utilizar las externalidades como una base racional para la toma de decisiones
políticas. Sin embargo, uno no necesita siquiera ir tan lejos, ya que la idea
de las externalidades puede descartarse desde bases puramente metodológicas.
Las externalidades se definen de
forma que la persona que soporta el coste o beneficio no ha actuado. En el caso
de daño a la propiedad, los recursos del propietario se han utilizado sin
consentimiento. En otras externalidades, la persona que recibe el coste o beneficio
es un transeúnte inocente. Como estos individuos no actúan en estas
situaciones, los economistas hacen una categoría distinta para describir los
efectos en su utilidad. Si una persona actúa, demuestra una preferencia y
espera la maximización de la utilidad marginal: una externalidad es el efecto
de una acción en la utilidad de otro.
Pero es precisamente porque las
externalidades no pueden revelarse a través de la acción humana por lo que son
irrelevantes para el estudio de la economía. Como tal, la idea de las
externalidades no puede generar ningún conocimiento adicional acerca de la
economía.
Podría objetarse que el caso de que
una persona dañe la propiedad de otra demuestra una externalidad negativa. Sin
embargo, podría ser que el propietario apruebe la nueva situación y solo no la
apruebe porque prefiera actuar de otra manera. O puede que si se le hubiera
dado la alternativa, habría aprobado la forma en que su propiedad fue utilizada
por otro. ¿Cuánta gente se sentiría perjudicada si alguien lanzara un lingote
de oro rompiéndole la ventana?
¿Y aún así las externalidades no
generan los actores que sobornan y negocian que sugiere Coase que asignarían
recursos? La respuesta es que no importa desde el punto de vista de un
economista (por muy interesante que sea desde el punto de vista de la psicología). La
economía se basa en el axioma fundamental de que los humanos actúan; la razón
por la que un hombre elige una acción particular frente a otra no importa. Como
hemos dicho antes, la única verdad económica que podemos atisbar de una acción
es que demostraba una preferencia. La razón para la preferencia nos es
desconocida.
Como el economista no estudia las
razones de una preferencia, es irrelevante si una acción individual viene
motivada por una externalidad o por otra cosa. Por ejemplo, si veo que alguien
hace una oferta para comprar los adornos de su jardín, la economía solo
ayudaría a establecer si prefiere los adornos o el dinero que está ofreciendo.
Tal vez quiera dejar de ver los adornos por su ventana o tal vez quiera
ponerlos en su propio jardín para verlos más de cerca. El economista es incapaz
de diferenciar un acto motivado por ambas causas, así que debe tratarlo como
igual en ambos casos.
Otra defensa de las externalidades
podría ser que ilustran cómo la propiedad común es más probable que se use sin
pensar en el futuro que en el caso de la propiedad privada. En igualdad de
condiciones, uno tiene un incentivo para utilizar tanta propiedad común como le
sea posible mientras esté bajo su control. Pero este fenómeno puede explicarse
bien sin apelar a las externalidades. Un individuo no afronta ningún coste de
depreciación de capital al utilizar el terreno común, mientras que tendría un
coste si fuera privado. En igualdad de condiciones, los costes inferiores de
utilizar el terreno común proporcionarán un incentivo para que use más éste que
un terreno privado. Es todo lo que tenemos que indicar como economistas.
La teoría de las externalidades
tiene tanta relevancia para la economía como la teoría de cómo la alineación de
los planetas afecta al estado de ánimo de la gente. Ambas, por definición
intentan explicar las razones por las que un individuo formula preferencias de
la forma en que lo hace. Para el economista, no importa si una persona compra
una hamburguesa con queso porque le elimina una incomodidad causada por las
acciones de otros, porque tiene hambre o porque ha leído que previene la vejez.
Lo único que importa es que prefiere la hamburguesa con queso a los noventa
centavos que tiene en su mano.