Por Anthony W. Hager. (Publicado el
23 de noviembre de 2011)
Bank of
America (BAC) ha retirado
su plan de cobrar una tarifa mensual de 5$ en las tarjetas de débito. ¿Debemos
alabar a los reguladores bancarios por su rápida acción para impedir ese cobro
exorbitante? Bueno, no. Los atribuiremos entonces a los políticos por legislar
contra los beneficios avariciosos de los grandes bancos, ¿verdad? Tampoco. El
libre mercado obligó a BAC a eliminar la tarifa de las tarjetas de débito.
Algunos
bancos han especulado con tarifas similares a las tarjetas (algunos ya han
evaluado la carga mensual) y han seguido el mismo destino que el BAC. Los
clientes informaron a sus instituciones financieras de que prefieren retirar
sus activos a pagar la tarifa. Los bancos respondieron de forma predecible. Los
bancos necesitan clientes para seguir siendo solventes; por tanto, escuchan las
quejas y enfados de sus clientes, sean o no razonables. Es el libre mercado en
acción. Tarifas y programas impopulares se abandonan con tanto convencimiento
como se recogen los beneficios. Todo depende de lo que haga el mercado.
El cargo
de 5$ en las tarjetas no fue nunca un producto de un capitalismo de libre
mercado. Fue el resultado de maquinaciones políticas, las más notables por
parte del Senador
Dick Durbin. La enmienda de Durbin de la legislación Dodd-Frank de reforma
bancaria, establecía un máximo arbitrario a las tarifas de intercambio de
tarjetas de crédito, que imponen los bancos a las tiendas por cada operación
con una tarjeta de un cliente.
Los
bancos cobran esta tarifa para mantener sus redes electrónicas, las tiendas
distribuyen la tarifa entre sus clientes y los clientes disfrutan de la
comodidad de las transacciones sin efectivo. Esas relaciones entre vendedor y
cliente no son invariablemente perfectas, pero al menos nos negociables entre
las partes afectadas. Una vez que los político se entrometen en esa relación,
como hizo Durbin, las consecuencias no pretendidas se convierten en norma.
Aparece la tarifa de la tarjeta de débito. Aún así, el hecho de que Durbin
empeorara las cosas no le impidió decir a los clientes de BAC que “votaran con
sus pies”.
Bueno,
los clientes bancarios han votado con sus pies, o han amenazado con hacerlo.
Apostaría a que ningún cliente descontento entró en su banco y dijo al cajero:
“Dick Durbin me dijo que retirara mi dinero”. No hacen falta políticos
engreídos para que los clientes decidan que tarifas deberían aceptar o no. Los
clientes no necesitan ocupar parques públicos para que los bancos escuchen sus
quejas. Lo único necesario para acabar con la tarifa mensual de la tarjeta fue
que los clientes ejercieran su libre elección en un mercado abierto.
Los
mercados obligan a las empresas a complacer a sus clientes o arriesgarse a
perderlos ante competidores más dóciles. Los bancos no podrían actuar
secretamente a favor de las tarifas de tarjetas, aunque quisieran, porque les
interesa más retener a los clientes actuales y atraer a otros nuevos de
instituciones que evalúan cobros impopulares. La mera amenaza de perder
clientes bastaba para convertir a las tarifas de tarjetas en una mala decisión
de negocio. Cuando reinan las fuerzas del mercado, no hay necesidad de
manifestaciones, tiendas y pancartas; tampoco hay necesidad de consentir
políticos con complejo de superhéroe a que se ocupen de los clientes de las
malvadas grandes empresas.
Sin
embargo, los mercados se mueven en ambas direcciones. Igual que el mercado no
toleraría tarifas de tarjetas, algo que es perceptible, puede tolerar otras
tarifas que no son tan perceptibles, igual que toleró una vez las tarifas de
intercambio más altas. Nadie tenía en cuenta las tarifas de intercambio que
pagaban las tiendas en las transacciones con tarjeta hasta que el gobierno puso
controles de precios en éstas. Los bancos buscaron entonces otras áreas para
recuperar los ingresos perdidos, lo que llevó a la tarifa de tarjetas. Como el
mercado ha rechazado la tarifa de tarjetas, los bancos buscarán otra forma de
aumentar los ingresos.
Francamente,
una tarifa de tarjeta de 5$ es en realidad algo benigno. Si un cliente utiliza
su tarjeta 50 veces al mes, el coste medio por transacción son unos míseros 10
centavos, un gasto bastante inocuo por la comodidad de utilizar un sistema de
tarjeta de débito. Y no se equivoquen: los clientes no están pagando a los
bancos por el privilegio de usar su propio dinero, como sostiene el argumento
de los populistas. Los clientes pagan por el uso de los sistemas informáticos y
de red del banco, todo lo cual cuesta dinero comprar, operar y mantener.
Tiene
poco sentido defender o criticar a los bancos, sus clientes o la tarifa de
tarjetas. El mercado habló y dio su veredicto. Los clientes prefirieron buscar
nuevas instituciones en lugar de pagar a sus bancos una cantidad mensual por su
tarjeta de débito. Los bancos preferirían más clientes pagando tarifas más
pequeñas y menos reconocibles a tener menos clientes pagando cargos más altos
de alto perfil. Ambas entidades sopesaron sus opciones y llegaron a una
conclusión con la que pueden sobrevivir. Los mercados no siempre reaccionan tan
rápidamente como en este caso. Pero siempre reaccionarán y producirán el mejor
acuerdo en cualquier situación dada.
Todas las
empresas intentan maximizar beneficios, mientras todos los clientes buscan el
mayor valor por su dinero. Estos intereses se combinan en un mercado libre,
haciendo que las empresas astutas sean rentables, al tiempo que recompensan a
los clientes prudentes con servicios de calidad, todo a un precio negociable.
La interferencia del gobierno dificulta ese equilibrio, imponiendo resultados
indeseables para todos.