Una introducción a la teoría del valor

Por F.A. Harper. (Publicado el 25 de diciembre de 2006)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2422.

[The Writings of F.A. Harper, Vol. 2 (1961)]

 

Con el interés por la “Escuela Austriaca” de economía en aumento, puede ser útil indicar algunos aspectos del concepto de valor que es tan esencial para las teorías de este grupo. El término “Escuela” utilizado aquí se refiere, no a ninguna institución y grupo de edificios, sino a un cuerpo de teoría económica desarrollado en buena parte en Austria durante las décadas de 1870 y 1880. Sin embargo, este término puede resultar equívoco porque se han desarrollado antes conceptos similares del valor al mismo tiempo que los austriacos. Antes del concepto “austriaco” del análisis de la utilidad marginal (la base para decir que el precio determina el coste en lugar de al contrario o que están determinados mutuamente), una idea muy similar se formuló ya en los siglos XVII y XVIII en una forma elemental por parte de algunos economistas franceses e italianos. Posteriormente, importantes economistas ingleses vagaron fuera de los senderos de la teoría hasta que la “Escuela Austriaca” volvió de nuevo a ella.

Para entender por qué los economistas ingleses se salieron del sendero que habían indicado antes los economistas franceses e italianos, puede ser bueno señalar muy brevemente algunos momentos importantes de la teoría del valor en la historia de la economía. Pero primero debe resaltarse la importancia extrema de la teoría del valor en la ciencia de la economía. La economía se ocupa de aquellos aspectos de la vida que son capaces de generar un precio en el mercado del intercambio. Esta situación deriva del hecho de que las cosas que deseamos no están disponibles con una oferta suficientemente grande como para poder obtenerlas sin algún tipo de sacrificio. Una cosa debe ser al tiempo deseada y escasa como para jugar en el campo de los asuntos económicos: si falta cualquiera de ambas condiciones, debe retirarse al vestuario. Cuando algo (ya sea de naturaleza material o no) es al tiempo deseado y escaso, entonces tiene un valor para cualquier persona a la que le afecte desde este doble perspectiva. Por tanto, el valor está en la misma base de toda consideración económica. Eludir esta teoría del valor es eludir la esencia de la ciencia económica.

Cuando los primeros formuladores de teoría económica se ocuparon del concepto de valor, muchos, si no la mayoría de ellos, empezaron con la suposición de que una cosa tiene un valor de una forma intrínseca. Pensaban en el valor como una cualidad similar, por ejemplo, al pigmento de un lápiz rojo: una cualidad encarnada en el propio lápiz, de forma que si lo tirabas por la ventana, el pigmento seguía incluido en él; si lo perdías en el bosque, el pigmento seguía estando allí intrínsecamente.

Partiendo de esta suposición de un valor intrínseco, era perfectamente natural y lógico suponer que el siguiente paso era descubrir o inventar algún medio de medir el valor de una forma objetiva, es decir, de alguna manera en que dos o más personas pudieran estar de acuerdo en la cantidad de valor que contenía intrínsecamente una cosa concreta. Al tratar de diseñar esa medición científica, simplemente seguían el camino de las ciencias físicas más antiguas. Por ejemplo, una vez que se percibió el concepto de distancia, se desarrolló una vara de medir con graduación regulares con el que dos personas cualesquiera podían estar razonablemente de acuerdo en la distancia de aquí hasta allí. Igualmente, una vez que se percibió el concepto de masa, se creó una balanza graduada con la que cualquier número de personas podía estar razonablemente de acuerdo en el peso de una porción de especias. Por tanto, de igual manera, estos primeros teóricos de la economía trataron naturalmente y a la vez de identificar con precisión qué es el valor, de forma que pudieran desarrollarse los medios para medir éste objetivamente y en términos cuantitativos precisos.

No sorprende que estos primeros economistas se tropezaran con la idea de que es el trabajo requerido para producir algo lo que le da su valor. Todo lo que tiene valor, les parecía, tenía que “producirse” en el sentido económico, requiriendo un cierto número de horas de trabajo o pensamiento para darle la forma adecuada o llevarlo a la ubicación apropiada. De otra forma, parecía que la cosa sería tan abundante que a nadie le faltaría para sus necesidades y se convertiría en un bien no económico en nuestro entorno. Así que en esos primeros tiempos de la teoría económica apareció la “teoría del valor trabajo”, que obtuvo una gran aceptación: de hecho, sus huellas siguen siendo profundas y presentes, pero sobre todo en formas sin esta calificación.

Muchos intentos de fijar el valor objetivamente, especialmente en los primeros tiempos, suponían que se basaba en las horas de trabajo medidas por el reloj. El error en este cálculo se hizo pronto evidente para cualquier persona con discernimiento, porque la capacidad productiva varía enormemente de una persona a otra e incluso de una hora a otra por parte de la misma persona.

Para corregir el error aparente de utilizar la hora del reloj, se hicieron intentos por medir el valor basándose en el coste de la entrada de trabajo: las horas de trabajo respecto del nivel salarial. Este procedimiento parecía que corregía las diferencias de productividad porque a los individuos se les pagaba distinta cantidad por hora. Pero de nuevo la persona sagaz se daba cuenta de que los niveles salariales, en el mejor de los casos, reflejan las diferencias entre lo que se espera que produzcan los trabajadores más que los que realmente producen. Además, en la mayoría de los casos a un trabajador se le paga un salario constante a lo largo de un periodo de tiempo durante el cual su producción varía mucho de una hora a otra.

Debería mencionarse otra característica más en la evolución del pensamiento económico, a saber: los llamados factores contributivos de producción. Entre los factores que han sido incluidos por los teóricos influyentes, están (1) solo el trabajo, (2) tierra y trabajo, (3) tierra, trabajo y capital, (4) tierra, trabajo, capital y dirección y así sucesivamente.

Las diferencias de opinión a este respecto se centraban en buena parte en si un factor dado se asumía o no como separado o incluido en otro factor. Por ejemplo, un importante defensor de la teoría del solo trabajo reconocía que las herramientas de capital están implicadas en el proceso productivo, tanto económicamente como físicamente. Pero sostenía que el capital es realmente trabajo empleado en producir en primer lugar las herramientas, si vemos la producción en su esencia, en lugar de en su forma visual, veremos todo como trabajo que da lugar a valor y así determina valor. Una opinión similar se realizaba respecto de la dirección, al ser solo un nombre dado al trabajo en una de sus muchas formas.

La tierra implica un caso especial en el análisis, muy distinto de las herramientas y la gestión, en esta cuestión de otros factores reducibles al trabajo. Algunos teóricos han dicho que lo que llamamos tierra (incluyendo no solo el suelo de la forma en que piensa un agricultor o como hace el promotor inmobiliario cuando construye un edificio en un solar, sino asimismo materiales físicos como el carbón, los minerales e incluso los gases de la atmósfera terrestre) es en parte segmentos del universo en su forma natural, no hollados por manos y labores humanas, y en parte materiales humanos reformados por el esfuerzo humano. Así que estas personas razonaban que una granja en funcionamiento, por ejemplo, es en parte el suelo y su fertilidad y en parte algo comparable a las herramientas: a menudo preferían llamar solo al primer aspecto como “tierra” y al segundo como “mejoras”.

Puede verse que todas estas ideas acerca del significado del valor eran resultado de la lucha por encontrar una causa objetiva y por tanto una medición objetiva del valor. Sea cual sea la solución que eligiera una persona de entre muchas, estaba en realidad buscando un “precio justo” para cualquier cosa vendida en el mercado por cualquiera. En el caso de que el precio pedido u obtenido en el mercado se desviara de esa medición objetiva de la justicia, la cosa tendría un precio injusto, ya sea por exceso o por defecto. Y la persona que le diera un precio injusto, debería, ante esta prueba de justicia, pagar por este delito económico. Idealmente, debería asimismo recompensar al comprador al que engañó, como en el caso de un robo; como mínimo, debería irse y no pecar más.

Los escritos de la mayoría de los teóricos de la economía eran oscuros en estos puntos del concepto de valor y aparecían numerosas contradicciones. Aunque alguno de ellos, podría, por ejemplo, desarrollar una teoría del valor basada en el tiempo y coste de la mano de obra, en ciertos puntos de sus escritos aparecería una clara evidencia de que se sentía inseguro acerca de su premisa subyacente. Este sentimiento puede haber sido más inconsciente que consciente, al trasparentarse la realidad en lugares insospechados.

En resumen, la obra sobre el valor de la Escuela Austriaca no puede decirse con justicia que haya sido completamente original. Como se ha indicado, aparecen elementos de ella ya en el siglo XVII. La contribución distintiva de la Escuela Austriaca es que por primera vez en la evolución de la teoría económica aparecía (a pesar de las inevitables diferencias entre las ideas de las personas de ese grupo) una teoría completa y consistente del valor, que hacía que todas sus predecesoras parecieran erróneas no solo en los detalles sino también en un sentido fundamental.

El concepto austriaco del valor

El primer paso para entender el concepto austriaco es darse cuenta de que el valor es enteramente subjetivo, en lugar de algo objetivo. Por tanto, el valor es algo que cada persona sopesa en una serie de escalas puramente privadas, no públicas. En inútil tratar de encontrar algo similar a una vara de medir distancias o una balanza de pesos, con las que dos o más personas pueden ver y acordar un “precio justo”. No existe nada de eso según el concepto austriaco del valor. Tratar de encontrar así un valor es como tratar de encontrar el rastro de un animal y encontrar así el animal, cuando no hay tal animal.

Por tanto dos personas no estarán ni necesitarán estar de acuerdo en el valor de la misma cosa en el mismo instante de tiempo. Si estuvieran de acuerdo, es una coincidencia sin significado alguno en lo que se refiere a descubrir objetivamente un valor. A cualquier cosa en cualquier momento dado de tiempo, cada persona le da su propio valor de una manera que es un misterio para los demás. Tiene en cuenta un enorme rango de consideraciones, muchas de las cuales son propias y pueden ser tan profundamente subjetivas que no puede siquiera describirlas a otra persona.

Por tanto, según la premisa austriaca, el valor no es intrínseco en el sentido de ser susceptible de medición objetiva por cualquier medio. Ciertas cualidades de las cosas son, es verdad, intrínsecas y medibles y afectan el valor para esta o aquella persona. Pero afectan al valor de diferentes maneras para distintas personas y son en el mejor de los casos solo una parte de los orígenes del valor. Por ejemplo, la edad en el queso o los huevos añade valor para algunas personas en el mundo y se lo quita para otras.

El error de la primera búsqueda de una medida universal y objetiva de valor debería ser evidente para todos sencillamente visitando una tienda de comestibles y viendo el negocio durante unos pocos minutos. ¿Han visto alguna vez a un ama de casa preguntar por las horas de trabajo o los costes laborales en la producción de una barra de pan antes de decidir si entregará o no 29¢ a cambio de ella? ¿O al tendero cuando la compra al obrador o la vende al ama de casa? Estos factores no están completamente sin relación con el precio, pero en un sentido preciso no tiene más que ver con las decisiones de comprar o no que muchas otras influencias no consideradas. Y como una consideración concreta en la mente del ama de casa o el tendero, probablemente nada puede estar más lejos de sus pensamientos en el momento del intercambio que los hechos acerca de la aportación total de trabajo. Esto podría probarse rápidamente preguntando a cualquier ama de casa o tendero en el momento de la venta si han sopesado adecuadamente su valor en alguna escala de aportación del trabajo. ¿Sabrían al menos de lo que estás hablando, por muy sencilla y claramente que los expusieras? ¡No! ¿Cómo podría entonces algo como eso determinar el valor de una barra de pan?

El valor como asunto relativo

Además de ser una cosa subjetiva para cada persona y no objetiva a pesar con una escala universal o calibración observable, el valor es un concepto relativo dentro de los cálculos de cada individuo. En otras palabras, la barra de pan no tiene un valor independiente distinto de todas las demás cosas de la Sra. Jones. El valor de la barra de pan es la relación del pan con alguna otra cosa que quiera la Sra. Jones. En una economía monetaria, normalmente pensará en el valor relativo del pan en términos de dinero (la forma concreta de valor a la que llamamos “precio”). Ella decidirá si el pan tiene un valor superior o inferior a los 29¢: si es superior, puede comprarlo si le parece que es la mejor manera que tiene de usar los 29¢; si es inferior, se quedará con los 29¢ o comprará otra cosa.

El valor es algo cuantitativo porque es la relación de las dos cantidades. Sin embargo, aunque es cuantitativo en el sentido de esta relación, esencialmente nunca tenemos que reducirlo a una cantidad definida. Al ocuparnos de los asuntos económicos de la vida, no tenemos que ir más allá del sentido de la balanza en su aspecto de relación: no necesitamos conocer con precisión las dos cantidades que se están comparando entre sí. Si la Sra. Jones considera a la barra de pan preferible a los 29¢ y preferible con ventaja a cualquier otro uso de los 29¢, la comprará y no tendrá que determinar con precisión en cuánto lo prefiere. La condición de “mayor” es todo lo que necesita conocer y todo lo que evalúa. Llevar las decisiones más allá de este punto de precisión es innecesario para la Sra. Jones y para todos los demás, ahora y siempre.

Puede parecer un problema asombrosamente complejo comprar incluso una barra de pan cuando consideramos todos los usos alternativos de los 29¢ (la casi inacabable matriz de valores que están disponibles para la Sra. Jones). Aún así, incluso las personas más ignorantes y descuidadas resuelven fácilmente esos problemas a cada momento. Saben que nadie más puede calcular las correctamente en su nombre. Desgraciadamente, muchos economistas no conocen esta teoría del valor que posee incluso el ama de casa más ignorante. El niño lo entiende, como evidencia su gran preferencia por gastar él mismo sus peniques en lugar de dejar que sus padres sigan cometiendo “errores” respecto de sus juicios.

La valor de la barra de pan para la Sra. Jones no está determinado con precisión (o realmente en absoluto) por ningún factor en su producción o por cualquier combinación de factores. Debido al hecho de que la Sra. Jones y la Sra. Smith atribuyen distintos valores a la misma cosa y asimismo a que le atribuyen distintos valores en un momento u otro, es fácil ver que el valor no tiene cantidades predeterminadas y fijas en términos de horas o costes de mano de obra. Pues si las cantidades predeterminadas y fijas de ingredientes determinaran su valor, tendrían que ser las mismas para una persona en cada momento e iguales de una persona a otra.

Además, la barra de pan tiene el mismo valor para la Sra. Jones en ese momento en el tiempo incluso si, milagrosamente, hubiera caído del cielo precisamente en la forma en que existe en la tienda. En este caso, no habría habido ningún empleo de mano de obra en forma o grado alguno. De hecho, sería como “tierra” en el concepto de cierta de teorías del factor en producción. Pero el proceso de mercado, resultaría igual que antes, en términos de los valores de sus precios. Este resultado significa, por tanto, que el valor no solo tiene una base subjetiva, sino que asimismo deriva de algo externo a los “factores de entrada” económicos.

Beneficios en cada intercambio

Todo intercambio voluntario, como la compra de la barra de pan, genera una ganancia por ambas partes del intercambio. La Sra. Jones valoraba el pan más que los 29¢, razón por la que comerció. El tendero valoraba los 29¢ más que la barra de pan, y esa es la razón para que comerciara. En términos económicos, un intercambio genera un beneficio a los dos que intercambian. En otras palabras, todo intercambio voluntario genera dobles beneficios en cantidades que no pueden determinarse en ningún sentido cuantitativo y en cantidades que no podrían sumarse con sentido, incluso si pudieran determinarse con precisión.

El hecho de que estos beneficios no estén sujetos a una medición precisa no significa que no existan, ni significa que el hecho no signifique nada para nosotros. Solo nos dice que no podemos ni necesitamos saber nada más que eso para que una economía funcione suave y eficientemente. La otra cara de la moneda (que el valor, al ser un cálculo subjetivo de la persona, no puede determinarse objetivamente) es que no debe preocupar a ninguna otra persona. Las dos personas en el intercambio toman las decisiones que solamente ellos pueden y deberían tomar. Los demás deberían ocuparse de lo que son realmente sus asuntos.

La despreocupación anterior de otros no debería confundirse con la reconocida utilidad de la información acerca de los precios a los que se intercambian los bienes. Es una preocupación debida de otros cuáles son los términos del intercambio en las transacciones entre otras personas. Es un útil conocimiento acerca del “mercado”. Si se vende pan en la tienda de Zabrisky a 29¢, las amas de casa quieren saber esto para determinar el mejor lugar donde comprar pan. Esta información, de hecho, es por lo que los vendedores pagan para que se conozca (precios de publicidad). Pero este tipo de información nunca nos dice nada preciso acerca del valor. Decir que Zabrisky ofrece hoy pan a 29¢ no identifica el valor del pan ni para Zabrisky ni para la Sra. Jones: solo nos dice los términos de una oferta de intercambio, a cuyo precio el valor del pan de Zabrisky está algo por debajo de la cifra de 29¢ a la que está dispuesto a deshacerse de la barra. El precio no mide el valor para ninguna persona concreta. Solo expresa los términos de intercambio por los que algo se vende a ese precio, nada más.

Todo lo que se acaba de decir se aplica de forma similar a la venta de tiempo propio a un empresario (salarios) o a los préstamos de dinero (intereses) o a cualquier otra transacción que incluye bienes o servicios. Las dos partes de benefician en todos los intercambios voluntarios, debido a la diferencia entre sus valoraciones y los términos de ese intercambio.

Por el mismo razonamiento, todo intercambio obligatorio o involuntario, en el que una persona confisca los bienes o servicio de otro o dicta los términos del intercambio bajo a fuerza o amenaza de fuerza, conlleva una pérdida económica para el participante no voluntario. Economía y moralmente, todas esas transacciones son lo mismo que un robo.

De esto se deduce que una economía completamente voluntaria genera el máximo bienestar general de todas las personas de esa sociedad. En una economía así, todas las personas se benefician al máximo, no importa en qué campo de la actividad económica actúe: como empresario o empleado, comprador o vendedor, prestamista o prestatario, etc. Igualmente se deduce que en una sociedad autoritaria las pérdidas serán experiencia universales para todos excepto para el propio dictador.

El precio de mercado

Como los valores son subjetivos, independientes y muy variables, así como cambiantes, puede sorprender que haya algún “precio de mercado” predominante para bienes y servicios, alrededor del cual todos los intercambios tienden a mantenerse en sus cercanías. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede el mercado dar una respuesta a todas estas cantidades desconocidas?

La respuesta reside en el sencillo hecho de que cada persona trata de maximizar su beneficio en cada intercambio. Cada comprador trata de comprar tan barato como le sea posible; cada vendedor trata de vender tan caro como le sea posible. Cada uno buscaría ganancias hasta proporciones ilimitadas, si no se diera el caso de que la otra parte cuya cooperación voluntaria debemos tener para que se produzca un intercambio tiene oportunidades alternativas. Otros también compran y venden. El comprador siempre puede dejar pasar una compra aceptando satisfacciones sustitutivas disponibles para sus dólares. Los vendedores siempre pueden quedarse con sus productos para su venta posterior o dejar de producirlos para el futuro.

Teniendo en cuenta todas las complejidades del proceso de determinaciones y decisiones del mercado, todo lo disponible para su venta encuentra al final un comprador a un precio en el mercado. Ni una escasez ni una abundancia es posible económicamente en un mercado libre. Puede haber cantidades físicas que permanezcan sin vender porque el vendedor prefiera quedárselas a venderlas a un precio menor del que pide: se las “adjudica a sí mismo” como decimos cuando alguien hace esto en una subasta. Y están quienes quieren productos pero no los compran porque no están dispuestos a pagar el precio que indican los vendedores como el mínimo que aceptarían, por debajo del cual se lo “recomprarían” a sí mismos.

Como todos los compradores comprarán lo más barato que puedan y todos los vendedores venderán lo más caro que puedan, el conocimiento abierto en el mercado empuja a todos los intercambios a un precio uniforme de un manera similar a la que una masa de agua tiende a mantener un nivel común sobre toda su superficie, sin que importe lo grande que sea. Vientos y olas y todo tipo de fuerzas (comparables a los controles introducidos en el mercado libre) pueden ir y venir, pero la fuerza niveladora se mantiene igual.

Según la teoría de la Escuela Austriaca, el significado de un “precio justo” es el del precio que resulta de las decisiones libremente tomadas por todos los participantes, en lugar de por una persona ajena que tenga una autoridad arbitraria, Las valoraciones subjetivas de todos los que se ocupan de sus propiedades en tiempo, bienes y servicios determinan el precio justo. La justicia de los precios así determinada se encuentra en el proceso, no en la magnitud del precio. Una persona puede vender un saco de trigo a un comprador voluntario a 2$ el saco o puede dárselo al Ejército de Salvación o puede alimentar a las palomas: cada uno de estos “precios” sería justo, siempre que tome la decisión disponiendo de su propio trigo.

Debemos a Vilfredo Pareto una ilustración brillante de la forma maravillosa en que el libre mercado resuelve la complejidad de varios valores y opiniones ampliamente diferentes de personas en el mercado. Calculaba  que para una sociedad pequeña y sencilla de solo 100 personas comerciando con solo 700 bienes y servicios, haría falta resolver 70.699 ecuaciones simultáneas para igualar oferta y demanda de la manera en que lo hace tan fácilmente el libre mercado. Si uno recuerda lo difícil que es la tarea de resolver solo dos o tres ecuaciones simultáneas en una clase de álgebra, ¡imaginemos la tarea de resolver 70.699! No es solo eso, sino que las ecuaciones están cambiando a cada momento por diversas razones, incluyendo los “caprichos” de cada comerciante. Aún así, esta ecuación compleja se resuelve fácilmente mediante el libre intercambio entre personas que pueden ser incapaces de contar y puede que en algunos casos no sepan ni leer.

El sustitutivo autoritario

Como las determinaciones del valor son subjetivas por naturaleza, las decisiones económicas no pueden delegarse por una persona en otra: solo pueden abdicarse en la otra persona. En su forma más extrema, esto significa la aceptación de una dictadura completa, con sus niveles  y formas inferiores equivalentes a lo mismo. Pero nada de esto altera la naturaleza del valor: solo altera el valor de quién se considera.

El dictador toma decisiones de valor de la misma forma que cualquier otra persona: con una base puramente subjetiva. La diferencia reside solo en el ámbito de su poder para ejercitarlas. El cabeza de familia puede hacer lo mismo respecto de sus miembros y el jefe de una organización puede hacer lo mismo respecto de sus miembros. En todos esos casos, la decisión (el control, la esencia de la propiedad) es suya y no la de los miembros.

La visión esperanzada de un “dictador benevolente” debería tomarse con cuidado. Aunque intentara tomar sus decisiones de valor teniendo en cuenta los supuestos deseos de sus súbditos, no podría hacerlo. El bienestar de otros probablemente se asegure mejor cuando el benefactor no tenga ningún poder sobre ellos, cuando les deje tomar sus decisiones por sí mismos y actuar en su interés solo con sus propios medios como amigos. Cuando una persona actúa dictatorialmente hacia otros en lugar de con buena voluntad y amistad, probablemente ignore sus preferencias de valor y será benevolente solamente en el sentido de forzarles a hacer lo que piensa que deberían querer, pero que en realidad no es así.

Así que la teoría del valor en su sentido subjetivo, igual que los procesos de la utilidad marginal y todo lo demás, opera en el caso de dictadores o jefes de empresa y familia, como si cada uno fuera un individuo independiente actuando solamente para sí mismo.

Aunque hay quienes dicen que la economía está completa y permanentemente separada de las preocupaciones de los asuntos políticos y filosóficos, la mayoría de los partidarios de la Escuela Austriaca de pensamiento económico han sido liberales clásicos. Por supuesto, ha habido distintas variaciones en el detalle y la posición liberal clásica también ha sido defendida por personas con otras opiniones económicas. Sin embargo, históricamente parece haber habido una relación cercana entre ambas.

La razón de esto probablemente se deba al hecho de que cuando uno acepta las opiniones de la Escuela Austriaca respecto del valor subjetivo y lo que esto conlleva, ve un significado más profundo en los derechos individuales y la propiedad privada. Ve que una persona no puede aceptar la responsabilidad de tomar las decisiones de otros: solo puede tomar decisiones para sí mismo, ante el abandono de sus derechos por parte de otra persona. Esta alternativa, como podemos ver, acaba llevando a una centralización completa del poder en manos de una persona como dictador.

Aunque sería injusto acusar a los primeros economistas de ser desleales a la idea de la libertad humana, es verdad que hicieron irresolubles problemas importantes a causa de su deficiente teoría del valor. Muchos economistas posteriores que estaban sinceramente a favor de la máxima libertad humana siguen igualmente buscando en vano una fórmula para alguna determinación colectiva de lo que, por naturaleza, es un asunto estrictamente individual, incluso con las obras de la Escuela Austriaca a mano para ayudarles.

La pregunta clave en tantos problemas que nos sorprenden y parecen tan complejos y difíciles es: ¿de quién es? Quien lo posea tiene por tanto el derecho a determinar su uso y los términos de su disposición: solamente él, bajo la teoría del valor de la Escuela Austriaca, puede responder a esa pregunta y responderla es su derecho exclusivo.

 

 

 

Floyd Arthur “Baldy” Harper (1905–1973) fue profesor en la Universidad de Cornell y miembro de la Sociedad Mont Pelerin. Ayudó a crear la Foundation for Economic Education, codirigió el Fondo William Volker y fundó el Institute for Humane Studies. Al morir Harper, Murray Rothbard escribió: “Desde que llegó a la Foundation for Economic Education en 1946 como economista jefe y teórico, Baldy Harper ha sido, en un sentido muy real, el movimiento libertario. Durante todos estos años, este hombre gentil y querido, este maestro sabio y socrático, a sido el cuerpo y alma y centro nervioso de la causa libertaria”.

Este artículo se ha extraído de The Writings of F.A. Harper, Vol. 2: Short Essays (1961), pp. 39-51.

 

Published Fri, Nov 25 2011 3:19 PM by euribe
Filed under: ,