Mi vida en la BLS

Por Shawn Ritenour. (Publicado el 24 de octubre de 2000)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/534.

*Traducido por Sandra Cifuentes Dowling

 

Se ha publicado recientemente en el Washington Post que la organización estadística más grande del país, la Oficina de Estadística Laboral de los Estados Unidos (BLS por sus siglas en inglés), ha estado calculando erróneamente el índice de precios al consumidor durante más de un año. Su titular señala: “Inflación Mayor a la Informada".

Mi primera reacción al enterarme fue pensar: “¿qué tiene esto de noticioso?".  Luego comencé a recordar los dos años que pasé en Washington DC trabajando para la BLS como economista.  Bueno, al menos así me llamaban ellos: economista.  Pero, en honor a la verdad, fui más bien un sobrevalorado capacitador a cargo de la formación de “economistas sobre el  terreno” recién contratados (léase “recopiladores de datos”) para que aprendieran a recolectar información referente a sueldos y beneficios laborales.  Parte de mi trabajo también consistía en coordinar el desarrollo de diversas conferencias para la oficina. Recordando aquellos días se me vienen a la mente una serie de lecciones que aprendí en el desempeño de mi trabajo.

Lo mejor de mi experiencia laboral en la BLS es, precisamente, que ya es historia. Sin embargo, no puedo dejar de admitir que, trabajando allí, obtuve valiosos conocimientos de primera fuente sobre la naturaleza de las estadísticas generadas por aparatos gubernamentales y sobre burocracia. Dedicarse a las estadísticas no es tan glamoroso como Al Gore lo pinta.

Mi trabajo en la BLS no fue más que una ratificación permanente de que las estadísticas gubernamentales son prácticamente inútiles, en el mejor de los casos, y absolutamente destructivas, en el peor.  Aprendí rápidamente que lo que estaba haciendo en aquella oficina no tenía nada que ver con economía, mi principal especialización, y carecía de la más mínima importancia.

Con ocasión de mi primer viaje de capacitación, me enviaron a Filadelfia donde compré y comencé a leer The Ultimate Foundation of Economic Science de Ludwig von Mises. Lo que Mises escribió sobre la inutilidad de las estadísticas para resolver problemas económicos no hacía más que quedar en evidencia práctica ante mis ojos. Con la sola excepción de las estadísticas de OSHA (con las cuales yo no tenía ninguna relación), las encuestas de la BLS eran voluntarias y se sustentaban en la buena disposición de las diversas empresas para participar.

Lo que ofrecía la oficina a cambio de dicha participación era una copia del boletín con la publicación de los resultados de la respectiva encuesta. Sin embargo, el boletín resultaba muy poco interesante, dada la gran variabilidad producida entre las condiciones del mercado descritas por la encuesta en cuestión y aquéllas existentes en el momento en que éste era efectivamente publicado y enviado a los encuestados. Era común, por ejemplo, que los boletines con encuestas sobre sueldos en los diversos sectores económicos se enviaran a los encuestados un año después de contestada la encuesta. Considerando la velocidad en que cambian los diversos escenarios comerciales hoy en día, datos sobre sueldos de un año de antigüedad son del todo inútiles para un empresario que intenta averiguar cuánto debiera pagarle a sus empleados ahora y no cuánto debiera haberles pagado un año atrás.

No sólo usar el dinero de los contribuyentes para generar información totalmente inútil es, de por sí, reprobable, sino que además las estadísticas generadas por aparatos gubernamentales se utilizan para destruir diariamente nuestras libertades.  Resulta, en definitiva, que las estadísticas gubernamentales son inútiles para casi todo excepto para expandir el poder del Estado. La BLS, por ejemplo, ha desarrollado la encuesta sobre la Ley de Contratos de Servicios específicamente para establecer los “sueldos predominantes” que los empresarios deben pagar a sus empleados en caso de hacer negocios con el gobierno federal.

Por ejemplo, los dueños de restaurantes de comida rápida ubicados en bases militares no pueden pagar sueldos más bajos que los estipulados por el gobierno a partir de los datos aportados por la BLS. Si resulta que el sueldo de mercado cae por debajo del sueldo impuesto por organismos del Estado, el dueño del restaurante sale perjudicado. La inutilidad de las estadísticas gubernamentales con el simple propósito de promover el engrandecimiento del Estado quedó descaradamente de manifiesto en la reciente campaña a favor de la participación masiva en el censo. El gobierno intentó promover las bondades del censo al ofrecer a los ciudadanos una serie de planes de redistribución del ingreso cuyos beneficiarios serían determinados, en gran medida, por las cifras obtenidas en el mismo censo.  De esta forma, las estadísticas gubernamentales se permiten actuar como manto de ocultamiento para la confiscación de riquezas y las iniciativas de redistribución del ingreso promovidas por el Estado.

Además de lo que aprendí sobre estadísticas gubernamentales, mi paso por la BLS consistió en un verdadero curso de dos años sobre teoría y práctica de la burocracia. Un amigo de la escuela me dijo una vez que los clichés se vuelven clichés porque son ciertos. Mi trabajo en la BLS reafirmó la veracidad de su opinión. La burocracia es una auténtica pérdida de tiempo, genera corrupción y mata el alma.

Inmediatamente instalado en mi nuevo trabajo comencé a notar que todo lo que había oído sobre los vicios del enorme aparato estatal no sólo era cierto sino además peor de lo imaginado.  Cuando el Dismal Scientist, un sitio web dedicado a estadísticas económicas, se enteró del reciente error de la BLS en el cálculo del índice de precios al consumidor, uno de sus comentaristas afirmó que, para garantizar que tal error no volviera a ocurrir, la BLS necesitaba más recursos. 

Yo me pregunto: ¿en qué mundo viven?  Tal como están las cosas, parece ser que los dólares obtenidos por concepto de impuestos entran y salen del aparato burocrático como la sangre de un cerdo sacrificado. Esto se debe, principalmente, a que tanto la BLS como la burocracia en general no están obligadas a generar utilidades.  Como lo menciona Mises en su libro Bureaucracy, que también leí durante mi estadía entre los poderosos de Washington, “en la administración pública no existe conexión alguna entre ingresos y egresos". ¡Y de qué manera!

La consigna era: “si hay dinero en el presupuesto, gástalo". Me llevó algún tiempo entender esta postura. Habiendo sido criado por una madre austera en Iowa, guardé diligentemente cada recibo de alimentación durante mi primer viaje financiado con dinero de los contribuyentes y solicité se me reembolsaran sólo los montos efectivamente gastados por dicho concepto.  Mi superior no tardó en señalarme que me limitara a declarar la dieta máxima completa para efectos de alimentación por día, pues así era más fácil para nuestro personal de contabilidad gestionar las rendiciones de viajes. Declarar gastos falsos de transporte también era práctica habitual.

En mi calidad de coordinador de conferencias, uno de los trucos que me enseñaron fue a justificar desde el punto de vista financiero el desarrollo de conferencias prestigiosas donde fuera que el comisionado asociado respectivo se le ocurriera realizarlas. En un esfuerzo por demostrar que la BLS economizaba en sus gastos por concepto de conferencias, se nos exigía hacer una comparación entre tres posibles ciudades sedes para dejar en claro que nuestra opción era la más económica.

Evidentemente, esto no era más que un simple embuste. Si la BLS efectivamente quisiera ahorrar en gastos por concepto de reuniones, realizaría todas y cada una de sus conferencias en la ciudad de Kansas, donde las tarifas hoteleras para el gobierno están entre las más económicas del mercado, la dieta para gastos de alimentación es la más baja y, hallándose en una ubicación central, es posible ahorrar dinero en pasajes.   Pero lo que ocurría, en realidad, era que me informaban dónde se efectuaría la conferencia y yo debía encargarme de buscar otras dos ciudades en las cuales llevarla a cabo fuera más costoso que en el lugar escogido, para que la comparación resultara ventajosa. Con Nueva York y Los Ángeles como contrapunto, se podía justificar cualquier otra ubicación que mis superiores decidieran.

Además de esta deshonestidad financiera, el dinero de los contribuyentes también se malgasta en numeroso personal fiscal al que se le permite ser ineficiente debido al sistema de inamovilidad laboral. Cuando fui contratado por la BLS me informaron que estaría a prueba por un año, período durante el cual la oficina tenía la facultad de despedirme por prácticamente cualquier motivo o circunstancia que pudiera ocurrírsele.  Sin embargo, luego de transcurrido el año de prueba, obtuve sin más la titularidad absoluta en el cargo y, en estas circunstancias, era necesario cometer un error horrorosamente garrafal como para ser despedido.  De esta forma, invariablemente cualquier empleado que, en otro escenario sería inmediatamente despedido por inoperancia, se las arregla en el aparato público para asegurar su inamovilidad laboral.

Un experimento en materia de gestión llevado a cabo por la BLS que también resultó ser un elefante blanco es el TQM o “Gestión de Calidad Total”. Se trata de una teoría de gestión que supuestamente anima a la organización a prestar un mejor servicio si todos los empleados de todos los niveles participan en el establecimiento de metas y en la preparación de políticas globales. En la práctica, el TQM demostró ser otro engaño del personal directivo diseñado simplemente para apaciguar a los subordinados.

Según pude observar,  la BLS tenía una cultura burocrática de dos niveles donde figuraban, por un lado, cientos de dinosaurios que se limitaban a examinar las diversas mociones y, por otro, comisionados asociados y gerentes de proyectos que se sentían satisfechos limitándose a edificar pequeños imperios en su propio beneficio.  Estos pseudo Napoleones buscaban constantemente conquistar nuevos territorios y luego protegerlos.

Por ejemplo, un supervisor no era -y él lo sabía- el mejor postulante para cierto cargo. Sin embargo, se lo ascendía de todas formas porque el comisionado asociado respectivo confiaba en él para que asistiera a reuniones, espiara el funcionamiento de otras oficinas y le informara al respecto. Una vez más el mensaje era lo suficientemente claro: si el empleado jugaba el juego político pertinente con su superior, podía llegar lejos. Si no lo hacía, se podía ir olvidando de cualquier tipo de ascenso.

Cuando narré esta historia a la esposa de mi profesor de filosofía en la universidad, ella –de tendencia más bien izquierdista- me respondió: “claro, pero también hay muchísimas personas buenas en la burocracia”. De acuerdo, pero no se trata de eso. No importa qué cantidad de “personas buenas” encontremos en la burocracia. Lo que importa es que el resultado de dicha burocracia siempre tenderá a la misma consecuencia porque, tal como mi buen amigo y guía en la BLS me comentó varias veces con cierta melancolía: “En este trabajo no necesitamos generar beneficios”.

Más tarde trabajé en un banco con una organización similar a la de la BLS y con muchas otras características parecidas, pero con la gran diferencia que allí sí era preciso “generar beneficios” para mantenerse en el negocio. Por consiguiente, si una persona era capaz de agregar valor a la empresa de forma manifiesta, se la recompensaba por su esfuerzo y era ascendida si correspondía. Si no agregaba valor alguno, se la acompañaba amablemente a la puerta.

Además del efecto destructivo que la burocracia provoca en la eficiencia, lo que se fomenta con ella es la corrupción del alma. Mises puntualiza que el burócrata no se rige por la máxima de cuán bien puede servir a sus pares, sino por el presupuesto que le ha sido asignado. Además, como en una sociedad democrática el burócrata también vota, cumple la doble función de empleador y de empleado.

A este respecto Mises comenta: "el burócrata como votante tiene más interés en conseguir un ascenso que en mantener el presupuesto balanceado. Su mayor preocupación es engrosar la nómina de sueldos". Durante las negociaciones presupuestarias de 1990, marcadas por la traición al “no más impuestos” de George Bush, fue posible apreciar la verdadera cara de la burocracia, pues la única preocupación de la mayoría de los empleados fiscales era mantener la mayor cantidad de dinero posible en sus respectivos presupuestos. Algunos de ellos incluso protestaron durante las reuniones de la cumbre celebrada entre la administración Bush y los líderes demócratas en el Congreso, exigiendo que no se perdiera ni un solo centavo para el gasto público.

Desde el punto de vista de un burócrata, un voto a favor de la restricción de impuestos es un voto a favor de su eliminación. La única oportunidad que recuerdo en mi paso por la BLS en que se enfatizó la necesidad de ser austeros fue cuando el gobierno corría el riesgo de ser obstruido y, literalmente, no teníamos la menor idea de con cuánto dinero contaríamos para el mes. Este episodio ilustra lo que la mayoría de nosotros instintivamente sabe: el poder ejecutivo gasta todo lo que recibe y luego hace lobby ante el Congreso para recibir más. Si no da crédito a lo que digo, por favor, escuche el debate sobre qué se debe hacer con el “superávit presupuestario”.

En medio de la contienda por el presupuesto del año 1990 que, como decíamos, estuvo a punto de obstruir al gobierno, el Congreso aprobó la Ley sobre Reforma a los Pagos, la cual comprendía un considerable aumento de sueldo para todos los trabajadores federales y fue diseñada para que los sueldos federales estuvieran “en línea” con los del sector privado. 

Solía oír comentarios entre mis colegas de la BLS del tipo “ganaría mucho más dinero trabajando en el sector privado", intentando decir con esto que lo que los retenía en sus cargos fiscales era un aparente espíritu de servicio público. El hecho concreto es que, en la economía privada, nadie recibiría el sueldo que los burócratas reciben por el tipo de trabajo inútil que realizan como empleados públicos. Los empleados de la BLS estaban especialmente interesados en que se aprobara la ley sobre reforma salarial, pues con ello se les garantizaba el trabajo. Además, la BLS era precisamente la encargada de recopilar los datos que el Congreso debía utilizar para evaluar si los sueldos federales eran o no lo suficientemente altos.

Tal vez el rasgo más destructivo de la burocracia es la forma en que asesina el espíritu humano. En cuanto es contratado, el nuevo funcionario aprende que su tarea consiste en cumplir reglas, no en desempeñar el cargo particularmente bien. Una de las frases que escuché con mayor frecuencia en mi paso por el servicio público fue: “Lo suficientemente bueno tratándose de un trabajo hecho por el gobierno”.

La principal razón para esta falta de motivación es la eliminación de todo tipo de incentivos por hacer un buen trabajo. No existe recompensa alguna para el esfuerzo o el éxito. Los ascensos no se basan en la calidad de tu trabajo, sino en cuán útil resultas para que los poderosos construyan sus imperios. Tampoco existe sanción alguna para la incompetencia. Por consiguiente, los burócratas tienen muy pocos incentivos para superarse, ya sea ampliando su base de conocimientos o mejorando el nivel de sus habilidades. Esto se debe a que, en cargos públicos, contrariamente a lo que se piensa, conocimiento no es sinónimo de poder, es sinónimo de trabajo. Y siguiendo el mismo razonamiento, ¿para qué esforzarse en saber más y en hacer mejor el trabajo si esto solo traerá consigo más trabajo y por el mismo sueldo?  Sea cual sea la ética laboral que tiene una persona al llegar a trabajar a Washington, ésta será devorada por una plaga de langostas burocráticas.

Muy pronto quedan atrapados estos burócratas de nivel medio y bajo. Odian sus trabajos porque se dan cuenta que muy rara vez el esfuerzo o las capacidades sirven para algo. Se los margina del círculo político más exclusivo y, por lo tanto, de las mejores vías para lograr ascensos. Están en un callejón sin salida. Detestan su trabajo, pero les resulta demasiado costoso dejarlo y abrirse paso en el sector privado. En este sentido, la verdad irrefutable de las observaciones de Mises sobre la seguridad de los burócratas me dejó particularmente atónito:

Los cargos públicos no ofrecen oportunidad alguna de demostrar talentos y dotes personales. El exceso de reglamentación lapida cualquier iniciativa. El joven funcionario no tiene ilusión alguna sobre su futuro. Sabe muy bien lo que le espera. Conseguirá un cargo en una de las innumerables oficinas públicas y será un engranaje más de la gran maquinaria del Estado, donde se trabaja de forma relativamente mecánica. La rutina de la técnica burocrática atará sus manos y coartará su mente. Disfrutará de seguridad, pero de aquélla que experimenta un convicto entre las cuatro paredes de su celda. Nunca tendrá libertad para tomar sus propias decisiones ni forjar su propio destino. Será por siempre un hombre al cuidado de otros hombres, nunca un hombre real que se sustenta en sus propias fortalezas. Se estremecerá ante la visión del imponente edificio de oficinas públicas en el cual será enterrado vivo.

 

 

Shawn Ritenour enseña economía en el  Grove City College.

Published Sun, Nov 27 2011 2:33 PM by euribe