Por Faustino Ballvé. (Publicado el 5
de marzo de 2008)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2893.
[Este
artículo aparece originalmente como capítulo VIII de Fundamentos
de la ciencia económica]
El nacionalismo parece una cosa
moderna porque parte de La existencia de las nacionalidades que se formaron en
Europa entre los siglos XVI y XIX paralelamente a la desaparición del
feudalismo y del' Imperio romano-germánico que nació con Carlomagno y fue
totalmente liquidado por la unidad italiana. Su espíritu es, sin embargo,
antiquísimo (Riedmatten, L'Economie
dirigée. Experiences, dépuis les Pharon jusqu'a nos jours. Ed.
L'Observateur, Versalles, 1948) ha estado y está aún presente en la historia
política y económica: lo único que ha cambiado ha sido la forma. Esta tendencia
informó el régimen absolutista-totalitario de los egipcios, el de la Roma de la
decadencia, el mercantilismo de los siglos XVII y XVIII y, después de un
pequeño eclipse que duró desde el Congreso de Viena hasta la primera guerra
mundial, renació en forma de la llamada economía dirigida bajo la influencia
coincidente de la reacción belicista y del socialismo obrero que, nacido como
movimiento internacional al grito de «Proletarios de todos los pueblos, uníos»,
se ha pasado ahora al otro lado y dice: «Proletarios de todos los pueblos, no
vengan al mío a disputarme mi trabajo».
En el aspecto económico parte de
dos falacias: la creencia en economías nacionales y en que una nación sólo
puede prosperar económicamente a costa de las demás. Estas convicciones
informaron la primera doctrina económica y los clásicos las combatieron, pero
no pudieron librarse del mito de la economía nacional. Adam Smith titula su
libro La Riqueza de las Naciones y,
hasta hace muy poco tiempo, los tratados de Economía se titulaban Economía
Política, aun cuando fuesen antinacionalistas.
Nada más ilusorio que la existencia
de la economía nacional y de la riqueza nacional. Las naciones no tienen
propiedades (los Estados tienen las necesarias para el cumplimiento de sus
fines) y no son ricas o pobres; esto sólo sucede con los individuos. En los
últimos tiempos los organismos burocráticos de la Sociedad de las Naciones y
ahora de la Organización de las Naciones Unidas, han gastado un dineral en
máquinas calculadoras, material de escritorio, libros, viajes y salarios de
«economistas» para calcular la riqueza y la renta de las naciones. Todos estos
cálculos son fantásticos y no conducen a nada porque no hay posibilidad, por
muchas leyes que se dicten y por mucha policía que se cree, de saber lo que
tiene y lo que gana cada individuo que vive en un país determinado. Cada casa
es un mundo, la desconfianza de las gentes en los gobiernos es inveterada y
fundada en amargas experiencias y la mayoría se resiste a declarar todo lo que
tiene escondido en su casa o fuera del país ni cuáles son sus verdaderas
ganancias, aun cuando le aseguren que sólo se pregunta «para fines
estadísticos», porque teme que a última hora esos fines estadísticos sean
tributarios: cuando no descaradamente expropiadores.
Después de la última guerra,
Francia, la Francia de las estadísticas, quedó totalmente arruinada porque los
alemanes se habían llevado todo lo que pudieron encontrar. Y, sin embargo,
Francia ha renacido y es hoy, a pesar de las estadísticas, un país rico, no por
la ayuda norteamericana (Plan Marshall) que se ha ido mucho en gastos
burocráticos y en armamentos, sino simplemente porque los franceses han echado
mano de sus reservas de oro, mercancías y bienes en el extranjero que, pese a
los mandatos y las amenazas del Mariscal Petain y de los alemanes, sustrajeron
a la traición y al pillaje. Un país se ha salvado por la resistencia de los
ciudadanos a dejarse expropiar; por la desobediencia a los mandatos de
gobiernos estúpidos o traidores. Y el ejemplo de Francia no es el único.
Igualmente ilusorio es el mito de
la solidaridad económica de los conciudadanos de un país frente a los demás
países. Ya hemos visto a grandes rasgos la interdependencia económica universal
que quiere decir que es absurdo e imposible que un país pretenda vivir en
autarquía exclusivamente de sus propios recursos: ningún país, por grande y
variado que sea, ni siquiera Rusia o los Estados Unidos, dispone de todos los
recursos naturales necesarios para su producción y consumo: todos necesitan importar
y no en poca escala, tanto alimentos y materias primas como productos
fabricados, so pena de contentarse con una vida miserable y cara, porque hay
ramos de la industria que sólo en gran escala o disfrutando de condiciones
especialmente favorables, pueden producir barato (pocos son los países que
pueden producir costeablemente maquinaria pesada, automóviles, etc. Leyes del
costo diferencial y del rendimiento). Para poder pagar las importaciones
necesitan exportar.
Por esto, la única solidaridad
económica es la internacional o, mejor dicho, universal, porque no es entre
naciones sino entre hombres y a través de las fronteras. Esta solidaridad sólo
funciona cuando cada empresario va a los mercados de todo el mundo a comprar o
a vender. De este modo juegan y se equilibran las necesidades y se compensan los
cobros y los pagos difusa y fluidamente sin dificultades ni choques y cada uno
se amolda suave e inadvertidamente a sus posibilidades. Así que se pretende que
jueguen en el mercado, no los individuos, sino los grupos nacionales, es
entonces cuando el mecanismo del intercambio se hace torpe y además peligroso
porque surgen ambiciones, envidias y conflictos entre potencias armadas.
La consigna “compre lo que el país
produce, produzca lo que el país necesita” no ha dado ni puede dar resultado, porque
el que compra busca su comodidad como y donde la encuentra: esto es la esencia
misma de la función económica y del juicio electivo innatos en los hombres. Por
otra parte, para producir lo que el país necesita, es necesario disponer de
condiciones naturales y de una demanda suficiente que haga la producción
costeable y nadie se lanzará a producir una mercadería, por mucho que el país
la necesite, que dentro del cálculo económico, resulte incosteable e incapaz de
competir con la producción mundial.
Pero lo más absurdo es la obsesión
de que los países sólo pueden prosperar cuando tienen una balanza de pagos favorable, o sea cuando exportan más de lo que
importan y cobran más de lo que pagan, lo cual equivale a decir que un país
sólo puede prosperar a costa de los demás. Este fue el latiguillo de la época
mercantilista cuyos efectos desastrosos están muy bien descritos en el citado
libro de Conrad. Se olvida que no se puede ser rico entre pobres porque la
riqueza consiste en la posibilidad de comprar. Si un país (por ejemplo los
Estados Unidos) exporta año tras año más de lo que importa y llega a acumular
casi toda la riqueza de los demás países que se han pasado todo este tiempo
importando más de lo que han exportado y pagando la diferencia en oro hasta
quedar en la mayor miseria, ¿de qué le servirá el oro a aquel país exportador?
¿Qué podrá comprar con él en un mundo donde la gente apenas si tiene lo
bastante para no morir de hambre? Se encontrará como el millonario que tiene
sed en el desierto del Sahara, y no puede obtener agua a pesar de poseer una
cartera repleta de dólares. Un país prospera económicamente cuando aumenta su
producción de bienes que, por su calidad y precio, son apreciados en el mercado
mundial, con cuyo precio compra en el mismo mercado otros productos que
necesita y que en él ofrecen quienes son capaces de producirlos en abundancia y
a buenos precios.
Fácil es comprender que esto sólo
es posible cuando comprador y vendedor disfrutan de toda la libertad y toda la
iniciativa, no sólo dentro de cada país, sino por encima de las fronteras
políticas. Las naciones no son comunidades económicas sino comunidades
políticas de hombres que se entienden sobre el modo de convivir. En uso del
derecho a «la búsqueda del bienestar» (Declaración de Independencia
norteamericana) cada hombre dentro de cualquier país se ingenia para ofrecer a
los demás hombres del mundo, comodidades que les convengan por su calidad y
precio a cambio de las cuales obtiene dinero, con el que él y los que le han
auxiliado en la producción —y perciben de este dinero sus remuneraciones por
trabajo o capital— , compran a otros empresarios presentes en el mercado
nacional' o internacional las comodidades que necesitan o apetecen. Esta libre
iniciativa y este deseo de obtener cada día mayor ganancia o bienestar es lo
que hace que, a través de los progresos individuales, resulten los progresos de
los grupos nacionales que no son otra cosa que la suma de los progresos de sus
componentes. Cuando estas actividades e iniciativas de los individuos se
reglamentan en aras de un supuesto interés nacional, la actividad se frena, el
ritmo de la vida económica disminuye, surgen los conflictos entre los grupos y
viene la apelación a la fuerza y la guerra.
En la época de gran prosperidad
económica que comprende la casi totalidad del siglo XIX y los primeros años del
XX nadie se preocupaba de economía nacional ni de balanza de pagos, concepto
lanzado a la circulación al parecer por David Ricardo (antes se hablaba sólo de
balanza comercial): cada uno se preocupaba de producir bienes o servicios que
tuvieran aceptación en el mercado del mundo, y este entrecruzamiento
multilateral de esfuerzos daba por resultado que todo se comprara y se
vendiera, que todo el mundo mejorara su nivel de vida y que jamás hubiera falta
de divisas extranjeras. Hasta 1914 no se dio un solo caso de que alguien, en
algún país quisiera importar algo y no pudiera porque no encontraba moneda
extranjera pora pagarlo a un precio razonable. Pero un día, unos economistas
alemanes más o menos dependientes del bando militarista e imperialista
descubren la existencia de la economía nacional (Volkswirtschaft), empiezan a razonar sobre si Alemania obtiene una
justa compensación por el esfuerzo de su pueblo y crean el complejo de la
explotación internacional que lleva a la guerra del 14 y nuevamente a la del
39.
Entonces se empieza a hablar día y
noche de la balanza de pagos, funcionan las estadísticas y nos enteramos de
que, desde hace mucho tiempo, todos los países importan más de lo que exportan.
Esto da lugar a la intervención gubernamental en el comercio internacional, a
las prohibiciones de importación y las primas a la exportación (dumping) y al control de la moneda con
el resultado de que, a medida que se intensifica la intervención va aumentando
el déficit de la balanza de pagos.
El que tenga la paciencia de
repasar las estadísticas de los diversos países se encontrará con la sorpresa
de que, en total, en el mundo de hoy se importa más mercancía de la que se
exporta y se exporta más moneda oro de la que se importa. Esto es naturalmente
imposible y la explicación está en que estas estadísticas son todas falsas. En
primer lugar, porque calculan los valores de las importaciones y exportaciones
por las controladas o visibles y a precios arbitrarios fijados por los
gobiernos para fines aduanales. En segundo lugar, porque sólo registran los
movimientos de divisas (moneda extranjera generalmente hoy dólares, francos
suizos o libras esterlinas) que se hacen por canales controlados o visibles. No
tienen en cuenta que el movimiento de mercancías y dinero que registran no es
todo eL movimiento real sino una parte que es más pequeña cuanto mayores son
las intervenciones gubernamentales, porque esas intervenciones crean y
alimentan el mercado negro, que es el
verdadero mercado porque es el mercado libre. Sin embargo, sobre esas
estadísticas se funda la política económica de los gobiernos, política
equivocada que aumenta los males que
quiere evitar. De hecho la vida económica real sigue su curso, pero en forma
más molesta para los consumidores que pagan los gastos de la intervención
gubernamental y la prima de riesgo del mercado negro. El resultado es que el
nacionalismo económico no hace a los países que lo practican, más ricos, sino más
pobres porque frena la actividad económica y encarece los precios.
Quien quiera enterarse rápidamente
de las doctrinas y de la historia del obrerismo, puede leer La Cuestión Obrera de Herkner (Ed. Reus.
Madrid), El Socialismo de Ramsay Mac
Donald (Ed. Labor) y, por lo que respecta al movimiento internacional nuestro El Socialismo y la Guerra (Ed. Estudio,
Barcelona).
El movimiento obrero nace y se
desarrolla bajo el signo del socialismo, cualesquiera que sean los títulos que
hayan venido adoptando sus diversas tendencias que significan variantes de una
tesis fundamental. (Social-democracia, sindicalismo, colectivismo, comunismo,
etc.). La palabra parece haber sido inventada por el inglés Robert Owen
(1771-1858) con este significado: que la actividad económica no debiera ser
inspirada sino por el desinterés: no debiera ser una economía individualista
sino social. A este respecto es interesante una observación del economista
italiano Pantaleoni, perteneciente a la escuela matemática, quien, rebatiendo
una crítica que lo acusaba de fundar sus cálculos económicos en el egoísmo
individual, escribía estas palabras:
Decís que partimos de una humanidad egoísta;
pero el partir de una humanidad altruista no cambia nada económicamente. Es
sólo un cambio de signo. A la rivalidad del egoísmo sustituirá la rivalidad del
espíritu de sacrificio y subsistirá la libre competencia.
El leitmotif del socialismo que
late dentro de todas las variantes de la ortodoxia obrerista, lo expresó en
forma magistral el poeta alemán Enrique Heine en estos versos que traducidos
literalmente, dicen así: «Una nueva canción, una mejor canción, oh amigos,
quiero rimaros: queremos ya en la tierra alcanzar el cielo. Queremos ser
felices en la tierra y no queremos penar; la barriga perezosa no debe consumir
lo que alcanzaron manos industriosas. Hoy en la tierra bastante pan para todos
los humanos, y tulipanes y lirios y belleza y alegría y no menos los dulces
guisantes».
El leitmotif tiene, pues, dos
temas: la abundancia y la explotación. Hay en la tierra pan y aun «chícharos
dulces» para todos los humanos; pero la «barriga perezosa» priva de su parte a
los «manos industriosas». Sin embargo:
1.—Las posibilidades de adquisición
de bienes, servicios y comodidades de toda clase en un país en un período determinado,
un año, por ejemplo, están representadas por la suma de dinero que en tal
período han ganado todos sus habitantes. Esta suma de dinero representa la
producción del país en el mismo período de tiempo. La división del dinero por
las cosas y servicios, en términos generales, es el precio de estas cosas y
servicios. El ingreso anual de cada individuo es la expresión numérica de su
porte en el acervo de comodidades que en dicho año están disponibles para toda
la población.
Pues bien: según la estadística
comparativa más reciente que hemos encontrado, que es de poco antes de 1930, el
ingreso medio anual por cabeza de la población era de 749 dólares en Estados
Unidos, de 409 en Inglaterra, de 389 en Suiza, de 265 en los países
escandinavos, de 201 en Francia y de 37 en la India. En México, según el libro
El Desarrollo Económico de México redactado por peritos del gobierno mexicano y
del norteamericano y editado por el Fondo de Cultura Económica, el ingreso
medio anual por cabeza de la población en 1950, era de 180 dólares de dicho año
que valían como la mitad de los de 1930. Es decir, en dólares de hoy y dado que
fuera de los Estados Unidos, la situación económica del mundo más bien ha
empeorado que mejorado desde 1930, cada habitante de los Estados Unidos,
término medio, mezclando los más pobres con los más ricos, dispone para
habitación, alimento, vestido, educación, salubridad, diversiones, previsión,
etc., de unos 4 dólares diarios; el inglés y el suizo, de algo más de 2 dólares
diarios; el escandinavo y el francés, de algo más de 1 dólar; el mexicano, de
unos 50 centavos de dólar; y el hindú, de unos 20 centavos de dólar. Esto sería
lo que podría comprar cada habitante de estos países si se repartiera entre
todos por igual el ingreso nacional, y éste se destinara totalmente al gasto
sin pagar impuestos y sin separar de este ingreso lo necesario para conservar
los elementos productivos e incrementarlos al menos en proporción al aumento de
la población. Ante estas cifras no podría decir hoy Enrique Heine que hay en el
mundo bastante para que las gentes puedan no sólo comer pan, sino también
«chícharos dulces». Antes suscribiría la frase del difunto economista francés
Charles Gide de que Adam Smith no debiera haber titulado su libro La Riqueza de las Naciones, sino La Pobreza de las Naciones.
2.—Los Estados Unidos tienen fama
de ser el país capitalista por excelencia y aquel en que la riqueza nacional
está peor repartida. Sin embargo, según cifras de la Reserva Federal, el 70 por
ciento de la renta nacional va a sueldos y salarios, el 20 por ciento a
profesionistas, industriales y artesanos independientes, y sólo un 10 por
ciento a intereses, dividendos y rentas.
Hace un par de años [1953], la American Econoznic Review publicó un
estudio hecho por los técnicos de la Oficina Nacional de Investigaciones
Económicas, del que resulta lo siguiente: pagado el impuesto, la entrada media
del 7 por ciento más rico de la población es de 3.267 dólares al año por cabeza
y el del restante 93 por ciento de la población de 1.124 dólares por cabeza. Si
se repartiera entre toda la población, el ingreso de este 7 por ciento de
privilegiados, después de pagado el impuesto cada individuo del restante 93 por
ciento de la población recibiría un suplemento de 150 dólares por año. Es decir:
la entrada media del norteamericano por cabeza de la población sería de 1.274
dólares por año en vez de 1.124. Habría mejorado, pues, en algo más del 10%.
Al mismo resultado llega el
profesor Lewis respecto de Inglaterra (La
Planeación Económica, Breviario del Fondo de Cultura Económica, México, D.
F.). Aplicando el mismo coeficiente a los demás países citados, el escandinavo
y el francés dispondrían por cabeza de la población, de cerca de un dólar y
veinticinco centavos y el mexicano de cerca de 55 centavos de dólar al día por
habitante. Pero con ello no sólo tendrían que vivir, sino que tendrían también
que proveer a las reinversiones industriales y éstas, en un país tan poco
industrializado como México, han importado en los últimos años, según el libro
citado más arriba, alrededor del 14 por ciento de la renta nacional Para
mantener estas reinversiones, el mexicano, después del reparto, quedaría con un
ingreso medio por cabeza menor que el actual.
3.—Quedan, pues, desmentidas por
los hechos, las dos tesis fundamentales de la crítica socialista de la llamada
economía capitalista que no tiene nada de particular y es la economía de
siempre, ya que siempre se ha necesitado para producir, en escala más o menos
rudimentaria, un capital, o sea elementos o bienes de producción. El hilador y
el tejedor doméstico necesitan ruecas y telares manuales, los artesanos
necesitan máquinas y útiles más o menos costosos. Unos y otros necesitan,
además, dinero para comprar materias primas y pora subsistir, ellos y sus dependientes,
familiares y asalariados. Esto sucede igualmente en los países comunistas. Las
industrias socializadas necesitan también capital fijo y circulante y también
han de calcular y ajustar sus precios, al menos en las exportaciones; a los deL
mercado mundial. Sólo se sustraen a las leyes del mercado en lo referente a los
salarios, porque éstos son dictados por el gobierno y no precisamente en
beneficio de los trabajadores, pues como lo demuestran el embajador Davis (Misión en Moscú, Edit. Mundo Nuevo, México,
D. F.), y Walter Lippmann (Retomo a la
Libertad, Edit. Uteha, México, D. F.), las diferencias entre los salarios
de los obreros y los de los dirigentes son allí mucho mayores que en los
Estados Unidos.
Ni abundancia de bienes, sino
escasez, ni injusta distribución de la riqueza, sino la mejor distribución
posible regulada por el mercado son las características de la economía actual.
4.—Ante la injusta distribución de la riqueza el socialismo, en todas sus
variantes, no busca medios correctivos: este es el objetivo de los movimientos
llamados de reforma social y, sobre todo, del dirigismo. La fórmula socialista
la dio Marx en esta frase: Los
expropiadores serán expropiados. Con la llamada plus valía (ver lección IV), los capitalistas se han hecho dueños
de los medios de producción: debe de
privárseles de la propiedad de los medios de producción, es decir: deben
expropiarse los talleres y fábricas. ¿En beneficio de quién? En beneficio del
pueblo, que entonces sólo se compondrá de trabajadores. ¿En qué forma? Este es
el gran problema del socialismo que Pautsky discute, sin resolverlo, en su
folleto El día después de la revolución.
En general hoy dos tendencias. Los llamados socialdemócratas propugnan que la
propiedad de las empresas pase al Estado como representante del pueblo. Los seguidores
de Bakunin (los anarcosindicalistas) quieren que pase directamente a los
obreros organizados en sindicatos de producción. Los comunistas fijan dos
etapas: la dictadura del proletariado con la producción centralizada por el
Estado como etapa socialista preparatoria del verdadero comunismo en el cual el
Estado desaparecerá y sólo quedarán los sindicatos.
Lo que no se ve claro ni nadie ha
podido explicar es qué diferencia se lograría con ello en relación con el
sistema de libre empresa ni qué beneficio sacarían del cambio los trabajadores.
La producción seguiría siendo capitalista y sujeta a las leyes del mercado que
en la economía de Estado condicionarían los precios de los productos de
importación y exportación y, por consecuencia, de los demás. En la economía
sindical jugaría aún más completamente la competencia. De los precios impuestos
por el mercado habría que deducir: los costos, las cargas financieras y las
reinversiones. La dirección comercial y técnica exigiría una retribución
diferencial como la exige y la obtiene en Rusia. Quedaría pora los obreros,
como hoy, el resto, pero con estas dos diferencias en su contra. En primer
lugar los directivos, no siendo empresarios, ni tendrían ganancias ni pérdidas,
sino que tendrían sus buenos sueldos asegurados y el resto sería para los
simples trabajadores, al contrario de lo que sucede ahora en que la
remuneración fija es para el obrero y el empresario se queda con el resto, si
lo hay. En segundo lugar, en la producción estatal desaparecería la libertad de
trabajo, no habría mercado de salarios que serían fijados dictatorialmente por
el empresario monopolista. Desaparecería el derecho de coalición y de huelga y
el obrero sería un esclavo. Esto es lo que sucede hoy en Rusia en donde el
obrero no puede elegir siquiera el lugar de trabajo y toda tentativa suya para
mejorar sus condiciones es castigada como alta traición.
Una
variante muy peculiar del socialismo es el socialismo
agrario, conocido también por georgismo y por movimiento de reforma agraria
(Adolf Damaschke. La Reforma Agraria,
Madrid, E. Reus). Parte de la teoría de la renta
de la tierra ya incipiente en Adam Smith, Anderson y Malthus y desarrollada
por David Ricardo. Según ella. cuando hay abundancia de tierras fértiles, ellas
no producen ganancia y los precios de los productos se miden solamente por el
costo de producción. Pero cuando la población crece, las tierras de primera
calidad no bastan pero la alimentación y hay que echar mano de las de segunda
calidad, etc., entonces los precios de los productos se rigen por el costo de
los cultivos de las tierras peores. De esto se aprovechan los que detentan
tierras mejores obteniendo precios superiores a sus costos y sacando una
ganancia que comprende la normal y, además, una prima por la calidad de sus
propias tierras, que es la renta de la tierra.
Poco
después de la muerte de Ricardo, un norteamericano, Henry George, explotó a
fondo y desarrolló esta doctrina sosteniendo en su famoso libro Progreso y Miseria, traducido a multitud
de idiomas, que la miseria de las multitudes no procede de la explotación del
obrero industrial, sino del monopolio de la renta de la tierra y proponiendo,
como impuesto único, la expropiación de esta renta. Ningún país ha hecho este
ensayo aun cuando se han fundado en esta teoría los impuestos progresivos o
diferenciales sobre la propiedad inmueble.
Los ensayos
de reforma agraria hechos en casi toda Europa después de la primera guerra
mundial fueron de tipo antilatifundista y consistieron en la expropiación, con
o sin indemnización, y el reparto de tierras para incrementar la pequeña
propiedad. Sin embargo, Henry George ha tenido y tiene aún numerosos
partidarios y, hasta la última guerra mundial, había en varios países
movimientos de Reforma Agraria, siendo muy importante el acaudillado en
Alemania por Adolf Damaschke, que fue candidato frente a Hindenburg para la
presidencia de la República. Damaschke (libro citado antes) extendió la teoría
de Henry George a la propiedad urbana y consiguió que se implantara el impuesto
de plus valía a los propietarios de tierras de labor que eran vendidas a
precios altos para la expansión de los centros urbanos, siendo este impuesto
adoptado luego por varios países. Recientemente ha defendido y desarrollado
esta teoría en forma muy interesante el doctor Carlos P. Carranza en su libro Vieja y Nueva Economía Política (Buenos
Aires, 1954).
La doctrina
de la renta de la tierra parte de dos errores: uno de hecho y otro de doctrina.
El primero es la escasez de tierras de primera calidad. Esta escasez se hace
sentir especialmente en Europa por la sobrepoblación y por las restricciones a
la inmigración en los países poco cultivados. Económicamente son aún inmensas
las tierras de primera calidad que están sin cultivar en el mundo, como lo
expone el célebre explorador Earl Parker Hanson en su interesantísimo labro New Worlds Emerging (Ed. Dwell, Sloan
and Pearce, Nueva York) y, según recientemente hacia notar un economista
francés, es absurdo que esas tierras todavía no se cultiven y que se gaste un
dineral en fletes para abastecer a los países sobrepoblados cuando sería mejor
para todos que el exceso de población de esos países se trasladase a cultivar
las tierras ociosas y a sacar de ellas su alimento. En segundo lugar, como hace
notar von Mises (Human Action) la
tierra no es otra cosa que un elemento de producción como las máquinas a los
utensilios de trabajo. No hay simplemente tierra sino tierras de diversa
calidad como hay máquinas o utensilios de diversa calidad y el que tiene una
máquina o utensilio mejor, también puede decirse que le saca una renta en
relación con el que los tiene peores. Por eso se pagan a diferentes precios y
no se puede decir que usurpa una renta el que tiene una tierra de buena calidad
cuya renta ya ha capitalizado al pagarla a más alto precio.
Faustino Ballvé (1887-1959) nació
en Barcelona, donde se formó como abogado, antes de estudiar economía en
Londres. De joven, Ballvé editó un periódico republicano y en los tormentosos
años 30, a medida que las nubes de la guerra civil se cernían sobre España, fue
elegido diputado por Izquierda Republicana. Pero no había lugar para este
verdadero liberal cuando la lucha degeneró en una batalla por el poder entre el
fascismo y el comunismo. Abandonando para siempre su tierra natal, Ballvé fue
primero a Francia y luego a México, donde adquirió la nacionalidad en 1943 y
vivió hasta su muerte en 1959. En Ciudad de México, además del ejercicio legal
activo, el Dr. Ballvé obtuvo enseguida dos cátedras profesionales: en derecho y
economía. En ambos campos fue un exponente del mejor liberalismo clásico.