Libertarismo y ciencia ficción: ¿Qué relación hay?

Por Jeff Riggenbach. (Publicado el 11 de febrero de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5018.

[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition]

 

Un día de finales de primavera de 1951, ocurrió algo asombroso en un descrito comercial por otra parte anodino en una ciudad de mediano tamaño en Medio Oeste de Estados Unidos. Allí mismo, justo en medio de una manzana, donde habían estado por mucho tiempo Comidas Tía Sally y Sastrería Patterson, apareció repentinamente lo que una posterior noticia en el periódico solo podía describir como “una extraña construcción, aparentemente una especie de armería”.

La fachada de este edificio mostraba

un gran y brillante letrero (…) que rezaba: ARMAS DE PRIMERA CALIDAD · EL DERECHO A COMPRAR ARMAS ES EL DERECHO A SER LIBRE. El escaparate estaba compuesto por un surtido de escopetas y rifles, así como de armas cortas de formas bastante curiosas y un cartel encendido en él decía: LAS MEJORES ARMAS DE ENERGÍA EN EL UNIVERSO CONOCIDO.

Un policía local trató de entrar en la tienda, según el relato del periódico, pero encontró cerrada la puerta. Luego, “unos momentos más tarde, C. J. (Chris) McAllister, reportero del Gazette-Bulletin, probó a abrirla, descubrió que estaba abierta y entró”. Pero cuando el policía local trató de seguir al reportero local entrando en la tienda, la puerta se cerró de golpe en su rostro y pareció estar de nuevo cerrada.

Poco después todo el edificio se desvanecía y Comidas Tía Sally y Sastrería Patterson se encontraban justo donde siempre habían estado. Los empleados que habían estado dentro de estos establecimientos durante el tiempo de la misteriosa aparición se habían sorprendido que quienes estaban fuera en la calle no hubieran sufrido ningún efecto maligno por la visita e informaron después de que no habían notado nada inusual. Respecto del reportero del periódico, McAllister, nunca se le volvió a ver, al menos no por nadie en este tiempo y lugar. Pues cuando habló con la gente que encontró dentro de la armería en la que había entrado, supo que de alguna manera había viajado 7.000 años al futuro.

La historia que os acabo de contar (realmente, el fragmento de una historia) es el inicio de una novela de ciencia-ficción llamada Las armerías de Isher, publicada por primera vez en 1951 y escrita por un expatriado canadiense llamado A.E. van Vogt. Van Vogt había nacido en 1912 en una granja en Manitoba y murió en el sur de Clifornia hace poco más de 11 años, el 26 de enero de 2000.

Empezó a escribir profesionalmente con 20 años, cuando vendió su primera historia de verdadera confesión a una revista pulp. Sam Moskowitz, en su libro de 1966 Seekers of Tomorrow: Masters of Modern Science Fiction, escribe que “durante los siguientes siete años, [van Vogt] sobrevivió con ventas de confesiones, historias de amor, artículos en revistas especializadas, así como con obras de radio ocasionales”. Luego, en 1939, con 27 años, decidió probar con la ciencia ficción, algo de lo que había disfrutado leyendo desde que tenía 14 años, pero que, por alguna razón, no había intentado escribir. Sus primeros trabajos le hicieron obtener grandes elogios dentro del campo de la ciencia ficción y suficiente dinero extra como para que decidiera mudarse a Los Ángeles, donde vivió el resto de su vida.

¿Y qué pasa con McAllister, el reportero del Medio Oeste de Estados Unidos de mediados del siglo XX? Bueno, como mencioné, se encontró viviendo 7.000 años en el futuro, en una tierra gobernada por un solo gobierno monárquico: se llamaba el Imperio de Isher. Y dispersos por este imperio estaban lo que los ciudadanos imperiales conocían sencillamente como las “Armerías”. Estaban por todas partes, en grandes ciudades y pequeños pueblos. E incluso por los estándares del tiempo en que florecieron, estaban equipadas con una asombrosa tecnología.

Sus puertas de entrada no admitían a ningún funcionario público. Cualquiera podría entrar libremente y comprar un arma de energía de alta calidad que solo podría utilizarse defensivamente. Si alguien tratara de usarla para cometer un delito (iniciar fuerza contra otra persona), no funcionaría. Las Armerías también gestionaban un sistema de tribunales, en las que quienes no pudieran obtener justicia, por cualquier razón, de los tribunales imperiales, podrían buscar reparación a sus injusticias.

Un ciudadano del Imperio de Isher que habla personalmente con McAllister llama a las Armerías “la única protección del hombre común contra la esclavitud” y las defensoras del “espíritu de la libertad” y “los derechos del individuo”. Luego, otro personaje explica que “las Armerías se fundaron hace más de dos mil años por un hombre que decidió que la incesante lucha por el poder  de distintos grupos era una locura y que la guerra civil y las demás guerras debían terminar para siempre”. Lo que proponía este hombre era

que se creara una organización que tendría un fin principal: asegurar que ningún gobierno nunca más obtuviera un poder total sobre su pueblo. Un hombre que se sintiera objeto de una injusticia debería poder ir a algún sitio a comprar un arma defensiva. No puedes imaginar el gran paso adelante que fue esto. Bajo los antiguos gobiernos tiránicos era frecuentemente un delito capital que te pillaran en posesión de rifle o una pistola.

Según este personaje:

Para fines defensivos, un arma de la Armería es superior a un arma ordinaria o del gobierno. Funciona con control mental y salta a la mano cuando se necesita. Ofrece una pantalla defensiva contra otros rifles. (…)

millones de personas saben que pueden ir a una Armería si quieren protegerse a sí mismos y a sus familias. Y. aún más importante, las fuerzas que normalmente tratarían de esclavizarles se ven restringidas por la convicción de que es peligroso presionar demasiado a la gente. Así se ha llegado a un gran equilibrio entre los que gobiernan y los que son gobernados.

En un momento dado, uno de los personajes principales en la novela acusa de fraude a un banco importante y lleva su caso a los tribunales de las Armerías. El tribunal sentencia a su favor y le dice “Al banco se (…) le multa triplemente en treinta y seis mil trescientos créditos. No te interesa (…) saber cómo se obtiene este dinero. Te basta con saber que el banco los paga y que de la multa la Armería se queda en su tesorería con la mitad. La otra mitad…” Y, como adelanto, “una enorme pila de billetes cayó sobre la mesa. ‘Para ti’”.

Volviendo triunfantemente a su pueblo, después de la resolución de su caso, se le dice a este personaje por parte de un empleado local de las Armerías que

en los cuatro mil años desde que el brillante genio Walter S. de Lany (…) estableció los primeros principios de la filosofía política de la Armería, hemos visto a la marea del gobierno retroceder y avanzar de una democracia bajo una monarquía limitada a una completa tiranía. Y hemos descubierto una cosa: El pueblo siempre tiene el tipo de gobierno que quiere. Cuando quiere cambiar, debe cambiarlo. Como siempre permaneceremos como un centro incorruptible (…) dedicado a aliviar los males que aparecen inevitablemente bajo cualquier forma de gobierno.

Las armerías de Isher es una de las muchas novelas clásicas de ciencia ficción que encarnan ideas libertarias. Y la extendida popularidad de la ciencia ficción es innegablemente uno de los factores que ha ayudado a mantener el individualismo (incluyendo el individualismo político, también conocido como libertarismo) en el centro de la cultura estadounidense durante los años a menudo difíciles del siglo XX. Todas las novelas libertarias más conocidas son novelas de ciencia ficción: La rebelión de Atlas, 1984, Nosotros, La luna es una cruel amante.

Habrá quien te diga que hay una afinidad natural entre la ciencia ficción y el libertarismo- Una de esas personas es Eric S. Raymond, que desarrolla su argumento en un ensayo inteligente y persuasivo llamado “Una historia política de la CF”. Según Raymond, “La ciencia ficción, como literatura, abarca la posibilidad de transformaciones radicales de la condición humana generadas a través del conocimiento”. Sus relatos tienen lugar “dentro de un universo cognoscible, en el que la investigación científica es al tiempo la condición previa y el instrumento principal de creación de nuevos futuros”.

La ciencia ficción no es siempre optimista acerca de los futuros que retrata, reconoce Raymond. Pero argumenta que cuando

no es optimista, sus distopías y cuentos de advertencia tienden a afirmar el poder de las alternativas razonadas hechas en un universo cognoscible; nos dicen que no es a través del azar o el capricho de dioses irritados por lo que caemos, sino por no ser inteligentes, no utilizar prudentemente el poder de la razón y la ciencia y la ingeniería.

El “supuesto central” de la ciencia ficción, según Raymond, “es que la ciencia aplicada es nuestra mayor esperanza de trascender a las grandes tragedias y pequeñas molestias de las que todos somos herederos” y que son “los científicos e ingenieros (…) los que liberarán el futuro para convertirlo en un lugar distinto del presente”. El motivo básico de la ciencia ficción, argumenta, es “una especie de ambición de posibilidad”, un deseo “de creer que el futuro no solo puede ser diferente sino que pude ser diferente de muchísimas formas raras y maravillosas, todas las cuales merecen explorarse”.

Luego no es sorprendente que la ciencia ficción

se incline por valorar los rasgos humanos y las condiciones sociales que apoyen mejor la investigación científica y le permitan generar cambios transformadores tanto en los individuos como en las sociedades. Asimismo, de equilibrios sociales que permitan a los individuos el mayor ámbito de elección para satisfacer esa ambición de posibilidades. (…) los rasgos muy marcado de la Cf implican una postura política, porque no todas las posturas políticas son igualmente favorables para la investigación científica y los cambios que puede producir. Ni para la elección individual.

El poder se suprimir la investigación libre, de limitar las alternativas y frustrar la creatividad disruptiva de los individuos, es el poder de estrangular los brillantes futuros trascendentes de la CF optimista. Los tiranos, las sociedades estáticas y las élites en el poder temen al cambio por encima de todo: su tendencia natural es a suprimir la ciencia o buscar distorsionarla para fines ideológicos (como por ejemplo hizo Stalin con el lysenkoísmo). En las narraciones en el centro de la CF, el poder político es el enemigo natural del futuro.

La ciencia ficción es así la expresión literaria natural del individualismo político, del libertarismo: es, como dice Raymond: “la literatura que celebra no meramente la ciencia y la tecnología sino el cambio social que trae la tecnología como una revolución permanente, como el enemigo final y más inexorable de todas las relaciones fijadas de poder en todas partes”.

Como para dar l razón a Raymond (aunque mucho antes de que realmente lo dijera), en 1962, cuando éste tenía cuatro años, un inglés llamado Eric Frank Russell publicó una novela llamada La gran explosión. La explosión del título de Russell no tenía nada que ver con la pólvora o la nitroglicerina o algo parecido. Tenía que ver con el hecho de que, en algún momento del siglo XXII, dentro de cien años o más, un excéntrico llamado  Johannes Pretorius van der Camp Blieder inventaba una nueva forma de energía para las naves espaciales: se llamaba el Blieder Drive. “Arrasaba las distancias y los principios astronómicos”, escribía Russell y

ponía punto final a la teoría de que nada puede exceder la velocidad de la luz. Toda la galaxia se recorría varias veces más rápido de lo que se recorría la tierra cuando se inventó el avión. Los sistemas solares antes desesperadamente lejos de alcance ahora se encontraban a una distancia fácilmente alcanzable. Una inmensa concurrencia de mundos se presentaba para ser tomada y despertaba la imaginación de una humanidad que era como un enjambre. La superpoblada Tierra encontraba como se le ofrecía el cosmos en bandeja y trató de aprovechar la oportunidad. Despegó una verdadera lluvia de naves impulsadas por Blieders mientras que toda familia, culto, grupo o camarilla que imaginara que le iría mejor en algún otro lugar tomaba el camino a las estrellas. Los incansables, lo ambiciosos, los descontentos, los mártires, los excéntricos, los antisociales, los inquietos y los simplemente curiosos, viajaban por docenas, centenares, millares, decenas de millares. En menos de un siglo, el 50% de la raza humana abandonó la vieja y autocrática Tierra y se expandió por todo el campo estelar, estableciéndose donde pudiera dar rienda suelta a sus ideas y establecer sus prejuicios. (…) Estaba descrito en la historia como La Gran Explosión.

Cuatrocientos años más tarde, en algún momento del siglo XXVI, el gobierno de la Tierra envía una flota de naves militares y diplomáticas, cada una intentando hacer un llamamiento algunos de los muchos planetas colonizados por humanos durante la Gran Explosión y tratando de unificarlos en un imperio. Seguimos a una de estas naves mientras leemos la novela de Russell y conocemos a los ingenieros, los soldados, la tripulación y lo burócratas a bordo.

Como Las armerías de Isher, de A.E. van Vogt, La gran explosión se basa en parte en relatos cortos publicados originalmente en revistas pulp estadounidenses de ciencia ficción durante la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente después. Las armerías de Isher deriva de tres historias cortas que había publicado van Vogt en Astounding Science Fiction y Thrilling Wonder Stories durante la década de 1940. La gran explosión se basa principalmente en un relato más largo titulado “And Then There Were None”, que publicó Russell en Astounding Science Fiction en 1951. La edición original en cartoné de La gran explosión tiene 177 páginas. 78 de ellas, poco menos de la mitad de toda la novela, son un versión ligeramente retrocada de “And Then There Were None”, que detallan las experiencias de los que estaban a bordo de la gran nave militar y diplomática que hemos venido siguiendo, cuando visitan el cuarto de los cuatro planetas que tienen ordenado visitar.

Los terráqueos que colonizaron este planeta se hacía llamar gands. Afirmaban derivar su filosofía política de la obra de un terráqueo de hacía 600 años llamado Gandhi. Y su sociedad es lo que solo puede describirse como un paraíso anarcocapitalista, aunque ciertas de sus creencias en el ámbito de la economía política eran un poco diferentes de las que prevalecen entre los anarcocapitalistas contemporáneos.

Por ejemplo, no reconocían la propiedad de terrenos sin usar. La única forma de poseer un terreno era ocuparlo y usarlo.[1]  Y no tenían dinero, al menos en el sentido habitual del término. Por el contrario, tenían un sofisticado sistema de trueque que parecía satisfacer sus necesidades económicas bastante admirablemente, aunque hay que reconocer que su sociedad no estaba densamente poblada. No tenía grandes ciudades, solo pueblos pequeños y áreas rurales. Tal vez Russell creyera que el tipo de sociedad que describía en “And Then There Were None” solo funcionaría bajo esas circunstancias.

Russell nació hace 106 años, el 6 de enero de 1905, en Sandhurst, un pequeño pueblo a unos 50 kilómetros al suroeste de Londres, casa de la Real Academia Militar, donde enseñaba su padre. El joven Russell siguió la carrera militar (en la real Fuerza Aérea) durante dos décadas, antes de trabajar unos años como ingeniero y luego finalmente, a finales de la década de 1940, dedicando todo su tiempo a escribir.

Había empezado a escribir en la década de 1930, llegando a las revistas pulp estadounidenses de ciencia ficción casi al mismo tiempo que A. E. van Vogt. Escribió a tiempo parcial durante unos 15 años, luego prolíficamente durante otros 15 años aproximadamente después de dedicar todo su tiempo a sus trabajos literarios. Escribió muy poco después de 1965. Murió este mismo mes hace 33 años, el 28 de febrero de 1978, a los 73 años. Desde entonces, mi impresión es que su reputación entre los lectores ha ido declinando precipitadamente. Y los libertarios estarían entre los beneficiados si esta situación pudiera cambiar.

Las novelas, especialmente, las novelas de ciencia ficción, han sido un importante medio de divulgar el mensaje en lo que respecta al libertarismo. Continuarán siendo un medio importante de divulgar nuestras ideas.

Y es difícil concebir una novela de ciencia ficción más profundamente libertaria que La gran explosión. No solo nos presenta un paraíso anarcocapitalista creíble, sino que está llena de un venenoso desdén por todo el estado, especialmente los militares (con el mayor grado entre los más odiosos) y los burócratas. Imaginad una Trampa-22 en el espacio. Es así de divertida. Es así de buena. Aún así esta deliciosa pequeña obra maestra está actualmente descatalogada y cada vez es más difícil de encontrar. Salvo que te gusten las obras de bolsillo de 20 años, de público masivo y desintegrables o recoger copias de bibliotecas llenas de sellos y adhesivos y cinta adhesiva y bolsas de cartas y fundas llenas de polvo pegadas a las contraportadas.

Las armerías de Isher, de A.E. van Vogt, también está descatalogada, pero es menos importante. La novela de van Vogt es de un interés evidente para los libertarios y para cualquiera interesado en cómo podrían abrirse paso las ideas libertarias en nuestra tradición cultural. Pero mantiene su estatus como obra clásica de la ciencia ficción a pesar del hecho de que, considerada como obra de arte, es bastante rudimentaria. Van Vogt era como mucho un escritor discreto y no siempre daba lo mejor de sí mismo. Su idea de una historia es casi siempre más interesante que el relato real que acaba desarrollando a partir de esta idea.

Eric Frank Russell era un escritor mucho mejor que van Vogt y La gran explosión merece mucho más tanto la inmortalidad intelectual como la literaria, aunque sea modesta, que Las armerías de Isher. Hagamos lo que nos toca (¿vale?) para asegurarnos de que la mejor y más admirable novela de Russell tenga lo que merece.

 

 

Jeff Riggenbach es periodista, autor, editor, locutor y educador. Miembro de la Organización de Historiadores Americanos, ha escrito para periódicos como The New York Times, USA Today, Los Angeles Times y San Francisco Chronicle; para revistas como Reason, Inquiry y Liberty y sitios web como LewRockwell.com, AntiWar.com y RationalReview.com. Aprovechando sus cualidades vocales empleadas en radio clásica y de noticias de Los Ángeles, San Francisco y Houston, Riggenbach también ha narrado las versiones en audiolibros de numerosas obras libertarias, muchas disponibles en Mises Media.

Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition.



[1] Nota del editor: Los que estén familiarizados con los detalles de la teoría anarquista del libre mercado reconocerán esto como la postura, no de los anarcocapitalistas del siglo XX, sino de sus predecesores del siglo XIX: el anarquismo individualista de Benjamin Tucker y Lysander Spooner.

Published Thu, Dec 8 2011 1:31 PM by euribe