Por Wendy McElroy. (Publicado el 31 de agosto de
2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/578.
[Discurso pronunciado en el Instituto Ludwig von Mises el
20 de noviembre de 2000]
Quiero
echar una mirada muy básica a una de las tradiciones que subyacen al
libertarismo moderno, que es el anarquismo individualista del siglo XIX en
Estados Unidos.
Sin
embargo, antes de hacerlo quiero definir qué quiero decir con libertarismo
moderno. Es el cuerpo de pensamiento político que apareció y continúa
desarrollándose mediante la síntesis de la mejor teoría de nuestras escuelas de
pensamiento. La síntesis se alcanzó cuando Murray Rothbard tomó en antiestatismo
radical de los anarquistas individualistas y lo casó con la economía austriaca,
la política exterior de la Vieja Derecha (aislacionismo) y la tradición del
derecho natural.
De todos
estos hilos que se mezclaron, el menos apreciado o entendido es el anarquismo
individualista. Y creo que una razón para este “descuido” es que, a primera
vista, el anarquismo individualista no parece compartir una característica
clave común a los demás: es decir, no parece argumentar a favor del libre
mercado.
Si hay
alguna validez en una distinción que oímos a veces entre las libertades civiles
y las económicas (y no creo que haya ninguna validez), entonces el anarquismo
individualista parece caer en la categoría de las libertades civiles, que a
veces se convierten en una consecuencia asociada al análisis del libre mercado.
El anarquismo individualista no parece ajustarse bien a los demás bloque de
construcción de libertarismo por la sencilla razón de que sus defensores (como
la mayoría de los radicales del siglo XIX) aceptaron la teoría del valor
trabajo y rechazaron el capitalismo.
Con esto,
no quiero decir que estuvieran en contra del capitalismo de estado (la alianza
entre gobierno y negocios). Rechazaban el capitalismo real, la obtención de
beneficio a través del capital en prácticas como cobrar intereses en los
préstamos. Y aún así, una de las cosas que quiero dejar clara hoy es que el
anarquismo individualista esta profundamente a favor del libre mercado y que su
anticapitalismo no es la barrera ideológica que normalmente se considera que
es.
Sin
embargo, antes de ocuparme de este punto, quiero extenderme en solo una razón
por la que creo que es muy importante que el libertarismo moderno no tropiece
con el anticapitalismo de figuras como Lysander Spooner y Benjamin Tucker y así
pierdan el valor de lo que tienen para ofrecer.
Mi visión
de la historia (la aproximación analítica que utilizo para dar sentido a los
acontecimientos) es ideológica. Murray Rothbard veía la historia como una lucha
continua entre la libertad y el poder, entre lo que Rand habría llamado “el
individuo” y “el colectivo”. Hoy en día es popular decir que la gente no está
motivada por ideologías, sino por preocupaciones utilitarias. (Por ejemplo, no
vota basándose en lo bueno o malo, sino en su propio interés).
Siempre
me ha dejado perpleja este argumento porque simplemente mirando al mundo que
nos rodea parecería refutarse. Dos de las fuerzas más poderosas que han
moldeado la realidad y la historia de todos en esta sala son profundamente
ideológicas: el cristianismo y el marxismo. Solo con estos dos ejemplos, parece
imposible negar el poder de la ideología como fuerza en la historia humana.
Pero al
considerar la historia como una lucha entre ideologías, para mí ha quedado
clara una cosa lamentable: La izquierda es mejor al reclamar el pasado que los
libertarios. Mucho mejor. Si miramos los libros de texto habituales o hacemos
un recuento numérico bruto de los tratamientos históricos o biografías,
llegaremos a la indiscutible conclusión de que el socialismo era la fuerza radical que hablaba por los
trabajadores frente a la alianza de negocios y gobierno en los Estados Unidos
del siglo XIX. Y el socialismo ha cosechado grandes beneficios de esta imagen:
“prestigio radical” y credibilidad son solo dos de ellos.
El
problema es que la imagen es falsa. Los libertarios del siglo XIX pueden
reclamar tanto ser los defensores del pueblo trabajador (a veces con más razón)
que los socialistas. Consideremos solo una figura: Moses Harman, uno de mis
favoritos en la historia libertaria. Es de conocimiento común que la socialista
Margaret Sanger fue la heroína
responsable de conseguir el control de la natalidad para las mujeres de Estados
Unidos. (Y el control de natalidad en el siglo XIX se consideraba como un
asunto de “clase trabajadora” por muchas razones). Aún así, la propia Sanger
reconocía que su trabajo no habría sido posible sin las décadas de trabajo
sobre el terreno de Moses Harman. La anarquista socialista Emma Goldman (citada
a menudo como precursora de Sanger en el control de la natalidad) también
homenajeaba a Harman.
Además,
su reputación no se limitaba a Estados Unidos. En 1907, cuando preguntaron al
dramturgo George Bernard Shaw por que no había visitado nunca Estados Unidos,
se le citaba en el periódico London
Opinion diciendo: “La razón por la que no voy a Estados Unidos es que tengo
miedo de ser arrestado (…) y encarcelado como Mr. Moses Harman”. Shaw
continuaba explicando que la dura sentencia de prisión impuesta un hombre de la
“edad avanzada” de Harman equivalía a una sentencia de muerte: una sentencia de
muerte impuesta por expresar las mismas opiniones que había aireado Shaw en su
obra Hombre y superhombre.
El
encarcelamiento al que se refería Shaw era parte de una persecución pública a
Harman bajo las leyes de
obscenidad de Comstock. Las persecución duró décadas produciéndose el
último encarcelamiento cuando Harman tenía 75 años. (Se le condenó a trabajos
forzados, picando piedras en Joliet). Entre los delitos por los que se le
encarceló (una y otra vez) estaba defender la libertad reproductiva de la mujer
sobre bases explícitamente libertarias: es decir, que las mujeres (y los
hombres) poseían un derecho moral y natural a controlar sus propias personas y
propiedades. En resumen, era un libertario explícito.
Si
comparamos el tratamientote Sanger como figura histórica con el de Harman,
entenderemos por qué crea que los socialistas son mucho mejores en minar la
riqueza de la historia en su provecho. Hay docenas de libros sobre Sanger, su
propia obra sigue editándose, la Universidad de Nueva York tiene lo que se ha
dado en llamar el Proyecto de las
Obras de Margaret Sanger, está en salones de la fama, tiene edificios
dedicados, fue nombrada por Time como
una de las 100 personas del siglo.
Entretanto
no hay más que una sola biografía de Moses Harman. Por consiguiente, es la
izquierda (y no los libertarios) la que ha adquirido el incalculable caché de
ser la ideología que defiende la libertad del hombre común, entonces y ahora.
Creo que la verdad es la contraria. Creo que uno de los aspectos más tristes
del libertarismo moderno es que se ha rendido o ha ignorado su propia historia
y así entregado su justa reclamación de ser la verdadera ideología de la clase
trabajadora, una reclamación que se dirigía en buena parte a disipar un
acusación lanzada comúnmente contra el libertarismo: que solo representa los
intereses de los negocios. No hay forma de ver el anarquismo individualista del
siglo XIX y sostener esa acusación.
¿Cuál es
la tradición del siglo XIX conocida como anarquismo individualista? El
principio fundamental en el que se basaba era lo que el abolicionista (radical
defensor de la oposición a la esclavitud) William Lloyd Garrison llamaba la
autopropiedad. (Esto era alrededor de 1830). La autopropiedad se refiere a la
jurisdicción moral que todo ser humano, sencillamente por ser humano, tiene
sobre su propio cuerpo.
Garrison
argumentaba que todas las características humanas secundarias (como la raza)
eran irrelevantes para los derechos y deberes que corresponden a todo ser
humano como consecuencia de la característica principal de la humanidad
compartida. Empiezo con Garrison porque cuando mencionamos al libertarismo
alrededor de la década de 1830, es la figura de la que ha oído hablar más gente
y a quien se remonta habitualmente el anarquismo individualista. Pero creo que
un origen más apropiado de la tradición es Josiah Warren, a quien el historiador
James J. Martin considera la primera persona en adoptar el calificativo de
anarquista.
Josiah
Warren empezó su carrera radical como seguidor del socialista y comunitario Robert Owen. Warren fue uno
de los participantes originales en la famosa comunidad New Harmony que empezó
en 1826 y vio de primera mano lo que estaba mal en el principio organizativo de
las comunidades socialistas. Después de décadas y décadas de discusiones de los
planificadores utópicos (tanto en Inglaterra como en Estados Unidos), la New
Harmony puso a prueba sus teorías. Warren vio lo rápidamente que una prueba
práctica hacía que sus planes de deterioraran hasta el disparate. Llevó menos
de un año y medio que se disolviera New Harmony. Warren echó la culpa del
fracaso de la comunidad a su negación de sus derechos de propiedad personal, a
su demanda de propiedad comunal que sofocaba cualquier iniciativa individual.
Pero los
problemas que percibía con la propiedad comunal iban mucho más allá de la
motivación económica. Warren escribía en su publicación Periodical Letter:
parecía que
la diferencia de opinión, gustos y propósitos incrementaba en proporción a la
demanda de conformidad. (…) Parecía que estaba en la ley propia de la
diversidad de la naturaleza que nos había conquistado (…) nuestros ‘intereses
unidos’ estaban directamente en guerra con las individualidades de las personas
y las circunstancias y el instinto de autopreservación.
El
fundamento esencial de una sociedad anarco-individualista emergió de la
desilusión de Josiah Warren con el colectivismo, de su convicción de que la
armonía social requería un individualismo radical. Ante todo, se basaba en un
concepto contenido en la expresión “soberanía del individuo”. Con esto, Warren
quería decir casi lo mismo que Garrison con el término autopropiedad. En su
obra Practical Details,
Warren explicaba su significado:
La sociedad
debe por tanto convertirse para preservar inviolada la soberanía de cada individuo. Debe evitar todas las
combinaciones y conexiones de
personas e intereses y todas las demás
disposiciones que no dejen a cada individuo en todo momento en libertad de
disponer de su persona y tiempo y propiedad de una manera en que dicten sus
sentimientos o juicios, sin afectar a las
personas e intereses de otros.
Pero
Warren contribuyó más que en una mera reescritura de la declaración de autopropiedad.
Por ejemplo (y es solo un ejemplo), Warren bosquejó una visión fundamental de
la sociedad que podría calificarse como “individualismo metodológico”, un
término normalmente asociado a Ludwig von Mises. En La
acción humana, Mises describía lo que quería decir con este término:
Primero
debemos darnos cuenta de que todas las acciones las realizan individuos. (…) Si
analizamos el significado de diversas acciones realizadas por individuos
debemos aprender necesariamente acerca de las acciones del todo colectivo. Pues
un colectivo social no tiene existencia y realidad fuera de las acciones de los
miembros individuales.
La
aproximación de Warren a la sociedad perduró durante décadas, de forma que
encontramos a sus protegidos, como Benjamin Tucker, rechazando en Liberty,
en 1888, la teoría de la propiedad comunitaria de la tierra de Henry George con
palabras que recuerdan a Mises:
Los
anarquistas niegan que haya una entidad conocida como la comunidad que sea el
verdadero propietario de la tierra. (…) Mantengo que ‘la comunidad’ es una
no-entidad, que no existe y es simplemente una combinación de individuos sin
prerrogativas más allá de las de los propios individuos.
Además de
desarrollar una versión de individualismo metodológico, Warren infundió al
anarquismo individualista una pasión por lo práctico. Si hubo una pasión que
gobernara la vida política de Warren, fue poner a prueba las teorías sociales
trasladándolas a la realidad. Recordemos que había visto planes desarrollados
que eran maravillosos sobre el papel y que se convertían en pesadillas cuando
se trasladaban a la realidad. Warren necesitaba saber si funcionaban sus
teorías. Esta pasión por lo práctico fue adoptada por la siguiente generación.
Recurriendo de nuevo a Tucker, éste comentó una vez:
Las
comunidades reformistas (…) se reclutarán de la sal de la tierra y así sus
éxitos no se considerarán como concluyentes, porque se dirá que sus principios
solo son aplicables entre hombres y mujeres prácticamente perfectos. (…) No me
interesan. (…) No me importa ninguna reforma que no pueda aplicarse aquí en
Boston entre la gente normal que encuentro por las calles.
Debo
recordaros (o tal vez deciros por primera vez) que esta cita llegaba en el
mismo momento que la muy exitosa novela utópica Mirando
atrás, de Edward Bellamy. La novela recogía la visión popular con la
que veían los radicales el futuro: Si su ideología pudiese prevalecer, llegaría
el milenio. La propia naturaleza del hombre se transformaría por los factores
sociales, los corderos dormirían con los leones. Era un tema constante en el
radicalismo de finales del siglo XIX. Socialistas, mujeres sufragistas, celotes
de la templanza, pietistas; todos afirmaban que un nuevo mundo brillante y
feliz alteraría milagrosamente la faz de la tierra. Esto prevalecía
particularmente en el socialismo del siglo XIX, que formó la semilla del nuevo hombre
soviético defendido por los bolcheviques cuando arrasaron la Rusia del
siglo XX.
Entretanto,
tenemos esta notable declaración proveniente de un anarquismo individualista:
Primero, que los individuos no deberían ajustarse a la sociedad porque, para
empezar, la sociedad no existe, solo existen los individuos. Segundo, porque al
investigar cómo podrían los individuos trabajar pacíficamente en combinación,
todas las teorías deben resistir la prueba de la realidad. Y tercero, que el
objetivo no es una utopía, sino la justicia práctica.
Consideremos
las palabras de Victor
Yarros, quien, durante un tiempo, codirigió Liberty. Escribió:
Los
anarquistas (…) no trabajan por un estado social perfecto, sino por un sistema
político perfecto. Un estado social perfecto está (…) totalmente libre de
pecados o crímenes o disparates; un sistema político perfecto es sencillamente
un sistema en el que se consigue justicia, en el que no se castiga nada más que
el delito y nadie se ve coaccionado salvo el invasor.
La clave
para alcanzar este sistema político perfecto reside en establecer instituciones
que promuevan la justicia. Lo que me lleva al asunto del “análisis
institucional”, el análisis de cómo funcionan las instituciones (como el estado,
la familia, los mercados libres). ¿Cuáles son sus propósitos, sus reglas, su
impacto real?
Y aquí
tenemos las siguiente contribución del anarquismo individualista, un análisis
institucional increíblemente complejo y extenso que intentaba responder a dos preguntas:
primera, ¿qué instituciones impiden la justicia y cómo?, y segunda ¿qué
instituciones promueven la justicia y cómo? No sorprenderá a nadie que su
respuesta a la primera pregunta fuera “el estado”. El estado es la institución
que bloquea la justicia. Y lo hace básicamente a través de la amenaza y uso de
la fuerza o persuadiendo a la gente de sus legitimidad, persuadiéndole de que
hay un derecho a interferir en sus vidas.
No voy a
dedicar tiempo al análisis anarco-individualista del estado como institución,
porque (en la medida en que los que estamos aquí estamos familiarizados con la
tradición) estamos familiarizados con esto. Si la gente ha leído un libro sobre
ete tema, probablemente sea Sin
traición, de Spooner.
Por el
contrario, voy a centrarme en la segunda pregunta: “¿qué instituciones
promueven la justicia y cómo?” A esta pregunta, los anarquistas individualistas
daban una respuesta chocante. Afirmaban que la institución necesaria para
garantizar la justicia ya estaba presente en la institución del libre mercado.
Los radicales de cualquier bando están diciendo que hacía falta algo nuevo bajo
el sol: el tipo de institución o acuerdo social que nadie había visto antes.
Por ejemplo, la humanidad necesitaría la visión anarcosindicalista de las
relaciones industriales. Necesitábamos un nuevo mundo feliz.
En este
entorno, los anarquistas individualistas afirmaban por el contrario: “No, no
necesitáis algo completamente nuevo. Lo que necesitáis es libraros del estado y
permitir que funcione el libre mercado (que ya existe)”. Y el mecanismo a
través del cual funcionaría era “el contrato”. De hecho, creían tan fuertemente
en el poder del contrato que llamaban a su sociedad ideal “sociedad por
contrato”. E inmediatamente empezaron a planear con muchos detalles concretos
cómo funcionaría la sociedad de libre contrato.
El libre
mercado no solo podría satisfacer solo los objetivos económicos, sino también
los sociales, como la justicia. Por ejemplo, ofrecieron la mejor explicación
que yo haya visto nunca de cómo podría arbitrar conflictos un sistema judicial
privado. Y la explicación incorporaba una buena parte de análisis económico y
de eficiencia en lugar de apelar meramente al derecho común o a la moralidad.
Por ejemplo, en el subtema del “juicio por jurado”, la explicación empezaba con
el derecho de un hombre a su propia defensa y procedía directamente con un
análisis de eficiencia y costes de métodos relativos de adjudicación.
Tampoco
los anarquistas se limitaban a la explicación, a la teoría. Querían poner a
prueba sus teorías en el mundo de la práctica. Por ejemplo, establecieron
cooperativas privadas de seguro de desempleo, que eran agencias en las que
todos los miembros pondrían un porcentaje “x” de sus ganancias semanales y de
las cuales los miembros que se quedaran sin trabajo podrían tomar “y” dólares
hasta que volvieran a trabajar. Así, habiendo bosquejado las contribuciones
políticas del anarquismo individualista (especialmente en su ubicación de la
justicia social en el mercado libre y en el uso del contrato), quiero continuar
con la razón por la que sus contribuciones han sido tan ignoradas, que es
porque defendieron la teoría del valor trabajo.
He
mencionado antes que el principal tema que subyace en el anarquismo
individualista es la soberanía del individuo, por usar la expresión de Josiah
Warren. Warren usaba otra expresión para describir el segundo tema o principio
del anarquismo individualista, que pensaba que derivaba directamente de la
soberanía del individuo: era que “el coste es el límite del precio”. Y aquí es
donde la teoría del valor trabajo empieza a desempeñar un papel importante en
el anarquismo individualista.
Para que
entendamos la aproximación concreta a la teoría del valor trabajo adoptada por
Warren, quiero describir un experimento que realizó para poner a prueba su
solución a lo que se llamó “el monopolio del dinero”. Es decir, la monopolio
del estado de la emisión de moneda. Trataba de probar su solución a una banca
controlada por el estado, es decir, moneda privada, el derecho de cada
individuo a emitir su propio dinero a quienquiera que esté dispuesto a tomarlo.
Creía que la emisión de moneda privada destruiría la injusticia percibida del
“interés”.
Para
poner a prueba esta teoría, Warren abrió una tienda llamada Time Store, desde
donde emitió “dólares de trabajo”. En 1827, abrió la tienda con un equivalente
a 300$ en alimentos y frutos secos que se ofrecían con un margen de ganancia
respecto de su coste del 7% para cubrir los “gastos contingentes”. Donde
obtenía sus beneficios es vendiendo su trabajo a clientes obligándoles a pagar
el tiempo que le llevaba realizar la transferencia de bienes (ese tiempo
consistía en la compra inicial del bien y luego su venta). Recordemos que esto
fue antes de que los alimentos estuvieran previamente envasados y pesados y en
un tiempo en que era habitual regatear con el vendedor en lugar de
sencillamente pagar un precio fijado.
De hecho,
una de las innovaciones de Warren fue poner los precios de los bienes. El
consumidor pagaría entonces el precio de los bienes con dinero tradicional y
luego compensaría a Warren por su tiempo con un billete de trabajo que prometía
devolverle una cantidad equivalente de tiempo en la ocupación del comprador. Si
el comprador era un fontanero, por ejemplo, el billete de trabajo le obligaría
a prestarle sus servicios a Warren por “x” unidades de tiempo en fontanería.
El
objetivo de Warren era separar el precio de los bienes de la compensación que
recibía: en otras palabras, establecer una economía en la que su beneficio se
basara en el intercambio de tiempo y trabajo. Y en cierta medida tuvo éxito.
Apareció y se extendió una próspera comunidad de trueque fuera de la comunidad
radical, con gente normal viniendo desde cien millas de distancia para
conseguir los bajos precios de Warren. Sin embargo, al tener éxito, cerró la
tienda, porque todo su propósito había sido poner a prueba la teoría.
Warren
estaba lejos de encontrarse solo (incluso en esa fecha temprana) en reclamar la
necesidad de un moneda privada. En 1843 (aproximadamente en el mismo periodo de
tiempo) Lysander Spooner escribió un tratado titulado Constitutional
Law Relative to Credit, Currency and Banking. Decía: “Emitir billetes
de crédito, es decir pagarés, es un derecho natural. (…) El derecho a la banca
(…) es un derecho tan natural como el de fabricar hilo”.
Es una
verdad innegable que los anarquistas tradicionalistas aceptaban la teoría del
valor trabajo. Esto significaba que rechazaban el beneficio del capital en tres
formas en concreto: intereses del dinero, renta y beneficio en el intercambio,
a todo lo cual llamaban “usura”. Si su objetivo político principal puede
calificarse como “la abolición del estado”, no es exagerado decir que su
principal objetivo económico era la “abolición del monopolio del dinero”. Y con
este término (“monopolio del dinero”) se referían a tres formas distintas pero
interrelacionadas de monopolio: banca, intereses y emisión de moneda.
Quiero
centrarme enteramente (como ya he hecho) en la emisión de moneda, que creo que
ofrece una buena visión de cómo el anarquista individualista se aproximaba a
todos los temas de la “usura”. Algunos anarquistas individualistas, como
Benjamin Tucker, consideraban el derecho a emitir moneda privada tan importante
que creían que con esto solo podrían conseguir la destrucción del estado. El
monopolio del dinero se consideraba como el medio por el que los bancos se
sostenían y robaban oportunidades económicas al ciudadano medio. Mediante el
acto de la incorporación, los banqueros se convertían en inmunes a las
obligaciones personales: adquirían la ventaja legal de ser capaces de contratar
evitando la responsabilidad por hacerlo. No era solo una estafa en el dinero la
que hacían públicamente los banqueros, también negaban crédito a la gente
trabajadora estableciendo tipos de interés prohibitivos o criterios para
adquirir crédito.
El
sistema bancario alternativo que defendía Tucker era lo que William B. Greene
llamaba “dinero mutuo”, al que Spooner se refería (en su tratado A
New System of Paper Currency) como “el dólar invertido” y al que el
anarquista socialista francés Pierre Proudhon llamaba “el banco del pueblo”.
Con estos términos, todos se referían a una moneda que la gente ordinaria podía
emitir y que estaría garantizada por sus propiedades. La llamaré a partir de
aquí “dinero mutuo”. Spooner lo describía así: “La moneda aquí propuesta no
está en la naturaleza de una moneda crediticia (…) constituye simplemente un
certificado bona fide de existencias,
que los propietarios tienen el mismo derecho a vender del que tiene para
cualquier otro título”.
Dicho de
otra manera: Cuando Spooner hablaba de un “dólar invertido” o “dinero mutuo”,
en lugar de a un “dólar en metálico”, se refería a dinero que estaba respaldado
por “propiedad de una naturaleza fija y permanente”, como una casa, en lugar de
a moneda que estuviera respaldada por oro o plata. Quería decir un dinero que
estaba basado en una forma de deuda que funcionaba como una hipoteca.
Y este
dinero mutuo era primordial para dar poder al trabajador. En Poverty:
Its Illegal Causes and Legal Cure, Spooner argumentaba que el hombre
merecía los frutos completos de su trabajo y la forma más probable de que
ocurriera esto era que cada hombre fuera su propio jefe. Pero para convertirse
en su propio jefe, la mayoría de la gente necesitaba acceso al crédito sobre su
propio capital, sobre cualquier cosa que pudiera hipotecar: necesitaba el
crédito que los bancos habitualmente le denegaban mediante su monopolio.
En ese
punto, al pregunta clave pasa a ser: ¿qué pasa si el emisor de moneda privada
decide cobrar intereses por su uso? ¿Se prohibiría por la fuerza esa práctica?
La respuesta a esta pregunta era lo que separaba a los defensores de la teoría
del valor trabajo que eran socialistas de los que eran libertarios. Los
ciclistas habrían prohibido estas prácticas. Los anarquistas individualistas
respondían: “Si un prestamista puede encontrar a alguien suficientemente tonto
como para firmar un contrato así, entonces debe dejarse a las partes
contratantes a su tontería”. El derecho a contratar (la “sociedad por
contrato”) era la ley superior. Los únicos remedios que habrían puesto en
marcha los anarquistas individualistas contra los que cobraran o pagaran
intereses serían la educación y el establecimiento de bancos y monedas
paralelos que ofrecerían lo que consideraban que era una mejor oferta. Los
anarquistas individualistas daban primacía al libre mercado y el derecho a
contratar (esto es lo que les hacía libertarios en lugar de socialistas).
Uno de
los acontecimientos más trágicos en la historia libertaria fue la destrucción
por fuego de las oficinas de Tucker, que llevaron al abandono de Liberty en 1908. Una dimensión
importante de la tragedia fue el debate sobre economía que estaba empezando a
reabrirse en las páginas de Liberty
entre los anarquistas estadounidenses y un grupo llamado los individualistas
británicos.
Los individualistas
británicos eran el equivalente inglés al círculo de Tucker en Estados Unidos y
eran (en general) peores en teoría política, pero mejores en economía. De entre
las mejores voces en economía (en mi opinión) estaba J. Greevz Fisher. En un
debate que se inició en 1891, apuntaba que ya existía en cierto modo un sistema
de banca mutua en el sentido de que la gente era libre de emitir letras sobre
productos como el algodón o el trigo, y aún así, el Banco de Inglaterra (el
país desde el que argumentaba) aún no se había derrumbado. Además, decía:
Los planes
para producir la abolición del interés, especialmente cuando los autores lo
promulgan como una consecuencia necesaria del libre comercio en la banca, son
perniciosos. (…) Lo que se califica como libre comercio en banca significa en
realidad solo una libertad ilimitada de crear deuda. Es la errónea calificación
de la deuda como dinero lo que trae la mayoría de las mentiras de los
maniáticos de la moneda.
En un
segundo debate que se produjo en 1893, Fisher resumía claramente el problema de
la postura anarquista individualista:
Mr. Bilgram
[la persona con la que estaba discutiendo] no parece darse cuenta del argumento
de que el tipo de interés en los préstamos [seguiría existiendo] bajo un
sistema de trueque (…) El interés es el alquiler de los productos que se
separan de su propietario y se confían a otra persona. El tiempo de separación
es una privación para una parte (…) y un beneficio para la otra.
Si
hubiera continuado la discusión, probablemente los anarquistas estadounidenses
se habrían acercado a la opinión austriaca sobre los intereses y el capital,
igual que los individualistas británicos se habrían acercado al anarquismo. Con
una síntesis como esa, el libertarismo moderno podría haber aparecido décadas
antes de hacerlo. En conclusión, tan y como yo lo veo, cualquiera que hayan
sido las diferencias económicas entre la tradición del siglo XIX y la actual
son diferencia sin consecuencias prácticas.
Repito,
con referencia al monopolio del dinero, dejando a Murray Rothbard explicar lo
que quiero decir:
Supongamos,
por ejemplo, que decido imprimir billetes calificados como “dos Rothbards”,
“diez Rothbards”, etc. y luego trato de usarlos como dinero. En la sociedad
libertaria, tendría perfecto derecho y libertad para hacerlo. Pero la pregunta
es: ¿quién aceptaría estos billetes como “dinero”? El dinero depende de la
aceptación general y la aceptación general de un medio de intercambio solo
puede basarse en productos, como el oro y la plata.
Rothard
resumía lo que creía que sería el impacto del dinero mutuo: “la sociedad
anarquista (…) llevaría a una moneda mucho más ‘fuerte’ de la que tenemos
ahora. Sin el estado para crear las condiciones y coacciones para una inflación
continua, los intentos de inflación y expansión del crédito no podrían tener
éxito en el mercado libre”.
Mientras
la postura por defecto del anarquismo individualista fuera la primacía de los
contratos (y siempre lo fue) el libre mercado habría tenido establecido
inexorablemente el interés y la moneda fuerte. Y eso es lo que quiero decir
cuando digo que las teorías eran una diferencia sin ningún significado
práctico.
Resumiendo:
Primero, los anarquistas individualistas habrían permitido que se produjeran
prácticas como los intereses entre partes que los acordaran. Segundo, sin
restricciones impuestas, dichas prácticas se habrían producido; de hecho,
habrían florecido. Tercero, y es más especulación, la inclinación práctica de
los anarquistas individualistas que les hacía poner a prueba sus teorías
sociales les hubiera acabado llevando a cuestionar y tal vez rechazar “la
teoría del valor trabajo” cuando se enfrentaran a las realidades que la niegan,
o cuando se hubieran enfrentado unas pocas veces más con los indignados
individualistas británicos que les superaban en economía. Pero este último
punto es una mera especulación.
Así que
¿cuál es mi última palabra sobre la importancia del anarquismo individualista?
Por citar de nuevo a Murray:
a mediados
del siglo XIX, la doctrina individualista libertaria había llegado al punto en
que sus pensadores más avanzados en sus distintas maneras habían empezado a
darse cuenta de que el Estado era incompatible con la libertad o la moralidad.
Pero solo llegaron a afirmar el derecho del individuo solitario a salirse de la
red del Estado. (…) Spooner y Tucker avanzaron en el individualismo libertario
a partir de una protesta contra los males existentes apuntando a la vía hacia
una sociedad ideal hacia el que podemos dirigirnos.
El
anarquismo individualista estadounidense fue más allá de una ideología personal
o que sencillamente protestara contra el estado: ofreció un proyecto de
libertad social.
Wendy McElroy es autora de varios libros. Mantiene activos dos sitios
web: WendyMcElroy.com e ifeminists.com.