La distracción de la competitividad

Por T. Norman Van Cott. (Publicado el 27 de diciembre de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5835.

 

¿Augura el actual fracaso de la educación primaria y secundaria de EEUU algo malo para la competitividad internacional de EEUU? ¿Y la regulación pública enloquecida junto con una serie de otros males? Los comentaristas de negocios y economía responden uniformemente que sí sin ni siquiera concretar el significado de la competitividad. Aparentemente ven la competitividad y los males nacionales como una y la misma cosa. La evidencia de los males es prima facie una evidencia acerca de la competitividad, al menos para los comentaristas.

Es verdad que cosas como el fracaso educativo socavan el potencial productivo general de EEUU. Sin embargo, el potencial productivo general no determina la competitividad, al menos como los economistas han definido el término durante cerca de 200 años remontándonos a David Ricardo en1891. Para los economistas, la competitividad se refiere al reparto de las capacidades de producción a lo largo de los bienes y servicios, no a las capacidades generales, El reparto de capacidades determina las oportunidades alternativas de ganancia de los productores: sus costes de oportunidad, el árbitro final de la competitividad. En lo que se refiere a la competitividad, los niveles de vida son una distracción.

Tomemos el ejemplo de un deportista profesional como Albert Pujols, durante mucho tiempo primera base bateador de los St. Louis Cardinals, que jugará el próximo año con Los Ángeles Angels. Las habilidades que hacen de él un tremendo jugador de béisbol (fortaleza corporal superior e inferior, coordinación de ojos y manos y velocidad) indudablemente le harían un gran cortador de césped. De hecho, no sería exagerado decir que Mr. Pujols probablemente cortaría más césped por día que nadie en St. Louis, Los Ángeles o cualquier otro sitio.

¿Se traduce la destreza de Mr. Pujols en competitividad en los círculos de los cortadores de césped? No. Al contrario. Probablemente esté entre los cortadores de césped de mayor coste dondequiera que viva. Pues su coste por cortar el césped depende de lo que pueda ganar si no corta césped, en este caso, jugando al béisbol. Según se informa, ganará alrededor de 155.000$ por partido el año que viene. Suponiendo que pudiera cortar, digamos, 40 céspedes por día, eso se traduce en un coste de oportunidad de cerca de 4.000$ por césped. ¿Es entonces el más rápido cortador de césped del país una seria competencia para otros cortadores de césped? No.

¿Puede cambiar la competitividad de Mr. Pujols en el cortado de césped? Seguro, pero hace falta un cambio en sus ganancias en béisbol en relación con sus capacidades de cortador de césped. Mirar a una sola actividad no nos dice nada. Igualmente, suponer que ambas habilidades bajen (o aumenten) tampoco nos dice nada sin saber cómo cambian éstas una en relación con la otra.

Es este último error extendido a un país entero lo que atrapa a los comentaristas. Salvo que se produzcan cambios en las capacidades generales de producción de un país, su competitividad (es decir, su coste de oportunidad) no cambia.

¿Estoy exagerando la postura de los comentaristas? No. Consideremos “Informe de Competitividad Global”, del World Economic Forum (WEF) emitido anualmente durante más de 30 años, normalmente con mucha repercusión en los medios. Su informe reciente (¡más de 500 páginas!) afirma listar la competitividad de 142 países, definiendo la competitividad como “la serie de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. En lenguaje económico, la productividad es sencillamente otra palabra para el potencial productivo general o los patrones de vida. La WEF no muestra ninguna traza de pensar en el coste de oportunidad cuando explica la competitividad.

Hay quien podría pensar que el hecho de que la gente en los países más ricos venda muchas cosas a gente en otros países apoye la idea de que la competitividad internacional se remonte a diferenciales en el nivel de vida. No es cierto. Después de todo, la misma gente que vende mucho en el exterior también compra muchas cosas a gente en otros países. ¿Queremos decir que niveles de vida más altos al mismo tiempo socavan la competitividad? Sería una tontería. En el análisis final, las naciones más ricas compran muchas cosas al resto del mundo porque son más ricas. Estas compras permiten a los extranjeros los medios para que les compren cosas. Así que la gente de las naciones ricas vende y compra mucho en el exterior porque es más rica. La composición de lo que se vende y compra activa el arbitrio de la competitividad: costes de oportunidad, no riqueza.

La falta de atención de los gurús de la competitividad por los fundamentos económicos les lleva a “relatos” completamente opuestos en otros aspectos. Por ejemplo, es común escuchar a expertos recitar cómo la gente en economías pobres tiene una ventaja competitiva cuando venden en Estados Unidos. Los expertos dicen que los niveles de vida extranjeros más bajos significan que los extranjeros trabajan por menos, condenando a cualquier estadounidense que trate de competir con ellos.

La explicación choca completamente con el relato de los males de los comentaristas. ¿Cómo puede ser que si los estadounidenses se empobrecen resultan ser menos competitivos, pero si los extranjeros se empobrecen resultan ser más competitivos? Una pista: no puede ser. Empobrecerse no puede reducir la competitividad de algunos y aumentar la de otros. Porque la competitividad no activa las capacidades generales de producción. Pensemos en Albert Pujols y el cortado de césped.

¿Significa esto que los niveles y cambios en los niveles de vida no son importantes? ¡En absoluto! Es evidente que los niveles de vida importan. Miden la efectividad de los sistemas y políticas económicas. Sin embargo, establecer una relación entre niveles de vida y competitividad es pedir que los niveles de vida respondan a una pregunta que no pueden responder. Si los sistemas y las políticas hacen que los residentes de una nación se empobrezcan, digámoslo así. La retórica de la competitividad es una distracción.

 

 

T. Norman Van Cott, investigador adjunto en la Indiana Policy Review Foundation, es profesor de economía en la Universidad Ball State en Muncie, Indiana.

Published Wed, Dec 28 2011 6:11 PM by euribe