Por
Jeff Riggenbach. (Publicado el 8 de abril de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5167.
[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition]
Friedrich
August von Hayek nació en Viena el octavo día de mayo de 1899. Cuando se graduó
en la Universidad de Viena en 1921, con 22 años, solicitó un trabajo en la
Oficina Austriaca de Cuentas de Reclamación, la agencia pública al cargo del
pago de las deudas de guerra de la nación tal y como se habían definido
recientemente en el Tratado de
Saint Germain, el tratado que, para los que vivían en Austria, acabó la
Primera Guerra Mundial.
Hayek
tenía una carta de recomendación de un profesor de economía muy influyente y
encumbrado en la universidad, Friedrich von Wieser,
y parece que fue por la fuerza de la recomendación de Wieser por lo que Hayek
fue contratado por su nuevo jefe, un hombre de 40 años llamado Ludwig von Mises. Cuando
Hayek accedió al empleo de Mises, defendía las políticas
democrático-socialistas de Wieser, su mentor en la universidad. Pero no
hicieron falta muchas semanas de exposición diaria a Mises para poner a Hayek
en el camino correcto respecto de eso.
Mises
enseñó a Hayek muchas cosas y le proporcionó los dos grandes temas de sus
primeros años como economista wunderkind:
el problema
del cálculo socialista y lo que en años posteriores se llamaría la teoría
austriaca del ciclo económico. Se ha dicho, y no sin justicia, que cuando
Hayek ganó el premio Nobel de economía en 1974, se le premiaba por su
desarrollo de la teoría del ciclo económico de Mises. Aún así, cuestiones de
originalidad aparte, siempre pareció que era Hayek quien atraía la atención
pública (la atraía antes y atraía más). Esto empezó en la década de 1930 y
continuó hasta la muerte de Hayek, hace 19 años el mes pasado, el 23 de marzo
de 1992.
En
los años 30, fue Hayek, y no Mises, quien defendió la teoría del ciclo
económico de Mises en un debate público con John Maynard Keynes. En un año en
la siguiente década (fue en 1944), Mises publicó dos libros (Burocracia y Gobierno
ominpotente), mientras que Hayek solo publicó uno. Pero el libro de
Hayek, Camino de
servidumbre, fue un superventas internacional que dio lugar a una gira
de conferencias en EEUU con tremendo éxito. Y 30 años después, fue Hayek, no
Mises, quien ganó el premio Nobel.
Asimismo,
en la última década ha sido Hayek, no Mises, quien ha empezado a abrirse paso
en la cultura popular estadounidense (a pesar del hecho de que su prosa puede
ser, digamos ¿formidable?). Recuerdo que hace años (en algún momento de la
década de 1980, creo) leí un breve comentario por parte del escritor
estadounidense de ciencia ficción Samuel R. Delany; en
este texto, Delany decía de un autor u otro que su prosa era “casi opaca en su
precisión”. Delany no estaba escribiendo acerca de Hayek, pero recuerdo mirar
la página y pensar “¡Hayek!”
El
ejemplo más reciente, y por tanto actualmente el más noticiable de esta
improbable penetración de Hayek en la cultura estadounidense es el video de “El
rap de Keynes y Hayek”, que, con una asombrosa precisión, refleja el famoso
debate público de la durante la década
de 1930 entre Hayek y Keynes sobre el ciclo económico y la política del
gobierno. Si por alguna razón, usted no ha visto aún esta pequeña obra maestra,
corra, no ande, al vídeo de
YouTube.
Entretanto,
déjenme contarles acerca de una menos conocida aparición de Fridrich Hayek en
la cultura popular estadounidense, que implica ideas suyas que definitivamente no aprendió de Ludwig von Mises. Fue en
2003 en una novela llamada Pattern Recognition,
de William Gibson. Gibson es natural de Carolina del Sur que ha cumplido más de
sesenta años, huyó a Canadá para escapar del reclutamiento en la época del
Vietnam y ha vivido en Vancouver desde entonces. Con la publicación de su revolucionaria
novela Neuromante en
1984, se convirtió en el wunderkind
oficial de la ciencia ficción norteamericana, un estatus que creo que podría
decirse que ha seguido manteniendo a lo largo de la década de 1990. Luego, en
2003, publicó Pattern Recognition, la
primera novela realista de negocios internacionales que podría decirse que está
influida por una perspectiva austriaca.
Los
hayekianos reconocerán de inmediato el título de Gibson, por supuesto, y
sospecharán alguna relación entre su novela y uno de los ensayos más meritorios
de su maestro: “La teoría
de los fenómenos complejos”. Tendrán razón al hacerlo. El personaje principal de Pattern Recognition es Cayce Pollard,
una consultora de marketing independiente de 32 años con una rara habilidad
para ofrecer a las empresas de publicidad y diseño lo que atrae a su clientela.
Gibson nos dice que es una especie de “zahorí en el mundo del marketing
global”, una persona cuyo trabajo es “encontrar lo pueda ser lo próximo”. Como
explica a un esperanzado joven diseñador en un punto de la novela, “Lo que hago
es reconocer patrones. Trato de reconocer un patrón antes que nadie”.
Por
supuesto, en esto no es distinta de nadie en el mercado. En esto, solo es
humana. Como apunta Hayek en “La teoría de los fenómenos complejos” no importa
lo
urgentemente
que queramos abrirnos camino en lo que parece simplemente caótico, mientras no
sepamos lo que buscamos, incluso la observación más atenta y persistente de los
hechos desnudos no es probable que los haga más inteligibles. (…) Hasta que
tengamos preguntas concretas a hacer, no podemos utilizar nuestro intelecto.
Y
por supuesto,
las preguntas
aparecerán al principio solo después de que nuestros sentidos hayan distinguido
algunos patrones repetidos u orden en los acontecimientos. Es un reconocimiento
de alguna regularidad (o un patrón recurrente u orden) de alguna característica
similar en circunstancias por los demás distintas, lo que nos hace preguntarnos
“¿por qué?” (…) Es a este rasgo de nuestras mentes al que debemos cualquier
compresión y maestría que hayamos alcanzado sobre nuestro entorno.
Sin
embargo, Hayek nos recuerda que este rasgo de nuestras mentes no está libre de
defectos. “Maravillosa (…) como es la capacidad intuitiva de nuestros sentidos
para reconocer patrones”, escribe, “sigue siendo limitada”. Para empezar, “solo
cierto tipo de disposiciones regulares (no necesariamente las más sencillas) se
imponen en nuestros sentidos. Muchos de los patrones de la naturaleza solo
podemos descubrirlos después de haberlos construido en nuestra mente”. Otra
limitación preexistente es el hecho desagradable de que hay problemas tan complejos
que ninguna mente puede resolverlos por sí sola, sin que importe lo formidables
que sean sus poder de reconocimiento de patrones.
Como
apuntaba Hayek en 1945, en “El uso del conocimiento
en la sociedad”, otro de sus ensayos justamente celebrados:
el
carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado
precisamente por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias de las
cuales debemos hacer uso no existe nunca en forma concentrada o integrada sino
solamente como las pizcas dispersas de conocimiento incompleto que poseen todos
los distintos individuos. Así que el problema económico de la sociedad es (…) un problema de cómo garantizar el
mejor uso de los recursos conocidos para cualquiera de los miembros de la
sociedad, para fines cuya importancia relativa solo conocen estos individuos.
O, por decirlo resumidamente, es un problema de utilización del conocimiento
que no se da a nadie en su totalidad.
Nadie
puede comprender el patrón de toda la economía, aunque solo sea porque ese
patrón está cambiando constantemente, evolucionando constantemente. En otro
sentido, por tanto, como dice Hayek: “el problema económico de la sociedad es
principalmente de adaptación rápida a los cambios, en circunstancias
particulares de tiempo y lugar”. Pues “el flujo continuo de bienes y servicios
se mantiene por ajustes deliberados constantes, por nuevas disposiciones
realizadas cada día a la luz de circunstancias no conocidas el día anterior,
por B apareciendo cuando A no responde”. Y a la gente que puede reconocer
patrones antes que nadie les puede ir muy bien en el mercado sabiendo antes que
nadie exactamente qué ajustes tienen que hacerse.
Esa
persona es el emprendedor, cuyo reconocimiento de un patrón que no ve nadie más
le permite iniciar nuevas empresas con éxito. Otro es el programador de radio o
televisión, el agente teatral o musical, el comprador para una tienda al
detalle, la persona cuyo reconocimiento de un patrón pocos más ven ahora mismo
le permite anticipar beneficiosamente los cambios en los gustos del público.
Otra es la profesional de la mercadotecnia, alguien como Cayce Pollard.
Cuando
empieza la acción de Pattern Recognition,
en algún momento del siglo XXI, Cayce ha viajado a Londres en nombre de una
empresa de publicidad llamada Blue Ant para evaluar la propuesta de un nuevo
logo para uno de sus principales clientes. Es a estos logos a los que Cayce
tiene una especial sensibilidad, o tal vez pueda decirse mejor que tiene unos
receptores finamente ajustados o una serie de talentos especiales. “Sus
talentos”, nos dice Gibson, que su jefe en Blue Ant “llama sus patologías
domesticadas, le han llevado y gradualmente le han permitido definir la
naturaleza de lo que era lo que hacía. Pensaba en ello como ir con la
corriente, pero tal vez, pensaba ahora, realmente hubiera sido seguir el camino
de la mínima resistencia”.
Pero
por supuesto ir con la corriente es seguir el camino de la mínima resistencia:
es ir donde la corriente no se ve obstaculizada. Y esto es precisamente lo que
se requiere a cada participante en el mundo de los negocios que busca el éxito
económico: encontrar su nicho, encontrar el lugar donde tu talento natural o
las habilidades adquiridas elimina mejor las hondas y flechas de la competencia
exorbitante, identificar tu ventaja comparativa en el mercado.
Indudablemente
Cayce lo ha hecho, aunque puede que dedique demasiado tiempo a preocuparse sin
sentido acerca de ello. Acude puntualmente a la reunión en la que va a evaluar
el nuevo logo propuesto, en la que, como dice ella misma, va a “servir como un
pedazo muy especializado de papel tornasol”. Echándole una mirada, escribe
Gibson, “sabe inmediatamente que no funciona, por los opacos patrones de su radar
interno. No tiene forma de saber cómo lo sabe”.
A
uno le recuerda al personaje de John Strapp en otro relato de ciencia ficción
centrado en el mundo de los negocios “El tiempo es un traidor”,
de Alfred Bester.
Bester, una conocida influencia en la escritura de Gibson, presenta a Strapp de
una forma que hubiera agradado a Hayek. “Había un hombre llamado John Strapp”,
escribía Bester:
el más
valioso, el más poderoso, el más legendario hombre de un mundo que contenía
setecientos planetas y un billón setecientos mil millones de personas. Era
valioso por una única cualidad. Podía tomar Decisiones. Notar el capital D. Era
uno de los pocos hombres que podía tomar Grandes Decisiones en un mundo de
increíble complejidad y sus decisiones eran correctas en un 87%. Vendía sus
Decisiones a un precio muy alto.
Habría
una industria llamada, por ejemplo, Bruxton Biotics, con plantas en Deneb Alpha,
Mizar III, Terra y sus oficinas centrales en Alcor IV. La renta bruta de
Bruxton era de 270.000 millones de Cr. Las involuciones de las relaciones
comerciales de Bruxton con consumidores y competencia requerirían los servicios
de doscientos economistas en la compañía, siendo cada uno experto en una
diminuta faceta del enorme cuadro general. Nadie sería lo suficientemente
grande como para coordinar todo el cuadro. Aún así, llegaría un día en que
Bruxton necesitaría una Gran Decisión política. Un experto en investigación
llamado E. T. A. Goland en los laboratorios Deneb habría descubierto un nuevo
catalizador para síntesis bióticas. Sería una hormona embriológica que haría a
las moléculas nucleónicas tal maleables como la arcilla. La arcilla podría
modelarse y desarrollarse en cualquier dirección. Pregunta: ¿Debería Bruxton
abandonar los métodos de la antigua cultura y rediseñarse para esta nueva
técnica? La Decisión implicaría una intrincada ramificación de factores
interactuando: coste, ahorro, tiempo, oferta, demanda, formación, patentes,
legislación de patentes, acciones judiciales, etc. Solo habría una respuesta:
Preguntar a Strapp.
Bruxton
lo hace. Strapp Decide. Y “a cambio, Bruxton tenía una garantía del 87% de que
la Decisión era correcta”. Sí, como apunta Aldous Fisher, el representante de
Strapp: “No sabe cómo lo hace. Si lo hiciera él tendría un 1% de acierto en
lugar del 87%. Es un proceso inconsciente”.
Cayce
“no tiene forma de saber cómo lo sabe”. Strapp “no sabe cómo lo hace”. Tampoco
ninguna de sus situaciones es única. Alfred Bester indica en su “Prólogo” a una
reimpresión de “El tiempo es un traidor” de 1976 (que se publicó originalmente
en 1953), que él mismo realizaba su trabajo en el mercado sin entender
completamente cómo lo hacía. “No puedo describir fríamente un relato en pasos
progresivos como un abogado preparando un alegato ante el tribunal supremo”,
escribía.
Soy
más como Zerah Colburn, el sabio idiota estadounidense que podía realizar
maravillas matemáticas mentalmente y reconocer números primos con solo verlos.
Los hacía, pero no sabía cómo. Escribo historias, pero en general no sé cómo.
Creo que Hayek diría que éste es solamente uno
de los millones de posibles ejemplos de un fenómeno que describe como “la
capacidad de actuar de acuerdo con reglas que puede ser capaz de descubrir,
pero que no necesita expresar para obedecerlas” ( Esto está tomado de otro
ensayo justamente celebrado de Hayek: “Rules, Perception, and Intelligibility”).
En opinión
de Hayek, “el ejemplo más sorprendente de este fenómeno es la capacidad de los
niños pequeños de de usar el lenguaje de
acuerdo con las reglas de la gramática y el idioma de las cuales son
completamente inconscientes”. Pero “el fenómeno es muy comprensivo e incluye
todo lo que podemos llamar habilidades”, habilidades como juzgar logos
corporativos, tomar Decisiones, escribir ficción o, como apunta Hayek, “la
habilidad de un artesano o deportista” o un jugador de billar. Las habilidades,
por supuesto, también son lo que cada uno de nosotros tiene que vender en el
mercado.
Hasta
donde yo sé, nadie más ha apuntado este ángulo hayekiano en la novela de
Gibson, pero ahí está y con algo de suerte puede intrigar a alguna gente más a
buscar ella misma a Hayek y ver de qué va todo esto. Para quien desea un
crecimiento continuo de la tradición libertaria en los próximos años. Un resultado
así es profundamente deseable.
Jeff
Riggenbach es periodista, autor, editor, locutor y educador. Miembro de la
Organización de Historiadores Americanos, ha escrito para periódicos como The New York Times, USA Today, Los Angeles Times
y San Francisco Chronicle; para
revistas como Reason, Inquiry y Liberty y sitios web como LewRockwell.com, AntiWar.com y
RationalReview.com. Aprovechando sus cualidades vocales empleadas en radio
clásica y de noticias de Los Ángeles, San Francisco y Houston, Riggenbach
también ha narrado las versiones en audiolibros de numerosas obras libertarias,
muchas disponibles en Mises Media.
Este
artículo está transcrito del podcast
Libertarian Tradition.