Por
Jeff Riggenbach. (Publicado el 10 de junio de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5355.
[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition]
Si
la tradición libertaria va a resistir y crecer (tanto en tamaño como en
influencia), es necesario que los jóvenes libertarios hagan dos cosas. Primero,
necesitan familiarizarse con esa tradición. Segundo, y más fundamentalmente,
necesitan añadirle cosas. Aparece Gary Chartier, profesor de derecho de la
Universidad del Sur de California.
Chartier
nació en el Sur de California en 1966. Creció en el Condado de Riverside, fuera
del desierto al este de Los Ángeles. Y cuando llegó a la adolescencia,
alrededor de principios de la década de 1980, sus lecturas de economía política
le convencieron de que era un libertario. “Era en muchas maneras, un
proto-libertario bastante típico de mi generación”, escribió más de un cuarto
de siglo después.
Crecí
con unos padres partidarios
de Goldwater, me gustaban las computadoras y descubrí el Partido Libertario
(al mudarme recientemente de casa, vi varios folletos de la compaña de Ed Clark
de 1980 (…)) y la opción de adquirir libro libertarios por correo (tal vez eso
explique que recibiera una carta formulario en 1984, algo que también me volvió
a pasar recientemente, de Ron Paul pidiéndome apoyo para el incipiente Instituto Mises).
Chartier
recuerda
mirar
el catálogo de letra pequeña que había pedido a un librero libertario y conocer
la enorme variedad de cosas de las que se había ocupado el mundo libertario. Ya
había dedicado tiempo a Volumen II de Derecho, legislación y
libertad de Hayek (obtenido por un préstamo entre bibliotecas), ahora
ordené el Volumen III, junto con Anarquía,
estado y utopía, de Nozick
y The Ethics of Liberty,
de Rothbard.
Tal
y como recuerda Chartier
estos
libros no eran los primeros textos libertarios que leía: tal vez un año o dos
antes, dedique tiempo a Libertad de elegir,
de Milton y Rose
Friedman. Pero ahora estaba encantado de tener una cantidad sustancial de
libros libertarios para leer. Rothbard me maravilló, Nozick era un gran
ejercicio intelectual, pero con mucho el autor más difícil que he intentado
leer nunca (…) y empecé a llamar a Hayek
“mi economista favorito” (algo un poco extraño, ya que no conocía a muchos
otros economistas y lo que había leído de Hayek no era economía, sino teoría
política). Compré una copia de Los fundamentos de la
libertad poco después. Al final del verano después de
graduarme en el instituto, ignorando las oportunidades de viajar a Europa,
había acabado con Illuminatus,
de Shea y Wilson. Y poco
después había leído, La rebelión de Atlas.
Sin
embargo a Chartier “nunca le gustó la obra de Rand”: hoy dice que
no me
atrapó emocional, intelectual e imaginativamente como lo hicieron Shea y Wilson,
Rothbard y Hayek. Mirando atrás a mi última adolescencia, me sorprende lo mucho
me marcó Rothbard, aunque yo estuviese en desacuerdo en algunas cosas. No
aprecio el mismo tipo de influencia por parte de Rand.
Sinb
embargo, las lecturas de Chartier no terminaron entonces tras graduarse en el
instituto. Ahora recuerda que
dentro
de los primeros cuatro meses de mi primer trimestre universitario regular (…)
seguía teniendo pensamientos libertarios: Había estado leyendo aquí y allá
múltiples libros de rand, incluyendo Capitalismo: El ideal
desconocido, Philosophy: Who Needs It?,
An Introduction to
Objectivist Epistemology e Himno. Por lo que
seve incluso tomé en la biblioteca universitaria Men
against the State de James J.
Martin. Cuando lo tomé y leí en 2008, descubrí que la última persona que lo
había solicitado había sido… yo en 1984.
Sin
embargo, la historia de amor de Chartier con el libertarismo estaba a punto de
acabar. Realmente no sobrevivió a sus años universitarios, antes de que se
hundiera en los bajíos de su compasión. (En aquellos años no había libertarios con corazón sangrante).
Como escribió años después su caída “fue una serie de encuentros con distintos
autores, tanto cristianos como laicos (…) que daban gran importancia a la
responsabilidad negativa (…) la idea de que somos tan responsables por los
acontecimientos que se producen como resultado de nuestras omisiones (sean o no
intencionadas) como por los que se producen como consecuencia de nuestros actos
deliberados”. Chartier no tardó en encontrarse ante un dilema imposible. “Dadas
las otras cosas en las que creía”, escribía,
parecía
como si estuviera comprometido a creer que, cuando no proporcionaba recursos a
una persona pobre en algún lugar del mundo, era responsable de cualquier daño
que hubiera sufrido si el dinero que le hubiera dado lo hubiera evitado. Siempre
que alguien muriera porque yo no le había dado dinero, era, desde este punto de
vista, un asesino. (…) Estaba abrumado por el pensamiento de que era
responsable de todos, de todo, de que cada vez que gastaba dinero en mí mismo
tenía que justificar hacerlo de una forma que dejara claro que el gasto
representara una beneficio neto para los pobres del mundo. Sería justo decir que
esta forma de pensar fue lo que me puso al límite del completo estatismo: si el
estado se implicara en redistribuir riqueza de todos, le problema podría
acabarse: lo que nunca podría hacer por mí mismo, lo podía hacer el estado. En todo caso, en un estado comprometido con
la redistribución, la responsabilidad se compartiría y yo no tendría que
soportar una abrumadora carga de culpa.
Chartier
acabó la universidad, licenciándose en historia y ciencias políticas, para ir
luego a hacer el trabajo de grado en Claremont, California, y Cambridge,
Inglaterra, terminando con un doctorado en teología en Cambridge. De vuela al
sur de California a principios de la década de 1990, trabajó un tiempo de
profesor adjunto y editor de un pequeño periódico. Escribió artículos de
investigación para revistas académicas. Escribió editoriales de periódicos
sobre asuntos públicos y polémicas del momento. En todos sus escritos de aquel
entonces, dice hoy,
daba por
sentada la autoridad del estado. Mirando atrás, veo esta caso extraña: sabía
indudablemente que las defensas liberales [de izquierdas] habituales de la
autoridad del estado no tenían éxito. ¿Estaba dispuesto a tratar la autoridad
del estado como enraizada en algún tipo de mandato sagrado? ¿Pero mi postura teológica
ciertamente no permitía órdenes divinas arbitrarias para dar poder a reyes o
presidentes?
Podría
ser, especula Chartier, que
me identificara
reflexivamente con miembros de la clase política, asumiera que lo que estaba
haciendo estaba pensado para guiarlos y sencillamente tratara a las instituciones
de supervisión como algo dado porque había adoptado instintivamente su punto de
vista y quería ser uno de ellos. Sigo sin estar seguro: estoy bastante seguro
de que no lo era porque hubiera dedicado
algún pensamiento serio a justificar la autoridad del estado.
Sin
embargo, su confianza en la autoridad del estado se erosionó rápidamente en los
primeros años del nuevo siglo cuando estaba acabando un graduación en derecho
en UCLA y George W. Bush estaba en la Casa Blanca. Y para cuando quedó claro
que Barack Obama, fueran cuales parecieran ser las implicaciones de su
retórica, estaba de hecho completamente “feliz”, como decía Chartier, “de
desempeñar el tercer mandato de George W. Bush”… bueno, para entonces Chartier
hacía tiempo que había concluido que había sido engañado, o incluso tal vez se
había engañado a sí mismo. “Había optado por el estatismo sobre el anarquismo
sin pensarlo claramente”, dice hoy. “Había operado reflexivamente suponiendo
que una sociedad sin estado no sería capaz de resolver los problemas que creía
que el estado podía resolver. Ahora me doy cuenta tanto de que una sociedad sin
estado sería más creativa de lo que creía y que muchos de los problemas que me preocupaban
en realidad los causaba el estado”.
Así
que, después de casi dos décadas como estatista, Gary Chartier está de vuelta
entre nosotros. Y, como es habitual, se pone al frente de algunos de los
trabajos más ambiciosos que tienen que hacerse. Se presenta como voluntario
para los trabajos pesados, podríamos decir. Es joven, vigoroso, enérgico y está
de nuevo comprometido con la causa. Como prueba, presento se último libro: The Conscience
of an Anarchist: Why It's Time to Say Good-Bye to the State and Build a Free
Society. Es una introducción
general al libertarismo para un lector que o bien sea completamente ignorante
del asunto o bien tenga una información limitada respecto de éste. Y yo diría
que es el momento de que alguien publicara un nuevo libro en esta categoría. La
última introducción general que parece haber dejado alguna impresión duradera
fue Healing Our World, de Mary Ruwart, y ésta
apareció hace casi 20 años, en 1992.
Como
digo, es el momento de que entre en el campo un nuevo contendiente. Creo que es
útil pensar en esto de la misma manera en que pensamos respecto de mucha de la historia
revisionista. El historiador estadounidense, Warren I. Cohen dijo ya en
1967 que “toda generación de historiadores tiende a dar nuevas interpretaciones
del pasado”. Otro historiador estadounidense, Richard Hofstadter,
repetía esta idea en 1968, cuando escribía en su libro The Progressive
Historians acerca de lo que llamaba “esta batalla perenne que tenemos
con nuestros mayores”. Tal y como lo veía Hofstadter:
Si
vamos a tener algunas nuevas idea, si vamos a tener una identidad intelectual
propia, debemos hacer el esfuerzo de distinguirnos de los que nos precedieron y
tal vez principalmente de aquellos con quienes una vez tuvimos las mayores
deudas.
Igualmente,
toda generación de libertarios tenderá a llegar a una forma ligeramente
diferente de presentar a otros la idea de la libertad individual. Un manual libertario
de una generación deferirá de las generaciones precedentes… y de las
siguientes. Así debería ser, así debe ser. Si vamos a tener nuevas ideas, si
vamos a tener una identidad intelectual propia, debemos hacer el esfuerzo de
distinguirnos de los que nos precedieron y tal vez principalmente de aquellos
con quienes una vez tuvimos las mayores deudas.
¿Cómo
se distingue entonces el nuevo manual libertario de Gary Chartier? Bueno,
primero de todo, evita completamente la palabra libertario (la “palabra que empieza por L”, creo que podríamos
llamarla): dondequiera que miremos el texto de Chartier, no la encontraremos ni
una sola vez. Donde Murray Rothbard o David Friedman hubieran
dicho “libertario” o “libertarismo”, Gary Chartier dice “anarquista” o “anarquismo”.
Me
encontré con él recientemente en un restaurante bastante ruidoso de California
del Sur y le pregunté por qué. Me respondió:
Realmente
quería que este libro llegara a una audiencia de gente para la que la palabra “libertario”
podría ser una bandera roja, gente para la que la palabra “libertario” podría sugerir
ciertas cosas que pensaban que conocían y no les gustaban. Y pensé que centrándolo en la anarquía, que
sin duda es otra palabra con bandera roja, pero pensé que tal vez podría haber
algunas defensas de la gente que podrían atravesarla.
¿Los
lectores para quienes la palabra “libertario” podría ser una bandera roja,
pregunté a Chartier, podrían ser estos lectores, lectores de la izquierda? Él
respondió:
Esperaría
que esta libro interesara a constitucionalistas frustrados y otra gente que
podría pensar que está en la derecha. Pero definitivamente quería que fuera un
libro que fuera accesible y comprensible para el izquierdista estatista con
principios que estuviera cada vez más frustrado con la administración Obama y
se preguntara si había alternativas. (…) Elegí mis palabras, espero, muy
cuidadosamente para no asustar innecesariamente a ese grupo de lectores.
Otra
forma en que The Conscience of an
Anarchist se distingue es evitando todos los argumentos morales para una
sociedad libre. “Nunca he sido un consecuencialista”, escribía Chartier hace
unos años en un post. Pero en realidad The
Conscience of an Anarchist es completamente consecuencialista. El estado
debería abolirse a causa de las consecuencias de tolerar esa institución en la
sociedad humana. Sin embargo Chartier destaca que esta confianza en un
argumento consecuencialista en esta ocasión es puramente estratégico: no señala, dice, ninguna voluntad
general por su parte de argumentar sobre la libertad desde una perspectiva de
derechos naturales.
En
este libro, no. Estoy listo para discutir con cierto detalle en cualquier otro
lugar, pero definitivamente, desde un punto de vista estratégico, no es lo que quería argumentar aquí (…) no
porque quiera argumentar contra
cierto tipo de posturas de derecho natural (quiero decir, uno de mis actuales intereses
académicos es la teoría del derecho natural y he trabajado bastante en esta
área. Pero me parece que para este libro no era la mejor retórica a elegir. (…)
Lo que particularmente no quería hacer en este libro [era] asustar a los
izquierdistas estatistas con principios. También quería que fuera un libro que
los anarquistas de una amplia variedad pudieran tomarlo y apreciarlo sin pensar
que apoyando el libro estaban apoyando una postura concreta sobre la pregunta “¿Cómo
debería ser una sociedad sin estado?” Me gustaría que alguien identificado con
Kropotkin o Proudhon tomara este libro y dijera: “Todo esto me parece bien,
ahora conozco a este tipo y bien podría acabar teniendo una discusión acerca de
cómo queremos que sea nuestra comunidad sin estado, pero lo sustancial del
libro no es un ataque contra mí, ¿sabes?” Creo que era algo bastante importante
para mí al tratar de dar forma al libro.
No
tiene nada de nuevo u original evitar los argumentos morales de la libertad:
ésta fue la aproximación de David Friedman en The Machinery
of Freedom en 1973. Tampoco hay nada revolucionario en tratar de
presentar las ideas libertarias sin utilizar la “palabra que empieza por L”: Sy
Leon dio una charla en el Libertarian Supper Club de Los Ángeles ya a mediados
de la década de de 1970, hace más de 35 años, cuando Gary Chartier tendría ocho
años. La charla se titulaba “Por qué no soy un libertario”. Fue suficiente por
sí misma para atraer una gran audiencia: después de todo, Sy Leon era el
heredero aparente de Robert
LeFevre, un antiguo representante empresarial de Instituto Nathaniel Branden que
se había unido a LeFevre en su Escuela de la Libertad en el Colorado rural y
luego le ayudó a trasladar la base de operaciones a California del Sur y restablecerla
allí.
Sy
Leon era el organizador de la Liga de No Votantes y al menos el autor putativo de
un breve libro llamado None of the Above,
que argumentaba que si debe tener elecciones, tendrían que incluir “Ninguno de los
anteriores” en cada papeleta y siempre que ganara la opción “Ninguno de los
anteriores”, debería realizarse una nueva elección, con nuevos candidatos: a ninguno
de los candidatos que hubieran perdido ante el “Ninguno de los anteriores” se
le permitiría presentarse de nuevo. El libro en realidad lo había escrito para
Sy George H. Smith,
pero era un reflejo adecuado de lo que pensaba Sy, en general.
Sy
Leon era asimismo el relaciones públicas de Harry Browne (el hombre
que preparaba las conferencias de Browne en toda la nación) y el propio Browne era uno de los libertarios más famosos que
podían encontrarse en el Los Ángeles de mediados de la década de 1970. Era un
chico del pueblo al que le había ido bien (en realidad, más que bien) con un
libro superventas libertario llamado How I Found Freedom in an
Unfree World. ¿Cómo no podía ser
Sy Leon un libertario? De lo que hablaba Sy resultaba ser del Partido
Libertario, del que temía que fuera a enseñar a los estadounidenses que lo
libertarios creían en el proceso político. Estaba claro que iba a tener que
abandonarse el término libertario,
igual que se abandonó antes el término liberal:
ambos términos habían sido secuestrados por los enemigos de la libertad
individual y ya no eran utilizables.
Era
el juicio de un hombre, un juicio realizado en un momento y lugar concretos,
cuando una generación concreta de libertarios afrontaba unos obstáculos
particulares en sus esfuerzos por divulgar la palabra. La idea de abandonar la
palabra que empieza por L realmente no cuajó en la generación de libertarios a
la que se dirigía, que resulta ser mi propia generación de libertarios. ¿Verán
de una manera distinta los libertarios que hoy estén en sus diecitantos o
veintitantos? El tiempo lo dirá. El tiempo también dirá si los jóvenes
libertarios de hoy encontrarán convincentes los argumentos consencuecialistas
de Chartier contra el estado?
Eso
me parece sin duda a mí. “Soy un anarquista”, escribe Chartier,
porque
creo que no existe un derecho natural a mandar
(…) porque creo que al estado le falta
legitimidad (…) porque creo que el estado
es innecesario (…) porque creo que el
estado altera las escalas a favor de las élites privilegiadas y contra la gente
normal (…) porque el estado tiene a
ser destructivo. Se dedica a la guerra y el saqueo y parece
persistentemente implicado en aumentar el nivel de violencia e injusticia a través
de las fronteras, que por supuesto son creaciones del estado (…) porque el estado restringe la libertad personal,
como forma de mantener el orden, beneficiando a los privilegiados, preservando
su propio poder o subvencionado algunas preferencias moralizadoras de la gente
(…) y porque creo que una sociedad sin
estado ofrecería oportunidades a la gente de probar diversas maneras de llevar
vidas satisfactorias y florecientes y pondría a la vista los resultados de sus
pruebas.
Nada
nuevo aquí, por supuesto, pero las ideas y argumentos familiares se formulan de
forma fresca en un estilo alegre,
animado y muy legible y con admirable concisión. For A New Liberty, de Murray Rothbard, y The Machinery of Freedom, de David Friedman fueron los manuales libertarios,
las introducciones generales al libertarismo, que captaron la atención de mi
generación de libertarios. Los libertarios que están hoy en sus diecitantos o
veintitantos harían muy mal en dejar de prestar atención a Conscience
of an Anarchist, de Gary Chartier.
Jeff
Riggenbach es periodista, autor, editor, locutor y educador. Miembro de la
Organización de Historiadores Americanos, ha escrito para periódicos como The New York Times, USA Today, Los Angeles Times
y San Francisco Chronicle; para
revistas como Reason, Inquiry y Liberty y sitios web como LewRockwell.com, AntiWar.com y
RationalReview.com. Aprovechando sus cualidades vocales empleadas en radio
clásica y de noticias de Los Ángeles, San Francisco y Houston, Riggenbach
también ha narrado las versiones en audiolibros de numerosas obras libertarias,
muchas disponibles en Mises Media.
Este artículo está transcrito
del podcast Libertarian Tradition