Por Gene Callahan. (Publicado el 9 de agosto de 2000)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/485.
Imagina que eres un conductor de
autobús al borde del desierto, a punto de llevar a tus pasajeros cruzándolo.
Has dejado atrás todas las gasolineras y ahora tienes que tomar una decisión.
Hay varios pueblos al otro lado del páramo ante ti, cada uno a una distancia
diferente. El pueblo más alejado resulta ser el más cercano a tu destino final.
Puedes tratar de alcanzar cualquier de ellos, pero hay un problema: cuanto más
lejos esté el pueblo, menos pueden los pasajeros utilizar el aire acondicionado
para aliviarse el calor del desierto, ya que su uso consume gasolina más
rápidamente.
Para tomar tu decisión, miras tu
indicador de gasolina y determinas cuánta tienes. Dices a los pasajeros que
deben ahora sopesar comodidad en el camino y distancia a viajar, ya que cuanto
más aire acondicionado decidan utilizar, más rápidamente consumirá combustible
el autobús. Luego recoges los votos de los pasajeros sobre a qué temperatura
mantener el autobús. Realizas ciertos cálculos de distancia, velocidad y
consumo de combustible y eliges la ciudad más lejana que puedes alcanzar dada
la cantidad de gasolina que tengas y el voto de los pasajeros sobre el uso del
aire acondicionado.
Los pasajeros tenían que decidir si
cruzar el desierto con mayor comodidad pero llegar más lejos de su destino
final o con menor comodidad pero más cerca del destino. La ciencia de la
economía no tiene nada que decir acerca de la combinación que elijan, salvo que
a ellos les pareció la preferible en ese momento.
Sin embargo, imagina que antes de
empezar tus cálculos alguien se ha colado en el autobús y ha reemplazado los
votos reales con otros que eligen una temperatura más alta, en otras palabras,
menos consumo de combustible. Tomas tu decisión como si los pasajeros toleraran
un temperatura de, digamos, 25º cuando en realidad decidieron tener el autobús
refrigerado a 20º. Evidentemente, tus cálculos resultan ser incorrectos y el
viaje no se realizará como planeasteis. Tus planes serán demasiado ambiciosos.
Empezarás a conducir como si tuvieras disponibles más recursos de los que
tienes y acabarás telefoneando por ayuda cuando se revele el engaño por el
petardeo de tu motor.
Ofrezco lo anterior como una
metáfora de la teoría austriaca del ciclo económico, que ofrece un explicación
de por qué la economía pasa de por tiempos de auge y recesiones. Tú, el conductor,
representas a los empresarios. La gasolina es la existencia de bienes de
capital. El viaje a través del desierto es la siguiente “ronda” de producción.
Los pasajeros representan a los consumidores y su decisión de cuánto usar el
aire acondicionado es equivalente a cuánto están los consumidores dispuestos a
dejar de consumir hoy para ahorrar para el futuro (su preferencia temporal de
consumo actual respecto del consumo futuro). El destino final es la
satisfacción de tantos deseos como sea posible. Y es el banco central (en
Estados Unidos, la Reserva Federal) el que se ha colado e intervenido en los
votos de lo consumidores.
En lo que ha intervenido el banco
central es en el resultado de los “votos” de los consumidores sobre preferencia
temporal, que es el tipo natural (originario) de interés. Las preferencias
temporales de los consumidores no dicen cuánto capital habrá disponible
mediante el ahorro del consumidor o, en nuestra metáfora, en recortar el uso de
aire acondicionado. Cuando el banco central rebaja artificialmente el tipo de
interés, los empresarios hacen sus planes creyendo que los consumidores están
dispuestos a retrasar el consumo y ahorrar más de lo que lo están en realidad.
Como conductor del autobús, piensas que los pasajeros están dispuestos a
soportar el calor como para llegar a Phoenix, pero en realidad obligarán al
autobús a consumir gasolina tan rápidamente que deberías haber planeado solo
llegar a Albuquerque. Tu intento de llegar a Phoenix fradará, dejándote sin
gasolina en medio del desierto.
El tipo natural de interés, o ese
tipo que existiría en un mercado no intervenido, mide la preferencia temporal
de los consumidores porque refleja lo que los prestatarios deben pagar a los
prestamistas para convencerles de que retrasen su propio consumo. Si tengo
100$, podría gastarlos hoy en una buena cena con mi esposa. O podría prestarlos
durante un año, al final del cual podría gastarlos en una cena algo mejor. El
exactamente cuánto mejor sea la cena que debo esperar recibir antes de prestar
el dinero es una expresión de mi preferencia por el consumo actual sobre el
consumo futuro. Si reclamo un tipo de interés de al menos un 5%, esto significa
que una cena de 105$ al año próximo es marginalmente más valiosa para mí que
una cena de 100$ este año. Por otro lado, si mi amigo Rob reclama un interés
del 10%, está reclamando una cena de 110$. Valora el consumo actual comparado
con el consumo futuro más alto que yo.
En cualquier tipo de interés
concreto, los prestatarios son aquéllos cuya preferencia temporal sea la
opuesta a la de los prestamistas: cuanto más alto sea el tipo de interés que
estoy dispuesto a pagar en un préstamo, más prefiero el consumo actual respecto
del futuro. Si pagaría un 10%, entonces prefiero 100$ para consumo hoy a 110$
disponibles para consumo dentro de un año. El resultado neto de todos los
prestamistas y prestatarios expresando su preferencia temporal ofreciendo y
demandando en préstamos es el tipo natural de interés.
Este tipo natural de interés dice a
los empresarios si una inversión concreta merece la pena hacerse o no. En un
mercado no intervenido, el tipo natural de interés sería equivalente a lo que
se llama, en finanzas, el tipo de interés libre de riesgo. Como los empresarios
pueden ganar este rédito sobre su dinero sencillamente prestándolo, solo
asumirán proyectos de capital si estiman que su rédito será mayor que el tipo
natural de interés. En términos de nuestra analogía, no tiene sentido planear
nuestro viaje a Phoenix como destino si los consumidores solo están dispuestos
a bajar el aire acondicionado (bajar su consumo) lo suficiente como para llegar
a Albuquerque. Con cada proyecto que rinda menos que el tipo natural de
interés, los consumidores están indicando que, de hecho, prefieren que estos
recursos se usen para consumo actual en lugar de invertirlos en este proyecto.
Veamos ahora cómo las afectan las
actividades del banco central a esta relación. Utilizaremos la Reserva Federal,
el banco central más poderoso del mundo, y el reciente auge de Internet para
explicar lo que ocurre.
Como apunta el Dr. Frank Shostak, la Fed
empezó una expansión de tres años en 1996: “Después de caer a un crecimiento
anual del 1,6% en mayo de 1996, la tasa anual de crecimiento de la base
monetaria ascendió al 15,2% en diciembre del año pasado”. Entretanto, el
interés del bono del Tesoro a 30 años cayo de un máximo por encima del 7% a un
mínimo del 5%. Los mercados bursátiles crecieron, especialmente las acciones de
las nuevas empresas de Internet. La composición “fuertemente tecnológica” del
NASDAQ fue de poco más 1000 a 5132 durante este periodo, aumentando más de un
80% solo en 1999.
Animados por los rendimientos
escaleras del mercado bursátil, los consumidores hicieron grandes reformas en
sus viviendas y viajaron a donde no habrían llegado. La propiedad inmobiliaria
disparó sus precios, especialmente en las áreas “punto com”, como Silicon
Valley y Nueva York.
Sin embargo, la Fed sabe que un
auge así no puede sostenerse indefinidamente sin llevar a tasas siempre
crecientes de inflación. El año pasado, la Fed empezó a aumentar los tipos de
interés para controlar el progreso del auge. A medida que las acciones de la
Fed tenían efecto, empezaron a revelarse las malas inversiones del auge. Las
nuevas empresas de Internet cerraron por falta de fondos. Las acciones de otras
empresas de alta tecnología se estrellaron: Amazon.com de un máximo de 113 al
30 actual, Qualcomm de un máximo de 200 a 62, Red Hat de un máximo de 151 a un
mínimo de 18. Peter Eavis, de TheStreet.com
informa: “en el mes pasado, Bank One de Chicago y First Union de Charlotte,
entre los mayores bancos de la nación, han reportado miles de millones en
pérdidas al reparar errores, todos cometidos en este auge”. Entretanto, por
todo mi pueblo veo grandes proyectos de construcción abandonados después de
completarse solo un 10% o un 20%.
James Cramer, escribiendo en el New York Magazine del 26 de junio, daba
en el clavo son su diagnóstico de la recesión:
La Reserva Federal, en su afán por
detener la inflación, ha aumentado los tipos hasta el punto en que los negocios
se tambalean en todo el país (…) Esto significa que muchas empresas que habían
pensado que estábamos en momentos de auge sencillamente se equivocaban.
Es importante advertir que la
teoría austriaca no implica, como algunos han interpretado, que seamos testigos
de los resultados de una “sobreinversión”. ¡Los austriacos no afirman que la
Fed haya puesto más gasolina en nuestro vehículo! Como la Fed no produce bienes
de capital, esto evidentemente no podría ser el caso. Más bien sufrimos malas
inversiones, ya que hemos gastado tiempo y recursos en proyectos que no podemos
realmente completar y que no se hubieran iniciado si hubiéramos leído
correctamente nuestro indicador de gasolina. Como decía Mises: “Una mayor
expansión de los producción solo es posible si la cantidad de bienes de capital
aumenta mediante ahorro adicional. El rasgo característico del auge de la
expansión del crédito es que esos bienes adicionales de capital no están
disponibles” (La acción Humana, XX.6).
Diferenciar la sobreinversión de
las malas inversiones solo es posible a causa de la idea clave austriaca de que
el capital tiene estructura y de que esta estructura, mucho más que el concepto
neoclásico de la “cantidad” de capital, es lo que es importante para que la
economía funcione apropiadamente. El concepto austriaco de órdenes complejos de
bienes de capital entremezclados en estructuras complementarias contrasta
mucho, por ejemplo, con la función neoclásica de Cobb-Douglass, en la que una
sola variable, Kt, responde a la “existencia de capital al principio
del año”. (Esta definición proviene de Macroeconomics:
A Neoclassical Introduction, de Miller y Upton). Si tienes alguna duda de
qué modelo refleja mejor la realidad económica, considera si prefieres vivir en
una economía como la de Estados Unidos, con una rica variedad de bienes
complementarios de capital o en otra economía con la misma “cantidad” de bienes
de capital en su “variable Kt”, pero en la que el capital consiste
totalmente en máquinas para hacer masa de pizzas.
La distinción entre la cantidad de
capital y la estructura de capital explica por qué (aparte de la simple
mentira) la Unión Soviética podía presentar impresionantes estadísticas
macroeconómicas en la producción de bienes de capital y seguir siendo un
desastre económico. Los planificadores soviéticos podían dirigir la economía a
fabricar grandes cantidades de bienes de capital sin ser capaces, en ausencia
de ninguna base para el cálculo económico, de conseguir una estructura sensata
de capital.
Otra analogía para el proceso por
el que la Fed “dirige” la economía sería la de un pediatra hiperactivo, que
nunca cree que los niños a su cargo estén creciendo al ritmo “correcto”.
El cuerpo crece por un proceso que
no controlamos conscientemente, basado, de formas que solo podemos entender
parcialmente, en la disposición genética, la nutrición, el descanso, el
ejercicio, etc. Cada célula responde a sus propias condiciones locales y el
resultado neto de todas estas respuestas es el índice general de crecimiento.
Igualmente, cada individuo en la economía toma decisiones locales basadas en
sus circunstancias únicas, y el resultado neto de todas estas respuestas es el
estado general de la economía. Utilizando esta analogía no quiero decir que la
economía sea “realmente” algún tipo de organismo, solo que el proceso de
crecimiento económico es en varias formas similar al del crecimiento orgánico.
La Fed, el pediatra de nuestra
analogía, cree que puede mejorar este estado natural. No altera ninguna de las
entradas reales en este proceso, como el capital actualmente disponible o la
voluntad de ahorrar. En su lugar, juguetea con los “niveles hormonales” de la
economía ajustando el tipo de interés. Cuando hace fácil el crédito, el
crecimiento aparente de la economía se acelera. De hecho, lo que ha ocurrido es
que ciertas manifestaciones visibles de crecimiento se han acelerado, mientras
que otros procesos, igualmente necesarios, pero menos visibles, han sufrido
como consecuencia de ello. Sin los “nutrientes” necesarios presentes, este tipo
de “crecimiento” se construye sobre arena. Los “huesos” se debilitan y no
pueden soportar el cuerpo. El banco central, temiendo un colapso, trata
entonces de reducir la tasa de crecimiento haciendo más rígido el crédito. Esto
no deshace en modo alguno el daño producido durante el periodo de expansión del
crédito, sino que más bien añade una nueva serie de distorsiones a las ya
presentes. Por supuesto, una vez que el banco central ha empezado la expansión
crediticia, es
absurdo echarle la culpa por refrenarla en el auge. La única alternativa es
acabar en colapso económico en lo que Mises llamaba “la quiebra del auge” o la
hiperinflación y la quiebra de la economía comercial.
Espero que este artículo haya dado
a los que no estén familiarizados con la teoría austriaca una comprensión de
cómo se explica el ciclo económico. Con estas piezas básicas, en el próximo
artículo de esta serie procederemos a examinar el reto que presenta a la teoría
austriaca la escuela económica de las “expectativas racionales”.
Gene Callahan es investigador adjunto en el Instituto
Ludwig von Mises y autor de Economics for
Real People. Visite su sitio web.