Por Igor Karbinovskiy. (Publicado el 11 de enero de
2012)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5864.
Toda administración quiere crear empleo.
Nunca puede haber demasiado empleo, si les preguntas, así que siempre les
interesa crear más, incluso en tiempos de bajo desempleo. Por tanto, toda las
administraciones proponen su propia ley de empleo. Por ejemplo, el pasado año
la Presidente Obama dedicó un tiempo a viajar por el país para promover su
propio propuesta de empleo como una forma de ocuparse de la cada vez más
profunda crisis económica. Parece una tontería. Después de todo, los empleos
son claramente y sin ambigüedades algo bueno ¿no?
Supongamos que escribo un artículo
sobre economía que nadie quiere leer, y mucho menos pagarme. Supongamos ahora
que el gobierno me lo paga de todas formas, como parte de una ley de empleo.
¡Ale hop! Se ha creado un nuevo empleo: una persona que antes estaba en el paro
está ahora trabajando. Mejor aún, ¡esa persona soy yo! Este trabajo
indudablemente aumentó mi nivel de vida. ¿Pero qué he producido? ¿En qué he
contribuido a la economía? Como nadie quiere mi artículo, el valor de mi
contribución a la economía es cero. El tiempo que he dedicado a escribir y el
dinero que me pagó el gobierno se han desperdiciado. Lo que es peor, como ese
dinero me permite consumir cosas que quiero (yo y otra gente), cosas como
comida y alojamiento, el efecto neto en la economía es negativo: un valor cero
en la entrada, un valor positivo en la salida. Por tanto, esto es un ejemplo de
un trabajo “malo”.
Por otro lado, si alguien quisiera
el artículo que he escrito, al precio que pido por él, entonces la situación
sería muy distinta. Mi contribución a la economía sería positiva: su valor lo
determinan mis consumidores, que prefieren mi trabajo al dinero que pagaron por
él. Evidentemente gano dinero, que valoro más que mi trabajo. En este último
ejemplo, soy productivo. En el anterior, no lo era. Por tanto ésta es la
diferencia entre un trabajo productivo y uno improductivo: el que alguien
decida o no que su producto merece la pena comprarse.
Todos toman decisiones basándose en
la siempre cambiante escala de preferencias personales (una especie de lista
mental de la compra en la que ponemos todas las opciones disponibles que
conocemos, en orden de la más deseable a la menos deseable). Los economistas
llaman a esto la “ley de la utilidad marginal”. Elegimos la opción que
consideramos más deseable: ¿por qué íbamos a escoger una opción que sea menos
deseable que otra (sea lo que sea que signifique “deseable” para nosotros)? No
estoy sugiriendo que toda decisión que tomamos se haga con nuestro beneficio
personal y egoísta en mente, al menos no con beneficio material. Estoy
sencillamente apuntando que todo lo que hacemos en ausencia de coacción
(incluso dar regalos), lo hacemos porque queremos hacerlo. Así que si entramos
en una tienda y elegimos un producto en lugar de otro, es porque valoramos ese
producto más que el otro.
Si aceptamos que algunos productos
son deseables y otros no, de esto se deduce lógicamente que inmuebles, equipos,
trabajo, materias primas y dinero utilizados en su creación también se emplean
de forma deseable o no. Cualquier cosa que se invierta en la creación de bienes
que nadie quiere (“malos”, realmente) se desperdicia, como mi tiempo
escribiendo el artículo que nadie quiere, y debería reasignarse hacia la
creación de bienes que la gente realmente quiera. Por otro lado, los activos
invertidos en la creación de bienes que todos quieren más urgentemente está
claro que se dedican al mejor uso posible y cualquier esfuerzo por reasignarlos
hacia cualquier otro uso generaría una reducción en el nivel de vida de todos.
Así que no basta con sabe cuánto
dinero, equipamiento, tiempo, etc. hay: también tienes que conocer en cuánto se
valora el resultado en el mercado libre. Los inversores saben esto por
experiencia, después de ver fluctuar en el merado los valores de sus inversiones.
¿Y cómo podemos saber por adelantado cómo se valorará el producto o servicio
final en el mercado libre? No podemos. Solo hay una forma de poner a prueba la
calidad de cualquier inversión. Sometiéndola a la prueba del mercado libre:
producir el bien o servicio, ofrecer al venta el bien o servicio en el mercado
libre; si tienes beneficios, tu inversión era productiva.
Todo esto contradice completamente
la teoría económica comúnmente (aunque no universalmente) aceptada que trata
por igual todas las inversiones, sin considerar lo deseable que sea el producto
final. Todo se junta ciegamente en un solo agregado. Según esta teoría, si
aumentas el agregado, aumentas el nivel total de riqueza y por tanto el nivel
de vida. No sorprende que los economistas que piensan así siempre estén
pidiendo más inflación.
Pero si aumentas la oferta de
dinero (inflación) y se asigna a usos que suponen un desperdicio, no creas
ninguna riqueza y no aumentas el nivel de vida, aunque utilices el nuevo dinero
para crear nuevos empleos. Por tanto, cuando los economistas mainstream dicen que la economía se ha
expandido, esto debe tomarse con precauciones. Una persona escéptica debería
preguntar qué parte de la economía se ha expandido: ¿la parte productiva? ¿O el
desperdicio?
De la misma manera, una contracción
económica no es necesariamente algo malo. ¿Qué parte de la economía se ha
contraído? ¿La parte productiva o el desperdicio? Cuando las inversiones se
asignan mal en configuraciones que desperdician (“inversiones malas”), el resultado
es pérdidas para sus propietarios (salvo recate público). Por tanto los
propietarios afrontan la presión de reasignar su riqueza si no quieren
continuar con su hemorragia de dinero. Esto normalmente implica recortar el
gasto, dejar que los empleados se despidan, vender propiedades, etc. En otras
palabras, una contracción económica. Al final de este proceso, aparece el
dinero a reasignar, potencialmente en usos productivos que generen riqueza. La
suma total de la economía puede haber encogido, pero la parte productiva ha
aumentado a costa del desperdicio.
No hay manera de saber si una
cantidad concreta de dinero, una máquina, edificio o trabajador se dedican a un
uso valioso y productivo que no sea ponerlos a prueba en el mercado libre.
Fuera del mercado libre, invertir capital es como lanzar dardos a ciegas cuando
no sabes siquiera en qué dirección está la diana. ¿Qué significa esto para una
ley de empleo? Lejos de rescatar a la economía de la crisis, solo empeorará las
cosas. Los consumidores, siendo lo dirigentes del mercado libre, deben ser
libres de decidir comprar o no comprar. Maximizar el capital productivo
requiere por tanto que los consumidores se vean libres de cualquier limitación
en su toma de decisiones y en concreto que nada debería interferir en las
señales de pérdidas y ganancias que envían estas decisiones. Cuanto antes sepan
los propietarios que su capital se asigna al desperdicio, mejor.
Igor Karbinovskiy es inversor y estudiante de economía autodidacta.
Estudió dirección de empresas y ciencias informáticas en SUNY Stony Brook.
Trabaja como contable en una empresa inmobiliaria en Nueva Jersey.