Por Gene
Epstein. (Publicado el 7 de abril de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5182.
[Prólogo a Economic
Controversies (2011)]
Hace casi 40 años que Murray
Rothbard cambió mi vida. Era entonces doctorando en economía en la New School
for Social Research en Manhattan, dando al tiempo clases de principios en una
universidad local. Y estaba perdiendo rápidamente interés por toda la materia.
Aburrido por la cháchara de la masa
izquierdista que dominaba la New School, no podía encontrar nada muy
satisfactorio tampoco en la economía mainstream.
A los izquierdistas de la New School indudablemente les preocupaba conseguir
una sociedad libre. Pero su programa radical consistía principalmente en las
ideas “instrumentalistas” del profesor emérito del departamento de economía, Adolph Lowe,
que se reducían a obligar a la gente a seguir los dictados de elitistas como
él.
Mi única objeción real a la
economía convencional era que también me aburría. Si una teoría como la de la
“competencia perfecta” estaba alejada de la realidad, parecía como un juicio
sobre las imperfecciones del capitalismo. Después de todo, en la medida en que
el capitalismo no era perfectamente competitivo, caía presa de los males de la
“competencia imperfecta”, que podría requerir la intervención de las
autoridades antitrust. Como un producto típicamente adormecido de la escuela
convencional, creía vagamente que en la medida en que algún libro de texto
dejaba de explicar la realidad, mucho peor para la realidad. (No hace mucho hablaba
con un compañero de graduación en economía que, al presionarle, creía esto
bastante explícitamente).
Siempre un lector compulsivo de
libros, más de una vez hojeé una obra en dos volúmenes titulada El
hombre, la economía y el estado en la biblioteca de la New School, de
cuyo autor, Murray Rothbard, había oído hablar vagamente. Después de la tercera
o cuarta mirada, acabé empezando a leer el libro, y experimente un momento
eureka tras otro. Dos momentos especialmente memorables reflejaban la tradición
izquierdista en la que me reflejaba entonces.
Primero, aprendí que si los
izquierdistas pensaban que el “capital” no merecía ninguna porción del botín
económico, tenían en cierto sentido más razón de la que creían. Rothbard
explicaba que, en un mercado libre, no había réditos financieros para los
propietarios de bienes de capital como tales. Como los bienes de capital
consistían en cosas como fábricas, maquinaria, oficinas y mesas, estos bienes
eran completamente el producto del trabajo y la tierra (o de los recursos). Así
que el valor monetario de los bienes de capital recién creados es completamente
atribuible a la compra de tierra y trabajo, sin que quede nada para los
propietarios de los bienes de capital.
¿Cómo hacían dinero entonces los
propietarios de los bienes de capital? El dinero que recibían procedía de dos
formas: pagos de intereses por adelantar recursos en el presente y beneficios
por su previsión empresarial, salvo que, por supuesto, fueran empresarios sin
éxito y sufrieran pérdidas.
Segundo estaba la devastadora
refutación de Rothbard de la teoría de
la competencia imperfecta o “monopolística”, tan cara a los izquierdistas, ya
que destacaba la irracionalidad del capitalismo. Una piedra angular de esta
teoría es que un competidor monopolístico como “Peluquería Hermanos Marioni” (monopolístico
porque solo hay unos hermanos Marioni, competidor porque hay muchas
peluquerías) siempre opera con exceso de capacidad.
El economista Paul Samuelson de
hecho se había fijado en las peluquerías en el texto de su superventas Principios, observando: “La peluquería
tiene exceso de capacidad, con sillas vacías durante mucho tiempo” y arremetía
contra “el desperdicio de pérdidas sociales” resultante.
Incluso antes de leer a Rothbard,
se me ocurrió que, al menos en este caso, el Profesor Samuelson podía haber
olvidado algo. Dado su flexible plan de trabajo, puede haber tenido la
costumbre de cortarse el pelo entre semana, lo que explicaría por qué
encontraba sillas vacías. Si en su lugar hubiera ido los sábados, podría
haberse dado cuenta de que todas las sillas estaban llenas y que el negocio en
realidad estaba respaldado. Podrían entonces habérsele ocurrido que nuestros
hipotéticos hermanos Marioni no eran tan tontos como para desperdiciar su
dinero en exceso de capacidad.
El problema que afrontaban
realmente como empresarios era el clásico equilibrio entre picos de demanda. Si
no tuvieran sillas vacías durante la semana, no habrían sido capaces de
aprovechar los excesos de demanda los fines de semana.
Ésas eran mis dudas provisionales.
Lo que explicaba Rothbard era lo absurdo de toda la formulación. ¿Por qué
suponer que todos esos competidores monopolísticos invierten necesariamente en exceso de capacidad?
“Planear una planta para producir x unidades”, cita que observaba el economista
Roy Harrod, “sabiendo que solo será posible mantener una producción de x-y
unidades, es sin duda sufrir de esquizofrenia”. No
tiene más sentido creer que todos esos hombres de negocios desperdiciarían
fondos en exceso que creer que todos infrainvertirían constantemente y
planificarían capacidades inadecuadas.
Luego venía lo que para mí
(dibujando robóticamente todas esas curvas de coste y demanda con la ayuda del
cálculo diferencial) fue el golpe de gracia. Rothbard demostraba que todo el
error ingenuo se fundamentaba en los tecnicismos de la geometría. ¡La teoría
era simplemente prisionera de la forma en que la curva de demanda se hacía
tangente a la curva de coste! Luego mostraba hábilmente dos formas distintas de
dibujar el gráfico, sin violar ninguna de las suposiciones. El milagroso
resultado: El competidor monopolísitico estaba operando ahora en el punto más
bajo de su curva promedio de coste o a plena capacidad.
Encontraba esos momento
profundamente enriquecedores, haciendo que me diera cuenta de que, siempre que
pensaba en economía fuera de los corsés de la normalidad, recurría naturalmente
a modos razonar utilizados por Rothbard y su mentor, Ludwig von Mises. Por eso
el mismo término “economía austriaca es una especie de redundancia. Siempre que
la gente piense sensatamente acerca de la economía, piensa como los austriacos
(una razón clave por lo que la corriente principal pueda tener pocas cosas que
enseñarnos, especialmente cuando escriben mero periodismo).
Después de acabar El hombre, la economía y el estado
descubrí la librería Laissez-Faire, entonces una tienda bien surtida en Mercer
Street, que lamentablemente cerró hace años. Dando una vuelta por esa librería
prácticamente todos los sábados, fui comprando todo lo que podía encontrar de
Rothard, además de Mises, F.A. Hayek e Israel Kirzner.
Formé un grupo de lectura de
economía austriaca, acudí a seminarios a última hora de la tarde presididos por
Kirzner en la Universidad de Nueva York e incluso me colé en una de las clases
de Rothbard en el Instituto Politécnico de Brooklyn, donde enseñó muchos años.
Digo que me “colé” porque se me
olvidó preguntarle si podía sentarme y escuchar. Eso podría explicar por qué me
miró perplejo cuando levanté la mano para hacer una pregunta, una reacción que
me desanimó para charlar después con él. (La clase debió ser en algún momento en
mitad del semestre, ya que estuvo dedicada completamente a la tarea mundana de
revisar el material para preparar a los alumnos para el examen de mitad de
curso).
Cuando me convertí en economista
senior en la Bolsa de Nueva York, el director al que reportaba me dijo una vez:
“Gene, eres el único que he conocido que lee economía para divertirse”.
Realmente me sorprendió y podría haber dicho que si todos leyeran a Rothbard y
los austriacos podrían tener la misma diversión.
Mi única conversación real, aunque
breve, con Rothbard se produjo por teléfono en octubre de 1993, cuando éste
enseñaba en la Universidad de Nevada en Las Vegas y yo acababa de empezar como
periodista en Barron’s. El economista
de la Universidad de Chicago, Gary Becker acababa de ganar el nóbel de
economía, en parte como reconocimiento de si idea de que una familiar era como
una empresa. (¡Pero cuánto más intrigante es teorizar que una empresa es como
una familia!)
Preguntando a Rothbard qué pensaba
del premio de Becker, esperaba que me dijera que pensaba que aplicar la
economía a asuntos no económicos era una tontería. Por el contrario empezó a
decirme que era gratificante ver a un economista orientado al libre mercado
como Becker obtener ese reconocimiento.
Luego le pregunté: “¿Pero qué piensa
de la teoría de que una familia es como una empresa?”
Rothbard contestó: “¡Creo que es
una tontería!” Y así escuché de primera mano esa voz nasal y chirriante.
Ya me había familiarizado con esa
voz nasal en las cintas que había oído de las clases de Rothbard, junto con las
ideas mordaces que lanzaba con deslumbrante facilidad, rematadas con su
característica risita. Para mí, la alegría de esta risita denota un espíritu
infatigable.
En las clases de historia
económica, le pillé en un raro momento de hipocresía. Aunque maldecía el uso de
los índices de precios en sus escritos, nunca renunciaba a utilizarlos para
probar algo acerca de una tendencia histórica. Por supuesto, tenía razón al
criticar la pseudociencia de los índices de precios. Pero podría haber reconocido
más explícitamente que a veces resultan útiles como una aproximación genérica a
las tendencias de los precios.
Para ver lo divertido que debe
haber sido ser Murray Rothbard o sencillamente conocerle, traten de oír una de
sus mejores clases: “El
significado de Ludwig von Mises”.
Todos sabemos que no podría haber
existido el gran escritor y pensador Murray Rothbard sin su gran maestro,
Ludwig von Mises. Quienes hayan leído y amado a Rothbard se estarían engañando
si no leyeran también muchos libros de Mises. En mi caso, al leer por primer
vez la obra maestre de Mises, La acción
humana, encontré que su explicación de los salarios cimentaba finalmente mi
comprensión de por qué los salarios aumentan inevitablemente en un mercado
libre con la productividad creciente, una idea que me ayudó a certificar mi
conversión al libertarismo.
Es notable que los libros de Mises
se lean tan bien, tanto traducidos como en el inglés en que empezó a escribir
con 60 años. Rothbard tenía la ventaja de ser un extraordinario escritor en el
lenguaje en que se crió, así como de ser un devoto alumno de Mises. Por tanto
le correspondió a él exponer las grandes teorías de Mises en una prosa clara y
accesible, al tiempo que a menudo llevaba esas teorías a un nuevo nivel.
Así que pienso en Rothbard como el
Platón del Sócrates que fue Mises (una analogía que llevaría más adelante si
Rothbard no fuera tan crítico con Platón). Vean esta explicación
de la refutación por parte de Aristóteles del comunismo de Platón en Historia
del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith,
el primero de los dos libros sobre historia del pensamiento económico. De entre
todas las obras de Rothbard, estos dos libros son a los que prefiero acudir
cuando busco algo divertido para releer.
Toda la bien informada visita
guiada por la forma en que la gente pensaba acerca de la economía es muy
entretenida. Mi parte favorita es probablemente la devastadora
disección del supuesto “padre” de la economía, Adam Smith. Es triste que
Rothbard no viviera para completar el tercer tomo final, que se hubiera ocupado
del pensamiento económico en la era moderna.
Lo que nos lleva a Economic
Controversies.
Contiene los mejores ensayos de Rothbard. Si hay algún libro que pueda
calificarse como el complemento de El hombre, la economía y el estado,
es éste.
Deberíamos empezar, como hace el
libro, con el magistral ensayo “The
Mantle of Science”, en el que Rothbard expone los fundamentos de cómo
pensar acerca de la economía. Después de acabar este ensayo, podríamos pensar
que todo lo que ha hecho realmente el escritor es hacer explícito un modo de
pensar que nos resulta natural a todos. E igual que me sentí cuando acabé El
hombre, la economía y el estado, lo encontraremos igualmente enriquecedor.
La economía mainstream
sufre dos defectos principales:
- el deseo de sonar como una rama de la
física, que alimenta las fantasías elitistas de quienes aspiran a ser
economistas profesionales y
- el deseo de sentarse en las mesas del
poder al estilo de John Maynard Keynes y Alan Greenspan, lo que engendra
monstruos como la “macroeconomía”.
Dados estos defectos, es
notable, como mencioné, que los economistas mainstream puedan tener
ideas a veces en su periodismo. Creo que es porque incluso ellos siguen siendo
capaces de utilizar el modo de pensar que establece Rothbard en “The Mantle of
Science”.
Podríamos saltar luego, para un
interludio cómico, a “The Hermeneutical
Invasion of Philosophy and Economics”. En ese ensayo, Rothbard se burla de
los pensadores pesados que siguen diciéndonos, en la práctica, que las palabras
no tienen significado. Por supuesto, si tienen razón en que las palabras no
tienen significado, solo podemos responder que su mensaje clave es
incomprensible.
Para mí, el mejor momento eureka
de todos es cuando leí por primera vez el ensayo de Rothbard “The Austrian Theory of Money”. Fue
cuando entendí completamente la idea más bella de Mises, llamada el “teorema de
la regresión”, en el que Mises fue capaz de demostrar que todo el dinero debe
haberse originado en alguna materia prima (oro, conchas), que si vamos atrás en
el tiempo, encontraremos que tiene que haber sido así. Lo que piensa la gente
como dinero creado por el gobierno (dólares, euros) no es nada parecido, sino
que proviene de esas mismas materias primas. Para mí, la belleza del teorema de
la regresión reside en su poder de inferir un hecho histórico de la simple
lógica acerca de la acción humana.
No leí el ensayo de Rothbard de
1972 “Heilbroner's Economic Means and Social Ends” hasta años después de
publicarse por primera vez. Es una crítica devastadora a un libro editado por
el profesor de economía de la New School, Robert Heilbroner acerca de las ideas
del antes mencionado Adolph Lowe.
Aquí aparece de nuevo Platón.
“La economía política del Profesor Lowe”, observa Rothbard, “es una obra con
una desgraciada inclinación de los intelectuales desde los días de Platón:
imponer su propio ‘orden’ arbitrario y estático al resto de la sociedad,
congelar y anular el cambio por decreto coactivo”. Si hubiera leído este ensayo
cuando apareció por primera vez, probablemente me habría llevado a leer más de
Rothbard, incluso si no hubiera tenido la suerte de encontrar su tratado de
economía en el montón.
Hay muchos “primeros libros”
sobre libertarismo en general y economía austriaca en particular. El cuál es
más apropiado depende de la persona. Para mí, la vía fue El hombre, la
economía y el estado, que tenía mucho que ver conmigo y mis circunstancias
del momento. Si mi interlocutor encontrara hoy ese libro y éste en os montones,
yo diría que Economic Controversies es la mejor manera de empezar. El
hombre, la economía y el estado puede venir un poco más tarde.
Gene Epstein, antiguo
economista jefe de la Bolsa de Nueva York, es editor económico en la revista Barron’s. Vea su entrevista en la Austrian Economics
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