Por George F. Smith. (Publicado el 28
de abril de 2011)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5212.
A lo largo de la historia, los gobiernos
han luchado contra el uso de moneda fuerte. En 1912, Ludwig von Mises
identificaba la razón de esto:
El principio de la moneda fuerte
tiene dos aspectos. Es afirmativo en aprobar la elección del mercado de un
medio de intercambio comúnmente usado. Es negativo en obstaculizar la
propensión del gobierno a entrometerse en el sistema monetario.
Los gobiernos solo pueden estrujar
tanto dinero a sus ciudadanos a través de los impuestos sin incitar a la
desobediencia civil, así que se hacen amigos de los bancos, que tienen una
forma de hacer que el
dinero aparezca de la nada. El dinero que crean no es fuerte, pero esto no
preocupa a casi nadie. Para los políticos es suficientemente fuerte: les proporciona
billetes a la riqueza del mercado, que es todo lo que quieren. El dinero fuerte
no cooperaría de esta manera. No deriva de decisiones políticas del banco
central.
Se cita a menudo el patrón oro
clásico como ejemplo de un sistema de moneda fuerte. Puede que haya sido el
mejor sistema nunca diseñado, pero existía con aprobación del gobierno (era, en
otras palabras, un patrón oro fiduciario).
Como ha escrito Guido Hulsmann, el patrón oro internacional fue un acuerdo de
cártel entre gobiernos. Los cárteles protegen los intereses de sus miembros a
costa de los que no lo son, incluyendo al público en general.
A principios de la década de 1880,
los países de Occidente y sus colonias en todo el mundo adoptaron el modelo
británico [bajo el que se hizo del oro un monopolio de curso legal]. Esto
creaba la gran ilusión de una unidad económica profunda en el mundo occidental,
cuando en realidad el movimiento únicamente homogeneizaba los sistemas
monetarios nacionales. La homogeneidad duró hasta 1914, cuando los bancos
centrales suspendieron pagos y se prepararon para financiar la Primera Guerra
Mundial mediante la imprenta.
Gobiernos y banqueros odian el oro
porque su oferta no puede inflarse a voluntad. Trabajan duro para establecer y
mantener un sistema monetario bajo su control que pueda responder rápidamente a
sus demandas de inflación, o de lo que hoy se llama “acomodación”. La Primera
Guerra Mundial ofrece un oportuno y trágico ejemplo.
Haciendo verdes dejando rojo al país
Los que se beneficiaron de la guerra
tenían poco en común con los hombres que lucharon en ella. La lucha se dejó
principalmente a los jóvenes reclutas, de los que muchos millones fueron
muertos o heridos. Los que se beneficiaron sabían moverse por Washington.
Si la soberanía monetaria hubiera
residido en el mercado en lugar de en el gobierno, no hubiera habido guerra. O
si hubiera empezado, habría acabado mucho antes. La moneda fuerte tenía que
morir antes de que los hombres pudieran morir en tan enormes cantidades.
Cuando empezó la guerra en agosto
de 1914, los beligerantes europeos inmediatamente dejaron de redimir sus
divisas en oro y empezaron a emitir deuda. Al necesitar un mercado lucrativo
para sus bonos, Inglaterra y Francia eligieron la casa Morgan en EEUU para
actuar como su agente de ventas. El dinero adquirido por las ventas de bonos
volvía luego a Mr. J.P. Morgan cuando el gobierno compraba material de guerra,
recompensándole con comisiones tanto en las ventas como en las adquisiciones.
Además, muchas de las empresas con las que hacía negocios Morgan eran parte de
sus propios enormes dominios.
El pacifista J.P. Morgan, que dijo:
“Nadie podría odiar la guerra más que yo”, obtenía enormes beneficios
manteniendo a la maquinaria bélica aliada produciendo muerte y destrucción en
ultramar. Las compras totales durante la guerra llegaron a los 3.000 millones
de dólares, produciendo a la casa Morgan 30 millones solo en comisiones. Como
escribe G. Edward Griffin, refiriéndose a la obra de Ron Chernow
sobre la cas Morgan:
Las oficinas de Morgan en el 23 de
Wall Street se veían acosadas por intermediarios y fabricantes que buscaban un
contrato. El banco tuvo que apostar guardias en todas las puertas y también el
las casas de los socios. Cada mes, Morgan controlaba compras que sumaban el
equivalente al producto nacional bruto de todo el mundo solo una generación
antes.
Ralph Raico escribe:
Estados Unidos se convirtió en el
arsenal de la Entente. Unido ahora por lazos financieros y sentimentales a
Inglaterra, muchas de las grandes empresas estadounidenses trabajaban de una
manera u otra para la causa aliada. (…) El Wall
Street Journal y otros órganos de la élite empresarial eran ostensiblemente
pro-británicos en cada oportunidad, hasta que se nos metió finalmente en la
refriega europea.
Para la clase política, la guerra
proporcionaba un enorme impulso para el crecimiento del
estado y de su prestigio. El historiador Joseph Stromberg escribe:
A medida que las bajas crecían por
millares (pronto serían millones), las potencias beligerantes eligen seguir
peleando en lugar de volverse a pensar la guerra. Ambos bandos transmitían propaganda
a su propio pueblo y a los neutrales. Los aliados eran mucho mejores. Los
gobernantes en todas partes formulaban ambiciosos “objetivos bélicos”.
La guerra mostró un masivo aumento
del estado a costa de la sociedad civil, la libertad individual y los mercados
libres. Cada estado “planificaba” su economía. Para justificar los sacrificios,
los gobiernos prometían nuevos programas sociales. (¿Ahora muerte, después
igualdad?) El “socialismo de guerra” se convirtió en el plato del día. Los
líderes sindicales trabajaban en los consejos de planificación económica. La
inflación escondía los costes monetarios.
El historiador Howard Zinn informa de
que “En los tres primeros meses de la guerra, casi todo el ejército británico
original había desaparecido”. Al estancarse la guerra en el frente occidental,
hombres de ambos bandos morían por decenas de miles por unos pocos metros de
tierra quemada.
Para los generales al mando, los
reclutas eran munición a sacrificar.
En julio de 1916, el general
británico Douglas Haig ordenó once
divisiones de soldados ingleses salir de sus trincheras y dirigirse a las
líneas alemanas. Las seis divisiones alemanas usaron sus ametralladoras. De los
110.000 que atacaron, murieron 20.000, 40.000 más resultaron heridos. (…) El 1
de enero de 1917, Haig fue ascendido a mariscal de campo.
En el campo de batalla de
trincheras de la Primera Guerra Mundial, los muertos nunca abandonaron el
escenario.
La línea de trincheras que se
extendía de Suiza al Canal de la Mancha estaba plagada de los restos de tal vez
un millón de hombres. (…) Los enterrados reaparecerían durante los bombardeos y
serían reenterrados, a veces para ayudar a soportar, bastante literalmente, las
trincheras en las que habían luchado. Muchos soldados recordaban el hedor de la
descomposición y los enjambres de moscas en los cadáveres, especialmente
durante los meses de verano. Todos odiaban las ratas.
Incluso con Gran Bretaña imponiendo
un bloqueo
de hambre contra Alemania que acabaría matando a 750.000 civiles alemanes,
los aliados corrían el riesgo de perder la guerra. Utilizando una flota de
submarinos recién construida, los alemanes estaban destruyendo barcos aliados a
un ritmo de 300.000 toneladas semanales. Al final de la guerra, los U-boats
habían hundido más de 5.700 barcos. A principios de 1917, los aliados
afrontaban la perspectiva de pedir un acuerdo de paz a Alemania.
Wilson rescata Wall Street
Para Wall Street, la paz no era una
opción. Con la posibilidad de que los bonos aliados quedaran impagados, los
invasores perderían 1.500 millones de dólares. Se perderían las comisiones, así
como los beneficios de vender material bélico. El Tesoro podía subvencionar
directamente a los aliados, pero solo si EEUU abandonaba su “neutralidad” y
entraba en guerra. Tras el discurso
de Wilson en el Congreso, lo hizo oficialmente el 6 de abril de 1917.
Así se salvaron los flujos de caja
de Morgan. Estados Unidos extendió los créditos a los aliados (que volvieron a
Morgan para pagar los préstamos), aumentaron los impuestos de la renta
(especialmente a los ricos) y la Fed hinchó.
Entre 1915 y 1920, la oferta
monetaria y los precios se doblaron. Los déficits federales eran de mil
millones de dólares al mes, superando el presupuesto
federal anual antes de la guerra. El gobierno dirigía la economía, estableciendo
precios y prioridades, teniendo a su disposición sectores enteros, como
ferrocarriles, teléfonos y telégrafos. La expresión “libertades civiles” era
sinónimo de traición, se animaba a la gente a espiar a sus vecinos y la censura
estaba en todas partes. “El reinado de terror del gobierno contra los
“pro-alemanes’ apuntaba a todos los que dudaran de la causa”, escribe
Stromberg. “Tantos chivatos hicieron que H.L. Mencken sugiriera darles
medallas”.
A la gente se la encarcelaba por
pedir al gobierno que cumpliera la ley. Robert Higgs nos dice:
En California, la policía detuvo a
Upton Sinclair por leer la Declaración de Derechos en una gira. En Nueva
Jersey, la policía detuvo a Roger Baldwin por leer públicamente la
Constitución.
La “campaña de propaganda masiva”
del gobierno produjo
incontables incidentes de
intimidación, abuso físico e incluso linchamiento de personas sospechosas de
deslealtad o insuficiente entusiasmo por la guerra. La gente de ascendencia
alemana sufrió de manera desproporcionada.
Pero al principio hubo un gran
problema. El presidente de EEUU estaba pidiendo a los muchachos estadounidenses
que arriesgaran sus vidas para hacer al mundo “seguro para la democracia”,
pero se alzaron pocas manos. Tal vez estuvieran más de acuerdo con el senador
progresista de Wisconsin, Robert M. La Follette, que decía al Congreso que los
pobres serían “los llamados a pudrirse en las trincheras”. En palabras de Ralph
Raico:
En los diez primeros días después de
la declaración del guerra, solo se alistaron 4.355 hombres; en las siguientes
semanas, el Departamento de Guerra consiguió solo un sexto de los hombres
requeridos. Aún así, el programa de Wilson reclamaba que enviáramos un gran
ejército a Francia, de forma que las tropas estadounidenses estuvieran
suficientemente “ensangrentadas”.
Con la juventud del país sin
mostrar ningún interés en morir o matar por políticos corruptos, Wilson decidió
utilizar las bayonetas. El 18 de mayo de 1917 firmó la Ley del Servicio
Selectivo para registrar más de 10 millones de hombres, de los cuales se
seleccionó a más de 2,8 millones.
En un aparente intento de hacer de sí mismo y de su administración la
inspiración para el Gran Hermano,
Wilson añadió que el servicio militar no era “en ningún caso un reclutamiento
forzoso de los no dispuestos: es más bien la selección de una nación que se ha
presentada voluntaria en masa”.
Los “voluntarios” que no se
registraban pasaban un año en prisión y a cualquiera que se le encontrara
obstruyendo el proceso de reclutamiento debía pagar una multa de 10.000$ y 20
años en la cárcel.
Según Wikipedia, en la Primera Guerra
Mundial se mató a
16 millones de personas, contando tanto soldados como civiles. Fueron
heridos otros 21 millones. Francia perdió a la mitad de
sus hombres de entre 20 y 32 años. La guerra costó más de 117.000 vidas
estadounidenses y dejó heridos a otros 205.000. La carga psicológica de los
supervivientes va más allá de nuestra comprensión.
Un sistema de moneda fuerte hubiera
convertido en ficción todo el relato anterior. Sin la cobertura de la
financiación que proporciona la inflación, el conflicto habría sido poco más
que una quimera belicista.
¿Qué trajo al mundo todo este
sufrimiento y muerte? La Rusia soviética, Adolf Hitler, el keynesianismo, la
Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el Telón de Acero y mucho más
(incluyendo las instituciones financieras demasiado grandes como para quebrar).
La guerra, sea fría o caliente, se convirtió en un negocio lucrativo.
Como repite T. Hunt Tooley en su
ensayo “Merchants of Death Revisited: Armaments, Bankers, and the First World
War”, tanto los fabricantes de armas como los banqueros, aquí y
en Europa,
utilizaron a sus propios gobiernos
para subvencionar sus operaciones y generar un enorme beneficio. Tanto fabricantes
de armas como banqueros fueron activos en dar subvenciones a la prensa para
moldear la opinión pública como se necesitaba. Tal vez sea más importante que
los intereses de ambos grupos caían en un ciclo de conflicto. Los fabricantes
de armas necesitaban conflictos para tener una enorme demanda [pero] también
necesitaban periodos de paz armada o guerra fría para actualizar tecnologías y
vender sus nuevos productos. Igualmente los banqueros necesitaban conflictos
como forma de financiar los esfuerzos bélicos de los gobiernos en general,
forjando todo tipo de relaciones con esos gobiernos y consiguiendo la ayuda del
gobierno para aplastar a sus rivales empresariales o comprarlos. Aún así, los
periodos de paz eran especialmente importantes para los banqueros, porque se
obtenían beneficios aún mayores por los trabajos de reconstrucción después de
que se acabara un conflicto, contándose entonces no en millones, sino en miles
de millones.
Conclusión
Si los bancos beligerantes no
hubieran estado protegidos por el privilegio público, la gente se habría
llevado su oro. Con el riesgo excesivo de unos impuestos masivos, la guerra de
cuatro años se habría acabado en cuatro meses.
Sin medios para pagarla, se hubiera denegado su guerra a la clase política. Los
préstamos con reserva fraccionada y el abandono del oro abrieron las puertas al
matadero.
Durante los siglos XVII y XVIII,
los piratas del mar frecuentemente izaban la Jolly Roger para asustar
a sus víctimas y que se rindieran sin pelear. La calavera y las tibias sobre el
fondo negro representaban muerte y saqueo. Cuando Nixon cerró la ventanilla del
oro a los gobiernos extranjeros en 197, el dólar se convirtió en puro papel
moneda fiduciario, ideal para la piratería legal.
Con un papel moneda fiduciario bajo
el control de su banco central, el gobierno de EEUU y sus empresas relacionadas
pueden asaltar la riqueza de los tenedores de dólares y financiar un imperio
mundial mediante sobornos, intimidación y guerra, mientras que los grandes
bancos comerciales pueden inflar en su provecho, sabiendo que la Fed puede
crear y creará suficientes dólares como para rescatarlos ante problemas.
El propio dólar aún muestra un
parecido cercano al medio de papel que una vez circuló como sustitutivo del
dinero real. Cuánto más honrado sería que el dólar actual mostrara la imagen de
la Jolly Roger.
George F. Smith es el autor de The Flight of the Barbarous Relic, una novela acerca
de un presidente de la Fed renegado, y del libro Eyes of Fire: Thomas Paine
and the American Revolution, una descripción del impacto de Paine en
las primeras etapas de la independencia de EEUU. Visite su sitio web.