Por David Gordon. (Publicado el 13
de enero de 2012)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5863.
[Liberty Defined: 50
Essential Issues That Affect American Freedom • Ron Paul • Grand Central Publishing, 2011 • xviii + 328 páginas]
Este brillante libro recoge 50
ensayos cortos de Ron Pual sobre asuntos que van del aborto y al asesinato a
los sindicatos y el sionismo. No están sin embargo ensamblados de forma
disparatada, sino más bien unificados alrededor de un tema central, la
importancia vital de la libertad. La defensa de la libertad de Paul y su
oposición a sus enemigos contemporáneos le distinguen de todos los políticos
del establishment, tanto republicanos como demócratas.
Tal y como apunta con su fuerza
característica:
Durante más de 100 años, las
opiniones dominantes que han influido en nuestros políticos han socavado los
principios de la libertad personal y la propiedad privada. La tragedia es que
estas malas políticas han tenido un fuerte apoyo en ambos partidos. No ha
habido una oposición real al constante aumento en el tamaño y ámbito del
gobierno. Los demócratas están abiertamente y en buena medida a favor de la
expansión del gobierno y si juzgáramos a los republicanos por sus acciones y no
por sus palabras, llegaríamos a la misma conclusión respecto de ellos. (p. 20)
¿Cuál es exactamente la libertad
que favorece Pâul? Deja claro al principio del libro lo que tiene en mente:
Libertad significa ejercitar los
derechos humanos en cualquier forma en que elija una persona siempre que no
interfiera con el ejercicio de los derechos de otros. Esto significa, sobre
todo, mantener al gobierno fuera de nuestras vidas. (p. xi)
Y por supuesto las libertades en
cuestión incluyen los derechos de propiedad: una sociedad libre se basa en una
economía de mercado.
Pocos políticos estadounidenses, si
es que hay alguno, confesarían abiertamente su total oposición a la libertad y
la propiedad, pero la aproximación habitual a estos valores difiere
completamente de la de Paul. Tal y como ven las cosas los políticos
convencionales, libertad y propiedad, sea cual sea su importancia, deben equilibrarse
con otros valores, como la justicia social y la seguridad. ¿No es razonable,
dicen, que el rico deba entregar un poco de su riqueza para ayudar al
indigente? ¿No ignora también una concepción absolutista de las libertades
civiles el peligro del terrorismo? Aunque debamos someternos a molestas
supervisiones e intrusiones, ¿no merece la pena pagar el precio si estas
medidas reducen los peligros de un ataque terrorista?
Uno de los grandes méritos de Liberty Defined es
rebatir todas estas opiniones demasiado comunes. Como apunta agudamente Paul,
los intentos de entregar una pequeña cantidad de libertad en busca de valores
en competencia lleva rápidamente a ataques radicales a la libertad, si no a su
completa eliminación.
Otorgar cupones de comida al 2% de la
población necesitada parece algo razonable a hacer. Pero de lo que no nos damos
cuenta es de que aunque solo el 2% obtienes prestaciones no merecidas del 98%,
se ha sacrificado el 100% del principio de la libertad individual (…) solo
puede esperarse que la dependencia del 2% crezca y se extienda. (…) He aquí un
buen ejemplo de cómo un compromiso puede llevar al caos. El impuesto personal
de la renta empezó en un 1% se aplicaba solo a los ricos. Mirad ahora el tamaño
del código impositivo. (pp. 129-130)
La opinión de Paul no debería
rechazarse como un argumento de “pendiente resbaladiza”. Su opinión no es que
sea necesario lógicamente que cualquier incursión en la libertad lleve a otras.
Más bien, su idea tiene dos caras: la gente que está a favor de equilibrar la
libertad frente a otros valores no ha llegado a un límite en los sacrificios de
la libertad basado en principios y la experiencia con ese balance demuestra que
abandona la libertad.
Precisamente el mismo proceso de
sometimiento creciente tiene lugar con la seguridad. “Muchos estadounidenses
creen que es necesario sacrificar algo de libertad a cambio de seguridad para
preservar la libertad en sentido general” (p. 253). Esta creencia ha llevado a
veces a la defensa de comportamientos gravemente inmorales:
En años recientes, especialmente
desde el 11-S, a una mayoría del pueblo estadounidense se le ha lavado el
cerebro para que crea que nuestra seguridad nacional depende de la tortura y
que ha sido eficaz. El hecho es que nuestra Constitución, nuestro derecho, las
leyes internacionales y el código moral, todos la prohíben. (…) El viejo truco
es preguntarte qué pasaría si supieras que alguien tiene información vital que,
revelada, salvaría vidas estadounidenses. (…) La pregunta que los defensores de
la tortura rechazan incluso hacerla es: Si alguien sospecha que una persona
detenida de cada 100 tiene información crucial y no sabes quién es, ¿estás
justificado para torturar a los 100 para obtener esa información? Si aún
recibimos un sí por respuesta en apoyo a esa tortura, me temo que nuestro
sistema actual de gobierno no pueda sobrevivir. (pp. 290-291)
Pero si renunciamos, en todo los
casos, al uso de la tortura ¿no ponemos en riesgo nuestra nación? Por el
contrario, la opinión de que la seguridad depende del estado, no digamos de la
tortura ordenada por el estado, se basa en una ilusión. Si hay presente alguna
verdadera amenaza a la vida y la libertad, la gente en una sociedad libre puede
ocuparse de ella voluntariamente: la coacción del gobierno es superflua.
En una sociedad libre, donde la
dependencia del gobierno es mínima o inexistente, cualquier crisis real sirve
para motivar a individuos, familias, iglesias y comunidades a unirse y trabajar
para superarla, ya provenga de causas naturales (…) o de la mano del hombre.
(p. 254)
¿Son las amenazas que suponen las
naciones extranjeras una excepción a esta opinión? En absoluto. Estas supuestas
amenazas se exageran mucho para agrandar el poder del estado. La llamada guerra
contra el terrorismo ejemplifica perfectamente cómo usa el estado una crisis
magnificada en su propio beneficio:
Para tener un poco de tranquilidad
(incluso con todos los malos errores que contribuyeron a los peligros terroristas),
es más probable que un estadounidense muera por caerle un rayo que por un
ataque terrorista. (p. 97)
Con gran valor para alguien que
busca la presidencia, Paul apunta que nuestra malhadada búsqueda de “seguridad”
ha llevado a Estados Unidos a ser una amenaza para otras naciones:
Ahora muchos estadounidenses no
pueden siquiera concebir que otros países crean que Estados Unidos es una
amenaza. Y aún así, el nuestro es el único gobierno que viajará a tierras
lejana para derrocar gobiernos, estacionar tropas y echar bombas sobre la
gente. Estados Unidos es el único país que ha usado nunca armas nucleares
contra la gente. ¿Y nos sorprende que mucha gente en el mundo considere a
Estados Unidos como una amenaza? (p. 257)
Desgraciadamente la política estadounidense
de agresión no empezó con las administraciones de Bush y Obama. Estos
presidentes siguieron los pasos de muchos predecesores eminentes en el cargo.
El menor de ellos no fue Franklin Roosevelt, que hablaba de la “libertad desde
el miedo”, pero fue un antiguo maestro en hacer aflorar la misma emoción que
declaraba aplacar, para perseguir mejor sus belicosos planes:
El motivo y la intención de Roosevelt
[en su discurso de las cuatro libertades] me son desconocidos, pero los
resultados de su trabajo no sirvieron a la causa de la libertad en Estados
Unidos. Siete meses después de su discurso, Roosevelt había detenido todos los
envíos de petróleo a Japón, lo que contribuyó a llevar al bombardeo de Pearl
Harbor. Mientras tanto, Roosevelt predicaba una visión distorsionada de la
libertad: nos estaba metiendo en la guerra. (p. 125)
A la luz de la campaña de injurias
a la que Ron Paul ha sido sometido últimamente, uno ve con particular interés
sus comentarios sobre el racismo. Establece brillantemente una conexión entre
racismo y política exterior dominada por la guerra:
El tiempo de guerra es un entorno que
alimenta formas viles de racismo. Porque a los gobiernos les encanta convertir
los prejuicios existente en odio para movilizar a las masas. (…) Si odiamos el
racismo, también debemos odiar la guerra, ya que es la guerra la que alimenta
todos estos tipos malignos de racismo. (…) El racismo respaldado por el
gobierno está pensado para apuntalar el poder del gobierno. La idea es excitar
la opinión pública que debería dirigirse contra el propio gobierno hacia algún
malvado enemigo exterior. (pp. 239, 241)
La lucha de Paul contra el imperio
estadounidense la ha dado amplia notoriedad, pero es igualmente famoso por su
campaña por una moneda fuerte y una economía libre. De hecho, las dos batallas
están muy relacionadas, ya que es el keynesianismo militar el que apoya el
extenso gasto público que requiere la búsqueda del imperio.
El keynesianismo militarista apoyado
tanto por conservadores como por progresistas ha llevado a que se gaste una
obscena cantidad de dólares de los contribuyentes, sobrepasando ahora el gasto
militar de todas las demás naciones juntas. (…)El keynesianismo militarista se
presta a políticas mercantilistas. Frecuentemente, nuestros ejércitos siguen a
las inversiones corporativas en todo el mundo y lo han hecho durante más de
cien años. (…) Hay algo en el keynesianismo militarista que me disgusta aún más
que el keynesianismo económico local. Demasiadas veces he visto el programa
conservador de recortes públicos superado por este añadido ideológico para un
gasto militar ilimitado. (pp. 174-176)
Paul no se limita a la crítica,
sino que tiene un remedio para este triste estado de cosas. El gobierno debería
retirarse completamente de la intervención económica y permitir que la economía
libre trabaje sin obstáculos. En particular, el gobierno debería renunciar de
una vez a su control sobre la oferta monetaria. Su familiar grito de campaña
“Acabemos con la Fed” es parte de un programa mayor:
Me gustaría ver un dólar tan bueno
como el oro. Me gustaría ver al sistema bancario operando como lo haría como
una empresa libre, es decir, sin banco central. Me gustaría ver divisas en
competencia apareciendo en el mercado y permitiéndoles florecer. (…) El papel moneda
es una droga y Washington es un adicto. (…) Washington debería apartarse y
dejar que aparezca espontáneamente otro sistema que se construya sobre la
elección humana. (pp. 201-202)
Todo el programa político de Paul
se basa firmemente en principios morales. Él resume conmovedoramente lo que
cree de esta manera:
¿Qué sistema moral debería seguir el
gobierno? El mismo que siguen las personas. No robar. No matar. No dar falso
testimonio. No codiciar. No promover el vicio. Si los gobierno sencillamente
siguieran la ley moral que reconocen todas las religiones, viviríamos en un
mundo de paz, prosperidad y libertad. El sistema se llama liberalismo clásico.
La libertad no es complicada. (p. 221)
David Gordon hace crítica de libros
sobre economía, política, filosofía y derecho para The Mises Review, la
revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde
1955 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard,
disponible en la tienda de la web del Mises Institute.