Por William L. Anderson. (Publicado
el 13 de diciembre de 2005)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1983.
Hace solo una década, la Administración
Clinton había decidido que Google era un Enemigo del Pueblo y trataba (en general,
con poco éxito) de llevar a la compañía al olvido con litigios. Aunque los
protagonistas de esa serie de demandas se han dedicado a otras cosas, las
máquinas de propaganda “anti-monopolio” miran hacia otro lado. Parece que
Google, el poderoso e innovador motor de búsqueda en Internet disfruta ahora
del título de la “Empresa Más Odiada”.
Ahora, si éste fuera un artículo
criticando los 6,7 millones de enlaces a “Hate Google” [“Odiar Google”] que han
aparecido (sí, puedes usar Google para encontrar sitios anti-Google), sería muy corto.
Esa gente a la que no le gusta Google puede usar Alta Vista, Yahoo! o cualquier
otro motor de búsqueda y ahí quedaría todo. Y si quieren pasarse buena parte de
su tiempo atacando a Google en blogs o correos electrónicos, es cosa suya.
Por supuesto, Google ya no es solo
un motor de búsquedas. Ofrece correo electrónico prémium, mensajería
instantánea con voz, libros y medios en línea, mapas y direcciones, análisis de
uso de la red, programas de publicidad, entre cientos de otras ideas en
continuo cambio y superinnovativas. Durante años ha estado a la vanguardia y la
empresa no muestra señales de detenerse. La competencia parece estar
constantemente a la defensiva. Mucha gente cree que si alguien ha bajado los
humos alguna vez o dos a Windows OS, ha sido debido a alguna innovación de
Google.
Su éxito se debe totalmente a la
evaluación de los consumidores de su calidad. Google innova pero es el mercado
el que da su veredicto.
Sin embargo, en lo que se refiere a
la ley, me temo que no estamos al final, sino más bien al principio y la gente
en Google debería preocuparse. Si el error de Microsoft fue no ser
políticamente astuto cuando la Administración Clinton se dirigió contra el
empresa de software, tal vez el gran “error” de Google es estar muy alineado con
el partido político que resulta estar fuera del poder.
Según la CNN, el 98%
de las contribuciones políticas de los empleados de Google fueron a
candidatos demócratas y las políticas de búsqueda de Google son decididamente izquierdistas.
(Por ejemplo, Google rechazó
publicar un anuncio del libro de Candice E.
Jackson Their Lives, que critica
el comportamiento de Bill Clinton con las mujeres).
En la visión libertaria de las
cosas, Google tiene (y debería tener) el derecho a gestionar esa cosas como
quiera y extiende ese derecho de rechazo a lo que decida. Las políticas de
Google, su CEO y sus empleados son irrelevantes en el estado general de cosas y
son asuntos privados. Sin embargo, los políticos no son el tipo de gente que
permita a las personas vivir y trabajar como dicte su conciencia y no me sorprendería
que la Administración Bush decida utilizar la ley antitrust (un término que en
mi opinión es contradictorio) para castigar a la compañía.
Es verdad que la demanda no tendría
ninguna justificación (aunque uno puede decir eso de cualquier caso antitrust), pero cachear a abuelas con 90 años en
sillas de ruedas que tratan de subir a aviones tampoco la tiene y el gobierno
lo hace.
El rencor contra Google deriva del
hecho de que la gente elige utilizar ese motor de búsqueda concreto más que
otros buscadores. A otra gente no le gusta la forma en que Google clasifica a
los sitios web, lo que significa que un sitio que alguien pueda pensar que es
el Sitio Web Más Importante del Mundo está enterrado entre muchos otros sitios
sobre el mismo tema.
Pero la mayor queja actual contra
Google es que es simplemente “demasiado grande”. Escuchamos cosas como “Google
controla el 80% del mercado” de motores de búsqueda, aunque esta declaración no
tenga ningún sentido. Google no “controla” nada en Internet. La gente tiene que
elegir para utilizar los servicios de
Google. Nadie está obligado a
utilizar Internet en absoluto y por tanto puede evitar utilizar Google si
decide hacerlo.
Estas cosas deberían ser evidentes
para todos, aunque la ley antitrust no se basa en lo que es evidente. De hecho,
la ley antitrust ni siquiera constituye una buena ley, ya que las violaciones
de la ley, como la “restricción del comercio” o la “monopolización del mercado”
no están bien definidas. “Reconocer” un “monopolio” depende de cómo elija una
definir el término. Este hecho por sí solo debería bastaar reconocer la naturaleza
política de la “aplicación” del antitrust.
Como escribe Dominick Armentano, uno de los mayores
expertos mundiales en el tema del antitrust:
Hay muchas evidencias históricas
(especialmente al nivel del estado) que sugieren que las leyes están motivadas
por intereses empresariales y agrícolas por restringir y limitar la competencia
eficiente, igual que los aranceles y cuotas lo siguen haciendo en el comercio
internacional.
Pero independientemente del motivo
original, cualquier estudio objetivo de los casos antitrust revelaría que las
leyes nunca se han usado para proteger a los consumidores ante el poder
monopolístico. Por el contrario, los gobiernos y las acusaciones privadas (el
90% de todos los casos antitrust son privados) las han usado para atacar y
destruir empresas de éxito mientras que protegen a sus competidores
ineficientes.
Continúa:
No es accidental que en todos los
casos clásicos de antitrust en la historia empresarial, las empresas acusadas
estuvieran expandiendo su producción, innovando rápidamente y rebajando sus
precios. El antitrust nunca ha sido amigable con el consumidor y las protestas en
contrario del establishment del antitrust sencillamente no borran los hechos.
Así que si los casos presentados
por el gobierno son abiertamente políticos, entonces parecería que Google
podría tener problemas. Primero, como ya he apuntado, a los republicanos (que
tienen tanto la Casa Blanca como una mayoría en ambas cámaras del Congreso) no
les gusta particularmente Google.
Segundo, a pesar de los millones de
dólares que los líderes y empleados de la empresa han aportado a los
demócratas, es dudoso que muchos demócratas estuvieran dispuestos a defender
una empresa que está acusada de ser “monopolista”. Después de todo, se rumorea que Bill Gates es
un demócrata y Microsoft está ubicada en el área de Seattle, que es un baluarte
demócrata. Aunque fuera el caso, ningún demócrata que tuviera influencia
política real estaba dispuesto a hablar contra la yihad de la Administración
Clinton contra Microsoft y Gates.
Otra demostración de la cobardía
demócrata en proteger a las figuras empresariales acusadas de malas prácticas
fue la falta de apoyo por parte de los políticos a Martha Stewart. Aunque
Stewart ha sido una contribuidora inquebrantable a los demócratas, nadie de ese
partido la defendió cuando el Departamento de Justicia de Bush le acusó y
condeno en un tribunal federal con pruebas muy endebles. (Hillary Clinton
incluso le devolvió una contribución de 1.000$ que Stewart le había enviado
durante su campaña del 2000 al Senado).
En el bando republicano, nadie con
influencia ha defendido a Kenneth Lay,
que fue acusado el pasado año de “fraude bursátil”, a pesar de la falta de
evidencias criminales reales. Los republicanos podrían haber aceptado el dinero
de Enron cuando era una compañía de moda, pero parece que todos se han dirigido
a las salidas cuando con empresa se deshizo financieramente.
Aún así, aunque Lay y Enron podrían
considerarse como políticamente radiactivos, uno debe recordar que fue la
política y no el derecho lo que llevó a las imputaciones y acusaciones de Lay y
gente de Enron. Por eso me preocupa Google. Si el gobierno decidiera ir a por
Google por “violaciones” antitrust, lo haría por razones puramente políticas.
Sin embargo, al mismo tiempo Google
descubrirá que cualquier capital político que haya tratado de establecer con los
demócratas se convertirá en nada y ningún demócrata que se `precie va a
defender un “monopolio”. (Recordemos que Enron también hizo grandes contribuciones
al Partido Demócrata durante los años de la Administración Clinton, pero cuando
la empresa cayó en desgracia, repentinamente fue descrita como una compañía “republicana”).
Así es el mundo de la ley
antitrust. Como la ley solo puede
aplicarse con una base política, todas las acusaciones públicas a empresas
acusadas de violar los reglamentos antitrust son políticas por definición.
Aunque espero que no sea el caso, sé que no existe casi ningún inconveniente
político para una administración que persiga casos civiles y criminales contra empresas
y propietarios de negocios. Aunque la Administración Bush es impopular en
grandes segmentos de la población (principalmente por el fracaso de la guerra
en Iraq), cualquier acción que tome contra Google será alabada desde todos los
bandos, y los Bush podrían usar cierta popularidad política en su momento.
William Anderson es investigador
adjunto del Instituto Mises y enseña economía en la Universidad de Frostburg
State.