Por William L. Anderson. (Publicado
el 15 de mayo de 2003)
Mientras
observamos el actual frenesó de abogados preparándose para demandar
a McDonald’s y Burger King (e incluso demandando a Kraft Foods,
el fabricante de las Oreo) supuestamente por hacer que sus clientes sufran
obesidad, no podemos sino preguntarnos qué lunáticos se han apoderado del
sistema legal de EEUU.
Esta
litigación actual, que se hace en nombre de los pleitos del derecho común,
parece superficialmente tener las trampas del sistema histórico de pleitos.
Existen las partes supuestamente perjudicadas (gente obesa) y los perpetradores
de los “daños” (los restaurantes de comida rápida).
Así,
razonan los que defienden estos casos, la gente debería poder demandar a
McDonald’s, Burger King y Kraft en los tribunales y permitir que jueces y
jurados decidan si los supuestos daños merecen indemnización parte de estas
empresas. Así es como ha funcionado durante siglos el sistema legal de derecho
común y esto es simplemente una continuación de esa tradición, según la
justificación actual.
El único
problema con esta línea de razonamiento es que es completamente falsa. Aunque
muchos articulistas en esta página se han ocupado convincentemente del daño
económico producido por el gobierno en los frentes regulatorio y de
gastos/impuestos, la continua erosión del derecho civil y penal en Estados
Unidos tiene también el efecto de limitar la libertad y destruir nuestro nivel
material de vida.
Además,
ahora mismo, esta serie de tendencias legales no da señales de terminar. Aunque
el cadáver de que una vez fue el derecho común pueda aún parecer vivo, el
producto final no es más real que los cuerpos humanos invadidos por
extraterrestres en esa famosa película de culto.
He aquí
los hechos del caso. Un grupo de abogados en campaña, liderados por John
Banzhaf, recién acabadas las guerras del tabaco, está planeando plantear una
serie de demandas en todo el país acusando a McDonald’s y Burger King de haber
preparado alimentos no seguros que no solo causan obesidad, sino que son
asimismo adictivos. Banzhaf planea presentar un artículo en la revista New Scientist que defiende la tesis de
que la comida rápida “causa cambios químicos en el cerebro de la misma forma
que la nicotina y la heroína”, según una reciente noticia.
En una
evolución relacionada (cuyos plazos hacen que algunos sospechemos que no es
solo una coincidencia), Tommy Thompson, secretario del Departamento de Salud de
EEUU ha amenazado con singularizar la empresas de comida rápida salvo que
acepten cambiar sus menús. “Voy a empezar a dar premios y señalar a quienes lo
hacen bien y los que no lo hacen”, declaró.
La
estrategia será muy similar a la que se utilizó en el litigio del tabaco, en el
que los abogados reclamarían a través de sus clientes que los restaurantes de
comida rápida les engañaron con afirmaciones publicitarias falsas y les
hicieron adictos a sus productos, luego contribuyeron a su obesidad. Thompson
indudablemente echa más leña a ese fuego afirmando que la “explosión de la
comida basura” está costando “al gobierno 117.000 millones de dólares cada año
en costes de atención sanitaria relacionados con la obesidad”.
Esa
estrategia, aunque probablemente tenga éxito en el actual clima legal, está
claro que no es conforme con los patrones del derecho común, que ha ayudado a
sostener el increíble crecimiento económico en Estados Unidos desde los inicios
de este país. De hecho, el éxito del litigio del tabaco se debe precisamente al
hecho de que los tribunales en la
práctica han abandonado el derecho común.
Para que
funcione el sistema de pleitos dentro del derecho común de una manera justa (y,
podemos añadir, económicamente eficiente), deben existir realmente varias
cosas. Tiene que haber un daño y el origen de ese daño debe poder
identificarse.
Por
ejemplo, en 1985, uno de nosotros sufrió un grave accidente de automóvil y
acabó en el hospital, ocurriendo el percance cuando alguien entro en la
carretera desde una calle lateral y causó una colisión inevitable. Hubo un daño
evidente (un esternón roto) y la causa pudo identificarse apropiadamente, lo
que es el segundo requisito para que funcione el sistema de pleitos.
Asimismo,
debe ejercitarse una responsabilidad personal. Si alguien toma una decisión sin
haber sido coaccionado y no hay fraude en ella, entonces se considera que tomó
la decisión libremente.
Frente a
esto, está lo que está ocurriendo en el aparentemente eterno litigio del
amianto que ha devorado a una compañía tras otra. Como ha dicho tan bien David Laband, los
tribunales han creado un “común judicial” en el que los casos presentados por
personas que no puedan demostrar que ningún daño por la exposición al amianto
se ven abrumados por el sistema, dejando a muchos con demandas legítimas de
pleitos en las tinieblas. Cuando se abandona el derecho común, aparece algo que
parece aproximársele superficialmente pero que es extraño al sistema legal
histórico, como demuestran tan elocuentemente el asunto del amianto.
Antes del
último ataque del gobierno a las empresas tabaqueras, nadie había ganado nunca
una demanda de responsabilidad de un producto contra ellas. Primero, los
jurados decidieron que las personas eligieron
fumar y aunque sea cierto que la nicotina en el tabaco tiene cualidades
adictivas, el mundo está lleno de exfumadores.
Además,
la gente ha sido advertida por una avalancha de material anti-tabaco
patrocinado públicamente, que va de anuncios en televisión a advertencias
impresas en los paquetes de tabaco, así que los jurados decidieron
razonablemente que los individuos que los fumaban lo hicieron eligiéndolo ellos
y no podían echar la culpa a las tabaqueras si desarrollaban enfermedades
relacionadas con el tabaco.
Dicho de
otra manera, hubo un tiempo en que los tribunales en casos de fumadores
aplicaban los patrones del derecho común. Sin embargo, desde que empezara en la
década de 1990 la yihad gubernamental contra las tabaqueras, las reglas han
cambiado y los patrones de responsabilidad del derecho común para el tabaco se
han arrojado por la ventana. La gente puede ahora reclamar ante un tribunal (bajo
juramento) que nunca oyeron nada acerca de los riesgos del tabaco para la
salud, que se hicieron adictos sin remisión y que no tuvieron elección en este
asunto.
Aunque
este sinsentido pueda atraer a jurados y jueces, el hecho de que la gente pueda
mentir abiertamente y sin remordimientos en el tribunal sin ninguna perspectiva
de sanción significa que cuando se trata de la ley de pleitos en este país, la
ideología estatista ha ganado al derecho de propiedad privada (y al sentido
común). Con los inminentes ataques legales a los restaurantes de comida rápida
llegará por fin el desmantelamiento de una barrera más a las garantías que el
derecho proporcionó en un tiempo en este país. Como apuntó
recientemente Paul Craig Roberts, se supone que el derecho es “un escudo
para los inocentes”. Hoy se le califica como un arma para los abogados y el
gobierno contra los ciudadanos cumplidores de la ley.
Es
difícil imaginar el daño que causará esta última ronda de demandas, no solo
para las empresas que se verán arruinadas en el futuro, sino asimismo a todas
las que serán objetivos maduros para demandas porque se haya eliminado una
serie más de garantías legales. Primero, porque si los abogados afirman que las
campañas de publicidad de McDonald’s no son sino tretas para que jóvenes
engañados coman comida venenosa, cualquier campaña de publicidad de cualquier empresa será pan comido para
dichos abogados.
Segundo,
al rebajar los patrones de la adicción (que afirman que es una forma de
coacción), la primacía de la elección individual se erosionará aún más. La
elección individual sencillamente no importará, ya que todos, en cualquier
momento, serán capaces de alegar coacción.
Tercero,
los abogados demostrarán de nuevo que todo lo que se necesita para saquear una
empresa es hacer alguna reclamación respaldada por ciencia basura y ser
escuchado en la sala del tribunal por un juez que simpatice contigo. Aunque las
empresas de comida rápida pueden (y recalco: pueden) ganar unas pocas primeras batallas, al final el acorazado
judicial las abatirá y luego se dedicará a otros sectores.
Los
pleitos en la tradición del derecho común servían antes como un maravilloso
mecanismo para ayudar a regular el intercambio económico. Proveían protección a
individuos que se vieran verdaderamente dañados por fraude o negligencia
causados por otros.
Ya no es
el caso. Hoy los pleitos son simplemente un ente generador de dinero para
bufetes de abogados y una vía para la gente que desee destruir las
instituciones de la propiedad privada y la libre empresa manipulando la ley. De
hecho, la ley ha dejado de ser un escudo y en su lugar se ha convertido en una
espada a utilizar por el estado y por todos los que desean destruir lo que en
un tiempo fue una gran civilización.
William Anderson es investigador
adjunto del Instituto Mises y enseña economía en la Universidad de Frostburg
State.