Por Antony P. Mueller. (Publicado
el 1 de febrero de 2012)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5885.
La crisis del mercado financiero no
ha acabado sino que ha crecido hasta convertirse en una feroz crisis de la
deuda soberana. Sin embargo, los autores de las políticas monetarias de las
grandes economías continúan practicando el mismo tipo de política que ha
llevado a la crisis. Siguiendo el modelo de los objetivos de inflación,
continúan sin considerar la cantidad de dinero y el volumen y tipo de creación
crediticia. Como hicieron antes, los banqueros centrales recortan los tipos de
interés tan bajo como pueden. Pocos parecen recordar que el concepto de
política monetaria de objetivo de inflación se adoptó bajo la premisa de que
las tasas bajas y estables de inflación producirían estabilidad financiera y
económica. La realidad no ha confirmado esta afirmación. Por el contrario, el
objetivo de inflación fue esencial para producir la actual crisis financiera.
¿Qué es el objetivo de inflación?
Un banco central que sigue un
modelo de política de objetivo de inflación aumentaría el tipo de interés
político (que el Estados Unidos es el tipo de los fondos
federales) cuando la tasa actual de inflación de precios tendiera a superar
el objetivo y reduciría el tipo de interés político cuando la tasa tendiera a
caer por debajo de éste. Operativamente, la tasa de inflación es la variable
objetivo de esta aproximación, mientras que el tipo de interés político sirve
como variable instrumental. Distinto del monetarismo, los agregados monetarios
solo desempeñan un papel secundario o nulo en el modelo de objetivo de
inflación.
El modelo de política monetaria del
objetivo de inflación puede
extenderse en la llamada regla de Taylor para incluir la disparidad en el
resultado y así abarcar objetivos
políticos como el crecimiento económico y el desempleo. Al contrario que la
regla de Taylor original, la política monetaria del objetivo de inflación ha
ignorado el crecimiento del dinero y del crédito y ha seleccionado únicamente
la tasa de inflación de precios como su principal estándar. Particularmente en
fases en las que la tasa de desempleo se ha considerado por encima del nivel
aceptable, las tasas bajas en el índice de precios del consumo han servido como
justificación para rebajar los tipos de interés a niveles excesivamente bajos.
En muchas partes del mundo donde la política monetaria emplea un marco de
objetivo de inflación, se ha convertido en regla ignorar la expansión de los
agregados monetarios e instaurar tipos de interés extremadamente bajos. El
objetivo de inflación ha llevado a las autoridades monetarias a ignorar no solo
el crecimiento del dinero y del crédito, sino asimismo los precios de los
activos junto con otras variables como el tipo de cambio. Con la justificación
del objetivo de inflación, la política monetaria se ha convertido en roma e ignorante
por definición, y a este respecto se ha producido una repetición del fracaso
previo justo en un momento en el que el futuro jefe de la Reserva Federal
estaba seguro de que podía prometer que “no
lo volveremos a hacer” y dejaba que la economía de EEUU cayera en la
depresión. Igual que en otros tipos de políticas, también en la política
monetaria las únicas lecciones que se aprenden de la historia son las lecciones
equivocadas.
Como se reveló en la reciente
publicación de las transcripciones
de las reuniones de la Fed en 2006, la banca central es una institución
fraudulenta en la que los hombres a su cargo actúan como ignorantes
deliberados. Como demuestran flagrantemente las transcripciones, no fue la
falta de información la que hizo que las autoridades ignoraran la realidad,
sino una deficiente compresión y una fe casi infantil en las construcciones del
modelo.
Un episodio antiguo de objetivo de inflación
El objetivo de inflación no es
nuevo. Su idea básica fue ideada por el economista estadounidense Irving Fisher
(1867-1947). La Fed implantó una forma rudimentaria de objetivo de inflación
poco después de convertirse en operativa en 1914 y practicó explícitamente una
política de “estabilización del nivel de precios” en la década de 1920,
la década anterior a la llegada de la Gran Depresión.
La década de 1920 supuso un periodo
de rápida acumulación de deuda que hasta 1929 se vio acompañada por un aumento
en l riqueza debido a un auge en la bolsa y los inmuebles. El desplome del
mercado llevó a la economía a la Gran Depresión, que duró más de una década.
Durante la década de 1920, las
autoridades monetarias de EEUU parecían poco preocupadas con las expansión del
crédito porque el objetivo principal era el “nivel de precios” (un dato
estadístico que también había promovido Fisher). Advirtiendo que el nivel de
precios era “estable”, la Reserva Federal no sintió ninguna necesidad de cambiar el rumbo o preocuparse por lo que
estaba pasando. Los Felices Veinte fueron de hecho tiempos de exuberancia,
aunque no para la agricultura. Fue la industria la que celebró la nueva era y
la mayoría de toda esta década fueron buenos tiempos para Wall Street después
de la bonanza financiera que había producido la Primera Guerra Mundial en forma
de un gran enriquecimiento del sector financiero.
El centrarse en la inflación de
precios había inducido a las autoridades monetarias a ignorar el crecimiento
del crédito y a la expansión del dinero, así como a desdeñar las mejoras en
productividad de la economía de EEUU en este periodo. La Fed se sentía
justificada por dejar que los agregados monetarios se expandieran siempre que
el niveld e precios permaneciera relativamente estable. No se daba ninguna
consideración a la idea de que con los avances en productividad el nivel de
precios debería bajar como había sido el caso cuando Estados Unidos aún estaba
en un pleno patrón oro y por tanto la cantidad de dinero era relativamente
constante. En la década de 1920, fijas en el nivel de precios, las autoridades
monetarias no mantuvieron constante la cantidad de dinero, lo que habría
significado deflación, sino que por el contrario permitieron una expansión de
la oferta monetaria, porque no parecía haber ninguna razón por la que
preocuparse mientras el nivel de precios permaneciera estable.
Lo que se produjo en la década de
1920 fue una reacción errónea de los autores de la política monetaria ante la
creciente divergencia del sector agrícola y el industrial de la economía de
EEUU. Mientras que la agricultura cayó en la depresión ya poco después de la
Primera Guerra Mundial, la industria de EEUU experimentó un auge inducido
monetariamente. En general, el nivel de precios parecía constante, aunque su
estabilidad era el resultado de una nivelación debida a una depresión
deflacionista del sector agrícola y un auge inflacionista del sector
industrial.
La crisis actual
El último episodio de un megaauge
se produjo en la década de 1990 cuando, igual que en la de 1920, hubo una
burbuja bursátil en combinación con un aumento masivo del endeudamiento de los
consumidores en vivienda y otras cosas. Los banqueros centrales no prestaron
mucha atención a la oferta monetaria y permanecieron optimistas durante el
periodo que llevó a la crisis actual. El mantra de la política monetaria fue
que, mientras el nivel de precios estuviera relativamente estable y solo se
registraran tasas de inflación de precios moderadas, los tipos de interés
podían bajar tanto como pudieran y la oferta monetaria podía crecer sin
restricciones y hacerse tan grande como la demanda de dinero parezca requerir.
Hubo una serie de sacudidas severas
en la década de 1990, así como las décadas anterior y posterior. Aún así, hasta
el estallido de la última crisis, todas las calamidades precedentes pudieron
superarse, eso parecía, recurriendo sencillamente a rescatar a los acreedores y
a expandir la oferta monetaria. Por consiguiente el objetivo de inflación
conllevaba una política omnipresente de rescates y por tanto puso las bases
para una cultura financiera del riesgo
moral.
En 2007 los mercados financieros
empezaron a paralizarse repentinamente, el flujo de dinero en el mercado
interbancario se detuvo súbitamente. Fue el infarto que atacó el corazón de los
mercados financieros. Aunque sorprendidos, los autores de las políticas
monetarias mostraron una completa confianza en que una adecuada cantidad de
liquidez haría que los mercados se moverían de nuevo y rápido; así que creían
en su convicción ingenua que la economía ser recuperaría y florecería
completamente de nuevo. Pero la condena apareció cuando la vieja receta dejó de
funcionar. A pesar de las masivas inyecciones de liquidez, los mercados se
recuperaron solo ligeramente y en 2008 se produjo una ola de impagos de
instituciones financieras. En agosto de 2011 Estados Unidos estuvo cerca de la
quiebra cuando el Congreso se resistía a aumentan el límite legal de la deuda.
Poco después, la crisis financiera global se deterioraba convirtiéndose en la crisis
europea de la deuda soberana. Grecia quedó al borde de la bancarrota y el
contagio golpeó a España, Portugal e Italia.
A principios de 2012 la política
monetaria ha llegado a una etapa en la que está casi completamente paralizada.
Con los tipos de interés cercanos a cero en las principales economías del
mundo, solo se impulsa el sistema financiero a través de colosales cantidades
de inyecciones de liquidez. Al practica un “política de tipos de interés cero”,
comprando activos de calidad dudosa a instituciones financieras a través del Troubled
Assets Relief Program (TARP) y tratando de inyectar aún más liquidez en el
mercado a través de su política de “flexibilización cuantitativa”, se ha
producido una excepción de proporciones sin precedentes del balance de la
Reserva Federal. La suposición real o imaginaria de que el sistema financiero
está al borde del colapso total ha producido enormes rescates públicos y
programas de estímulo que han generado crecientes déficits fiscales e
insostenibles cargas de deuda pública. La deflación se ha convertido en el
temor definitivo de los gobiernos y en la terrible pesadilla de los banqueros
centrales.
El miedo a la deflación
Se desconoce en general que el
espectacular auge económico de Gran Bretaña, de parte del continente europeo y
de Estados Unidos en el periodo de casi un siglo hasta el estallido de la
Primera Guerra Mundial estuvo caracterizado por una moderada deflación,
particularmente desde el inicio de la última mitad del siglo XIX cuando los
aumentos en la productividad empezaron a acelerarse. El nivel de precios cayó
en la economía en expansión porque la oferta monetaria estaba ligada a las
existencias de oro y éstas eran relativamente constantes. El periodo
deflacionista estuvo marcado por el ascendiente de la prosperidad producido por
un entorno financiero de tipos de interés estables, precios en moderado declive
a largo plazo y aumento en los salarios reales. Dejar que se produzca una
deflación buena frena un crecimiento económico excesivo. Una existencia fija de
la base monetaria impidió el exceso en lo positivo y proporcionó así automáticamente
una salvaguarda contra el exceso en lo negativo. Una existencia estable de la
base monetaria no implicaba una cantidad estrictamente fija de liquidez, porque
una velocidad aceptable del dinero sí proporciona un rango de flexibilidad.
El estallido de la Primera Guerra
Mundial señala el fin del periodo deflacionista y el inicio de la era
inflacionista. Cuando se creó el último obstáculo contra una completa tenencia
discrecional de dinero y la Reserva Federal obtuvo un poder sin restricciones para
producir tanto dinero como quisiera, empezó un nuevo capítulo en la historia
monetaria. Con el abandono de los últimos restos del patrón oro con el Acuerdo
del Smithsonian, la política monetaria ya no tenía ningún anclaje que algún
tipo de concepto político. Al eliminar lo que quedaba como anclaje monetario en
1971, la base
monetaria del dólar de EEUU empezó a aumentar y se ha convertido en una
avalancha de dinero.
Ahora bien, la escalada de la deuda
pública hasta niveles exorbitantes prohíbe en la práctica que los bancos
centrales aumenten los tipos de interés si la inflación apareciera más
prominentemente. Por ahora, la liquidez adicional que han credo los grandes
bancos centrales sirve principalmente para que el sector bancario se financie a
sí mismo. La política monetaria se ha convertido en un vehículo para el rescate
de todo un sector de la economía. A venir al rescate del sector financiero, los
bancos centrales han enviado aún más dinamita. El mundo está en una
encrucijada. La posibilidad de salir sin mucho dolor es mucho menor que la de
tener una hiperinflación seguido por una depresión económica o de estrellarse
directamente en el abismo de una depresión deflacionista. La política monetaria
está en un callejón sin salida. De nuevo una fórmula mágica de una política
monetaria intervencionista ha chocado contra un muro.
Conclusión
Considerando que los bancos
centrales dominan el discurso respecto de la política monetaria, no hay casi
debate en curso acerca de la tesis de que el objetivo de inflación no solo es
defectuoso para garantizar la estabilidad monetaria, sino que asimismo ha
proporcionado las condiciones para que se produzca la actual crisis financiera.
El episodio que fue alabado como la gran moderación fue una gran ilusión, que
se ha convertido en la pesadilla de un largo estancamiento. Hay una necesidad
vital de establecer un sistema de moneda fuerte. Su consecuencia sería una
deflación moderada y evitar los auges y declives extremos. La principal barrera
contra la moneda fuerte no es intelectual ni práctica, sino política. La
resistencia viene del sector público porque el daño fundamental de un cambio a
una moneda fuerte sería el hinchado gobierno moderno, junto con sus belicistas,
defensores de la deuda y todo el resto de supuestos expertos con engañosas
promesas que forman parte de este reino.
Antony Mueller es un economista de origen alemán que enseña en la
Universidad Federal de Sergipe (UFS) en Brasil.
Es investigador adjunto del Instituto Mises y fundador del Continental Economics Institute.
Mantiene el blog Cash and Currencies