Las guerras de divisas

Por Doug French. (Publicado el 31 de enero de 2012)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5897.

 [Currency Wars: The Making of the Next Global Crisis • James Rickards • Portfolio, 2011 • 304 páginas]

* Traducido por Carmen Leal

 

De lo que se habla en Washington es de empleos, empleos y empleos, y con la campaña encarrilada la tasa de paro continua siendo elevada y el desempleo de larga duración es más alto que nunca. Ya que apartar al gobierno no es una opción, a finales del año pasado los líderes del congreso decidieron subir el volumen a la vez que se quejaban de que los trabajadores americanos están siendo dañados por la poco valorada divisa china: el renmimbi o yuan.

Se pidió ayuda a los dos partidos para declarar a China como manipulador de divisas, disparando amenazadores tarifas contra las importaciones de China con la esperanza de que China permitiera que el renmimbi se levantara contra el dólar.

Scott Paul, que encabeza la Alianza por Las Manufacturas Americanas, dijo a American Public Media: “Si somos capaces de revaluar el yuan, esto haría nuestras exportaciones substancialmente más competitivas, no solamente en China, sino también globalmente”.

Pero la administración Obama no quiso señalar a China como manipulador, haciendo que un frustrado Mr. Paul se lamentara: “Me decepciona que el Presidente Obama haya rehusado hasta seis veces el citar formalmente a China por manipular las divisas, una práctica que ha contribuido a la pérdida de cientos de miles de empleos en la industria estadounidense”.

Durante los debates y el desarrollo dela campaña, el candidato republicano a la presidencia, Mitt Romney ha dicho repetidamente que encausará a China por manipular sus divisas el primer día que ejerza la presidencia.

Las personas razonables tienden a bajar un poco el tono de Washington —creyendo, con razón, que la mayor parte de ello es palabrería sin sentido. Pero el continuo amedrentar mirando a China seguramente no es tan inofensivo. Combinado con la política anunciada por la Reserva Federal de guardar las tasas de intereses a un cero virtual hasta el fin de 2014, esto suena como la III Guerra de las Divisas (CWIII) en sus pasos iniciales.

A gran escala sucede que los gobiernos inevitablemente reducen el valor de sus divisas a su valor intrínseco. Pero entremedias, los poéticos buscan votos y los gobiernos buscan ventajas en la competición contra otros gobiernos. Y no solamente se disparan cohetes y bombas; la guerra se libra en un frente económico, con la manipulación de las divisas como frente principal. Es esta brutal guerra económica la que constituye el objeto del sobresaliente nuevo libro de James Rickards Currency Wars: The Making of the Next Global Crisis.

Los adictos a la TV financiera reconocerán a Rickards como el experto que tira con bala a los bancos y la macroeconomía y que habla verdaderamente en serio sobre el retorno del mundo a alguna forma de patrón oro. De hecho, en Currency Wars diseña un plan para volver al patrón oro y lo contempla como el único modo en que el mundo financiero puede evitar el derrumbarse en un completo caos económico.

Pero antes de alcanzar este punto, Rickards toma el pulso a los lectores empezando con el aviso de un completo derrumbamiento en el prefacio del libro, diciéndoles a los lectores que el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke “está enzarzado en la mayor lotería de la historia de las finanzas”.

El intento de Bernanke de sacar a América fuera de su atasco económico es, en esencia, una declaración de guerra de divisas al mundo entero. La corriente principal de los economistas se olvida de las batallas a punta de pistola del mundo real, descansando cómodamente entre sus ecuaciones y gráficos. Pero mientras que los académicos pueden escoger el continuar con sus asuntos sin perturbarse, las personas de la calle no deberían contar con tener tal lujo; como escribe Rickards “la nueva guerra de las divisas es la pelea de mayor significado en el mundo de hoy —la lucha que determinará el resultado de todas las otras”.

Pero antes de hacer una crónica de la Primera y la Segunda Guerra de las Divisas, Rickards nos cuenta como participó en un ejercicio de juego de guerra en el Laboratorio de Física Aplicada que se encuentra entre Washington capital y Baltimore. Allí no hubo lanzamiento de misiles simulados o asaltos de infantería en esta batalla de broma, las únicas armas que se usaron fueron financieras: divisas, capitales, bonos y sus derivados.

Casi todos los participantes tenían antecedentes militares o procedentes de un grupo de expertos, siendo solamente el autor y un par de amigos que reclutó los únicos representantes de Wall Street.

Cuando el equipo ruso sacó la idea de una divisa apoyada en el patrón oro, que amenazaba el estatus del dólar, uno de los compañeros del equipo de Rickards —descrito por el autor como “nuestro amigo de Harvard”— no pudo entender las implicaciones del movimiento ruso. “El oro es irrelevante en el comercio y el la política monetaria internacional” —se quejó el de la Ivy League— “No es más que una idea tonta y una pérdida de tiempo”.

Pero aunque se trataba de un ejercicio de juego de guerra, la célula administrativa incluso tildó a este movimiento por parte de Rusia de “ilegal”. Rickards recordó entonces a los participantes que no hacía tanto tiempo que el mundo había tenido divisas respaldadas por el oro y entonces, la jugada fue reconsiderada y titulada solamente “mal pensada”.

Cuando, a la mañana siguiente, el informe Drudge presentó a Vladimir Putin llamando a una alternativa al dólar respaldada por el oro, Rickards y sus amigos se desquitaron, pero los académicos todavía no estaban convencidos de la importancia del oro.

El autor explica que mientras las guerras de divisas se dan en el escenario mundial, ellos empezaron con una economía doméstica a la que le faltaba crecimiento, con un alto desempleo, un sector bancario débil y finanzas públicas que estaban empeorando. Con el crecimiento económico bloqueado, una y otra vez los países bajan el precio de sus divisas para promover el crecimiento de la exportación y de la inversión.

Muchos historiadores describen erróneamente la mayor parte del periodo desde 1870 a 1914 como una oscura era de deflación. Rickards no cae en esa trampa. Por el contario, explica que este periodo del clásico estándar oro estuvo marcado por precios cayendo suavemente que llevaban a una productividad en aumento, estándares de vida que se levantaban y los primeros atisbos de globalización.

El clásico patrón oro, además de que se autoequilibraba, operaba como un club, con socios que se adherían a reglas no escritas, pero bien entendidas. Las fuerzas del libre mercado prevalecían; las intervenciones de los gobiernos eran mínimas, las tasas de cambio, estables; y no existía el Banco Central de los Estados Unidos para embrollar en los asuntos monetarios.

Esta tranquilidad monetaria tuvo un sobresalto con la creación de la Reserva Federal en 1913. En Currency Wars, Rickards se inclina por la explicación tipo de que el Pánico de 1907 fue lo que dio pie a la creación de la Fed; pero, como Murray Rothbard explicaba en History of Money and Banking in the United States: The Colonial Era to World War II, el Acta de creación de la Reserva Federal no fue sino una parte de la ola de legislación que trajo consigo el movimiento progresista.

Los grandes negocios estaban cansados de competir y de innovra continuamente para ponerse a la cabeza de los precios que caían. Los negocios prefirieron mejor usar el poder del gobierno para establecer y mantener cárteles en su esfuerzo por asegurarse altos beneficios. El plan era “transformar la economía de un tosco laissez-faire a un estatismo centralizado y coordinado” escribió Rothbard.

Y aunque Rickards tiene razón en señalar que Estados Unidos tiene una larga historia de odio hacia los bancos centrales, el movimiento de las elites financieras y de Washington para formar lo que llegó a ser el Sistema de Reserva Federal empezó con la Convención Monetaria de Indianápolis de 1896. El Pánico de 1907 añadió combustible al fuego, pero la mayor parte del trabajo de fondo político ya estaba hecho.

Lo que Rickards llama la Primera Guerra de las Divisas empezó con la hiper-inflación alemana de 1921 y terminó cuando Francia rompió con el patrón oro en 1936, al mismo tiempo que Inglaterra devaluaba la libra esterlina. Entretanto, hubo continuos fuegos artificiales monetarios.

Los partidarios de la Escuela Austriaca que han visto en el cine la película de Woody Allen nominada al Oscar Medianoche en París y que se preguntan cómo o por qué una tan increíble colección de expatriados de los Estados Unidos terminó en París a mediados de los años 20, no se sorprenderían al ver que existe una explicación económica. Rickards explica que el franco francés se derrumbó en 1923, permitiendo que Ernest Hemingway, Scott y Zelda Fitzgerald y Gertrude Stein llevaran unos estilos de vida confortables en París al convertir sus dólares traídos de casa.

El patrón oro clásico ya se había ido, reemplazado por un profundamente agrietado patrón intercambio-oro que permitió a los bancos centrales inflarse, causando el auge de los años 20 y por tanto, la corrección de los 30 exacerbada por la política gubernamental. La Reserva Federal empezó su temporada de trabajo cerrando los bancos y confiscado el oro de la gente. El lenguaje empleado en la orden de la Fed es terrorífico, dando a los ciudadanos un plazo hasta el 1 de mayo de 1933 para entregar al Sistema de la Reserva Federal “todas las monedas de oro, los lingotes de oro y los certificados de oro que poseyeran” con la amenaza de una multa de 10.000 dólares o diez años en prisión.

Los ciudadanos recibieron 20,67$ por onza del gobierno, solamente para ver que el nuevo presidente subió el precio a 35$ la onza en tres meses —una devaluación del 70%.

Rickards sitúa la Segunda Guerra de las Divisas desde 1967 a 1987. Entre la Primera y la Segunda Guerra estuvo la era de Bretton Woods, descrita por el autor como un periodo de “estabilidad de divisas, baja inflación, bajo desempleo, crecimiento alto y sueldos que iban subiendo”.

Pero como predijeron Henry Hazlitt y Jacques Rueff, el falso plan del patrón oro creado por John Maynard Keynes se desató, poniendo los cimientos de la Segunda Guerra de las Divisas.

Esta empezó con una serie de crisis en la Esterlina británica, y luego con una huida del dólar hacia el oro, con el presidente francés Charles de Gaulle pidiendo un retorno al patrón oro. El presidente francés “ofreció amistosamente el enviar la Armada Francesa a Estados Unidos para traer el oro de nuevo a Francia”.

Todo esto llevó a Richard Nixon a desplazar a Hoss y Little Joe cuando el 15 de agosto de 1971 dijo a la nación que estaba cerrando la ventanilla del oro. El presidente culpó a los especuladores internacionales por haber interrumpido el programa de televisión favorito de los americanos, pero a los que había que culpar era a la impresión de moneda y a los déficits del presupuesto. Nixon también impuso una tasa del 10% a las importaciones, devaluando el dólar de una manera efectiva en el terreno del comercio.

La devaluación era para espoleó la creación de empleo, pero en dos años Estados Unidos estaba enfangado en una recesión. EEUU sufrió tres recesiones desde 1973 a 1981, cuando el poder adquisitivo cayó hasta la mitad entre 1977 y 1981. De pronto, la palabra “estanflación” estaba en boca de todo el mundo.

Paul Volcker asumió el cargo de presidente de la Fed y rápidamente subió las tasas de interés, buscando detener la inflación de precios. El precio del oro se derrumbó junto con la tasa de inflación y el dólar se fortaleció. Según Rickards, tanto Volcker como Ronald Reagan deberían ser ensalzados por el giro radical del dólar.

Pero la fortaleza del dólar interceptó los negocios de exportación y el Acuerdo del Plaza de septiembre de 1985 fue un intento de aminorar el valor del billete verde frente al yen y el marco. Y funcionó de 1985 a 1988; el dólar cayó un 40% contra el franco francés, perdió la mitad de su valor contra el yen y bajó un 20% contra el marco.

A pesar de todo, la devaluación hizo poco por la economía de los Estados Unidos y en torno a 1987 las autoridades monetarias se reunieron en el Louvre de Paris. El Acuerdo del Louvre fue concebido con el objetivo de frenar la caída del dólar. La buena disposición del Banco de Japón a expandir sus reservas monetarias para devaluar el yen encendería una de las mayores burbujas del mercado de valores de todos los tiempos, con el índice Nikkei subiendo a toda mecha desde 10.000 a un pico de 38.957,44 el 29 de Diciembre de 1989. Más de dos décadas después, aquel mercado aún no se ha recuperado.

La tercera Guerra de las Divisas acaba de empezar, y el autor argumenta que, además de los emisores de divisas nacionales, otros participantes incluyen al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las Naciones Unidas, los fondos de inversión libre, empresas globales y las oficinas privadas de las familias de los super ricos. Después de 40 años de impresión masiva de dinero y de explosión de derivados, la Tercera Guerra de Divisas se llevará a cabo en una escala masiva, con un riesgo real de derrumbamiento de todo el sistema monetario.

¿Cómo terminará esta guerra de divisas para terminar con todas las guerras de divisas? El autor pinta un cuadro aterrador, usando la teoría de la complejidad y la economía del comportamiento. Aunque la estructura es distinta, los resultados seguirán la línea de los tres pasos de la inflación que describió Ludwig von Mises.

En el paso primero de Mises, los gobiernos imprimen todo el dinero que pueden, porque los precios no suben tanto como las reservas monetarias. En el paso dos, la demanda de dinero cae, lo cual intensifica la inflación de los precios. Finalmente, en el paso tres, los precios suben más rápido que las reservas monetarias. Se desencadena una carestía de moneda y la gente urge a los gobiernos a imprimir más; cuando el gobierno lo hace, los precios y la reserva monetaria suben en espiral.

Rickards desarrolla umbrales hipotéticos en los que el dólar es rechazado. Hasta cierto número, la gente puede empezar a rechazar el dólar sin efecto en los precios o el valor del dólar. Pero una vez que se cruza un umbral crítico, se dispara el derrumbamiento —como una vez escribió Hemingway de cómo suceden las bancarrotas— primero despacio, luego todas a la vez.

Un pequeño cambio en las preferencias de un poco de gente podría llevar a una catástrofe, porque la estructura financiera es un armatoste keynesiano débilmente construido a base de dinero fiduciario y déficits del gobierno. Cualquiera de cientos de sucesos pueden desencadenar el colapso y, como señala el autor, la gota que colme el vaso no se verá hasta después de que haya caído.

Rickards explora cuatro potenciales resultados para el dólar: múltiples divisas en reserva; derechos especiales de giro, oro y caos. Para los que estén interesados en cuánto tendría que ser el precio del oro de acuerdo con varias ratios de respaldo de oro para diferentes conjuntos de monedas, esta parte del libro es especialmente interesante, haciéndome recordar lo que Murray Rothbard solía decir a los que argumentaban que no había suficiente oro en el mundo para imponer un patrón oro. “Se puede imponer un patrón oro con una sola onza” -dijo. No se trata de la cantidad, sino del precio.

Rickards propone un precio de 7.500 dólares la onza, lejos aún del precio actual. Pero como el propio autor señala “el cambio en el valor del dólar ya ha ocurrido en sustancia. Sencillamente es que no ha sido reconocido por los mercados, los bancos centrales o los economistas”.

Inevitablemente, el caos es el resultado más verosímil de la última Guerra de Divisas y mientras el autor dibuja posibles escenarios para su escenificación, nadie sabe de verdad. Solo basta decir que no será bonito. Desgraciadamente, una Guerra de Divisas no es un juego ni un deporte de espectáculo. Tenemos todos que participar y hacer lo mejor para sobrevivir.

 

 

Douglas French es presidente del Instituto Mises y autor de Early Speculative Bubbles & Increases in the Money Supply y Walk Away: The Rise and Fall of the Home-Ownership Myth. Es doctor en economía de la Universidad de Nevada-Las Vegas, dirigido por Murray Rothbard, con el Profesor Hans-Hermann Hoppe en su tribunal de tesis. French enseña en la Academia Mises.

Published Mon, Feb 6 2012 7:27 PM by euribe