Por Robert P. Murphy. (Publicado el
21 de febrero de 2012)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5915.
En un reciente
artículo en el New York Times, el autor superventas de libros de
texto, profesor de Harvard y asesor de Mitt Romney, Greg Mankiw, ofrecía cuatro
principios de reforma impositiva que están apoyados casi universalmente por los
economistas profesionales, incluso los extremadamente pro-mercado.
En el presente artículo, criticaré
las opiniones de Mankiw desde una perspectiva rothbardiana. El evidente punto
de vista de consenso entre los economistas en la disposición del código
impositivo muestra los peligros del pensamiento grupal.
Falsa unanimidad
Desde el principio, Mankiw se
asienta poco firmemente cuando declara: “Los economistas que estudian las
finanzas públicas están de acuerdo desde hace mucho con la William E. Simon, el
anterior secretario del Tesoro, que decía que ‘la nación debería tener un sistema
impositivo que parezca que alguien lo hubiera diseñado a propósito’”.
Esta declaración, aunque bastante
inocente, produce bastante confusión. Mankiw escribe como si la situación en
economía fuera equivalente a decir: “Los doctores que estudian el cáncer de
pulmón están de acuerdo en que la gente no debería de fumar”. La declaración de
Mankiw suena como si solo un no economista (o al menos solo un tipo muy raro)
pudiera pensar que a los legisladores les gusta
al actual código impositivo. Por el contrario, se supone que hemos de
preocuparnos sobre cómo aparecen de la nada esos agujeros y absurdas minucias.
La cita de Simon por Mankiw evoca una imagen de los legisladores (guiados por
economistas expertos, por supuesto) sacando periódicamente las tijeras para
podar los arbustos que crecen alrededor de Hacienda.
Todo en esta opinión es erróneo. Al
contrario que el dinero o el idioma inglés, el sistema impositivo estaba diseñado a propósito. Es verdad
que no lo diseñó una sola persona, pero el código impositivo del gobierno
federal de EEUU está lejos de un “orden espontáneo” en el sentido hayekiano.
La razón de la perplejidad de los
economistas de las finanzas públicas con el código impositivo es que ignoran
las ideas de los economistas de la elección
pública. Es verdad, si aceptamos las
palabras de los políticos, entonces el actual código impositivo es
inexplicable. ¿Por qué, durante
bastante tiempo, los federales (a) dieron exenciones fiscales para
estimular a las refinerías a usar etanol pero (b) impusieron un arancel al
etanol de caña de azúcar hecho en Brasil? ¿Qué es esto? ¿Quieren los políticos
salvar el planeta o no?
La respuesta es evidente: a los
políticos les gustaban ambas normas,
porque se trataba de ganarse el favor de los cultivadores nacionales de maíz.
Los granjeros brasileños no pueden votar en la elecciones de EEUU (al menos, no
por ahora), así que no tenía sentido dar a las refinerías un gravamen
impositivo hasta el grado de que usaran etanol importado.
Antes de ocuparnos de sus
principios de la reforma impositiva, deberíamos también mencionar que incluso
en sus propios términos, al cita de Simon por Mankiw no impresionaría a Murray
Rothbard. En lugar de anhelar un código impositivo que pareciera ser diseñado
coherentemente con algún propósito (indeterminado) en mente, Rothbard
preferiría un código impositivo que no violara los derechos de nadie. (De
verdad que sería un código mínimo).
Concediendo la cantidad que el gobierno quiere gastar
El primer principio de Mankiw toma
el gasto público como algo dado:
AMPLIAR
LA BASE Y REBAJAR LOS TIPOS. El código impositivo de EEUU está lleno de
deducciones y exclusiones que encogen la base impositiva. La menor base
requiere a su vez tipos impositivos más altos para aumentar los ingresos
necesarios para financiar el gobierno. El punto inicial de la reforma es
invertir este proceso.
Éste es siempre el peligro cuando
los economistas actúan como meros tecnócratas, asesorando al gobierno sobre la
mejor manera de exprimir a los contribuyentes que viven en el territorio del
gobierno. (¡Puedo decir esto con autoridad, porque yo mismo he escrito un manual
similar!)
Aún así, un rothbardiano puede
razonar en sentido contrario. Si suponemos que vamos a tener cualquier impuesto, ¿cómo deberíamos
clasificarlo? El rothbardiano da una nota alta a una categoría impositiva que
haga difícil al gobierno obtener
ingresos, ya que un gobierno bien financiado es en sí mismo, hostil a la libertad, el crecimiento económico y
cualquier otro objetivo que adopte un pueblo civilizado.
De hecho una de las razones por las
que el propio Rothbard alababa el “impuesto por cabeza” (en el que todos los
ciudadanos pagan una cantidad fija en dólares al gobierno y punto) es que sería
necesariamente muy baja (de otra forma, algunos ciudadanos no podrían pagarlo).
No hace falta decir que uno no escucha esas opiniones en la típica discusión de
la reforma impositiva.
Impuestos al consumo
Mankiw procede a recomendar algo
que es bastante normal en la doctrina de la corriente principal:
GRAVAR
EL CONSUMO EN LUGAR DE LA RENTA. Hace casi cuatro siglos, el filósofo
Thomas Hobbes sugería que los impuestos deberían basarse en el consumo, no en
la renta. La renta mide la contribución de trabajo y capital de una persona a
la producción de bienes y servicios de la sociedad. El consumo mide la cantidad
de esos bienes y servicios que obtiene para disfrutarlos. Hobbes razonaba que
como el consumo refleja mejor los beneficios que recibe una persona como
miembro de una sociedad, es la base apropiada para los impuestos.
Mucha de la teoría económica moderna
confirma esta conclusión. En los modelos normales, un impuesto al consumo
permite a la economía alcanzar la mejor asignación de recursos con el tiempo,
mientras que un impuesto a la renta
desanima innecesariamente el ahorro, la inversión y el crecimiento
económico.
Rothbard fue uno de los pocos economistas
que atacó
sistemáticamente la opinión típica de que (al menos teóricamente) era
eficiente gravar el consumo, pero no la renta. Es verdad que un impuesto a las
rentas (si se aplica no solo a los salarios, sino asimismo a intereses,
dividendos y ganancias de capital) distorsionará el equilibrio entre consumo
presente y futuro y que en este sentido los economistas de la corriente
principal tienen razón en que introduce otra fuente de ineficiencia, más allá
de la extracción del propio pago del impuesto.
Sin embargo, Rothbard lamentaba que
a menudo los economistas de la oferta trataran el ahorro y la inversión como
algo bueno en sí mismo, cuando realmente
el objetivo debería ser que los individuos decidan qué hacer con su propiedad.
(Por ejemplo, si el gobierno amenazara con encarcelar a quien ahorrara menos
del 50% de su renta cada año, eso indudablemente “estimularía el ahorro y el
crecimiento económico”, pero dañaría el verdadero bienestar, adecuadamente
definido).
Rothbard (aunque no usara estos
términos) también apuntaba que en la típica literatura fiscal, los economistas
de la corriente principal a menudo se dedicaban a un análisis de equilibrio
parcial, en lugar de del equilibrio general. En otras palabras, Rothbard decía
que para evaluar el impacto de un impuesto, realmente tendríamos que dejar que
todo el sistema se asentara en la nueva situación y ver lo que pasaba. Ese
razonamiento podría invertir nuestra opinión inicial:
Por tanto, la opinión aparentemente
de sentido común de que un impuesto a las ventas al por menor se dirigirá al
consumidor es totalmente incorrecta. Por el contrario, el impacto inicial del
impuesto será en las rentas netas de las empresas de venta al por menor. Sus
severas pérdidas llevarán a un rápido cambio hacia abajo en las curvas de
demanda, remontándose a la tierra y
la mano de obra, es decir a los salarios y rentas de los terrenos. Por tanto,
los impuestos a las ventas al por menor, en lugar de trasladarse rápida e
inocuamente hacia abajo, a largo plazo se trasladarán hacia arriba a las rentas
del trabajo y las tierras. De nuevo un supuesto impuesto al consumo se ha transmutado por el proceso del mercado en un
impuesto a las rentas.
Para quienes estén interesados en
una exposición numérica, he
escrito un largo post que se ocupa de otras dos defensas recientes de la
idea de “gravar el consumo y no la renta”. Entre otros problemas, apunto que
podemos darle la vuelta a la lógica: igual que los típicos economistas del
libre mercado dicen que un impuesto a la renta es “realmente” un impuesto al
ahorro y por tanto ilegítimo, lo mismo puedo decir que el impuesto al consumo
es “realmente” un impuesto al trabajo y por tanto ilegítimo.
La razón para este resultado es que
cuando se defiende un impuesto al “consumo”, los economistas nunca incluyen el ocio como uno de los bienes de consumo.
Por tanto, la existencia de una ineficiencia en el impuesto al consumo
distorsiona el equilibro ocio/trabajo y lleva a la gente a trabajar menos de lo
que harían en otro caso. Es algo exactamente análogo al problema del impuesto
de la renta que hace que la gente ahorre demasiado poco.
¿Simplicidad?
El último principio de Mankiw suena
bastante inocuo:
HAZLO
SENCILLO, IDIOTA. Este aforismo de la ingeniería se basa en la eterna idea
de que los sistemas complejos son más fáciles de destruir, a menudo de formas
que el diseñador no anticipó. Se aplica con fuerza a los sistemas impositivos.
En realidad, al contrario que los
sistemas de ingeniería, los sistemas impositivos complejos fracasan debido a
que un ejército de contables y abogados fiscales muy bien pagados está listo
para aprovechar cualquier agujero que pueda encontrar. ¿Recuerdan cuando el plan
de estímulo del presidente Obama
ofreció exenciones fiscales para
automóviles eléctricos? Repentinamente, se disparó la venta de cochecitos
de golf.
Es verdad que cualquier sistema
impositivo estará sujeto a interpretación y por eso siempre necesitaremos a
Hacienda. Pero cuanto más utilicemos impuestos y exenciones con objetivos bien
definidos, más interpretaciones habrá.
Rellenar impresos para pagar impuestos
nunca será agradable. Pero si la reforma incluyera una simplificación, la tarea
podría hacerse un poco menos onerosa. Y si se indujera a algunos contables y
abogados fiscales a convertirse en su lugar en ingenieros y doctores, la
sociedad habrá dado un gran paso en la dirección correcta.
Dejando aparte la extraña
referencia de Mankiw respecto a la “necesidad” de Hacienda (¿cómo sobrevivió la
nación antes de 1913?) es un tema repetitivo de libre mercado. El iconoclasta Rothbard
reclamaría disentir:
Hay (…) una buena razón para que
paguemos a abogados fiscales y contables. Gastar dinero en ellos no es un
desperdicio social mayor que nuestras compras de candados, cajas fuertes o
vallas. Si no hubiera delito, el
gasto en esas medias de seguridad sería un desperdicio, pero hay delito.
Igualmente, pagamos dinero a abogados y contables, porque, igual que las cajas
fuertes o los candados, son nuestra defensa, nuestro escudo contra el
recaudador de impuestos.
Conclusión
Todos saben que el actual sistema
impositivo en Estados Unidos (o en cualquier otro país) es una enorme fuente de
ineficiencia económica. Sin embargo, una perspectiva rothbardiana demuestra que
incluso mucho de los economistas actuales del libre mercado conceden demasiado
al gobierno cuando discuten la reforma impositiva.
Robert Murphy es investigador
adjunto del Instituto Mises, donde enseñará Anatomía de la Fed
en la Mises
Academy este invierno. Gestiona el blog Free
Advice y es autor de The
Politically Incorrect Guide to Capitalism, Study
Guide to Man, Economy, and State with Power and Market, Human Action
Study Guide, The
Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal y
su nuevo libro Lessons
for the Young Economist.