Por
Murray N. Rothbard. (Publicado el 23 de febrero de 2012)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5908.
[Conceived
in Liberty (1975)]
De hecho, a la colonia de Virginia
no le iba muy bien con la expulsión de los pobres que sobraban de Inglaterra.
Además de enviar vagabundos y criminales a Virginia, la London Company y la
ciudad de Londres acordaron trasladar niños pobres de Londres a Virginia. Sin
embargo, los más pobre rechazaron la ventaja ofrecida y la empresa actuó para
conseguir leyes para forzar a los niños a emigrar. De hecho, parecía que la
colonia de Virginia, al no poder tampoco ofrecer beneficios a los inversores de
la compañía, estaba convirtiéndose en un fracaso en todos los aspectos.
De hecho,
la supervivencia de la colonia de Virginia pendió de un hilo durante años. Los
colonos no estaban habituados al trabajo que requería un pionero y la malaria
los diezmaba. De los 104 colonos que llegaron a Virginia en mayo de 1607, solo
30 seguían vivos en ese otoño y durante años prevaleció una tasa de mortalidad
similar entre los recién llegados. Aún en 1616, solo quedaban 350 colonos de un
total de más de 1.600 inmigrantes.
Una razón
importante para la supervivencia de esta afligida colonia fueron los cambios
que la compañía acordó hacer en su estructura social. La mayoría de los colonos
habían estado bajo contratos “indentados” y estaban al servicio de la compañía
durante siete años a cambio del dinero del pasaje y el mantenimiento durante el
periodo y a veces de la perspectiva de un pequeño terreno en final de su
servicio. Este contrato se llamaba indentado porque estaba escrito
originalmente por duplicado en una hoja grande, estando las dos partes por una
línea dentada llamada “indentado”. Aunque es verdad que el contrato original
era por lo general voluntario, también lo es que una sociedad libre no aplica
contratos de esclavitud voluntaria, ni aunque sean voluntarios, ya que debe
permitirse a una persona cambiar de opinión y por la imposibilidad de enajenar
el control de una persona sobre su voluntad y cuerpo. Mientras que la propiedad
de un hombre puede enajenarse y puede
transferirse de una persona a otra, la voluntad
de un hombre no lo es: el acreedor en una sociedad libre puede obligar a
recuperar el pago del dinero que pueda haber adelantado (en este caso, el
dinero del pasaje y el mantenimiento), pero no puede continuar obligando al
trabajo esclavo, por muy temporal que sea. Además, muchos de los indentados
eran obligatorios y no voluntarios (por ejemplo, los que afectaban a
prisioneros políticos, deudores encarcelados y niños secuestrados de las clases
inglesas más bajas). Los niños eran secuestrados por “profesionales” y vendidos
a los colonos.
En las
condiciones concretas de la colonia, la esclavitud, como siempre, roba al
individuo su incentivo para trabajar y ahorrar y por tanto pone en peligro la
supervivencia del asentamiento. El nuevo estatuto otorgado en 1609 por la
Corona a la empresa (ahora llamada la Compañía de Virginia) añadía a los
incentivos de los colonos individuales la provisión a cada uno por encima de los
diez años una acción en la compañía. Al final de los siete años, a cada persona
se le prometía una concesión de 100 acres de terreno y una participación en los
activos de la compañía proporcional a las participaciones que tuviera. El nuevo
estatuto también concedía más independencia a la compañía y más responsabilidad
a sus accionistas, al proveer que todas las vacantes en el dirigente Consejo
Real fueran cubiertos por la compañía, que así acabaría asumiendo el control.
El estatuto de 1609 también acumulaba problemas para el futuro al añadir
tierras vírgenes a la concesión de terrenos a la Compañía de Virginia. El
estatuto original había limitado sensatamente la concesión al área costera
(hasta 100 millas hacia el interior), el nivel de soberanía inglesa en el
continente. Pero el estatuto de 1609 extendía grandiosamente la Compañía de
Virginia “de mar a mar”, es decir, al oeste hasta el Pacífico. Además, su
redacción era tan vaga como para no deja claro si la extensión era hacia el
oeste o el noroeste (no era un asunto académico, sino una posterior fuente
prolífica de conflictos). El estatuto de 1612 añadía la isla de Bermudas al
enorme dominio de Virginia, pero ésta se separaría pronto a una empresa filial.
Los
incentivos que proporcionaba el estatuto de 1609 eran sin embargo solo promesas
futuras. La colonia seguía estando gestionada sobre principios “comunistas”:
cada persona contribuía con el fruto de su trabajo de acuerdo con su capacidad
a un almacén común gestionado por la compañía y de este almacén cada uno
recibía de acuerdo con sus necesidades. Y esto era un comunismo no acordado
voluntariamente por los propios colonos, sino impuesto por su año, la Compañía
de Virginia, la receptora de la concesión arbitraria de tierras otorgadas en el
territorio.
El
resultado de este comunismo fue lo que podíamos esperar: cada individuo
conseguía solo una cantidad mínima de bienes de su propio trabajo (ya que el
fruto de éste iba al almacén común) y por tanto tenía poco incentivo para
trabajar o para ejercitar iniciativa o ingenio bajo las difíciles condiciones
de Virginia- Y esta falta de incentivos se veía doblemente reforzada por el
hecho de que al colono se le aseguraba que, independientemente de lo mucho o
bien que trabajara, una porción igual de los bienes del almacén común. Bajo
esas condiciones, con la desaparición del motor de los incentivos para cada
persona, ni siquiera la amenaza de muerte y hambre para el grupo en su
totalidad (ni de un auténtico reino del terror por parte de los gobernadores)
podía proporcionar el estímulo necesario para cada hombre concreto.
El
comunismo era solo un aspecto de la dureza de las leyes y el gobierno sufridos
por la colonia. El poder absoluto de vida y muerte sobre los colonos era
ejercido a menudo por uno o dos consejeros de la compañía. Así, el capitán John
Smith, el único miembro del Consejo Real superviviente en el invierno de 1609,
leía sus poderes absolutos a los colonos cada semana. “No hay aquí más Consejos
para proteger o alterar mis disposiciones”, tronaba, y todo violador de sus
decretos podía “estar seguro de su debido castigo”. Sir Thomas Gates, nombrado
gobernador de Virginia en 1609, recibió instrucciones de la compañía de
“proceder según la ley marcial (…) como la más adecuada al tenor de este
gobierno [de Virginia]”. Por consiguiente, Gates estableció un código de
disciplina militar sobre la colonia en mayo de 1610. El código ordenaba una
observancia religiosa estricta, entre otras cosas. Unos 20 “delitos” estaban
castigados con la muerte, incluyendo prácticas como comerciar con los indios
sin licencia, matar ganado y aves sin licencia, escapar de la colonia y
persistir en negarse a acudir a la iglesia. Uno de los actos más abyectos era
aparentemente escapar de esta prisión virtual para unirse a los supuestamente
salvajes indios nativos: los colonos prófugos capturados eran ejecutados
ahorcados, fusilados, quemados o en el potro. No sorprende que las
instrucciones de Gates tomaran la precaución de proporcionarle un
guardaespaldas para que le protegiera de la ira de sus súbditos, pues, como
escribía el gobernador que le sucedió al siguiente año, la colonia estaba
“llena de habitantes amotinados y traicioneros”.
Desafortunadamente,
los directores de la Compañía de Virginia decidieron que la cura para los
graves problemas de la colonia no era menos sino más disciplina. Por
consiguiente, enviaron a Sir Thomas Dale para ser gobernador y dirigente de la
colonia. Dale aumentó la severidad de las leyes en junio de 1611. Las leyes de
Dale (“las leyes divinas, morales y marciales”) se hicieron justamente
conocidas: Preveían, por ejemplo, que todo hombre y mujer de la colonia se
viera obligado a atender al servicio divino (anglicano) dos veces al día o ser
severamente castigado. Para la primera ausencia, la condena era no recibir
comida, para la segunda, recibir azotes públicos, y para la tercera, verse
obligado a trabajar en galeras durante seis meses. Esto no era todo. Todos
tenían la obligación de convencer al ministro anglicano de su integridad
religiosa y a ponerse a disposición de éste; el incumplimiento de esta
obligación se castigaba mediante azotes públicos cada día que se incumpliera. No hay delito más criminal que
cualquier crítica a los treinta y nueve artículos de la Iglesia de Inglaterra:
la tortura y la muerte eran la pena para cualquiera que persistiera en una
crítica abierta. Esta estricta represión reflejaba el creciente movimiento en
Inglaterra, de los puritanos y otros disidentes, de reformar o ganar aceptación
al tiempo en la establecida Iglesia de Inglaterra. Las leyes de Dale también
incluían:
Que ningún
hombre hable impíamente (…) contra la sagrada y bendita Trinidad (…) o contra
los conocidos Artículos de la fe cristiana, bajo pena de muerte. (…)
Que ningún
hombre usará ninguna palabra traidora contra la persona de Su Majestad o la
autoridad real, bajo pena de muerte. (…)
Ningún
hombre (…) se atreverá a denigrar, difamar, calumniar o realizar discursos
similares, ya sea contra el Consejo o contra comités, asesores (…) etc. La
primera sanción serán tres azotes, la segunda ser enviado a galeras, la
tercera… la muerte.
Delitos
como obtener comida de los indios, robar comida e intentar volver a Inglaterra
estaban castigados con la muerte y la tortura. Delitos menores se castigaban
con azotes o esclavitud con cadenas durante varios años. El acto más
constructivo del gobernador Dale fue empezar ligeramente el proceso de
disolución del comunismo en la colonia de Virginia: para estimular el interés
propio de los individuos, concedió tres acres de tierra y sus frutos a cada uno
de los antiguos colonos.
El
sucesor de Dale, el capitán Samuel Argall, pariente de Sir Thomas Smith, llegó
en 1617 y encontró tal aumento en la incuria durante la administración interina
del capitán George Yeardley que no dudó en reimponer las leyes de Dale. Argall
ordenó que todos fueran a la iglesia los domingos y festivos o sufrir tortura y
“ser un esclavo la semana siguiente”. También impuso más severamente los
trabajos forzados.
Por
suerte para el éxito de la colonia de Virginia, la Compañía de Virginia cayó en
manos de los puritanos de Londres. Sir Thomas Smith fue despedido en 1619 y su
puesto como tesorero de la compañía fue asumido por Sir Edwin Sandys, un líder
puritano en la Cámara de los Comunes que había preparado el borrador de los estatutos
enmendados de 1609. Sandys, uno de los grandes líderes de la disidencia liberal
en el Parlamento, había ayudado a redactar la reconvención contra la conducta
de Jacobo I en relación con el primer Parlamento del rey. Sir Edwin había
pedido que todos los prisioneros tuvieran el beneficio del consejo, había
defendido la libertad de comercio y se había opuesto a los monopolios y el
feudalismo, estaba a favor de la tolerancia religiosa y en general había
asumido los agravios del pueblo frente a la Corona. Para Virginia, Sandys
quería abandonar las plantaciones únicas de la colonia y estimular las
plantaciones privadas, la adquisición de los terrenos y acelerar los
asentamientos.
Los
relativamente liberales puritanos destituyeron y trataron de arrestar a Argall
y enviaron a Sir George Yeardley a Virginia como gobernador. Yeardley procedió
de inmediato a reformar las leyes despóticas de la colonia. Las sustituyó por
un código mucho más benigno en noviembre de 1618 (llamado por los colonos “El
Gran Estatuto”): todos seguían estando obligados a atender los servicios de la
Iglesia de Inglaterra, pero solo dos veces cada domingo y la sanción por
ausencia se veía ahora reducida a unos inocuos tres chelines por cada falta. Yeardley
aumentó también a 50 acres la asignación de tierras a cada colono, acelerando
así la disolución del comunismo y asimismo empezando el proceso de transferir
la tierra de la compañía al colono individual que la había ocupado y trabajado.
Además, los terrenos que se habían prometido a los colonos después de un plazo
de siete años se les asignaban inmediatamente.
Los
propios colonos atestiguan los espléndidos efectos de las reformas de Yeardley
en una declaración de 1624. Las reformas
dieron tal
estímulo a cada persona aquí que todos siguieron sus trabajos con singular
entusiasmo e industria, de forma que (…) dentro del espacio de tres años,
nuestro país floreció con muchas plantaciones recién erigidas. (…) La
abundancia de estos tiempos fue igualmente tal que todos los hombres en general
se vieron suficientemente provistos de grano y muchos también tuvieron
suficientes vacas, cerdos, aves y otras buenas provisiones para alimentarse.
En su
Gran Estatuto, Yeardley también dio a los colonos la primera institución
representativa en América. El gobernador estableció una Asamblea General, que
consistía en seis concejales nombrados por la compañía y burgueses elegidos por
los hombres libres de la colonia. Dos burgueses se elegirían de cada una de las
11 “plantaciones”: 4 “plantaciones generales”, que se referían a
subasentamientos que se habían realizado en Virginia y 7 plantaciones privadas
y “particulares”, también conocidas como “cientos”. Las 4 plantaciones
generales o subasentamientos, cada una gobernada localmente por su cabeza o
“ciudad”, eran las ciudades de Henrico, Charles City, James City (la capital) y
el barrio de Kecoughtan, pronto rebautizado como Elizabeth City. La Asamblea
iba a reunirse al menos anualmente y servir como tribunal superior de justicia.
Sin embargo, el gobernador tenía poder de veto sobre la Asamblea y los edictos
de la compañía continuaban obligando a la colonia.
La
primera Asamblea se reunió en Jamestown el 30 de julio de 1619 y fue esta
Asamblea la que ratificó la abolición de las leyes de Dale y las sustituyó por
las disposiciones más benignas. La introducción de la representación fue pues
de la mano con la mueva política de liberalizar las leyes: formaba parte de la
relajación de la anterior tiranía de la compañía.
Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela
Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político
libertario.